El coronavirus y la vacuna poética: Pensamientos desde casa, día 20

Para proteger la mente y el alma en la cuarentena, hoy propongo una dosis de inspiración que nos manda el poeta Porfirio Barba Jacob desde el más allá.

Nelson Fredy Padilla *
13 de abril de 2020 - 08:06 p. m.
El retrato más clásico de Miguel Ángel Osorio Benítez, que pasó a la historia de la literatura como el poeta Porfirio Barba Jacob (1883-1942). / Cortesía Alfaguara
El retrato más clásico de Miguel Ángel Osorio Benítez, que pasó a la historia de la literatura como el poeta Porfirio Barba Jacob (1883-1942). / Cortesía Alfaguara
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Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas al viento y al azar... Así empieza la Canción de la vida profunda de Porfirio Barba Jacob (1883-1942). Así empezamos la clase de hoy en la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional. Dos temas nos convocaron: la poesía y El mensajero, la biografía de quien en la vida real se llamó Miguel Ángel Osorio Benítez, nacido en Santa Rosa de Osos, escrita por el también antioqueño Fernando Vallejo. (Recomendamos otra columna de esta serie: El coronavirus, los vivos y los muertos).

Pero aquí no voy a hablar de Vallejo -este semestre el tema de la materia que dicto- ni de la impresionante investigación que lo llevó a 14 países y a consultar cerca de 400 fuentes para reconstruir la vida loca de Maín Ximenez, Ricardo Arenales y Porfirio Barba Jacob, los seudónimos de Osorio Benítez, tal vez, el máximo poeta colombiano junto a José Asunción Silva y León de Greiff. Con mis alumnos coincidimos en la oportunidad y necesidad de aprovechar estas semanas de aislamiento para volver a la fuente más original de las palabras y de la inspiración literaria: la poesía.

Y qué mejor referencia para empezar que Barba Jacob: Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles, como en abril el campo, que tiembla de pasión: bajo el influjo próvido de espirituales lluvias, el alma está brotando florestas de ilusión. Llamado a indagar nuestras jornadas más lúgubres, más sórdidas, así sean días “en que discurren vientos ineluctables”.

A leer poesía, a cometer versos... Ojalá tomando referencias mayores, desde Homero (Siglo VIII a.C.) hasta Paul Celan (1920-1970). Aquellos autores que nos atrapan con esa técnica condensada y significante de interpretar el mundo nos enseñan los límites del dominio del lenguaje, y en eso Barba Jacob era un maestro, hasta para inventar palabras. Por ejemplo Acuarimántima, que empieza así: Vengo a expresar mi desazón suprema y a perpetuarme en la virtud del canto. Yo soy Maín, el héroe del poema, que vio, desde los círculos del día, regir el mundo una embriaguez y un llanto. Todavía nos invita desde la Primera canción delirante: Goza tu instante, goza tu locura: todo se ciñe al ritmo del amor, y son solo fantasmas de la vida el bien y el mal, la sombra y el fulgor.

Barba Jacob hubo solo uno y por eso aún inspira. La humanidad acorralada por un virus, con “la pálida muerte llamando a patadas en las puertas”, parodiando a Horacio (también a. C.), reclama a jóvenes y viejos, por qué no, nuevas metáforas, nuevas formas de diálogo con la realidad y la irrealidad, métricas renovadas donde la acción del verso consulte el horror y la esperanza. Qué gran momento cuando uno descubre en la musicalidad de un soneto al poeta o a la poetisa que se identifica con nuestras sensaciones y nos descubre otras, mejor insospechadas. Y lo hace con las palabras justas, con sencillez y eficacia, con significación y ambigüedad. Decía nuestro Porfirio: “La poesía es la religión de los pueblos cultos”.

Camilo Ángel, alumno de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional, en la línea de poesía, escribe: “De mi parte no puedo más que asumir este tiempo de caos, miedo y pánico como una oportunidad para aplicar un binomio lírico para buscar sanar de la enfermedad moral que encarno por herencia social y cultural: silencio y resiliencia. Eso hace la naturaleza en estos momentos y siento que eso es lo que nos corresponde a los humanos humanos, a los humanos normales, a los humanos mortales que tan solo podemos ser dulces, misericordiosos y compasivos con nuestra imagen en el espejo y reconocer con humildad que no somos dioses, y que lo único que le otorga sentido a nuestras grises vidas son el color y el calor de las relaciones, nuestras relaciones con el medio que nos rodea (la naturaleza), con otros seres humanos y con nosotros mismos”. Se compromete: “Cuidar las palabras y las acciones más simples en estos tiempos de oscuridad, tal vez mejoren nuestro aspecto y nuestro reflejo para cuando vuelva la luz”.

Si quieren profundizar en la vida y obra de Porfirio Barba Jacob lean El Mensajero, editado por el sello Alfaguara, y su poesía completa publicada por Planeta y por el Fondo de Cultura Económica de México. Termino con el poema que resume la vida de este genio desfachatado, y que él pidió que se leyera en su funeral. Murió de tuberculosis:

Futuro

Decid cuando yo muera... (¡y el día esté lejano!)

soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento,

en el vital deliquio por siempre insaciado,

era una llama al viento...

Vagó, sensual y triste, por las islas de su América;

en un pinar de Honduras vigorizó el aliento;

la tierra mexicana le dio su rebeldía,

su libertad, su fuerza... Y era una llama al viento.

De simas no sondadas subía a las estrellas;

un gran dolor incógnito vibraba por su acento;

fue sabio en sus abismos, —y humilde, humilde, humilde—,

porque no es nada una llamita al viento...

Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales,

que nunca humana lira jamás esclareció,

y nadie ha comprendido su trágico lamento...

Era una llama al viento y el viento la apagó.

 

@NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com

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Por Nelson Fredy Padilla *

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