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                                                                                                                                El cuento latinoamericano: trece poéticas que fundaron y renovaron el género (XI)

                                                                                                                                Presentamos la undécima parte de una serie de entregas que publicaremos sobre poéticas que han sido cruciales para el desarrollo del cuento en América Latina. Esta vez, el texto será sobre Evelio Rosero.

                                                                                                                                Alejandro Alba García/ aalbag@unal.edu.co

                                                                                                                                Evelio Rosero afirma que “un pueblo sin lectores está sin reflexión, sin criterio; por eso hay que humanizar la lectura, sobre todo en estos tiempos de tecnología, de velocidad e internet”.
                                                                                                                                Foto: EFE/ Penguin Random House
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Un alegato inicial: en Eichmann en Jerusalen (1961), Hannah Arendt analiza de manera sumamente crítica el juicio del funcionario nazi y plantea allí una categoría aterradora: la banalidad del mal. Arendt demuestra, en suma, que cualquier persona, de cualquier situación intelectual, género, posición económica, etc., pudo haber sido Eichmann (o al revés). Es decir, la maldad es considerada por la filósofa como un fenómeno banalizado en la modernidad, convertido en automatismo: no se necesita un pasado perturbardor, historial antisemita o militarista, o haber sido un criminal para ser responsable de la ejecución de miles de personas, durante años. La instrumentalización del ser humano ha llegado a tal punto a mediados del siglo XX que el hombre “comete sus delitos en circunstancias que casi le impiden saber o intuir que realiza actos de maldad”, dice Arendt. Suponemos entonces que la instrumentalización no solo despoja a las víctimas de su condición humana (reificación), sino que también opera en los victimarios. Esta no constituye una defensa de la dirigencia nazi (como se pensó, fruto de una lectura equívoca, hecha por algunos críticos de Arendt), sino una denuncia de un malestar superior a la personalización del mal. Es más fácil decir que hay algunas manzanas podridas que suponer que toda una cultura ha creado seres potencialmente monstruosos. Esa es, de fondo, la cuestión. ¿Qué hacer ante ese panorama?

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Le invitamos a leer: Gabriela Forero: La Oficina, un espacio más allá del feminismo

                                                                                                                                Esta toma de posición del autor se puede leer en “Palomas celestiales” mediante una problematización temática: otra vuelta de tuerca al planteamiento sobre el mal de Arendt, pero con la forma del humor corrosivo y profundamente irónico. En este cuento, Rosero apuesta por un juego de sátiras tragicómicas, poco visto en el cuento colombiano de la época, que mina la realidad de la historia de un país contemporaneo, en el sentido que Fernando Cruz Kronfly da a este término: un sincretismo, o una hibridación, entre lo posmoderno, lo moderno y lo premoderno, como también lo planteó el gran Rubén Jaramillo Vélez.[2]

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El final del cuento consagra la ironía: a Leo Quintero, único sobreviviente de los secuestradores, y a quien las chicas dejan maltrecho y tuerto, le parece que esas 34 adolescentes, que masacran a sus cómplices, son unas pobres “palomas celestiales”. El mal banalizado gobierna ambos lados del crimen. La tentativa del secuestro y el doble homicidio cometido por un grupo de niñas son ocultados: “Del incidente nunca se supo, nada se hizo público. Se impuso la urgencia del colegio y los padres de familia por encubrirlo todo”, explica el narrador. Como en Arlt, como en Piglia, todo termina por ser incomunicable ante el periodismo y la ley. Solo se puede contar en la cárcel —ironía final— un relato desquiciado e infame a cambio de un aguardiente.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Evelio Rosero afirma que “un pueblo sin lectores está sin reflexión, sin criterio; por eso hay que humanizar la lectura, sobre todo en estos tiempos de tecnología, de velocidad e internet”.
                                                                                                                                Foto: EFE/ Penguin Random House
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Un alegato inicial: en Eichmann en Jerusalen (1961), Hannah Arendt analiza de manera sumamente crítica el juicio del funcionario nazi y plantea allí una categoría aterradora: la banalidad del mal. Arendt demuestra, en suma, que cualquier persona, de cualquier situación intelectual, género, posición económica, etc., pudo haber sido Eichmann (o al revés). Es decir, la maldad es considerada por la filósofa como un fenómeno banalizado en la modernidad, convertido en automatismo: no se necesita un pasado perturbardor, historial antisemita o militarista, o haber sido un criminal para ser responsable de la ejecución de miles de personas, durante años. La instrumentalización del ser humano ha llegado a tal punto a mediados del siglo XX que el hombre “comete sus delitos en circunstancias que casi le impiden saber o intuir que realiza actos de maldad”, dice Arendt. Suponemos entonces que la instrumentalización no solo despoja a las víctimas de su condición humana (reificación), sino que también opera en los victimarios. Esta no constituye una defensa de la dirigencia nazi (como se pensó, fruto de una lectura equívoca, hecha por algunos críticos de Arendt), sino una denuncia de un malestar superior a la personalización del mal. Es más fácil decir que hay algunas manzanas podridas que suponer que toda una cultura ha creado seres potencialmente monstruosos. Esa es, de fondo, la cuestión. ¿Qué hacer ante ese panorama?

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El final del cuento consagra la ironía: a Leo Quintero, único sobreviviente de los secuestradores, y a quien las chicas dejan maltrecho y tuerto, le parece que esas 34 adolescentes, que masacran a sus cómplices, son unas pobres “palomas celestiales”. El mal banalizado gobierna ambos lados del crimen. La tentativa del secuestro y el doble homicidio cometido por un grupo de niñas son ocultados: “Del incidente nunca se supo, nada se hizo público. Se impuso la urgencia del colegio y los padres de familia por encubrirlo todo”, explica el narrador. Como en Arlt, como en Piglia, todo termina por ser incomunicable ante el periodismo y la ley. Solo se puede contar en la cárcel —ironía final— un relato desquiciado e infame a cambio de un aguardiente.

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Por Alejandro Alba García/ aalbag@unal.edu.co

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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