El Dalái Lama, un hombre de paz
El líder espiritual del Tíbet recibió en 1989 el Premio Nobel de Paz por su lucha “no violenta”. Treinta tres años después aún sigue buscando la autonomía de su pueblo.
Cuando Tenzin Gyatso nació el 6 de julio de 1935 parecía que su destino ya estaba decidido. Era tan solo un niño de cuatro años cuando le dijeron que sería el decimocuarto dalái lama, el líder espiritual del budismo tibetano. Al parecer Thubten Gyatso, el anterior dalái lama, había reencarnado en él. Un sueño había definido el rol que debía ejercer por el resto de sus días. Jamphel Yeshe Gyaltsen, quien se desempeñaba como Regente del Tíbet, soñó con una casa con techo azul en donde se encontraba un perro acompañado de un niño sentado debajo de un pórtico. Entonces, en 1937, unos monjes se fueron a Amdo, una provincia cultural del Tíbet, a buscar al nuevo tulku, dalái lama. En Taktser, un poblado de Amdo, encontraron una vivienda que reunía las condiciones que había descrito Gyaltsen.
Dentro de la comitiva también se encontraba el cuarto Kewtsang Rinpoche, un maestro espiritual que pertenecía al Monasterio Taktsang Palphug. Cuando Tenzin Gyatso lo vio al parecer dijo que era “un monje de Sera”. Así que el niño fue sometido a un par de pruebas que permitieran verificar que efectivamente él era la reencarnación del dalái lama. Todas ellas las pasó.
Pasaron trece años y Gyatso ahora tenía quince, y ahora también tenía que cargar con una responsabilidad adicional, de esas que no suelen tener los jóvenes de su edad: ser el jefe de gobierno del Tíbet. Pero la guerra era la protagonista en los tiempos en los que había asumido el poder, pues tropas chinas habían invadido su pueblo. Entonces, a corta edad se vio presionado a firmar un papel que acabaría definitivamente con la independencia del Tíbet: un acuerdo de diecisiete puntos, ese que oficializaba la anexión de la región a China.
Le invitamos a leer: Rollo May, el existencialista del mito y el sentido (I)
A sus veintitrés años quedó en medio de un montaje teatral. El gobierno de la República Popular de China, en cabeza de Mao Zedong, lo invitó a presenciar una obra de danza en Lhasa, un plan que al parecer se había orquestado para secuestrarlo, así que tuvo que huir. Entonces, terminó exiliado en India en 1959, a partir de ese momento pasó a ser jefe de gobierno en exilio, título al que renunció en 2011, cuando decidió que solo sería líder espiritual.
Sesenta y tres años después, el Tíbet todavía sigue bajo el dominio de China. Hasta 1999 el Dalái Lama sostuvo diálogos con China, pues quería recuperar la independencia de su pueblo, intentos que no tuvieron éxito. En el 2008, admitió que aquello no sería posible, así que se interesó por lograr al menos una autonomía verdadera de los tibetanos, petición que no fue escuchada por el gobierno chino.
Su lucha ha sido no violenta y ha creído que se necesita de la cooperación de las naciones, los grupos étnicos y las religiones para alcanzar algún día la paz mundial. Por eso, a lo largo de todos estos años, ha sostenido encuentros con líderes culturales, políticos y religiosos, entre otros.
Le recomendamos leer: Stephen King: cinco obras para acercarse a su mundo terrorífico
En 1989, se le otorgó el Premio Nobel de Paz “por su lucha en pro de la liberación del Tíbet y consecuentemente haberse opuesto al uso de la violencia. En cambio, él ha abogado por soluciones pacíficas basadas en la tolerancia y el respeto mutuo a fin de preservar el patrimonio histórico y cultural de su pueblo”.
“No importa de qué parte del mundo venimos, todos somos básicamente los mismos seres humanos. Todos buscamos la felicidad y tratamos de evitar el sufrimiento. Tenemos las mismas necesidades humanas esenciales y las preocupaciones derivadas de ellas. Todos nosotros, seres humanos, queremos la libertad y el derecho de determinar nuestro propio destino como individuos y como pueblos”, fueron algunas de las palabras que pronunció el líder espiritual del Tíbet durante su discurso de aceptación del Nobel de Paz.
Y hoy, en el Día Internacional de la Paz, se pronunció a través de sus redes sociales con un llamado hacía la unión y la empatía entre las personas. “A medida que lleguemos a reconocer la unidad de la humanidad, nuestra motivación para encontrar la paz se fortalecerá. Las hermanas y los hermanos deben compartir el sufrimiento del otro. El respeto mutuo, la confianza y la preocupación por el bienestar de los demás es una mejor esperanza para una paz mundial duradera”.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖
Cuando Tenzin Gyatso nació el 6 de julio de 1935 parecía que su destino ya estaba decidido. Era tan solo un niño de cuatro años cuando le dijeron que sería el decimocuarto dalái lama, el líder espiritual del budismo tibetano. Al parecer Thubten Gyatso, el anterior dalái lama, había reencarnado en él. Un sueño había definido el rol que debía ejercer por el resto de sus días. Jamphel Yeshe Gyaltsen, quien se desempeñaba como Regente del Tíbet, soñó con una casa con techo azul en donde se encontraba un perro acompañado de un niño sentado debajo de un pórtico. Entonces, en 1937, unos monjes se fueron a Amdo, una provincia cultural del Tíbet, a buscar al nuevo tulku, dalái lama. En Taktser, un poblado de Amdo, encontraron una vivienda que reunía las condiciones que había descrito Gyaltsen.
Dentro de la comitiva también se encontraba el cuarto Kewtsang Rinpoche, un maestro espiritual que pertenecía al Monasterio Taktsang Palphug. Cuando Tenzin Gyatso lo vio al parecer dijo que era “un monje de Sera”. Así que el niño fue sometido a un par de pruebas que permitieran verificar que efectivamente él era la reencarnación del dalái lama. Todas ellas las pasó.
Pasaron trece años y Gyatso ahora tenía quince, y ahora también tenía que cargar con una responsabilidad adicional, de esas que no suelen tener los jóvenes de su edad: ser el jefe de gobierno del Tíbet. Pero la guerra era la protagonista en los tiempos en los que había asumido el poder, pues tropas chinas habían invadido su pueblo. Entonces, a corta edad se vio presionado a firmar un papel que acabaría definitivamente con la independencia del Tíbet: un acuerdo de diecisiete puntos, ese que oficializaba la anexión de la región a China.
Le invitamos a leer: Rollo May, el existencialista del mito y el sentido (I)
A sus veintitrés años quedó en medio de un montaje teatral. El gobierno de la República Popular de China, en cabeza de Mao Zedong, lo invitó a presenciar una obra de danza en Lhasa, un plan que al parecer se había orquestado para secuestrarlo, así que tuvo que huir. Entonces, terminó exiliado en India en 1959, a partir de ese momento pasó a ser jefe de gobierno en exilio, título al que renunció en 2011, cuando decidió que solo sería líder espiritual.
Sesenta y tres años después, el Tíbet todavía sigue bajo el dominio de China. Hasta 1999 el Dalái Lama sostuvo diálogos con China, pues quería recuperar la independencia de su pueblo, intentos que no tuvieron éxito. En el 2008, admitió que aquello no sería posible, así que se interesó por lograr al menos una autonomía verdadera de los tibetanos, petición que no fue escuchada por el gobierno chino.
Su lucha ha sido no violenta y ha creído que se necesita de la cooperación de las naciones, los grupos étnicos y las religiones para alcanzar algún día la paz mundial. Por eso, a lo largo de todos estos años, ha sostenido encuentros con líderes culturales, políticos y religiosos, entre otros.
Le recomendamos leer: Stephen King: cinco obras para acercarse a su mundo terrorífico
En 1989, se le otorgó el Premio Nobel de Paz “por su lucha en pro de la liberación del Tíbet y consecuentemente haberse opuesto al uso de la violencia. En cambio, él ha abogado por soluciones pacíficas basadas en la tolerancia y el respeto mutuo a fin de preservar el patrimonio histórico y cultural de su pueblo”.
“No importa de qué parte del mundo venimos, todos somos básicamente los mismos seres humanos. Todos buscamos la felicidad y tratamos de evitar el sufrimiento. Tenemos las mismas necesidades humanas esenciales y las preocupaciones derivadas de ellas. Todos nosotros, seres humanos, queremos la libertad y el derecho de determinar nuestro propio destino como individuos y como pueblos”, fueron algunas de las palabras que pronunció el líder espiritual del Tíbet durante su discurso de aceptación del Nobel de Paz.
Y hoy, en el Día Internacional de la Paz, se pronunció a través de sus redes sociales con un llamado hacía la unión y la empatía entre las personas. “A medida que lleguemos a reconocer la unidad de la humanidad, nuestra motivación para encontrar la paz se fortalecerá. Las hermanas y los hermanos deben compartir el sufrimiento del otro. El respeto mutuo, la confianza y la preocupación por el bienestar de los demás es una mejor esperanza para una paz mundial duradera”.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖