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Quienes están pensando que desde el 27 de abril, en el caso de Colombia, se acaba la cuarentena y vuelve la cotidianidad tal y como era antes están equivocados. Esta semana la respetada revista Science publicó un estudio que advierte que las restricciones sociales de la humanidad para enfrentar de manera responsable la pandemia del nuevo coronavirus tendrán que mantenerse hasta 2025 dependiendo, claro, de la eficacia de las vacunas que se descubran y la capacidad de los seres humanos para generar inmunidad frente a la enfermedad.
Se viene una época de abstinencias en la que sufrirán más los fiesteros, los adictos a los gimnasios, a los cocteles, a las salas de cine, a los conciertos, a los bares, a los restaurantes. En cambio, los hogareños, los solitarios, los cusumbosolos podrán adaptarse mejor a las nuevas reglas comunales que regirán luego del confinamiento obligatorio, que no quedará descartado del todo si los niveles de contagio no ceden. (Recomendamos más de esta serie: El coronavirus y el poder del amor).
No busco aumentar el estrés en días donde abundan motivos de preocupación. Al contrario, sugiero hacerse a la idea de una vida de recogimiento. Para reivindicarla acudo a una larga charla telefónica que tuve en 2014 con la artista argentina Dorotea Muhr, viuda de Juan Carlos Onetti (1909-1994), a raíz de la publicación de un libro con las fotografías que ella le tomaba y de una exposición que hizo a partir de su mirada de la obra del escritor uruguayo.
Dolly, como le gusta que la llamen, se acercaba a los 90 años de edad y tenía muy buena memoria. Desde su casa en Buenos Aires se empeñó en desbaratar los lugares comunes sobre el autor de novelas como La vida breve y El Astillero. “No me vayás a preguntar por el Onetti huraño, solitario, pesimista. No fue el Juan amoroso, realizado, amigo de sus amigos que yo conocí”. Coincidí con ella en una lectura positiva de su obra, nadie se sienta obligado a hacerla, y, en especial, de su alma casera.
Si un lector sólo ve en las ficciones de Onetti soledad, drama, desasosiego, desesperación, angustia, frustración, es porque no ha profundizado en su filosofía y escritura existencialistas. Era un genio de las letras que cada mañana y cada noche quería escapar de la realidad para refundarla en el universo imaginario en el que creó su Santa María, el equivalente al Macondo de García Márquez.
La propia Dolly, cuarta y última esposa del autor, me dijo que la prueba es que le dedicó La cara de la desgracia, en uno de los mayores gestos de amor que tuvo para ella a quien llamaba “ignorado perro de la dicha”. “Ahí podés ver esa mezcla de ternura, inteligencia e ironía que él encarnaba”. De acuerdo. Encuentro la fuerza que necesitaremos en los próximos tiempos en camino a una existencia más íntima y no por eso más aburrida. Cuando escribe sobre esa “sensación de soledad que nadie me había permitido”, que puede llenarnos de “paz y confianza”. También identifico su estado asocial como propicio para encontrarle utilidad de a la ignorancia del ser humano, porque es en ese reencuentro con él mismo que empieza la búsqueda de la verdad que podía tener refundida en el ruido exterior.
Dolly me habló de cada foto, la mayoría tomadas en el cuarto de la vivienda de Madrid donde convivieron la mayoría de los 40 años que estuvieron juntos. “Las tenía guardadas en Montevideo en una caja y unos chicos del Centro Cultural Argentino me preguntaron ‘por qué no hacemos algo con esto’ y me ayudaron a encontrarles sentido para llevarlas a exponer en España”. Le pregunté por la cama y me advirtió que quien asocie a Onetti con un encamado y perezoso no lo ha leído, que esa habitación era para los dos “un parque de diversiones”. “Muchas se las tomé a Juan leyendo en cama, lo característico de él, pero cada lectura hacía diferente el día. Leía e imaginaba hasta que los ojos se le ponían tan rojos que no podía ver. Entonces, apagaba la luz y descansaba… trabajaba tanto así que al final de sus días yo le fotocopiaba libros y borradores en letra grande”.
A ella le encantaba que le dictara libros o cartas, porque con su oído musical, de pianista, le advertía de disonancias. “Aparte de música, yo estudié taquigrafía en inglés y español. Casi todas las cartas firmadas por Juan son mías también. O él anotaba a mano y yo le pasaba a la máquina de escribir. Eso mientras fumábamos, comíamos, brindábamos, imaginate... Y a nuestros pies estaba la perrita por la que Juan decía ‘no me levanto de la cama, porque me muerde La Biche'. Nunca nos aburríamos. Muchos de esos papeles los doné a la biblioteca uruguaya más importante en Montevideo”.
Entonces, insistió en que no hablen de Onetti sólo desde la cama y el vicio del cigarrillo, del “mundo particular, estrecho, insustituible, el suicidio latente, el olor a tabaco, los dientes sucios”, que es apenas una de muchas lecturas de su obra. Dolly toma la voz de la protagonista del cuento “Tan triste como ella” y me dice: “Como ella, viví casi feliz en el centro exacto de la soledad y del silencio”.
Aseguró que releer a Onetti la alegra y citó este aparte del cuento La novia robada, que hoy recobra vigencia: “puede afirmarse en Santa María que todo está cerrado. Y más allá; el estado de ánimo debía mantenerse y atravesar la hora del cierre general, permanecer en la soledad nocturna y engendrar la dulzura de los sueños”.
La vida de esa pareja, según el escritor español Antonio Muñoz Molina, desprendía una intensa sensación de privacidad y bienestar así estuvieran “como en un exilio en el interior de otro exilio, sin levantarse de la cama, fumando y sorbiendo whisky y leyendo novelas de misterio”. Privacidad. Qué buena palabra. Ahora, en cuarentena, podremos recuperarla de muchas formas.
No quiero que se vayan de este texto con ideas de asocialidad, soledad, miseria, muerte o suicidio de otros pensadores más radicales como Cioran, Nerval y Artaud. No pretendo que se vuelvan admirables ermitaños como Salinger o, para citar a un autor colombiano, Tomás González. Pero sí podemos ser talentosos, disciplinados, productivos, normales, hibernando en nuestras casas, pegados al escritorio y a la pantalla, junto a nuestros seres más queridos, lejos de los políticamente correctos círculos sociales.
Les dejo como parábolas frases de otros cuentos de Onetti. De “Excursión”: “Absoluta soledad de su alma, fantástica libertad de todo su ser”. De “Nueve de julio”: “A quebrar la soledad con las puntas de los dedos apretados”. De “La casa en la arena”: “cuando Díaz Grey, en el consultorio frente a la plaza de la ciudad provinciana, se entrega al juego de conocerse a sí mismo mediante este recuerdo”. De “El álbum”: “encontrarnos con nosotros mismos, lúcidos y en presente”.
Siento que Juan Carlos Onetti y Dolly nos inducen a no tener miedo de “las soledades”, a “habitarlas con una sensación de poder”, a recrear el planeta desde nuestras cuatro paredes, aunque eso no garantice nada.
@NelsonFredyPadi / npadilla @elespectador.com
* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus.