El día que conocí a Henry Fiol
El cantante y compositor estadounidense Henry Fiol, antes de dedicarse a la música, fue profesor de arte y con su educación en este campo creaba las portadas de sus LP.
Eduardo Márceles Daconte
Un día del verano de 1995, llegó a nuestro apartamento del East Village, en Nueva York, Rubén Darío Cano, artista visual y restaurador de inmuebles, con un amigo que, según me había anticipado, era un famoso cantante y músico de salsa. No quiso elaborar más sobre el personaje porque quería darme una sorpresa. Así fue, cuando abrí la puerta me encontré de frente con Cano y Henry Fiol, felices de ver mi cara de asombro ante un personaje que había admirado siempre desde mi época bogotana, cuando solía frecuentar la salsoteca El Goce Pagano y otros rumbeaderos similares. Además, a la hora de partir para Shanghái (China), en febrero de 1986, mi amiga Estrella de los Ríos me regaló un casete con una selección de canciones de Fiol que fueron útiles para enseñarles a bailar salsa a mis estudiantes chinos.
Desde finales del siglo pasado hasta estos primeros años del siglo XXI, la salsa clásica de Henry Fiol se ha venido escuchando en los más diversos escenarios y emisoras de las principales ciudades de Colombia, América Latina y Europa. Sus canciones, que aluden a los dramas urbanos y sociales de Nueva York, han cautivado a quienes asisten a sus multitudinarios conciertos. Es un salsero elegante y diferente, alérgico a las roscas que se han organizado alrededor de ciertos empresarios mercantilistas en Estados Unidos. Desde finales del siglo XX, estuvo dedicado a escribir una novela que narra la interacción étnica de la comunidad italiana con la puertorriqueña a través de un joven protagonista que creció en el Barrio Latino de Nueva York.
Desde su infancia se inclinó por la música. Así que cuando estudiaba Artes Visuales en Hunter College se iba a los clubes a bailar y escuchar música salsa. En 1968 empezó a tocar conga en las rumbas que se formaban en East Harlem, Central Park u Orchard Beach. Ahí, aguzando la técnica de la conga, desarrolló un mayor interés por la música. Por aquel entonces se graduó de la universidad y empezó a trabajar como maestro de arte para niños en escuelas católicas. Pero se desilusionó del mercado del arte; es decir, de las galerías y del personal elitista que, según él, las domina. Se considera más una persona del barrio, no se sentía cómodo en aquel ambiente, así que se decidió por la música y por ahí se encauzó hasta el presente.
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En un ámbito más profesional, después de tocar la conga por muchos años en la calle y en la casa con música de fondo, comenzó a trabajar con algunas orquestas de Nueva York como conguero o corista. Primero, se vinculó a un conjunto de músicos que se presentaba en los hoteles judíos de las montañas Catskills. Era el único latino del grupo, los demás eran judíos, italianos o de otras nacionalidades. Como el repertorio era en inglés y Fiol tocaba la conga, un día le dijeron:
—Henry, cántate algo en español…
Y así, por accidente, empezó a cantar. Era un grupo que se llamaba La Placa, una imitación del Quinteto La Playa con una guitarra eléctrica, una trompeta, el bajo, la conga y los timbales. Después se unió a la orquesta Capri y con ella perfeccionó su aprendizaje. Era un conjunto al estilo del son cubano que se identificaba con su manera de expresarse en la música. A pesar de que algunas de sus canciones poseen un tinte ideológico de protesta, no se considera un político como Rubén Blades o Willie Colón. Sus temas tratan más sobre la condición humana e intenta abordar un concepto universal con un mismo significado en cualquier tiempo o lugar. De manera indirecta y sutil, intenta introducir un mensaje por la puerta de atrás.
El autor de la clásica canción que dice : “Yo nací en Nueva York / en el conda’o de Manhattan / donde perro come perro / y por un peso te matan”, es de ascendencia ítalo-puertorriqueña. Fiol nació el 16 de enero de 1947 en Nueva York, su padre era de Ponce (Puerto Rico) y su madre era hija de inmigrantes italianos. Se conocieron en ese sector del Alto Manhattan de Nueva York conocido como El Barrio (Latino), donde convivían, desde la década de 1940, comunidades de diferentes nacionalidades, entre ellas, además de la puertorriqueña, la italiana y la húngara.
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Uno de sus logros ha sido capturar la poesía urbana de Nueva York. La ciudad está siempre presente en sus canciones. Según comenta, “mi experiencia es que soy más visual que auditivo, pues mi entrenamiento académico es de artista plástico, y también porque soy de un temperamento solitario. No sirvo para andar por ahí callejeando o en los clubes sociales, y el hombre solitario tiene mucho tiempo para observar. Entonces, mis temas salen de esas observaciones y experiencias, de mi vida misma. Por ejemplo, tengo un tema que se llama “Montaña rusa”, pues el camino del artista es como una montaña rusa: en los tiempos buenos todo el mundo te solicita, hay contratos e invitaciones, pero cuando el disco se enfría nadie llama y uno se queda comiendo un cable y no sabe de dónde viene el próximo trabajo, no se tienen las entradas de un trabajo fijo”.
Y prosigue: “La ciudad de Nueva York influye en mi trabajo en la medida que yo vivo aquí en el East Village, también conocido como Loisaida, en la calle 12 y la avenida C. Yo soy de este barrio, y años atrás este era un lugar caliente donde pasaban muchas cosas feas. Tengo ese tema que dice: ‘Ay, al buscar el mañana, entre quemada basura, yo oigo la amargura que sale de tu ventana...’. Es algo que yo recuerdo caminando por las calles de Loisaida (contracción puertorriqueña de Lower East Side), donde había muchos edificios abandonados, basura, drogadictos, y eso se refleja en mis canciones”.
Cuando empezó con el Conjunto Saoco la idea era buscar un estilo. Era un admirador del son, la música campesina típica de Cuba. “Cuando uno se inicia”, dice en tono modesto, “es más libre de imitar o dejarse influir; es parte del proceso. Después de eso, cuando comencé a grabar bajo mi nombre, he tratado de desarrollar un estilo propio, de crear un son contemporáneo. Es decir, un son que mantiene el sabor, la raíz de esta música y al mismo tiempo trata de asuntos vigentes”. Su tumba’o es diferente al de otros conjuntos que tocan son cubano, como Johnny Pacheco o el Conjunto Clásico, por ejemplo. Tienen ellos un tumba’o parecido en la instrumentación, en el sentido que no usan timbales, usan guitarra, y existe una semejanza en ese aspecto. Pero si alguien compara el tumba’o de Fiol con el de otros conjuntos, se nota que el suyo es más rústico, suena más a música campesina del Caribe.
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“Así que cuando escuché a Portabales”, comenta emocionado, “fue como una revelación espiritual para mí y empecé a investigar las diferencias entre Guillermo Portabales y los demás músicos. Encontré que en la música campesina el sentimiento es más sincero. A partir de ese momento me dediqué a estudiar la música folclórica de Cuba, el punto cubano, las décimas guajiras, y traté de digerir todo esto para ligarlos con el tumba’o más fuerte, más negroide, con percusión ―acuérdate que primero fui conguero― con la sazón de Nueva York para sacar la síntesis que es mi trabajo actual”. A raíz de esta admiración, canta su conocido son guajiro en homenaje a la provincia de Oriente con líricas de Cheo Marquetti: “La tierra donde Maceo alcanzó la luz primera / hoy te ofrezco esta quimera / como una simple comedia / eres tu mi enciclopedia / por ser la madre completa...”.
Entre los temas más conocidos de su repertorio están su popular “La juma de ayer” (más de diez millones de visitas en YouTube), “Zúmbale”, “Ahora me da pena”, “Oriente”, “Picoteando por ahí”, “Mala suerte”, “Montaña rusa” y “La última rumba”. Pero los temas que reflejan mejor su sentir y su personalidad, más artísticos y menos conocidos quizás, son “La canción del delfín”, “El secreto”, “Bonito amanecer”, “Palosanto”, “Desilusión” o “María mía”. Y entre sus canciones más o menos recientes es importante señalar “Viva Nueva York”, canción que evoca sus raíces neoyorquinas, y “Ciudadano del mundo”, un tema medio filosófico y título de uno de sus álbumes, el cual trata el concepto de globalización y una fraternidad universal en un mundo preñado de conflictos.
Fiol es uno de los salseros más queridos en América Latina y de manera especial en Colombia, donde llena estadios y salsotecas cuando se presenta. Es también el único músico que ha adoptado, en el formato del conjunto, el saxofón. Antes utilizaba dos trompetas, luego cambió para trompetas y saxofón. “Porque”, me explica, “el saxofón inyecta un sabor a Nueva York, una textura muy americana que coincide con el jazz o la música brasileña que siempre me ha gustado. Una mezcla de muchos orígenes”.
Su estilo es diferente y su música emana de arreglos especiales. Tiene un método personal para hacer las composiciones. “Invento la introducción”, comenta con una gestualidad enfática, “los mambos en los pitos, el tumba’o del bajo y los acordes del piano. Empezando con el primer disco de Saoco hasta ahora, como no escribo música, pues soy un músico empírico, no puedo hacer los arreglos yo solo. Lo que hago es que trabajo con un arreglista, le canto o tarareo la melodía, toco con un solo dedo en el piano y le digo: ‘Esto es lo que yo quiero en el bajo’. El arreglista pone su talento y su conocimiento, cosas que no conozco de armonía. En este proceso trabajo con mi hijo Orlando, quien es el arreglista de los temas. Soy coarreglista, pero nunca pongo mi nombre en este rubro”.
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Si bien tomó el camino de la música, no dejó por completo la pintura. No se sentía a gusto en el ambiente de las galerías. Sin embargo, la carátula de un elepé es como un pequeño lienzo, de modo que quiso llevar el arte a la gente con quien él se identifica. Así que decidió hacer las ilustraciones, en especial cuando tenía su propio sello disquero: Discos Corazón, una empresa casera en donde grabó tres álbumes.
El concepto de Fe, Esperanza y Caridad, una de sus pinturas, enfoca a las tres gracias divinas y posee un mensaje de solidaridad humana. “Yo soy católico en el sentido familiar y tradicional”, comenta sin prisa, observando la ilustración de la carátula. “He estudiado las diferentes religiones y hay sabiduría en todas ellas. Cristo para mí fue más un maestro que un salvador. La muerte de Cristo en la cruz fue una inmensa tragedia. Imagínate si Cristo hubiera llegado a su vejez lo que nos hubiera enseñado con su sabiduría, como Buda, que llegó a una vejez sabia. El dios cristiano es sangriento”, concluye.
“El problema con nosotros los humanos”, me comentó en cierta ocasión, “es que somos vanidosos, nos hemos dado demasiada importancia, cuando en realidad somos animales igual que los otros. Lo único es que hemos podido usar las manos y los dedos para dominar el planeta. Pero vamos a destruir el mundo. La pintura El secreto está hecha con esa idea, de ahí la mancha de sangre sobre el caballo. El ser humano piensa que todo está aquí para su comodidad, que la naturaleza es solo un telón de fondo y los animales para comérselos y torturarlos”.
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“Nosotros”, afirma con plena convicción, “somos solo un eslabón en la cadena de la vida de este planeta. Soy un estudioso del Tarot, no tanto para pronosticar el futuro, sino por el simbolismo que nos llega de Egipto, de la sabiduría antigua que hemos perdido a lo largo de los años. A propósito de esto, ahora pinto paisajes con animales en ciertas ocasiones. Empecé dibujando caballos cuando era un muchacho y desde entonces soy aficionado a las carreras en el hipódromo. Admiro la belleza de los caballos y mi frustración era la imposibilidad de mostrar esa criatura en todo su esplendor. La pintura es estática, congela un momento. Esta es una razón que me impulsó a la música, porque la música fluye con el tiempo y tiene movimiento. Ahora pinto menos, porque vivo en un apartamento pequeño y no tengo el espacio necesario. A mí me gustaban los formatos grandes, con una pintura abstracta cuyos colores eran seleccionados al azar”.
Ahora Henry Fiol está disfrutando de la publicación de su novela autobiográfica The short end of the stick (algo así como El extremo corto del garrote, expresión que en inglés significa recibir las migajas de la hogaza), una novela que empezó en 1994 sobre la experiencia ítalo-americana en Nueva York, argumento explorado también por algunos escritores en esta ciudad multicultural donde se mezclan todas las etnias del mundo. La trabajó primero con una transcripción fonética del lenguaje coloquial, pero fue difícil ubicarla en una empresa editorial. Por fin, cansado de negativas, un agente literario le recomendó que la tradujera a un inglés más convencional, así pudo hacerla legible para un público menos acostumbrado a la literatura conceptual, que era su propósito inicial. Para quienes conocemos y disfrutamos de su música sabrosa, será una sorpresa leer las peripecias de estos personajes en el contexto de una ciudad que siempre ha sido su inspiración: Nueva York.
Un día del verano de 1995, llegó a nuestro apartamento del East Village, en Nueva York, Rubén Darío Cano, artista visual y restaurador de inmuebles, con un amigo que, según me había anticipado, era un famoso cantante y músico de salsa. No quiso elaborar más sobre el personaje porque quería darme una sorpresa. Así fue, cuando abrí la puerta me encontré de frente con Cano y Henry Fiol, felices de ver mi cara de asombro ante un personaje que había admirado siempre desde mi época bogotana, cuando solía frecuentar la salsoteca El Goce Pagano y otros rumbeaderos similares. Además, a la hora de partir para Shanghái (China), en febrero de 1986, mi amiga Estrella de los Ríos me regaló un casete con una selección de canciones de Fiol que fueron útiles para enseñarles a bailar salsa a mis estudiantes chinos.
Desde finales del siglo pasado hasta estos primeros años del siglo XXI, la salsa clásica de Henry Fiol se ha venido escuchando en los más diversos escenarios y emisoras de las principales ciudades de Colombia, América Latina y Europa. Sus canciones, que aluden a los dramas urbanos y sociales de Nueva York, han cautivado a quienes asisten a sus multitudinarios conciertos. Es un salsero elegante y diferente, alérgico a las roscas que se han organizado alrededor de ciertos empresarios mercantilistas en Estados Unidos. Desde finales del siglo XX, estuvo dedicado a escribir una novela que narra la interacción étnica de la comunidad italiana con la puertorriqueña a través de un joven protagonista que creció en el Barrio Latino de Nueva York.
Desde su infancia se inclinó por la música. Así que cuando estudiaba Artes Visuales en Hunter College se iba a los clubes a bailar y escuchar música salsa. En 1968 empezó a tocar conga en las rumbas que se formaban en East Harlem, Central Park u Orchard Beach. Ahí, aguzando la técnica de la conga, desarrolló un mayor interés por la música. Por aquel entonces se graduó de la universidad y empezó a trabajar como maestro de arte para niños en escuelas católicas. Pero se desilusionó del mercado del arte; es decir, de las galerías y del personal elitista que, según él, las domina. Se considera más una persona del barrio, no se sentía cómodo en aquel ambiente, así que se decidió por la música y por ahí se encauzó hasta el presente.
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En un ámbito más profesional, después de tocar la conga por muchos años en la calle y en la casa con música de fondo, comenzó a trabajar con algunas orquestas de Nueva York como conguero o corista. Primero, se vinculó a un conjunto de músicos que se presentaba en los hoteles judíos de las montañas Catskills. Era el único latino del grupo, los demás eran judíos, italianos o de otras nacionalidades. Como el repertorio era en inglés y Fiol tocaba la conga, un día le dijeron:
—Henry, cántate algo en español…
Y así, por accidente, empezó a cantar. Era un grupo que se llamaba La Placa, una imitación del Quinteto La Playa con una guitarra eléctrica, una trompeta, el bajo, la conga y los timbales. Después se unió a la orquesta Capri y con ella perfeccionó su aprendizaje. Era un conjunto al estilo del son cubano que se identificaba con su manera de expresarse en la música. A pesar de que algunas de sus canciones poseen un tinte ideológico de protesta, no se considera un político como Rubén Blades o Willie Colón. Sus temas tratan más sobre la condición humana e intenta abordar un concepto universal con un mismo significado en cualquier tiempo o lugar. De manera indirecta y sutil, intenta introducir un mensaje por la puerta de atrás.
El autor de la clásica canción que dice : “Yo nací en Nueva York / en el conda’o de Manhattan / donde perro come perro / y por un peso te matan”, es de ascendencia ítalo-puertorriqueña. Fiol nació el 16 de enero de 1947 en Nueva York, su padre era de Ponce (Puerto Rico) y su madre era hija de inmigrantes italianos. Se conocieron en ese sector del Alto Manhattan de Nueva York conocido como El Barrio (Latino), donde convivían, desde la década de 1940, comunidades de diferentes nacionalidades, entre ellas, además de la puertorriqueña, la italiana y la húngara.
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Uno de sus logros ha sido capturar la poesía urbana de Nueva York. La ciudad está siempre presente en sus canciones. Según comenta, “mi experiencia es que soy más visual que auditivo, pues mi entrenamiento académico es de artista plástico, y también porque soy de un temperamento solitario. No sirvo para andar por ahí callejeando o en los clubes sociales, y el hombre solitario tiene mucho tiempo para observar. Entonces, mis temas salen de esas observaciones y experiencias, de mi vida misma. Por ejemplo, tengo un tema que se llama “Montaña rusa”, pues el camino del artista es como una montaña rusa: en los tiempos buenos todo el mundo te solicita, hay contratos e invitaciones, pero cuando el disco se enfría nadie llama y uno se queda comiendo un cable y no sabe de dónde viene el próximo trabajo, no se tienen las entradas de un trabajo fijo”.
Y prosigue: “La ciudad de Nueva York influye en mi trabajo en la medida que yo vivo aquí en el East Village, también conocido como Loisaida, en la calle 12 y la avenida C. Yo soy de este barrio, y años atrás este era un lugar caliente donde pasaban muchas cosas feas. Tengo ese tema que dice: ‘Ay, al buscar el mañana, entre quemada basura, yo oigo la amargura que sale de tu ventana...’. Es algo que yo recuerdo caminando por las calles de Loisaida (contracción puertorriqueña de Lower East Side), donde había muchos edificios abandonados, basura, drogadictos, y eso se refleja en mis canciones”.
Cuando empezó con el Conjunto Saoco la idea era buscar un estilo. Era un admirador del son, la música campesina típica de Cuba. “Cuando uno se inicia”, dice en tono modesto, “es más libre de imitar o dejarse influir; es parte del proceso. Después de eso, cuando comencé a grabar bajo mi nombre, he tratado de desarrollar un estilo propio, de crear un son contemporáneo. Es decir, un son que mantiene el sabor, la raíz de esta música y al mismo tiempo trata de asuntos vigentes”. Su tumba’o es diferente al de otros conjuntos que tocan son cubano, como Johnny Pacheco o el Conjunto Clásico, por ejemplo. Tienen ellos un tumba’o parecido en la instrumentación, en el sentido que no usan timbales, usan guitarra, y existe una semejanza en ese aspecto. Pero si alguien compara el tumba’o de Fiol con el de otros conjuntos, se nota que el suyo es más rústico, suena más a música campesina del Caribe.
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“Así que cuando escuché a Portabales”, comenta emocionado, “fue como una revelación espiritual para mí y empecé a investigar las diferencias entre Guillermo Portabales y los demás músicos. Encontré que en la música campesina el sentimiento es más sincero. A partir de ese momento me dediqué a estudiar la música folclórica de Cuba, el punto cubano, las décimas guajiras, y traté de digerir todo esto para ligarlos con el tumba’o más fuerte, más negroide, con percusión ―acuérdate que primero fui conguero― con la sazón de Nueva York para sacar la síntesis que es mi trabajo actual”. A raíz de esta admiración, canta su conocido son guajiro en homenaje a la provincia de Oriente con líricas de Cheo Marquetti: “La tierra donde Maceo alcanzó la luz primera / hoy te ofrezco esta quimera / como una simple comedia / eres tu mi enciclopedia / por ser la madre completa...”.
Entre los temas más conocidos de su repertorio están su popular “La juma de ayer” (más de diez millones de visitas en YouTube), “Zúmbale”, “Ahora me da pena”, “Oriente”, “Picoteando por ahí”, “Mala suerte”, “Montaña rusa” y “La última rumba”. Pero los temas que reflejan mejor su sentir y su personalidad, más artísticos y menos conocidos quizás, son “La canción del delfín”, “El secreto”, “Bonito amanecer”, “Palosanto”, “Desilusión” o “María mía”. Y entre sus canciones más o menos recientes es importante señalar “Viva Nueva York”, canción que evoca sus raíces neoyorquinas, y “Ciudadano del mundo”, un tema medio filosófico y título de uno de sus álbumes, el cual trata el concepto de globalización y una fraternidad universal en un mundo preñado de conflictos.
Fiol es uno de los salseros más queridos en América Latina y de manera especial en Colombia, donde llena estadios y salsotecas cuando se presenta. Es también el único músico que ha adoptado, en el formato del conjunto, el saxofón. Antes utilizaba dos trompetas, luego cambió para trompetas y saxofón. “Porque”, me explica, “el saxofón inyecta un sabor a Nueva York, una textura muy americana que coincide con el jazz o la música brasileña que siempre me ha gustado. Una mezcla de muchos orígenes”.
Su estilo es diferente y su música emana de arreglos especiales. Tiene un método personal para hacer las composiciones. “Invento la introducción”, comenta con una gestualidad enfática, “los mambos en los pitos, el tumba’o del bajo y los acordes del piano. Empezando con el primer disco de Saoco hasta ahora, como no escribo música, pues soy un músico empírico, no puedo hacer los arreglos yo solo. Lo que hago es que trabajo con un arreglista, le canto o tarareo la melodía, toco con un solo dedo en el piano y le digo: ‘Esto es lo que yo quiero en el bajo’. El arreglista pone su talento y su conocimiento, cosas que no conozco de armonía. En este proceso trabajo con mi hijo Orlando, quien es el arreglista de los temas. Soy coarreglista, pero nunca pongo mi nombre en este rubro”.
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Si bien tomó el camino de la música, no dejó por completo la pintura. No se sentía a gusto en el ambiente de las galerías. Sin embargo, la carátula de un elepé es como un pequeño lienzo, de modo que quiso llevar el arte a la gente con quien él se identifica. Así que decidió hacer las ilustraciones, en especial cuando tenía su propio sello disquero: Discos Corazón, una empresa casera en donde grabó tres álbumes.
El concepto de Fe, Esperanza y Caridad, una de sus pinturas, enfoca a las tres gracias divinas y posee un mensaje de solidaridad humana. “Yo soy católico en el sentido familiar y tradicional”, comenta sin prisa, observando la ilustración de la carátula. “He estudiado las diferentes religiones y hay sabiduría en todas ellas. Cristo para mí fue más un maestro que un salvador. La muerte de Cristo en la cruz fue una inmensa tragedia. Imagínate si Cristo hubiera llegado a su vejez lo que nos hubiera enseñado con su sabiduría, como Buda, que llegó a una vejez sabia. El dios cristiano es sangriento”, concluye.
“El problema con nosotros los humanos”, me comentó en cierta ocasión, “es que somos vanidosos, nos hemos dado demasiada importancia, cuando en realidad somos animales igual que los otros. Lo único es que hemos podido usar las manos y los dedos para dominar el planeta. Pero vamos a destruir el mundo. La pintura El secreto está hecha con esa idea, de ahí la mancha de sangre sobre el caballo. El ser humano piensa que todo está aquí para su comodidad, que la naturaleza es solo un telón de fondo y los animales para comérselos y torturarlos”.
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“Nosotros”, afirma con plena convicción, “somos solo un eslabón en la cadena de la vida de este planeta. Soy un estudioso del Tarot, no tanto para pronosticar el futuro, sino por el simbolismo que nos llega de Egipto, de la sabiduría antigua que hemos perdido a lo largo de los años. A propósito de esto, ahora pinto paisajes con animales en ciertas ocasiones. Empecé dibujando caballos cuando era un muchacho y desde entonces soy aficionado a las carreras en el hipódromo. Admiro la belleza de los caballos y mi frustración era la imposibilidad de mostrar esa criatura en todo su esplendor. La pintura es estática, congela un momento. Esta es una razón que me impulsó a la música, porque la música fluye con el tiempo y tiene movimiento. Ahora pinto menos, porque vivo en un apartamento pequeño y no tengo el espacio necesario. A mí me gustaban los formatos grandes, con una pintura abstracta cuyos colores eran seleccionados al azar”.
Ahora Henry Fiol está disfrutando de la publicación de su novela autobiográfica The short end of the stick (algo así como El extremo corto del garrote, expresión que en inglés significa recibir las migajas de la hogaza), una novela que empezó en 1994 sobre la experiencia ítalo-americana en Nueva York, argumento explorado también por algunos escritores en esta ciudad multicultural donde se mezclan todas las etnias del mundo. La trabajó primero con una transcripción fonética del lenguaje coloquial, pero fue difícil ubicarla en una empresa editorial. Por fin, cansado de negativas, un agente literario le recomendó que la tradujera a un inglés más convencional, así pudo hacerla legible para un público menos acostumbrado a la literatura conceptual, que era su propósito inicial. Para quienes conocemos y disfrutamos de su música sabrosa, será una sorpresa leer las peripecias de estos personajes en el contexto de una ciudad que siempre ha sido su inspiración: Nueva York.