El día que conocí a Pedro Nel Gómez

Para conmemorar la trayectoria del maestro Pedro Nel Gómez, precursor del muralismo en Colombia, recordamos que alternó su trabajo con la pintura de caballete y la escultura, alojadas desde entonces en su Casa Museo de Medellín.

Eduardo Márceles Daconte
16 de junio de 2024 - 02:57 p. m.
Las obras más importantes de Pedro Nel Gómez incluyen "La mesa vacía del niño hambriento", "Danza del café", "El Matriarcado", "De la bordadora a los telares eléctricos", "El problema del petróleo y la energía", "El trabajo y la maternidad", "La República en Colombia", entre otras.
Las obras más importantes de Pedro Nel Gómez incluyen "La mesa vacía del niño hambriento", "Danza del café", "El Matriarcado", "De la bordadora a los telares eléctricos", "El problema del petróleo y la energía", "El trabajo y la maternidad", "La República en Colombia", entre otras.
Foto: Carlos Tobon
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Una tarde de junio de 1981, cuando me desempeñaba como editor cultural de la revista Nueva Frontera en Bogotá, dirigida por Luis Carlos Galán, me sorprendí de encontrar a Pedro Nel Gómez, el reconocido artista visual, visitando a María Mercedes Carranza, jefe de redacción, quien me presentó al distinguido visitante antioqueño. Estuvimos conversando sobre su inminente exposición, entonces comentó, algo sorprendido, que él nunca antes había recibido tal bienvenida en la capital del país.

Recordó que en 1934, cuando intentó hacer su primera exposición en Bogotá, encontró todas las puertas cerradas. Solo después de remover cielo y tierra obtuvo un salón en el Capitolio Nacional para mostrar su trabajo artístico. Medio siglo más tarde, se organizó en el país el mayor homenaje que se haya tributado a pintor alguno en el siglo XX. La muestra incluyó la totalidad de su vasta trayectoria, agrupada en un monumental libro sobre su obra artística en lujosa edición de textos e ilustraciones.

Su producción se mostró también en exposiciones simultáneas y subsiguientes, desde su primera etapa en Colombia y luego en Europa; las acuarelas con su temática sobre minería; sus períodos entre 1930-1950 y 1950-1980, así como sus dibujos y bocetos para murales. Fue una merecida exaltación a la obra de este pintor nacido en el seno de una modesta familia de mineros de Anorí (Antioquia), el 4 de julio de 1899. Los murales que ejecutó durante su larga y fructífera vida cubren 2.200 metros cuadrados de pared. Ahí están a la vista en la Cúpula del Auditorio de la Escuela de Minas, el Palacio Municipal, la Biblioteca Piloto, su Casa Museo, todos estos en Medellín, y en otros lugares de Colombia.

Pedro Nel Gómez es el precursor del muralismo en Colombia. En su trabajo fecundo encontramos siempre una inquietud por los temas nacionales enraizados en los mitos populares (la Patasola, la Llorona, el Gritón, la Manatí); la minería (barequeras, mineros, bateadoras); la muerte y la maternidad, también los símbolos, personajes y sucesos de nuestra historia. En su incesante búsqueda por lograr una expresión fiel a su concepción estética, utilizó cuanto medio se prestaba mejor a sus intenciones. Además de arquitecto, ingeniero civil y urbanista, Pedro Nel trabajó la escultura, la pintura al óleo, el grabado, la acuarela y, sobre todo, la pintura mural al fresco. Fue bautizado por el crítico italiano Enzo Carli como “El pintor de la patria”.

Era el artista visual del grupo Los Pánidas donde participaron, entre otros, los poetas León de Greiff y el caricaturista Ricardo Rendón. Se reunían alrededor de una animada tertulia en el Café Windsor de Bogotá. Antes de irse a Europa se hizo buen amigo del pintor y escultor Francisco Cano, y conoció a la promoción de artistas de la época, entre ellos Ricardo Acevedo Bernal, Coriolano Leudo y Jesús María Zamora. Con el dinero que ahorró de su trabajo en la construcción del Ferrocarril del Norte en Nemocón y Chiquinquirá, armó viaje para Europa en 1924. Su meta era Italia sobre cuya historia del arte, concentrándose en el Renacimiento, había leído en la biblioteca de su padre.

Se embarcó en un buque alemán para la travesía hasta Amsterdam donde se dedicó a estudiar la obra de Rembrandt. De allí pasó a Bélgica y después a París, ciudad que conocía por las referencias literarias de los poetas Baudelaire y Verlaine, y los pintores desde Delacroix hasta Cézanne. Sin embargo, después de disfrutar de las numerosas actividades culturales en la Ciudad Luz, decidió irse a Italia, instalándose en Florencia. Se dedicó a conocer la obra de artistas renacentistas como Brunelleschi y Leonardo da Vinci, así como los pioneros del muralismo Giotto y Masaccio.

Estuvo siete años en Florencia, visitó Venecia, Ravena, Varona, Roma, y demás sitios de interés artístico de Italia. En Roma organizó una exposición de artistas hispanoamericanos con una solicitud a Benito Mussolini para que les ayudara a conseguir la Casa Latinoamericana, sin éxito. Por Colombia, además de Pedro Nel, participó su colega y amigo Eladio Vélez. Le interesó estudiar los aspectos científicos, artísticos y técnicos del fresco, iba a las restauraciones, a observar el trabajo de los veteranos para nutrirse de sus enseñanzas. Fue uno de los pocos pintores colombianos que, en su época, cultivó de manera sistemática el desnudo, ya que el Renacimiento le enseñó el esfuerzo que hicieron Donatello, Miguel Ángel o Masaccio de asomarse a Grecia a través de Roma.

Tal aprendizaje habría sido imposible en Colombia, donde la educación artística era rudimentaria. Además de profundizar en las técnicas, su educación incluyó lecturas de tragedias y comedias griegas, así como la literatura clásica grecorromana. Trabajó como dibujante de herramientas en una agencia de publicidad y cuando llegó la Gran Depresión de 1929, recibió un telegrama de su padre con un lacónico mensaje: “Véngase, la situación es crítica”; entonces, regresó a Colombia, dejando en Florencia a sus hijos con su esposa, la italiana Giuliana Scalaberni.

Su primer mural al fresco en Colombia fue El niño hambriento en el Palacio Municipal de Medellín en 1934. Se planteaba allí por primera vez el problema del hambre a nivel artístico, que desató una polémica por cuanto se desconocía en ciertos círculos sociales la situación de miseria que vivía, y vive, una amplia franja del pueblo, pero tuvo una repercusión positiva cuando el presidente liberal López Pumarejo creó los comedores populares en las escuelas públicas. En ese mismo año de 1934, cuando intentó hacer una exposición en Bogotá, tuvo que enfrentar un sinfín de obstáculos. No obstante, viajó con su obra hasta la capital donde, con la intervención de su padre excongresista, encontró el apoyo del presidente Olaya Herrera, quien a través de una carta solicitó el Salón Central del Capitolio.

Allí, ante el asombro de la comunidad artística, instaló 114 obras, solo vendió una, titulada La vieja centenaria, a un coleccionista de Manizales. En una Medellín aún provinciana solo se destacaban las pinturas de Eladio Vélez y Pedro Nel, aunque en ocasiones eran acompañados por Humberto Chávez, director de la Escuela de Bellas Artes, y el ingeniero Gabriel Montoya, quienes habían sido sus primeros tutores en las disciplinas artísticas. Su contacto con el muralismo mexicano fue superficial y lejano, ya que todo el aprendizaje sobre la técnica del fresco la aprendió en Italia. Además del arte renacentista, el impresionismo que había asimilado durante su permanencia en París, influyó en su obra, sentía especial predilección por la pintura de Cézanne.

Después de aquel primer encuentro en la oficina de la revista Nueva Frontera, nos seguimos reuniendo a conversar en el Café Pasaje del centro de Bogotá. Por aquella época, a una pregunta, me aseguró que nunca había pertenecido al grupo de los Bachués, “son invenciones del santandereano Luis Alberto Acuña”, me dijo. Pedro Nel siempre trabajó aislado en su estudio de Medellín. En Europa llegó a la conclusión que era necesario pintar el país: su paisaje, sus mitos, su historia. Por tanto, se fue a recorrer las selvas del Casanare, las montañas, las minas y sus mineros artesanales, retrató a los pescadores a orillas del río Magdalena y los oficios humildes de sus compatriotas. En Bogotá solo vivían de su trabajo escasos artistas como Gómez Campuzano, Leudo o Zamora; Ricardo Rendón vendía sus caricaturas a El Espectador, El Tiempo y La República; el paisajismo tenía cierto éxito comercial, pero en general el arte en sus diferentes manifestaciones era, y sigue siendo en Colombia, una vocación sacrificada.

De 1950 a 1952 pintó la cúpula de la Escuela de Minas de la Universidad Nacional de Medellín, un mural con un tema didáctico que gira alrededor de opuestos y complementarios, así como las dolorosas consecuencias de la II Guerra Mundial. Fue una tarea ardua, con andamios portátiles que impulsaba con una palanca, y durante ese tiempo solo devengó el sueldo de profesor en comisión de la facultad de ingeniería. Por el esfuerzo que representó trabajar en esas condiciones, se desplazó una vértebra cervical, sufrió de insomnio y casi pierde el juicio. Para hacer el mural utilizó la acuarela, una de sus técnicas favoritas. De hecho, fue forjador de la reconocida Escuela de Acuarelistas de Antioquia junto con Eladio Vélez y Carlos Correa. También fue un avezado retratista, siempre se interesó por la naturaleza humana y los temas colombianos que son la esencia de nuestra nacionalidad. Pedro Nel realizó trabajo de campo hasta sus últimos días, murió en su ley el 6 de junio de 1984 en Medellín, ciudad que albergó su talento artístico y heredó el legado de su producción artística.

*Eduardo Márceles Daconte es escritor, periodista e investigador cultural, cuenta en su bibliografía con una docena de libros publicados entre novela, cuentos, biografías, ensayos, reseñas y crónicas.

Por Eduardo Márceles Daconte

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Watasabi(56195)17 de junio de 2024 - 08:21 p. m.
Qué bonita crónica, de todo un maestro, felicitaciones
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