El crimen del Renacimiento (Relatos y reflexiones)
A lo largo de la historia reciente, muchos han fantaseado durante las epidemias con la llegada de un nuevo Renacimiento. No obstante, a pesar de que éste trajo consigo virtudes innegables, vale la pena recordar la historia de un crimen casi perfecto que se cometió durante esta época, el cual nos recuerda que el triunfo renacentista no deja de ser agridulce.
Santiago Vargas Acebedo
La historia de este crimen es virtuosamente descrita por Michel Foucault en su Historia de la locura en la época clásica y amerita traerla a coalición en la inusual coyuntura en la cual nos encontramos.
En este libro, Foucault sostiene que, a raíz de la abundancia de epidemias a lo largo de la Edad Media, la muerte y el final de la humanidad se convirtieron en los temas dominantes del arte y la literatura europeos hasta finales del siglo XV. Sin embargo, con la llegada del Renacimiento, la muerte fue sustituida por una nueva obsesión que inundó el panorama artístico y literario de la época: la locura. De ahí en adelante, si aún se vislumbraba el final de la humanidad, éste ya no llegaría por obra de una epidemia, sino por la propagación de la locura, tal como lo ilustra el siguiente verso del poeta francés Eustaquio Deschamps: “No veo más que locos; el fin se aproxima en verdad…”. Foucault sostiene que la locura se manifestó en la cultura renacentista, en primer lugar, a través del modelo de la nave de los locos. Estas obras retrataban la historia de un barco que cargaba con una tripulación de dementes desterrados de una ciudad por su locura. A diferencia de otros tipos de barcos literarios tales como la nave de las damas virtuosas o la nave de la salud, las naves de los locos realmente existieron. Por otro lado, el ascenso de la locura en las obras renacentistas es, también, perceptible en la decaída del simbolismo gótico. Para Foucault, durante el Renacimiento las imágenes góticas perduraron, pero fueron despojadas de la moral y de la sabiduría que originalmente pretendían comunicar. En consecuencia, adquirieron una presencia tan fantástica, como los insectos alados con cabeza de gatos de Stefan Lochner, que solo podían estar relacionadas con la estética de la demencia. De tal manera que estas imágenes perdieron la capacidad de instrucción, pero adquirieron, en retorno, el poder de la fascinación. Foucault plantea que la fascinación tan extraña que estas imágenes despertaban en los hombres y mujeres del Renacimiento se debe a que revelaban secretos ocultos sobre la naturaleza humana. Los secretos que estas imágenes guardaban despertaron tal fascinación que incluso le fueron prohibidos a San Antonio en la Tentación de Lisboa, quien no fue tentado, en esta ocasión, ni por la lujuria ni por la avaricia sino por el conocimiento que escondía una de estas figuras dementes. En definitiva, por los secretos que decidía no revelar a los cuerdos, la locura se convirtió en tentación. Pero, ¿cuáles pueden ser los secretos de la humanidad a los cuales solo pueden acceder los dementes? Como bien señala Foucault, la locura es un saber de índole prohibido y, por ello, conoce los secretos ocultos del pecado y ha tenido la experiencia de la nada, esa nada que resulta tras la negación de lo que cada época ha llamado, de una u otra forma, la moral.
La obra artística y literaria renacentista que retrató la coexistencia de la locura con los secretos ocultos de la humanidad es definida por Foucault como la visión trágica de la locura. Sin embargo, a lo largo del siglo XV, surgió otra versión de la locura que contrastó radicalmente con la visión trágica. Esta segunda vertiente fue denominada por Foucault como la visión crítica de la locura. A diferencia de su contraparte, la visión crítica posicionó a la locura en el aleatorio terreno de la moralidad, tal como lo refleja el poema de Sebastián Brant, Das Narrenschiff, el cual retrata una nave de locos que cargaba con una tripulación conformada por avaros, delatores, borrachos, los que practicaban orgías y adulterio y los que interpretaban mal las Escrituras. Por lo tanto, no era de extrañarse que aquellas obras que se adhirieron a una visión crítica emplearan la sátira moral como herramienta para retratar la locura.
De acuerdo con Foucault, el conflicto inminente que surgió entre las visiones trágica y crítica dominó la manera como la locura fue abordada en el arte y la literatura renacentistas. De un lado, están El Bosco, Brueghel, Thierry Bouts y Durero, para quienes la locura era una trágica experiencia, en la cual los sueños, las fantasías y la oscuridad revelaban delirantes secretos ocultos sobre el mundo. Del otro lado, están Brant, Erasmo y la tradición humanista, quienes utilizaron la locura para ilustrar a los cuerdos a través del discurso moral, resaltando los que, a su parecer, eran defectos de la naturaleza humana. En otras palabras, mientras que para los unos la locura era una forma de razón trágica, para los otros ésta era la antítesis de la razón.
Este conflicto, cuya presencia fue tan vivaz durante el siglo XV, no obstante, se desvaneció un siglo más tarde, cuando la visión trágica de la locura fue, terminantemente, silenciada por su contraparte crítica. Tras este gran silenciamiento, el Renacimiento despojó a la locura de su componente trágico y la obligó a existir, exclusivamente, como antónimo de la razón. Dicho de otro modo, la locura fue robada de su capacidad de revelar los secretos más oscuros de la condición humana y fue condenada a cumplir la función de distopía moral. Para Foucault, el silenciamiento de la visión trágica sembró las raíces de la concepción moderna de la locura. En efecto, solo al silenciar su capacidad reveladora, pudo la psiquiatría confinar a la locura junto con las enfermedades mentales. Éste fue el crimen casi perfecto que cometió el Renacimiento. No obstante, para ser perfecto un crimen no ha de dejar huellas ni testigos, y el silenciamiento de la visión trágica de la locura ha encontrado a lo largo de la historia voces de resistencia. Para Foucault, dicha resistencia se encuentra, por ejemplo, en la obra Goya, algunas páginas de Sade, las últimas palabras de Nietzsche, las últimas visiones de van Gogh, la obra de Artaud y los presentimientos de Freud. Sin embargo, esta trágica resistencia reside, sobretodo, en el testimonio de los dementes que han sido confinados junto con la enfermedad mental por haber cometido el crimen de revelar, en sus episodios de delirio, secretos ocultos sobre la condición humana que perturban la complaciente calma de algunos cuerdos poderosos.
La historia de este crimen es virtuosamente descrita por Michel Foucault en su Historia de la locura en la época clásica y amerita traerla a coalición en la inusual coyuntura en la cual nos encontramos.
En este libro, Foucault sostiene que, a raíz de la abundancia de epidemias a lo largo de la Edad Media, la muerte y el final de la humanidad se convirtieron en los temas dominantes del arte y la literatura europeos hasta finales del siglo XV. Sin embargo, con la llegada del Renacimiento, la muerte fue sustituida por una nueva obsesión que inundó el panorama artístico y literario de la época: la locura. De ahí en adelante, si aún se vislumbraba el final de la humanidad, éste ya no llegaría por obra de una epidemia, sino por la propagación de la locura, tal como lo ilustra el siguiente verso del poeta francés Eustaquio Deschamps: “No veo más que locos; el fin se aproxima en verdad…”. Foucault sostiene que la locura se manifestó en la cultura renacentista, en primer lugar, a través del modelo de la nave de los locos. Estas obras retrataban la historia de un barco que cargaba con una tripulación de dementes desterrados de una ciudad por su locura. A diferencia de otros tipos de barcos literarios tales como la nave de las damas virtuosas o la nave de la salud, las naves de los locos realmente existieron. Por otro lado, el ascenso de la locura en las obras renacentistas es, también, perceptible en la decaída del simbolismo gótico. Para Foucault, durante el Renacimiento las imágenes góticas perduraron, pero fueron despojadas de la moral y de la sabiduría que originalmente pretendían comunicar. En consecuencia, adquirieron una presencia tan fantástica, como los insectos alados con cabeza de gatos de Stefan Lochner, que solo podían estar relacionadas con la estética de la demencia. De tal manera que estas imágenes perdieron la capacidad de instrucción, pero adquirieron, en retorno, el poder de la fascinación. Foucault plantea que la fascinación tan extraña que estas imágenes despertaban en los hombres y mujeres del Renacimiento se debe a que revelaban secretos ocultos sobre la naturaleza humana. Los secretos que estas imágenes guardaban despertaron tal fascinación que incluso le fueron prohibidos a San Antonio en la Tentación de Lisboa, quien no fue tentado, en esta ocasión, ni por la lujuria ni por la avaricia sino por el conocimiento que escondía una de estas figuras dementes. En definitiva, por los secretos que decidía no revelar a los cuerdos, la locura se convirtió en tentación. Pero, ¿cuáles pueden ser los secretos de la humanidad a los cuales solo pueden acceder los dementes? Como bien señala Foucault, la locura es un saber de índole prohibido y, por ello, conoce los secretos ocultos del pecado y ha tenido la experiencia de la nada, esa nada que resulta tras la negación de lo que cada época ha llamado, de una u otra forma, la moral.
La obra artística y literaria renacentista que retrató la coexistencia de la locura con los secretos ocultos de la humanidad es definida por Foucault como la visión trágica de la locura. Sin embargo, a lo largo del siglo XV, surgió otra versión de la locura que contrastó radicalmente con la visión trágica. Esta segunda vertiente fue denominada por Foucault como la visión crítica de la locura. A diferencia de su contraparte, la visión crítica posicionó a la locura en el aleatorio terreno de la moralidad, tal como lo refleja el poema de Sebastián Brant, Das Narrenschiff, el cual retrata una nave de locos que cargaba con una tripulación conformada por avaros, delatores, borrachos, los que practicaban orgías y adulterio y los que interpretaban mal las Escrituras. Por lo tanto, no era de extrañarse que aquellas obras que se adhirieron a una visión crítica emplearan la sátira moral como herramienta para retratar la locura.
De acuerdo con Foucault, el conflicto inminente que surgió entre las visiones trágica y crítica dominó la manera como la locura fue abordada en el arte y la literatura renacentistas. De un lado, están El Bosco, Brueghel, Thierry Bouts y Durero, para quienes la locura era una trágica experiencia, en la cual los sueños, las fantasías y la oscuridad revelaban delirantes secretos ocultos sobre el mundo. Del otro lado, están Brant, Erasmo y la tradición humanista, quienes utilizaron la locura para ilustrar a los cuerdos a través del discurso moral, resaltando los que, a su parecer, eran defectos de la naturaleza humana. En otras palabras, mientras que para los unos la locura era una forma de razón trágica, para los otros ésta era la antítesis de la razón.
Este conflicto, cuya presencia fue tan vivaz durante el siglo XV, no obstante, se desvaneció un siglo más tarde, cuando la visión trágica de la locura fue, terminantemente, silenciada por su contraparte crítica. Tras este gran silenciamiento, el Renacimiento despojó a la locura de su componente trágico y la obligó a existir, exclusivamente, como antónimo de la razón. Dicho de otro modo, la locura fue robada de su capacidad de revelar los secretos más oscuros de la condición humana y fue condenada a cumplir la función de distopía moral. Para Foucault, el silenciamiento de la visión trágica sembró las raíces de la concepción moderna de la locura. En efecto, solo al silenciar su capacidad reveladora, pudo la psiquiatría confinar a la locura junto con las enfermedades mentales. Éste fue el crimen casi perfecto que cometió el Renacimiento. No obstante, para ser perfecto un crimen no ha de dejar huellas ni testigos, y el silenciamiento de la visión trágica de la locura ha encontrado a lo largo de la historia voces de resistencia. Para Foucault, dicha resistencia se encuentra, por ejemplo, en la obra Goya, algunas páginas de Sade, las últimas palabras de Nietzsche, las últimas visiones de van Gogh, la obra de Artaud y los presentimientos de Freud. Sin embargo, esta trágica resistencia reside, sobretodo, en el testimonio de los dementes que han sido confinados junto con la enfermedad mental por haber cometido el crimen de revelar, en sus episodios de delirio, secretos ocultos sobre la condición humana que perturban la complaciente calma de algunos cuerdos poderosos.