El hombre que detuvo a Federico García Lorca
En esta cuarta entrega de los artículos sobre las obras, las entrevistas, la vida y la muerte de Federico García Lorca, basados en el libro “Palabra de Lorca”, de Rafael Inglada, con la colaboración de Víctor Fernández, presentamos la segunda parte de la versión que Luis Rosales, amigo de infancia de García Lorca y uno de los sospechosos de su muerte, le dio a Cipriano Rivas Cherif 20 años después del asesinato del poeta, y que fue escrita por éste y publicada en tres capítulos por el Excelsior de México en 1957.
Fernando Araújo Vélez
El día que el escritor y diplomático Luis Rosales fue a la casa de la huerta de la familia de Federico García Lorca, agosto del 36, como llamado a consejo urgente ante las amenazas y peligros que vivía el poeta, la hermana le dijo con absoluta claridad que era urgente sacarlo de Granada. Él le respondió que por supuesto, que estaba de acuerdo, y en sus propias palabras, se ofreció “a ello en el acto”. Partes de la ciudad, le contaría al director de teatro Cipriano Rivas Cherif casi 20 años más tarde, aún eran “tierra de nadie, sin soldados todavía de una y otra parte. Yo podía llevarlo, sacándolo en salvo, a donde pudiera fácilmente ponerse ‘del otro lado’”.
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El día que el escritor y diplomático Luis Rosales fue a la casa de la huerta de la familia de Federico García Lorca, agosto del 36, como llamado a consejo urgente ante las amenazas y peligros que vivía el poeta, la hermana le dijo con absoluta claridad que era urgente sacarlo de Granada. Él le respondió que por supuesto, que estaba de acuerdo, y en sus propias palabras, se ofreció “a ello en el acto”. Partes de la ciudad, le contaría al director de teatro Cipriano Rivas Cherif casi 20 años más tarde, aún eran “tierra de nadie, sin soldados todavía de una y otra parte. Yo podía llevarlo, sacándolo en salvo, a donde pudiera fácilmente ponerse ‘del otro lado’”.
En medio de la conversación, de los ofrecimientos y los ruegos, e incluso de las discusiones y del temor, García Lorca “se negó terminantemente. Le daba espanto verse solo, a campo traviesa, en una tierra que por no ser de nadie, se le prometía un desierto sin abrigo”, en palabras de Rosales. Luego, entre ideas y opiniones, algunas hasta subidas de tono, alguien sugirió que se podía ir a la casa de Manuel de Falla, con quien García Lorca había entablado una profunda amistad, y más allá de ella, con quien había reivindicado el arte andaluz. De Falla había compuesto la música de El Amor Brujo, una canción del fuego fatuo, como decía la partitura original. Cuando se conocieron, los dos ya eran celebridades en España.
De Falla era amigo y compañero de trabajos de Igor Stravinski, y mantenía buenas relaciones con Maurice Ravel, Claude Debussy, Pablo Picasso e Isaac Albéniz, entre otros artistas de comienzos del sigo XX. Algunos de ellos le insinuaron que se dedicara a rescatar la música de Andalucía, y tiempo después, pasada la guerra, estuvieron al tanto de sus andanzas cuando De Falla se fue a vivir a Argentina, donde falleció en 1946. Al oír su nombre, García Lorca gritó que “No, no, de ninguna manera. En primer lugar, Falla está molesto conmigo desde la ‘Oda al Sacramento’. Le había parecido heterodoxa. Pero además, no, lo molestarían a él. Han venido a buscarme, me han insultado de lo peor, me han amenazado si me voy. No, a casa de Falla, no”.
Silencio. Duda. Temor. Pasados unos instantes, la hermana de García Lorca le preguntó a Rosales si se podía ir a su casa con él. Comentó que a fin de cuentas, aquella casa había sido la suya desde la infancia, que había pasado muchos momentos inolvidables allá. Rosales, en versión de Rivas Cherif, aclaró que no se había atrevido a sugerir aquella opción, “porque se trataba de hacerlo salir”. Al final, todos estuvieron de acuerdo, “y a mi casa se vino conmigo. En ella llevaba unos días cuando se presentaron nuevamente a buscarlo en la huerta los mismos que lo habían amenazado”. Cuando no lo encontraron, gritaron que le habían advertido que no se fuera de Granada, que de cualquier modo lo iban a hallar y que entonces “lo pasaría mal”.
“La hermana los interrumpió, creyendo lo mejor el engañarlos con la verdad: ‘No, no se ha marchado. Ha salido. A casa de Rosales. A leerle unos versos. Fueron a mi casa. Estaba solamente la criada (de ahí la confusión al atribuirle la delación). No supo negar que estuviera allí Federico. Se lo llevaron. Cuando llegamos los demás a la hora de mi indignación. El padre de Federico, junto con el mío, salieron a buscarlo por cuantos sitios creyeron que podían haberlo llevado”. De acuerdo con las palabras de Luis Rosales, su hermano le había informado que estaba en la sede del Gobierno Militar. “Allá me fui -le dijo a Rivas Cherif-. Llego al Gobierno: ‘¿Quién ha atropellado mi casa y sacado de ella a Federico?’. Se adelantó quien era: “¡Yo!. Tal me puse que el propio gobernador me aconsejó que me fuera a casa”.
Ian Gibson, profundo investigador de la vida y muerte de García Lorca, escribió en junio del 2007 en el prefacio de su libro “El hombre que detuvo a García Lorca”, que aquel que había detenido al poeta era Ramón Ruiz Alonso. “Ramón Ruiz Alonso, diputado por Granada de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) —la gran coalición liderada por José María Gil Robles, ganadora de las elecciones de 1933—, nunca negó haber sido quien detuvo a Federico García Lorca en la casa de la familia Rosales en agosto de 1936, un mes después de iniciada la guerra, y lo llevó al cercano Gobierno Civil. Nunca lo negó… pero siempre añadía que lo hizo obedeciendo órdenes del gobernador civil rebelde, el comandante José Valdés Guzmán. En cuanto a la denuncia responsable de la detención del poeta, afirmaba tajantemente no haber tenido nada que ver con ella. Tampoco estaba dispuesto a asumir responsabilidad alguna por lo que le ocurrió al autor de Bodas de sangre a partir del momento en que lo dejó, acompañado de uno de los hermanos Rosales, en el Gobierno Civil”.
Ni Ruiz Alonso, ni el gobernador Valdez, ni Gil Robles, ni los hermanos falangistas de Rosales, ni el general Espinosa, la máxima autoridad militar de la provincia, ni los Alba, que salían descritos y casi que pintados en la última obra de García Lorca, La casa de Bernarda Alba, ni el más extremista de las derechas o el más radical de las izquierdas y de los “rojos” cargaron con la pesada e histórica carga de la muerte de Federico García Lorca. Solo Luis Rosales volvió a aparecer una y mil veces en las investigaciones y los textos de los diarios, e incluso su nombre dio vueltas y vueltas en documentales y películas que relataban la muerte del poeta, y en infinidad de suposiciones sobre las razones y los autores de su asesinato. Al final de su charla con Rivas Cherif, Rosales le dijo que lo autorizaba a que contara todo lo que le había dicho.
“Sí, no solo le autorizo a que cuente cuanto le he dicho sino que se lo ruego”, fue lo que escribió exactamente Rivas sobre las últimas palabras de Luis Rosales. “Quedamos en que yo procuraría transcribir lo más exactamente que pudiera lo que acababa de decirme y que se lo mandaría a La Habana, adonde se volvían Rosales y su acompañante al día siguiente; para que una vez comprobada mi exactitud con su firma, viera yo de publicarlo. Yo cumplí lo prometido, pero nunca recibí contestación de Rosales de La Habana, ni de ninguna parte. Tampoco volví a escribirle. Andando el tiempo, y no mucho, tuve ocasión, por otra persona que me merece amistad y confianza, de saber hasta qué punto era cierto, pero no completo, el relato de Luis Rosales”.