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A veces los platos sucios se acumulan en la cocina. A ratos las cajas impiden caminar por su casa, en particular si son tiempos de entrega de cunas; de cunas de cartón. A veces el piso de la sala queda cubierto de bolsas negras llenas de ropa donada por influencers. “La casa estaba limpia ayer, siento que te lo perdieras”. “No somos perfectos, pero somos muy felices”, aseveran dos carteles pegados en el baño social del hogar de Camila Cooper. Ese mismo que es más que su hogar, es también su oficina: la sede de la Fundación Fruto Bendito, que dirige desde noviembre de 2016. El emprendimiento al que le apostó porque “quería ser mamá de tiempo completo”.
La oportunidad que no tuvo ella, porque a su madre soltera le tocaba salir a la calle todos los días a trabajar. “A mi mamá le tocó ser mamá y papá. A mi mamá le tocaba ser el policía bueno y el policía malo”. A su papá lo veía a ratos, porque él ya tenía una familia, pero sobre todo porque aquel no era su plan favorito. “Cuando se daba la oportunidad de vernos, pues nos veíamos, pero yo era la más reactiva, a mí no era que me encantara ir a visitarlo o nada, pero mi mamá siempre me inculcaba que era mi papá y que toda la vida lo iba a ser”. Entonces, le pregunto si en aquella época le guardaba rencor. “Pues yo creo que sí. Yo creo que la figura masculina en una mujer es demasiado necesaria, y más ese papá que esté ahí para guiarte en situaciones de la vida”.
Pasaron muchos años para curar las heridas. Y un suceso fue quizás la ruta que hizo posible ese camino. Durante tres años Cooper vivió en Londres. El país al que se fue para aprender inglés. Aquel en donde incluso hizo sus prácticas de periodismo como editora en un diario latinoamericano: el medio que era la puerta de llegada de todas las embajadas en la capital de Inglaterra. Pero conviviendo todos los días con tanto latino, su propósito de aprender la lengua materna de aquel país no se estaba cumpliendo. Entonces decidió renunciar a su trabajo y se fue a enseñar como docente a un colegio. Y ahí el mundo se vino abajo: la infelicidad comenzó a ser la norma de su vida. Hasta que un día su mente no resistió más y terminó padeciendo una crisis psiquiátrica. “Creo que fue la suma de muchas situaciones. Llegó el invierno; no veía el sol, pero trabajaba de sol a sol, me obsesioné como con el tema de la alimentación”.
En el hospital, donde estuvo interna durante nueve días, le diagnosticaron un episodio anoréxico depresivo. Allí ingresó por voluntad propia, debido a las alucinaciones que tenía. Me cuenta que aquellas se originaron después de pasar todo un día completo en un templo Hare Krishna, ubicado en Camden Town, un barrio de Londres, ese al que acuden los practicantes del vinduismo, un movimiento religioso fundamentado en el hinduismo. “Yo no sé si a mí me dieron algo, si me hicieron oler alguna cosa, algo tuvo que pasar allá, pero yo salí con alucinaciones de miedo, de pánico”. Y salió de allá gracias a un amigo al que le texteó y le compartió su ubicación. Y entonces después vinieron las complicaciones en materia de salud mental. “Yo sentía que los Hare Krishna iban a venir por mí, yo sentía que me observaban”.
A raíz de aquello, estaba en un estado de alerta constante que le impedía dormir, así que tuvieron que medicarla. Cuando falleció Nelson Mandela, estando interna, llamó a su mamá y le dijo: “Nelson Mandela se murió y reencarnó en mí”. Aquellas palabras preocuparon a su mamá, quien decidió viajar hasta Londres; en tiempo récord sacó la visa. Patricia, su mamá, la sacó del hospital y, de paso, del país. El vuelo de regreso fue una tortura para Cooper. “Yo sentí que todo el tiempo el avión se iba a caer”, me dice. Pero, a pesar de todo, fueron aquellos sucesos acontecidos en suelo extranjero los que le permitieron ir restableciendo su relación con su padre. “Después de que pasó esto de Londres me conecté mucho con él, porque lo encontré como una ayuda, como un apoyo… Tal vez fue como ese grito desesperado de recuperarlo, entonces se dio la oportunidad”. Y también fue la oportunidad para darse cuenta de que “fracasar” en la vida no es tan terrible después de todo. “Ese fracaso fue lo que me permitió volver a renacer”.
Ver una oportunidad en medio del sufrimiento era inimaginable para la Camila Cooper de tiempos pasados. Para la joven que cuenta que se sintió fracasada cuando perdió tercer año de Derecho en la Universidad Externado de Colombia, una carrera que había elegido estudiar motivada por otros. “En el colegio me decían que era muy buena alegando por los demás, y mi mamá siempre me decía: “Qué alegría tener una abogada en la familia”, y yo me creí el cuento, no pensé en otra carrera”. Pero descubrió más tarde por ella misma, después del suceso del Externado, que lo suyo estaba encaminado por otro lado, lejos del Derecho. Entonces, terminó estudiando una licenciatura en Ciencias de la Comunicación en México, adonde se había ido a vivir con su madrina. Estudiando en ese lugar obtuvo los mejores promedios, pues ella se había trazado la meta de demostrarse que “sí era capaz”.
No culminó sus estudios en México porque, según me dice, la situación económica en el país se puso difícil debido al narcotráfico que se vivía para ese momento. Se graduó de comunicadora social y periodista de la Universidad de La Sabana. Carrera que estudió becada desde cuarto semestre, la meta que se había propuesto desde la charla de inducción. Ese propósito por el que estuvo dispuesta a hacer ciertos sacrificios. “Cero amigos, cero parrandas, era lo que tenía que sacrificar para realmente consagrarme en la universidad”. Camila Cooper fue de esas estudiantes que alegaban por sacar un 4,9 y no un 5. “Mis amigos actuales no me querían mucho en la universidad y me lo cuentan: “Cami, eras una ñoña, eras un estrés, alegabas por todo”. Mi mejor amiga me cuenta: “Cami, recuerdo que me sacaste de un trabajo porque no participé”.
Pero comenta que había gente que la quería y que incluso algunos de ellos la ayudaron cuando empezó con su emprendimiento. Ese que se le ocurrió viendo noticias por Facebook a las 12:00 m. Navegando por la red social vio publicaciones en torno a las cunas de cartón de Finlandia. “Voy a hacer ese proyecto en Colombia”, le dijo a Óscar, su esposo. Entonces, mientras rezaba el ave María surgió el nombre de la fundación: Fruto Bendito.
Dice que, gracias a los Premios Verdes, que ganaron recientemente, cayó en cuenta de lo que verdaderamente la mueve, entonces le dijo a su esposo: “¿Yo quiero ser como una Catalina Escobar o una Johana Bahamón, que tienen que estar recorriendo el mundo, levantando el capital para lograr que su fundación funcione? No, yo soy la mujer más feliz entregando cunas, yendo a una entrega y abrazando a una mamá, diciéndole que puede darles amor a sus hijos, porque, tal vez, eso fue lo que a mí me faltó”.
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Y es que ella me dice que quizá todos esos premios que ha tratado de conseguir en la vida tengan raíz, en parte, en su papá, quien le dijo cuando se fue a vivir a México: “No te apoyo. Perdiste tercer año de Derecho, no lo vas a lograr”. Entonces, a partir de ahí, comenta que tal vez quiso demostrarle que ella sí podía. “Se convirtió en ese reto de lograr a través de esos premios ese reconocimiento, y tal vez hasta con mi mamá, porque mi mamá, a pesar de todo, tuvo que ser muy dura, tuvo ese rol de mamá y papá, tal vez era con ella ese sí se puede. Y para mí verlos llenos de orgullo en ese reconocimiento, pues lo era todo, me llenaba de felicidad y satisfacción. Yo creo que tal vez era llenar ese vacío”.
Camila Cooper dice que durante la pandemia se unió a un grupo de oración que le ayudó a emprender un camino de perdón con sus padres. Ahora es consciente de que tuvo carencias —y comenta que tal vez las ha llenado con sus logros—, pero que quizás la culpa no era solo de sus progenitores, quienes no le dieron abrazos calurosos, que ella necesitó en algunos momentos de su vida. “Tal vez no era porque ellos no me los quisieran dar, sino que tal vez yo no sabía pedirlos, y los iba a pedir afuera en otras situaciones: en la rumba, en los amigos, en la rebeldía, pero yo solo quería un abrazo”.
Comenta que las entregas de cunas de cartón que realiza con su fundación le han ayudado a apartarse de los juicios de valor, pues la han hecho consciente de que no todos tienen su misma realidad. “Yo llegaba creyendo que tenía el conocimiento en cuanto a la planificación de los hijos, y que tener hijos deliberadamente estaba mal y debíamos utilizar la planificación familiar que existía, pero luego entendí que en Cartagena muchas muchachas adolescentes se hacen embarazar para poder proteger a sus hijos o para que les pertenezca algo, porque en la pobreza todo se lo han dado y nada les pertenece, entonces un hijo es de ellas”.
Dice que el bien más preciado que tiene es el tiempo, por eso le huye a la procrastinación, tampoco le gusta pasársela de café en café cada semana con el uno y con el otro. “Mi placer más grande es estar con mi familia, con mi núcleo familiar que se llama: Óscar, Gabriel y Pedro (sus dos hijos); es mi deleite. Ver Netflix, sentarse en el piso a jugar con ellos, ese es mi deleite, lo otro pueden ser situaciones que me quitan tiempo con ellos”. Entonces cuando va a reuniones trata de demorarse poco, y si viaja, por lo general, regresa el mismo día.
En la casa de Camila Cooper hay negociables e innegociables, en especial con respecto a sus hijos. “Es negociable si no se quieren bañar un domingo, si quieren hacer locha un fin de semana, si quieren comer viendo una película. No es negociable ser groseros, no es negociable no orar, no es negociable decir mentiras”. Cuando necesita fuerza y siente que el mundo se le derrumba o requiere hallar una respuesta se encierra a orar en su “cuarto de guerra”: el cuarto de ropas, que queda entre el baño y su habitación. Al mismo espacio al que acude cada mañana “para entregarle mi día a Dios, pedirle que me perdone por mis errores, que me perdone por mi control, porque soy controladora, que me ayude a bajar mi ego, que perdone si digo algo hiriente a mi esposo”.
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Me dice que decidió alejarse de todo aquello que le perturbe la mente o las emociones, a raíz de los problemas de salud mental que sufrió. No ve películas ni series de terror, tampoco consume noticias relacionadas con temas de violencia, trata de evitar a la gente negativa o que se la pasa criticando. “Lo que me perturba el ser no me gusta”.
Antes perder el control era algo que no se permitía, porque sentía que fracasaba, pero durante la premiación de Mujer Cafam 2022 hasta se alegró cuando no la eligieron a ella. “Yo tenía la fe de que íbamos a ganar y no ganamos, y ese día le dije a Óscar: ‘Entendí que creí en Dios y sé que no es a mi tiempo sino al de él, y que la que ganó se lo merecía’, se lo dije llorando. Me dijo: “En tu cara, cuando ganó la otra compañera tuya, me di cuenta de que lo habías entendido, que ganó otra mujer Cafam, porque destilaste felicidad y gusto por la otra”. Tal vez, como dice ella, ha aprendido a “derivar el estado de alerta”, una frase utilizada para navegar en alta mar, “derivas, pero estás en estado de alerta de las situaciones que te pueden convenir… Yo creo que ha sido eso, cada día aligero más mi equipaje”.