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Mi mamá me enseñó a leer y a escribir antes de entrar a la escuela y mi papá me enseñó a amar los libros. La lectura es el primer milagro de Semana Santa del que quiero hablar. En días de confinamiento y crisis la lectura es la mejor recomendación y la mayor inspiración, porque a través de ella adquirimos conocimientos por iniciativa propia y viajamos a mundos insospechados. Además, si aceptamos el pacto que nos propone un escritor, nos convertimos en personajes de la obra y en coautores de la misma. Cada lectura abre la mente de una forma distinta dependiendo del tema, de quien propone el diálogo desde el texto, de nuestro estado emocional, de cuánto confronte nuestro yo y el de los demás, de cuánto nos revele de la condición humana. (Les recomendamos más de nuestra serie Pensamientos desde casa: El xcoronavirus y la terapia del silencio).
Hoy me apoyo en la Nobel de Literatura de 1996, Wislawa Szymborska (1923-2012), y en su ensayo Lecturas no obligatorias, porque el principal mandamiento de la poetisa es que abrir un libro sea un acto consciente y sentimental. “Lo digo de corazón: soy una persona anticuada y creo que leer es el pasatiempo más hermoso creado por la humanidad". Démosle, entonces, un lugar en nuestra vida: "El Homo ludens baila, canta, realiza gestos significativos, adopta posturas, se acicala, organiza fiestas y celebra refinadas ceremonias. Para nada desprecio la importancia de estas diversiones: sin ellas, la vida humana pasaría sumida en una monotonía inimaginable y, probablemente, la dispersión. Sin embargo, son actividades en grupo sobre las que se eleva un mayor o menor tufillo de instrucción colectiva. El Homo ludens con un Libro es libre. Al menos, tan libre como el mismo sea capaz de serlo. Él fija las reglas del juego, subordinado únicamente a su propia curiosidad”.
Hay licencia para todo, decía, por eso jugaba con las mayúsculas para enfatizar: “Puede permitirse no solo leer libros inteligentes de los que aprenderá cosas, sino también libros estúpidos de los que algo sacará. Es libre de no leer un libro hasta la última página, y de empezar otro por el final e ir retrocediendo. Puede echarse a reír en un punto no destinado a ello o, de repente, detenerse ante unas palabras que recordará durante el resto de su vida. Y, finalmente, es libre —y ningún otro pasatiempo puede ofrecerle esto de escuchar de qué habla Montaigne o de zambullirse en el Mesozoico por un instante”.
La filosofía de vida de Wislawa Szymborska, a quien descubrí gracias a mi profesor de literatura polaco y radicado en Colombia, Bogdan Piotrowski -su traductor al español-, se basa en dos palabras: “no sé”. “Lo que en realidad soy y quiero continuar siendo es una lectora amateur”, decía. Esa afirmación la llevó a explorar el mundo a través de la lectura. Leyó El Quijote en español, diccionario en mano, hasta entender el que llamaba “un latín bellamente estropeado”. Y volvía a su lengua para construir un pensamiento crítico sobre la literatura y la época que le correspondió, y luego verter sensaciones en poemas como "La alegría de escribir". "Prefiero la ridiculez de escribir versos/ que la ridiculez de no hacerlo".
Otra enseñanza que nos dejó es que a más lecturas más deseo de seguir investigando, más humildad, más sencillez intelectual y de estilo: “Cuando escribo, siempre tengo la sensación de que alguien está detrás de mí haciendo muecas. Por eso huyo, todo lo que puedo, de las grandes palabras”. Un ejemplo: “No importa el sexo ni la edad de las parejas./ Les brillan los ojos, arden las mejillas”.
Su estilo es fruto de cuánto leyó, cuánto pensó, cuánto observó, cuánto indagó, cuánto jugó con su idioma, sazonándolo con esos toques de ironía -hasta la causticidad- y buen humor que caracterizan sus versos y prosas.
Sobrevivió a la persecución nazi de la Segunda Guerra Mundial, a trabajos forzados y su primer poema publicado dice todo de sus convicciones: "Busco la palabra", publicado el 14 de marzo de 1945 en el Diario de Cracovia, a los 21 años de edad, dos meses después de la liberación de la ciudad. Un fragmento: “Busco la palabra. Quiero definirlos en un sola palabra: ¿Cómo son? Tomo las palabras corrientes, robo de los diccionarios, mido, peso e investigo Ninguna responde La más valiente — cobarde, La más desdeñosa — aún santa, La más cruel — demasiado misericordiosa, La más odiosa — poco porfiada. Esta palabra debe ser como un volcán, que pegue, arrastre y derribe, como la temerosa ira de Dios, como el hervor del odio. Quiero que esta una sola palabra esté impregnada de sangre, que como los muros del calabozo encierre en sí cada tumba colectiva. Que describa precisa y claramente quienes eran — todo lo que pasó”.
Leer para ella era sinónimo de vivir. Por eso también pedía hacerlo en voz alta, para uno mismo o en familia, incluso entre amigos. Luego de esa fiesta vayamos a buscar nuestras propias palabras en nuestra propia visión de la realidad.
@NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.