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El defensor central de la redacción

El miércoles 16 de noviembre Fidel Cano Correa, director de este diario, recibió el Premio Simón Bolívar a la Vida y Obra. Luego de ser galardonado en 2006 con el premio a Periodista del Año, hoy se reconoce su trayectoria y compromiso con el oficio.

17 de noviembre de 2022 - 01:18 a. m.
Fidel Cano Correa es el director del periódico El Espectador desde el año 2004.
Fidel Cano Correa es el director del periódico El Espectador desde el año 2004.
Foto: @ Juan Esteban Duque - Juan Esteban Duque
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No sé cuál de los momentos fue mejor: si escuchando a Humberto de Jesús que “iba yo paseando, vidrieras mirando, cuando te vi”, con el coro de la redacción después del cierre en una época plena de noticias y abrazos; o una de tantas noches entre pruebas y fotos, titulando en primera y escuchando a los reporteros relatar la memoria de sus chivas; o la mañana en la que Carolina Abad, con su majestad a bordo, rompió el protocolo con la primicia: Fidel Cano había sido nombrado director de El Espectador.

Corría el año 2004 y entre trasnochos y chiviadas, desde su regreso al diario en calidad de editor general habían transcurrido 45 meses. Se cumplió, de paso, un vaticinio más longevo, el de quienes lo vieron partir a Estados Unidos a principio de los años 90 y lo conocían desde niño vendiendo El Fideloncito, que revelaba secretos. Algún día iba a volver. Lo hizo en un momento de zozobra y borrasca. De forzosa transición a semanario con la gente en shock. De dos ediciones diarias a una los domingos y la mitad de la redacción buscando trabajo.

Su prioridad fue unir, lo promovió desde el ejemplo y lo plasmó en un proceso de apoyo a redactores y practicantes que se volvieron editores. Una escuela desplegada desde el paradigma de la disciplina y su breve consejo: no extraviarse en la franja lunática. En 2008, cuando el periódico recobró su identidad de diario, en la redacción volvió a temblar. Había que aumentar el grifo de la opinión y acelerar la escritura. Como un equipo en pretemporada, con pifias y colgados, lo logró editorializando, sumando voces y jugando fútbol.

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Muchos momentos para calibrar al país y sus enardecidas emociones, pero también para probar que se juega en la cancha como se vive. Y semana a semana, quienes lo han enfrentado o lo han visto en pantaloneta y guayos en el terreno de juego saben a lo que se atienen. Un defensor del corte Ruggeri, seguro, pero sin delicadezas y ordenando: “Afuera”. Y todos a provocar el fuera de lugar con la misma insistencia de causarlo a los corruptos y violentos desde el periodismo. O de repente delantero, forcejeando con los rivales, como en el río revuelto de las noticias rebuscando un gol.

Fue periodista deportivo y sabe que la vida es una baraja de victorias y derrotas, y que una semana serena es empate. Las primeras se gozan en público, las segundas se expían en privado. Y ante una redacción variopinta que rivaliza en colores, su polo a tierra es rojo santafereño sin joder a nadie, pero con la camiseta puesta cerrando la edición antes de salir al estadio. Sintonizado con el partido, pero conectado al corazón de El Espectador y sus arterias, con su infaltable insistencia: llamar a los aludidos y dar crédito a todo periódico, estación radial, portal, persona o canal que lo solicite o merezca.

Al día siguiente, gane o pierda, vuelve a encerrarse en su oficina, en su conciencia, a almorzar solo muchas veces o con María Isabel Barbosa, su asistente, porque debe dejar a punto las páginas editoriales, leer la edición completa y advertir lo que hace falta. Vive tan ocupado defendiendo a la redacción y promoviendo derechos y libertades, que a veces entra y sale sin preguntas. Cano, como lo llaman algunos, Fidelito, como le dicen otros, observa, escucha y no interviene en los duelos personales. Su licencia es que todos tengan el mismo derecho a entrar a su oficina a proponer.

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Difícilmente dice no, por lo general acoge las propuestas con gestos de sus cejas o su boca, pero no hay manera de que ceda un hashtag en su noción de independencia, o que se abra paso una sola iniciativa que no sume trabajo, criterio y responsabilidad. Así han germinado muchos emprendimientos, reportajes, columnas, canales de opinión o cubrimientos especiales. Todos nacidos de su confianza. Lo demás es el teatro de la vida que circula en el periodismo y que Fidel Cano expone semanalmente en su Redacción al Desnudo para reconocer una parte esencial del oficio: las metidas de pata.

Como tesoros del diario, en una época se coleccionaban las frases de antología de los reporteros lo mismo que los primeros párrafos memorables, plenos de poesía y rebusque. Ahora semanalmente él se encarga de evidenciar que el periodismo se equivoca a diario, pero constituye un torrente de vida para una nación libre. No importa si un fiscal llega pechando como bravucón de barrio, los funcionarios llamen indignados o los generales se aparezcan entre nubes de escoltas a defender lo indefendible. El periodismo es coraje y es una condición que Fidel Cano honra desde su silencio.

En él caben los colegas de ayer y de hoy, que reconocen desde sus desvelos hasta sus cabezazos. Y como no le gusta bailar ni dejarse envolver entre hojas de lisonjas, quienes lo abordan con mininas intenciones a interrumpir su rumba deben saber que los decibeles de su goce lo vuelven un afilado repentista de guillotina burletera. Después se impone el anfitrión y su repertorio de recuerdos de generosa trastienda. De esas horas de tercer tiempo que también nos protegen para la vida en el cuentagotas del destino, quedan vibrantes gestos de amistad que agradecemos complacidos.

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Por Jorge Cardona

Editor general de El Espectador desde 2005. Previamente fue jefe de redacción, editor de la Unidad de Paz, así como editor y redactor judicial. En 2006 recibió la distinción a un Editor, concedida por la Fundación Gabo, y en 2020 premio a Vida y Obra del Premio Simón Bolívar. Catedrático universitario desde hace 30 años.jecardona@elespectador.com

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