El delfinazgo colombiano (La cultura de la democracia)
Los próximos comicios en Colombia abren un debate que es de vieja data en el país: los delfines en la política. Esta figura, que representa la herencia del poder entre miembros de algunas de las familias que lo han ostentado, despierta preguntas sobre la política colombiana.
María José Noriega Ramírez
Son las cinco de la tarde de un domingo de febrero. Estamos a tres semanas de las elecciones en las que se elegirá un nuevo Congreso, así como los nombres de los candidatos que entrarán en una nueva etapa en la carrera electoral por la Presidencia, representando al Pacto Histórico, la Coalición Centro Esperanza y al Equipo por Colombia. Hay quienes estarán pensando por quién votar, otros ya lo saben o simplemente hay algunos que aún no tienen certeza de qué hacer, pero lo cierto es que los políticos, sin importar sus colores y banderas, están en busca de lo mismo: votos. En medio de ello, caminando por Bogotá, me entregan un volante. La cara me es familiar: es la misma en la que confiaron mis padres hace 33 años, es la misma a la que iban a apoyar en la carrera presidencial de 1990.
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Son las cinco de la tarde de un domingo de febrero. Estamos a tres semanas de las elecciones en las que se elegirá un nuevo Congreso, así como los nombres de los candidatos que entrarán en una nueva etapa en la carrera electoral por la Presidencia, representando al Pacto Histórico, la Coalición Centro Esperanza y al Equipo por Colombia. Hay quienes estarán pensando por quién votar, otros ya lo saben o simplemente hay algunos que aún no tienen certeza de qué hacer, pero lo cierto es que los políticos, sin importar sus colores y banderas, están en busca de lo mismo: votos. En medio de ello, caminando por Bogotá, me entregan un volante. La cara me es familiar: es la misma en la que confiaron mis padres hace 33 años, es la misma a la que iban a apoyar en la carrera presidencial de 1990.
“Si quiere votar por nosotros, solo debe marcar nuestro logo”, me dice un voluntario sin dar mayores precisiones, mientras está rodeado de unos jóvenes que en sus camisetas blancas tenían el mismo símbolo estampado. Es casi imposible que dicho rostro se borre de la mente, aun cuando mis ojos nunca lo vieron directamente. Es Luis Carlos Galán Sarmiento, cómo no reconocerlo, y su imagen está acompañada de un nombre que no se puede disociar de su figura: el Nuevo Liberalismo. Las elecciones de 2022 marcan el regreso de un partido político que vio morir como un mártir a uno de sus fundadores, cuando se perfilaba como el candidato del Partido Liberal para ganar las elecciones de 1990, comicios que pasaron a la historia porque tres de sus aspirantes, Bernardo Jaramillo Ossa, candidato por la Unión Patriótica; Carlos Pizarro Leongómez, de la Alianza Democrática M19, y Luis Carlos Galán Sarmiento, fueron asesinados.
Carlos Fernando Galán Pachón, desde el Senado, y Juan Manuel Galán Pachón, desde la Presidencia de la República, buscan retomar las banderas de su padre. Este último dijo: “Su asesinato ha sido la razón por la que decidí hacer política: para mantener vivas sus ideas. Sin embargo, no les pido que voten por mí por eso, les pido que lo hagan porque soy quien realmente defiende las ideas liberales, que están huérfanas desde hace décadas en Colombia”. Algunos nombres de líderes y políticos de pensamiento liberal que fueron blanco de la violencia de la segunda mitad del siglo pasado, como Rodrigo Lara Bonilla, Martín Torres, Luis Silva (desaparecido), Guillermo Cano Isaza y el mismo Luis Carlos Galán Sarmiento, refuerzan el discurso con el que el Nuevo Liberalismo busca conquistar las urnas en su primera aspiración electoral del siglo XXI.
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Frases pronunciadas por Galán Sarmiento, como “el viaje continúa, con la misma brújula, con el mismo destino”; “viene la oportunidad de cambiarle el rumbo al país”; “la fuerza del pueblo está en la conciencia de sus derechos, en la conciencia de sus deberes, en la comprensión de que Colombia está iniciando otra época histórica” y “a los hombres se les puede eliminar, pero a las ideas no”, se escuchan en un video publicado en el perfil oficial del partido político en Instagram, donde a la par hablan los integrantes del equipo actual del Nuevo Liberalismo, quienes aspiran a ocupar unos escaños en el poder Legislativo y llegar a la Casa de Nariño. La descripción de la publicación dice: “Somos su partido, representamos sus ideas y luchamos sus batallas”.
Sin embargo, Galán no es el único apellido que resuena en la política nacional. Santos, Lleras, Pastrana, López, Valencia, Gómez y Ospina (aunque estos últimos con menos frecuencia), entre otros, resultan familiares, pues muestran la herencia del poder político que se ha dado de generación en generación entre algunas familias del país. Los delfines, término que se usaba en Francia para denominar al hijo del rey que era el legítimo heredero del trono, es como se les conoce a estos descendientes. Para Andrés Dávila, profesor titular del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Javeriana, este rasgo de la política colombiana es reflejo “de un sistema político oligárquico. Muestra la poca movilidad social y una sociedad que es elitista”. Para él, estas figuras llegan más rápido a las esferas del poder, pues “tienen votantes consolidados con relaciones clientelares”, y son una de las razones por las que el país no ha tenido gobiernos de izquierda. Sin embargo, no desconoce que al ser personas que se han formado en el poder, pueden tener una mayor experiencia en manejarlo.
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David Racero, representante a la Cámara por Bogotá y candidato del Pacto Histórico, dice que “el principal mérito de los delfines es contar con el apellido de algún político que ha tenido poder en el Estado, ya sea a nivel nacional o local (donde se ha visto que los vínculos con actores ilegales se pueden desatar). Ahora bien, nadie tiene la culpa de ser hijo de su padre, el tema aquí es que el delfín es aquella persona que hereda el capital político de sus antecesores”. A su parecer, Colombia tiene una gran tradición de delfinazgos, de grandes familias que tienen poder acumulado, y eso muestra “un cerramiento de la democracia. Tal vez, esta es una de las razones por las cuales la exclusión política ha derivado en violencia”, agrega.
En una columna de opinión publicada por Olga Behar en The Washington Post, titulada “Herederos de la política en Colombia: ¿delfines del poder o huérfanos de una esperanza asesinada?”, se lee que “la descendencia de exlíderes políticos y sociales colombianos ha creado una nueva generación política. Estos herederos, o delfines, son quienes le están dando forma al presente y al futuro del país”. Nombres hay varios: los Galán, Rodrigo Lara Restrepo, quien recientemente tuvo roces con las cabezas del Nuevo Liberalismo; Horacio José Serpa, hijo del varias veces candidato presidencial Horacio Serpa; Gabriel Santos, hijo de Francisco Santos, y Paloma Valencia, nieta del expresidente Guillermo León Valencia, entre otros.
Ahora, y luego de que se le reconociera la personería jurídica en 2021, el Nuevo Liberalismo vuelve a la arena electoral. Pero ¿por qué en 2022? Según Dávila, esto responde a un cambio en la jurisprudencia del Consejo Nacional Electoral (CNE), que está en consonancia con las negociaciones de paz y la firma del Acuerdo Final. En ese contexto, se le está dando vida a varias fuerzas políticas que buscan resurgir, como el Movimiento de Salvación Nacional, fundado por Álvaro Gómez Hurtado, y la Unión Patriótica, que hoy apoya la candidatura presidencial de Gustavo Petro. No es raro, entonces, leer en la columna de Behar a un Juan Manuel Galán que en 2020 decía: “Más que delfines, somos huérfanos de una esperanza que fue asesinada, la esperanza de toda una generación de colombianos que se sentía interpretada por Luis Carlos Galán, por su movimiento Nuevo Liberalismo, que representaba una amenaza para el establecimiento tradicional de la política colombiana”.
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Aunque las lógicas han cambiado, y el país de hoy no es el mismo del de hace treinta años, Colombia sigue viviendo en medio de la violencia, la corrupción y la desigualdad, problemáticas que parecen una constante en la historia nacional y en el discurso de los políticos. Las redes sociales se han convertido en un instrumento de propaganda para amplificar los símbolos y los mensajes que se quieren traducir próximamente en votos. Entretanto, mientras unos se aferran a algunas figuras del pasado, otros abogan por “no votar por los mismos de siempre”.