El cuento de Gabriel García Márquez y los pavos de Navidad
Esta es una fecha propicia para rescatar uno de los relatos iniciáticos de nuestro Premio Nobel de Literatura cuando escribía la columna “La jirafa” en el diario barranquillero “El Heraldo”. Está incluido en el libro “Obra periodística I. Textos costeños”, sello Sudamericana.
Gabriel García Márquez * / Especial para El Espectador
RECADO A LOS LADRONES
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RECADO A LOS LADRONES
Por: Septimus (pseudónimo que García Márquez usaba. Diciembre de 1952)
Ayer encontré tres pavos en el cuarto de baño. Con la fama que tiene uno de no andar muy bien aceitado de la cabeza, eso de levantarse y encontrar el baño lleno de animales no es precisamente una de las cosas más tranquilizadoras que puedan ocurrir.
Y lo peor es que este desapacible encuentro con los pavos tenía un antecedente. Hace dos o tres meses me había ocurrido algo parecido, solo que en aquella ocasión no fueron pavos sino tortugas lo que encontré en el baño. Una amorosa pareja de tortugas en el ambiente húmedo y tibio de una pesadilla.
Aquello pasó, sin embargo, puesto que a nadie debe preocuparle seriamente el hecho de sufrir alucinaciones por primera vez y menos con animales como las tortugas, tan pacíficos y desacreditados en la literatura fantástica.
Pero con los pavos era distinto. No solo porque el pavo podría tener en determinadas circunstancias mayor fuerza simbólica que la tortuga, sino porque era la segunda vez que encontraba animales en el baño.
Yo pensé que en la tercera ocasión encontraría un elefante, así que empecé a preocuparme seriamente por mi salud mental. Tanto, que alguna de las personas que viven en la casa, al descubrirme cierto desgano en la mesa, me dijo que tenía cara de estarme volviendo romántico.
Entonces eché el cuento de los pavos, como quien hace la dramática confesión de una dolencia secreta. Y todo mi aparato alucinatorio se vino al suelo. Ocurría, sencillamente, que la señora de la casa había metido en el baño los pavos de la Navidad, para evitar que se los llevaran los ladrones.
Pero el cuento es más largo. Parece que el episodio de los pavos no es tan complicado como yo lo creí al principio, sino que los beneméritos animales han llegado al baño después de recorrer todos los lugares aparentemente seguros de la casa, porque ya los ladrones han intentado asegurarse con varias semanas de anticipación su cena de Navidad.
Y parece que para facilitar tan suculentos proyectos no tuvieron ningún inconveniente en envenenar al perro. Yo, que soy soltero hasta donde puede serlo un hombre que no sea casado, entiendo muy poco la técnica de la defensa doméstica.
No tengo aún ese abigarrado sentido del heroísmo con que las señoras se empeñan en una sorda y trágica lucha con los ladrones para evitar que estos se lleven en los pavos, con huesos y todo, la fiesta de la Nochebuena.
Pero a pesar de eso soy capaz de entender el punto de vista de las señoras, hasta el extremo de tolerar esta difícil situación de no poder bañarse solo como lo manda la moral cristiana, sino en la incómoda y un poco surrealista compañía de tres pavos.
Todo esto, aparte de que por culpa de los ladrones ya la cena de Navidad va resultándonos más costosa que si tuviéramos que invitar a todos los ladrones de la ciudad a que nos honraran con su presencia.
Me cuentan que al principio fue preciso establecer alrededor del patio un sólido cordón de seguridad. Fue una preocupación inútil, porque esa noche no solo penetraron los ladrones al patio, sino que tuvieron tiempo de envenenar al perro.
Al día siguiente, compraron un perro que como es natural no figuraba en el presupuesto de diciembre. Ahora han acondicionado las ventanas, han hecho una instalación eléctrica para que el patio esté iluminado durante toda la noche, y un montón de precauciones más.
Con todo, los ladrones han estado a punto de cargar con los pavos y de escamotearnos con ello esos pasteles de Nochebuena que ya nos están resultando casi tan difíciles como supongo que les están resultando a los obstinados caballeros nocturnos que se empeñan en robarse los pavos.
Esta mañana la señora de la casa me ha dicho: “Hazles saber por el periódico a los ladrones que estoy dispuesta a hacerme matar antes que permita que me roben los pavos”.
Yo no sé si los ladrones leen periódicos, pero de todos modos les agradecería que por esta vez modifiquen sus proyectos. No es justo que el simple y muy normal deseo de comernos unos pasteles, vaya a terminar en una sangrienta guerra civil.
* “Gabriel García Márquez. Obra periodística I. Textos costeños” es un libro fruto de una recopilación y prólogo del investigador francés Jacques Gilard (1943-2008), impreso por la Editorial Sudamericana.