El cuento latinoamericano: trece poéticas que fundaron y renovaron el género (X)
Presentamos la décima parte de una serie de entregas que publicaremos sobre poéticas que han sido cruciales para el desarrollo del cuento en América Latina. Esta vez, el texto será sobre Rodrigo Fresán.
Alejandro Alba García/ aalbag@unal.edu.co
X. Del acto de fastidiar considerado como una de las bellas artes
Historia argentina (1999), primer libro de cuentos del autor, es su propia fórmula mobydickiana de cuento-cetáceo de la destrucción [1], con la que el escritor debuta en el campo literario latinoamericano y consolida un gesto transgresor: la vindicación del caos tras la debacle de la experiencia anunciada ya desde Piglia y confirmada en Bolaño. En el capítulo 35 de Moby Dick —novela totémica de Rodrigo Fresán que inspira su proyecto artístico—, el narrador explica la importancia de la cofa en el barco ballenero que incluye un comentario desopilante sobre los “jóvenes platónicos” que se embarcan: “Con mucha frecuencia, los capitanes de esas naves reprenden a esos jóvenes filósofos distraídos, llamándoles la atención por no demostrar suficiente «interés» en el viaje y dando a entender que parecen estar desesperadamente perdidos para toda ambición honorable”20. Como vigías, harán remolcar el barco diez veces antes de que divisen o casen alguna ballena. Incapaces de las ambiciones del pragmatismo utilitario, un día caerán de la cofa, aunque puede que antes de caer griten, como el personaje de Melville: “¡Rueda, océano profundamente azul y oscuro, rueda!”. Este es el tipo de personaje que inspira algunos de los más memorables de Fresán.
Argie, narrador de “El aprendiz de brujo”, se asemeja al joven platónico de Melville, aunque ya no encarna a un romántico, sino, lo contrario, un desenfadado burletero: “No soy lo que se considera una persona muy ubicada en el contexto real de las cosas”, dice, y se anuncia como una “impresentable aberración”, una “auténtica basura”, una “pérdida de tiempo en constante movimiento”. Argie (apócope burlón de argentino) es un joven que ha sido enviado por sus padres a Londres a hacer un stage de cocina; trabaja como limpiahornos (el rango más bajo) del restaurante Savoy Fair, y allí, Siva, su despótico jefe, le ha declarado la guerra a causa del conflicto de Las Malvinas. Siva es un ridículo inmigrante de la India, acogido por la clase media-alta inglesa a la que defiende a rabiar, sin entender que los ingleses colonialistas fueron y son sus verdugos, no sus redentores. La visión de Argie es distinta: lo que ocurre en su país le tiene más o menos sin cuidado, para él la Argentina no es mucho más que “el culo del mundo”. Este desinterés es muy similar al de otros personajes de Fresán, para quienes, por ejemplo, la Argentina es poco más que su “inexistente país de origen” donde “nadie tiene la más puta idea de lo que está pasando” (como se menciona en los cuentos “La vocación literaria” y “La soberanía nacional”, también pertenecientes a Historia Argentina).
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Así, “El aprendiz de brujo” es una burla y un gesto de radical cuestionamiento a la noción de orden. La trivialización de la condición identitaria, la renuncia a hacer propia una lucha colectiva ajena (la guerra) o la defensa de otra comunidad imaginada como la familia (a la que se critica con igual sorna) son claras señas de la toma de posición de Fresán. Las consignas colectivas, de grandes aspiraciones, las reivindicaciones identitarias y demás motivos tan presentes en la literatura del boom son poco menos que insultadas en la obra de Fresán, por fraudulentas e impositivas, porque, en definitiva, han permitido el triunfo de un orden inauténtico, como el restaurante que preside el chef hindú. En su cruzada contra el orden establecido, Argie tiene la oportunidad de hacer un sabotaje, por lo que planea poner patas arriba toda la cocina antes de la grabación del programa televisivo de Siva. Una vez lo hace, el joven limpiador de hornos contempla, en un instante de plenitud picaresca, que ha conseguido subvertir la organización tiránica del mundillo culinario que se vio forzado a habitar, desestabilizando la estructura del poder, fastidiando al déspota. El aprendiz de brujo ha conseguido ser, al menos por un momento, el Maestro Hechicero.
Cada una de las acciones que reivindican el caos como opción legítima surge de la individualidad crítica y provocadora del joven (ojo, en ningún caso infantilizada o trivial), cuya lucidez y perspicacia le impiden congraciarse con la injusticia o con los principios morales que la sostienen. Y, sin embargo, el joven también es consciente de la condición efímera de aquella vindicación. Al final del cuento, un nuevo chef, aún más ridículo y despótico, “otro perfecto hijo de puta con suerte”, llega a presidir el Savoy Fair, con lo cual “el latido del corazón del universo volvía a su habitual ritmo acelerado”. Así, Fresán cuestiona el mundo homogenizado de las luchas colectivas y de las aspiraciones teleológicas; las descarta con la sorna y vindica el sabotaje y el caos, el acto de fastidiar, durante en un instante de iluminación profana, de subversión al orden establecido de lo real, orden profundamente anclado a la noción de Historia, que es ya a finales de los ochenta, a todas luces, equívoca y despreciable.
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Así, para Fresán, la experiencia vindicativa, la recuperación vitalista, es solo una versión efímera, una representación única, sí, pero efímera de la multiplicidad de lo real, frecuentemente disparatada y dudosa, pero que siempre puede alejarse de los mecanismos hegemónicos —encarnados en el chef que aparecería en tv para contar la historia oficial— que aspiran a la legitimidad. Por lo tanto, la posibilidad de la experiencia genuina ha de cuestionarse a sí misma, burlarse de sí misma y de la historia. Fresán ha renunciado también a la experiencia de la vanguardia artística, puesto que no ve posible su desarrollo en el mundo que habita (en lo cual se hermana con Bolaño) y, entonces, opta por la vindicación del caos como crítica del presente. Los personajes de Fresán, además de ver tras los bastidores (Piglia) y de lanzarse nuevamente a los caminos de la experiencia vital (Bolaño), consagran una alternativa mediante el acto de fastidiar, mediante la provocación que reviste ser agentes del caos dentro del caos que habitan. El acto de fastidiar como herramienta por excelencia para acceder al instante de la redención, para encontrar una forma de habitar el mundo de manera genuina, aunque fugaz, mientras, de fondo, la escena la acompaña, in crescendo, “música para destruir mundos”.
[1] En este texto se basó mi participación en las Primeras jornadas del cuento en Colombia, del Instituto Caro y Cuervo, celebradas en junio de 2021, en Bogotá. Está disponible en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=k4WmaW8ravI.
X. Del acto de fastidiar considerado como una de las bellas artes
Historia argentina (1999), primer libro de cuentos del autor, es su propia fórmula mobydickiana de cuento-cetáceo de la destrucción [1], con la que el escritor debuta en el campo literario latinoamericano y consolida un gesto transgresor: la vindicación del caos tras la debacle de la experiencia anunciada ya desde Piglia y confirmada en Bolaño. En el capítulo 35 de Moby Dick —novela totémica de Rodrigo Fresán que inspira su proyecto artístico—, el narrador explica la importancia de la cofa en el barco ballenero que incluye un comentario desopilante sobre los “jóvenes platónicos” que se embarcan: “Con mucha frecuencia, los capitanes de esas naves reprenden a esos jóvenes filósofos distraídos, llamándoles la atención por no demostrar suficiente «interés» en el viaje y dando a entender que parecen estar desesperadamente perdidos para toda ambición honorable”20. Como vigías, harán remolcar el barco diez veces antes de que divisen o casen alguna ballena. Incapaces de las ambiciones del pragmatismo utilitario, un día caerán de la cofa, aunque puede que antes de caer griten, como el personaje de Melville: “¡Rueda, océano profundamente azul y oscuro, rueda!”. Este es el tipo de personaje que inspira algunos de los más memorables de Fresán.
Argie, narrador de “El aprendiz de brujo”, se asemeja al joven platónico de Melville, aunque ya no encarna a un romántico, sino, lo contrario, un desenfadado burletero: “No soy lo que se considera una persona muy ubicada en el contexto real de las cosas”, dice, y se anuncia como una “impresentable aberración”, una “auténtica basura”, una “pérdida de tiempo en constante movimiento”. Argie (apócope burlón de argentino) es un joven que ha sido enviado por sus padres a Londres a hacer un stage de cocina; trabaja como limpiahornos (el rango más bajo) del restaurante Savoy Fair, y allí, Siva, su despótico jefe, le ha declarado la guerra a causa del conflicto de Las Malvinas. Siva es un ridículo inmigrante de la India, acogido por la clase media-alta inglesa a la que defiende a rabiar, sin entender que los ingleses colonialistas fueron y son sus verdugos, no sus redentores. La visión de Argie es distinta: lo que ocurre en su país le tiene más o menos sin cuidado, para él la Argentina no es mucho más que “el culo del mundo”. Este desinterés es muy similar al de otros personajes de Fresán, para quienes, por ejemplo, la Argentina es poco más que su “inexistente país de origen” donde “nadie tiene la más puta idea de lo que está pasando” (como se menciona en los cuentos “La vocación literaria” y “La soberanía nacional”, también pertenecientes a Historia Argentina).
Le invitamos a leer: Cuento latinoamericano: trece poéticas que fundaron y renovaron el género (IX)
Así, “El aprendiz de brujo” es una burla y un gesto de radical cuestionamiento a la noción de orden. La trivialización de la condición identitaria, la renuncia a hacer propia una lucha colectiva ajena (la guerra) o la defensa de otra comunidad imaginada como la familia (a la que se critica con igual sorna) son claras señas de la toma de posición de Fresán. Las consignas colectivas, de grandes aspiraciones, las reivindicaciones identitarias y demás motivos tan presentes en la literatura del boom son poco menos que insultadas en la obra de Fresán, por fraudulentas e impositivas, porque, en definitiva, han permitido el triunfo de un orden inauténtico, como el restaurante que preside el chef hindú. En su cruzada contra el orden establecido, Argie tiene la oportunidad de hacer un sabotaje, por lo que planea poner patas arriba toda la cocina antes de la grabación del programa televisivo de Siva. Una vez lo hace, el joven limpiador de hornos contempla, en un instante de plenitud picaresca, que ha conseguido subvertir la organización tiránica del mundillo culinario que se vio forzado a habitar, desestabilizando la estructura del poder, fastidiando al déspota. El aprendiz de brujo ha conseguido ser, al menos por un momento, el Maestro Hechicero.
Cada una de las acciones que reivindican el caos como opción legítima surge de la individualidad crítica y provocadora del joven (ojo, en ningún caso infantilizada o trivial), cuya lucidez y perspicacia le impiden congraciarse con la injusticia o con los principios morales que la sostienen. Y, sin embargo, el joven también es consciente de la condición efímera de aquella vindicación. Al final del cuento, un nuevo chef, aún más ridículo y despótico, “otro perfecto hijo de puta con suerte”, llega a presidir el Savoy Fair, con lo cual “el latido del corazón del universo volvía a su habitual ritmo acelerado”. Así, Fresán cuestiona el mundo homogenizado de las luchas colectivas y de las aspiraciones teleológicas; las descarta con la sorna y vindica el sabotaje y el caos, el acto de fastidiar, durante en un instante de iluminación profana, de subversión al orden establecido de lo real, orden profundamente anclado a la noción de Historia, que es ya a finales de los ochenta, a todas luces, equívoca y despreciable.
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Así, para Fresán, la experiencia vindicativa, la recuperación vitalista, es solo una versión efímera, una representación única, sí, pero efímera de la multiplicidad de lo real, frecuentemente disparatada y dudosa, pero que siempre puede alejarse de los mecanismos hegemónicos —encarnados en el chef que aparecería en tv para contar la historia oficial— que aspiran a la legitimidad. Por lo tanto, la posibilidad de la experiencia genuina ha de cuestionarse a sí misma, burlarse de sí misma y de la historia. Fresán ha renunciado también a la experiencia de la vanguardia artística, puesto que no ve posible su desarrollo en el mundo que habita (en lo cual se hermana con Bolaño) y, entonces, opta por la vindicación del caos como crítica del presente. Los personajes de Fresán, además de ver tras los bastidores (Piglia) y de lanzarse nuevamente a los caminos de la experiencia vital (Bolaño), consagran una alternativa mediante el acto de fastidiar, mediante la provocación que reviste ser agentes del caos dentro del caos que habitan. El acto de fastidiar como herramienta por excelencia para acceder al instante de la redención, para encontrar una forma de habitar el mundo de manera genuina, aunque fugaz, mientras, de fondo, la escena la acompaña, in crescendo, “música para destruir mundos”.
[1] En este texto se basó mi participación en las Primeras jornadas del cuento en Colombia, del Instituto Caro y Cuervo, celebradas en junio de 2021, en Bogotá. Está disponible en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=k4WmaW8ravI.