“El corazón delator”, el relato de un crimen
En 1843 se publicó en enero, por primera vez, en el periódico literario The Pioneer este cuento gótico. El 19 de enero se conmemoran doscientos trece años del natalicio de su autor, Edgar Allan Poe.
Danelys Vega Cardozo
Navegar por la cabeza de un asesino es emprender un viaje siniestro que no todos se arriesgan a hacer, sobre todo cuando la crudeza es la primera arma contra la que se debe combatir. Viajar acompañado del “villano” implica estar dispuesto a abrir la mente para no juzgar y más bien escuchar. Porque lo primero aniquila lo segundo. No se puede escuchar cuando se invalida al otro. Cuando creemos que los demás nada tienen que decir porque todo nos lo han dicho, aunque no hayan pronunciado ni siquiera una sola palabra. Las palabras sobran porque con las interpretaciones bastan. Pero no somos el otro y su mente no es la nuestra; así creamos lo contrario. No se trata de justificar al que mata, ni mucho menos, se trata de salir un momento de nosotros mismos para llenarnos de argumentos y no solo de especulaciones. Un viaje que puede hacerse en compañía de aquel cuento que en pocas páginas nos introduce en la mente de un homicida: El corazón delator, de Edgar Allan Poe.
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Navegar por la cabeza de un asesino es emprender un viaje siniestro que no todos se arriesgan a hacer, sobre todo cuando la crudeza es la primera arma contra la que se debe combatir. Viajar acompañado del “villano” implica estar dispuesto a abrir la mente para no juzgar y más bien escuchar. Porque lo primero aniquila lo segundo. No se puede escuchar cuando se invalida al otro. Cuando creemos que los demás nada tienen que decir porque todo nos lo han dicho, aunque no hayan pronunciado ni siquiera una sola palabra. Las palabras sobran porque con las interpretaciones bastan. Pero no somos el otro y su mente no es la nuestra; así creamos lo contrario. No se trata de justificar al que mata, ni mucho menos, se trata de salir un momento de nosotros mismos para llenarnos de argumentos y no solo de especulaciones. Un viaje que puede hacerse en compañía de aquel cuento que en pocas páginas nos introduce en la mente de un homicida: El corazón delator, de Edgar Allan Poe.
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El dinero ha sido la invención que nos ha salvado, pero también condenado. Es la muestra más profunda de que el cielo puede ser, al mismo tiempo, el infierno. Por dinero se mata. Por este “bien” —que ha sido tan preciado por el hombre— asesinó Raskólnikov, personaje principal de la obra “Crimen y castigo”, a Aliona Ivánovn y, de paso, a Lizaveta Ivánovna. Solo por mencionar a personajes literarios y no irnos hasta ejemplos reales, tan cotidianos como el agua que bebemos a diario. Y en casos como aquel puede que las justificaciones no basten, pero sean más “aceptables” que aquellas sinceras y aparentemente carentes de motivación alguna, como sucede con las que aduce el asesino que relata su crimen en “El corazón delator”.
El homicida, el personaje principal de la obra, confiesa que “no perseguía ningún propósito” para matar, más que el color y la apariencia de uno de los ojos del anciano con el que convivía. Ese ojo que tanto lo atormentaba y que lo obsesionó hasta deshacerse de él y su portador. “Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela”. Un aspecto que puede parecer poco relevante para la mayoría de nosotros —y hasta un tanto enfermizo— porque uno no acaba con la vida de otros por su aspecto físico. Sin embargo, de incoherencias vive el hombre. Porque lo cierto es que a diario hasta nos matamos porque el otro no piensa igual que nosotros, porque el otro lleva puesta “x” o “y” camisa, porque el otro es de “izquierda” y no de “derecha”. Al fin de cuentas, porque el otro no es como yo.
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Uno no sabe si afirmar que el asesino de aquel relato de Allan Poe tenía una personalidad psicópata y gracias a esto pudo cometer y narrar su crimen sin ningún síntoma de remordimiento. Hay un aspecto que llama la atención, en donde parece que el subconsciente entrara en acción, develando lo que hasta el momento estaba oculto. Porque cuando el homicida acaba con su víctima, y hasta se ríe de lo que acaba de hacer, aún puede sentir el latido de su corazón. Aunque con palabras relata aquel suceso como algo extraordinario —como quien conoce el mar por primera vez— en el fondo parece ser lo contrario. Su mente lo traiciona. Porque tal vez sí había afecto por aquel “viejo. Porque aún podía sentir culpa como un psicópata no lo puede hacer. Porque la culpa está latente entre quienes saben distinguir entre “el bien” y “el mal”; los que aún conservan la moral.
Entonces al asesino no le quedó más reparo que confesar su crimen, todo con tal de no lidiar más con el latir del corazón de aquel viejo; con el peso de su propia consciencia. “¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio!”. Él, que tenía agudizado sus sentidos —en particular el del oído— terminó martirizado y haciendo lo que pensó que nunca haría porque creía que todo lo tenía bajo control; y, por lo tanto, los policías que entraron a la habitación donde había cometido aquel crimen no se darían cuenta de lo que había acabado de acontecer hace algunos minutos. “¡Basta ya de fingir, malvados! —aullé—. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí! ¡Donde está latiendo su horrible corazón!”.
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Y de ese modo el homicida nos enseñó que hay cosas que se escapan de nuestro control. Que hasta lo más planeado se puede derrumbar en tan solo unos minutos. Que nada en esta vida lo tenemos asegurado. Y que como diría Pascal, “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Pero también aprendimos que entre el cielo y la tierra no hay nada oculto. Que tarde o temprano la verdad sale a la luz porque, aunque lo intentemos mil veces, nadie nos puede salvar de nosotros mismos.
El homicida puede estar en cualquier parte porque, la mayoría de las veces” no se nace con una mente criminal”, sino que se construye con el tiempo. Por eso cada acto que realizamos cuenta, seamos conscientes o no. Porque como en el cuento de Edgar Allan Poe “caras vemos corazones no sabemos”. Porque todos somos potenciales “asesinos” hasta que se demuestre lo contrario. Porque nunca sabemos que nos traerá el día de mañana. No en vano nos inventamos las cárceles y el derecho penal. Elementos de autocontrol. Autocontrol de nuestros instintos más básicos. Porque somos humanos, ni buenos ni malos, solo humanos.