El día que conocí a Pablo Milanés
Un texto que revisa la evolución musical del cantautor cubano, quien falleció el 22 de noviembre, y su contribución a nuestro patrimonio cultural.
Eduardo Marceles Daconte
La trayectoria musical del cantautor cubano Pablo Milanés es bien conocida por quienes disfrutan de los trovadores que en el mundo han cantado, y siguen cantando, al amor, la paz, la esperanza o incluso a la lucha por los derechos humanos y la justicia social. Si nos remontamos a la historia, un concierto en Casa de las Américas el 18 de febrero de 1968, en el cual participaron Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola, marcaría el nacimiento de la llamada nueva trova cubana, un movimiento musical que revitalizó la canción de autor en todo el continente. Desde entonces, esta música de guitarra y poesía alcanzó una verdadera y perdurable proyección internacional. En este movimiento musical, que siguió cosechando éxitos a través del talento, la vitalidad y la capacidad de innovación de sus precursores, también se han distinguido Vicente Feliú, Sara González y las composiciones popularizadas por Amaury Pérez y Carlos Varela, para solo mencionar los más escuchados.
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La trayectoria musical del cantautor cubano Pablo Milanés es bien conocida por quienes disfrutan de los trovadores que en el mundo han cantado, y siguen cantando, al amor, la paz, la esperanza o incluso a la lucha por los derechos humanos y la justicia social. Si nos remontamos a la historia, un concierto en Casa de las Américas el 18 de febrero de 1968, en el cual participaron Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola, marcaría el nacimiento de la llamada nueva trova cubana, un movimiento musical que revitalizó la canción de autor en todo el continente. Desde entonces, esta música de guitarra y poesía alcanzó una verdadera y perdurable proyección internacional. En este movimiento musical, que siguió cosechando éxitos a través del talento, la vitalidad y la capacidad de innovación de sus precursores, también se han distinguido Vicente Feliú, Sara González y las composiciones popularizadas por Amaury Pérez y Carlos Varela, para solo mencionar los más escuchados.
La nueva trova tiene sus antecedentes en la vieja trova cubana, así como en la nueva canción latinoamericana que se inició en el extremo sur del continente con músicos tan combativos como el argentino Atahualpa Yupanqui y los chilenos Violeta Parra y Víctor Jara. Se cultivan en esta corriente la llamada “canción protesta” o de “compromiso”, con textos poéticos que se ocupan de realidades sociales -o las contradicciones urbanas- o cuentan historias del ciudadano común, con sus alegrías y sinsabores cotidianos.
De la misma manera integra elementos que ya estaban presentes en la vieja trova, con su mensaje romántico, patriótico e histórico. Además de asimilar estos intereses, se ocupa también de una música rítmica entre bolero, balada y son. Según comenta el escritor uruguayo Mario Benedetti cuando escuchó por primera vez a Pablo Milanés: “Por una parte está presente la tradición de la trova, pero por otra hay una propuesta innovadora que transforma los ritmos heredados, los enriquece e introduce una letra con un poder de comunicación equiparable al de la poesía convencional”.
Sin embargo, estos cantautores cubanos, que han escrito textos que recitan o cantan generaciones de admiradores del mundo entero, nunca se han considerado poetas. “Yo no soy más que un trovador, o lo que es lo mismo, un contador de historias”, afirmó Pablo Milanés en una entrevista. Silvio Rodríguez resume una de las razones que los distinguen de sus predecesores y sus contemporáneos de otros países cuando explica: “Rechazábamos todos aquellos hábitos anticuados de los artistas, su manera de vestirse y de actuar. Rechazábamos aquel ser mítico que aparecía y desaparecía en las pantallas de televisión como por arte de magia. Queríamos dejar en claro que éramos personas comunes y corrientes, que componíamos canciones con un compromiso social, que necesitábamos hacerlo porque compartíamos los mismos problemas, la misma lucha e ideología”.
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Uno de los pilares fundamentales como cofundador del movimiento de la nueva trova cubana fue Pablo Milanés. Nació en Bayamo el 24 de febrero de 1943 y desde pequeño se encariñó con la guitarra, compañera suya toda la vida. Se fue a vivir a La Habana, donde se reunía en Casa de las Américas con un grupo de amigos alrededor del Centro de la Canción Protesta, con la cual la música se vinculaba a los esfuerzos revolucionarios de intentar transformar la isla a una sociedad más justa y equitativa. En un principio integró agrupaciones tales como Cuarteto del Rey y Los Bucaneros, aunque también trabajó como solista.
Tuve la oportunidad de conversar con Milanés una noche del año 2000 cuando me desempeñaba como editor cultural del diario HOY de Nueva York y él se presentaba para el concierto “Live from New York City” en un teatro de Manhattan. Ya había conversado con él cuando compartimos una reunión para comentar las ponencias que se leían en el “Encuentro de intelectuales y artistas de América Latina” en La Habana, en septiembre de 1981. En uno de sus recesos comentamos las diferentes ponencias de aquella mañana.
Después del concierto en NY departimos en una recepción ofrecida por los organizadores en el vestíbulo del teatro y me comentó que algunas de sus primeras interpretaciones se ubicaban en el género que en Cuba se denominó el filing, y que su canción Mis 22 años fue uno de sus primeros éxitos juveniles. También comentó que en 1969 se fundó el Grupo de Experimentación Sonora (GES), donde participó bajo la dirección del compositor Leo Brouwer hasta 1976. Tejiendo memorias de aquella conversación, recuerdo que mencionamos la modalidad que se intentó, como era la novedad en la dramaturgia de aquel tiempo, de hacer composición musical dentro de un taller de creación colectiva que, según parece, solo funcionó en pocos casos.
El GES estaba suscrito al Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC) y allí trabajaban en composiciones musicales para las películas sin ninguna presión comercial ni obstáculos a los textos que se desarrollaban, según comentó. En el grupo estaba la crema y nata de la juventud musical del momento y fue tan significativo por su calidad sonora, rítmica y poética, que llegó a influir de manera decisiva en la música popular de Cuba a partir de aquella época. Milanés siempre se interesó por la poesía. De hecho, realizó trabajos alrededor de poetas hispanoamericanos como los Versos sencillos, de José Martí (1973), artífice de la guerra de independencia de Cuba a finales del siglo XIX, y del poeta nacional Nicolás Guillén (1975). Según su propio testimonio, ha sido también un admirador intransigente del trabajo poético de Pablo Neruda, Eliseo Diego y Cintio Vitier, pero quizás quien más influyó a esa generación de cantautores, desde el punto de vista emotivo y estético, fue el poeta peruano César Vallejo.
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Durante su vida musical, Milanés confesó que los músicos más cercanos de su inspiración fueron los brasileños que empezaron a destacarse a partir de 1967, como Chico Buarque, Gilberto Gil, Caetano Veloso, Gael Costa y María Betania, el uruguayo Daniel Viglietti y la argentina Mercedes Sosa, aunque no ignoró a Joan Manuel Serrat, en quien admiró siempre la musicalización ejemplar de los poemas de Antonio Machado.
La música del resto de América Latina, por el embargo y la cuarentena que ha pesado sobre la isla, llegaba de manera fragmentada periódicamente a través de amigos que viajaban al extranjero donde aprovechaban para grabar en rústicos casetes los más recientes éxitos del país que visitaban. En su ideología influyeron de igual modo los movimientos estudiantiles de finales de la década del 60 con epicentros en París, Berkeley o México, y que recorrían el mundo como una repulsa contra el consumismo desbocado, los prejuicios raciales, los tabús sexuales y la autoridad represiva.
Por ello sus composiciones se desarrollaron con la originalidad que supone el aislamiento, la insularidad cultural a la que ha estado sometida la isla. No desconocían, no obstante, el estado de postración económica, las sangrientas dictaduras militares y la opresión social que sufrían las masas trabajadoras en algunos países de América Latina. Por esta razón sus canciones protestaban en tono poético, y siguen protestando de manera enérgica, contra la injusticia y la miseria, e intentaban desentrañar la causa de su desgracia, ofrecían un rayo de esperanza, hacían reflexionar sobre un futuro más próspero a niveles emocionales y físicos, cantaban al amor o al desamor, no solo a ese amor de las baladas convencionales que repiten el estribillo, sino un amor fundamentado en la relación equitativa, franca y combativa de las parejas.
Las canciones que sus fanáticos han coreado y aplaudido con más frenesí en sus conciertos, hasta su último en Madrid (España), donde murió el pasado 22 de noviembre, son sin duda De que callada manera, La vida no vale nada, El breve espacio en que no estás, Amo esta isla, Yolanda, una de sus canciones más conocidas desde 1970, dedicada a Yolanda Benet, su exesposa, con quien tuvo tres hijos, y aquella dedicada a Víctor Jara, que empieza “Yo pisaré las calles nuevamente...”, que eriza la piel y hace sollozar a muchos que recuerdan el sangriento pinochetazo de 1973 en Chile. Por otra parte, Milanés fue siempre, incluso antes del boom de la música cubana a raíz del Buena Vista Social Club, un promotor del son cubano, y en tres discos titulados Años dejó el testimonio de su admiración por músicos como Luis Peña (más conocido como El Albino), Octavio Sánchez (Cotán) y Compay Segundo, además de rescatar incontables compositores del filing (estilo cancionístico de la década del 60 en Cuba) en su disco del mismo nombre. También era un fogoso admirador del bolero, con temas que recordaba desde su temprana juventud como La gloria eres tú, Nosotros, Palabras, Tú mi delirio, entre muchos más.
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Su mayor satisfacción era encontrarse frente a frente con su público en los numerosos conciertos que ofrecía alrededor del mundo. Ahí brotaban entonces su personalidad cordial, la ternura de su poesía, el amor por su prójimo y por su exesposa la pintora Sandra Pérez, a quien dedicó estos versos: “Si ella me faltara alguna vez/ nadie me podría acompañar, / nadie ocuparía ese lugar/ que descubro en cada amanecer…”. En el año 2000, Milanés obtuvo una nominación para el Premio Grammy Latino por su álbum Vengo naciendo y el Premio Mi Guía por su canción El amor de mi vida. Con su guitarra y sus canciones el cantautor cubano demostró una vez más que la música trasciende fronteras geográficas e ideologías políticas para convertirse en ciudadana del mundo.