El día que un ejército nazi le rindió homenajes a Simón Bolívar
En febrero de este año se cumplieron 85 años de una visita oculta bajo el tapete de la historia.
Joseph Casañas Angulo
El 22 de febrero de 1935, cuatro años antes de que estallara en Europa la Segunda Guerra Mundial, arribó al puerto de Buenaventura el crucero artillado alemán Karlsruhe con al menos 603 nazis a bordo.
Durante los cinco días que permaneció la tripulación en el país, las autoridades civiles, políticas, militares y religiosas de la época les rindieron homenajes y los declararon huéspedes de honor. A su vez, los soldados alemanes le rindieron tributo a Simón Bolívar e incluso interpretaron el himno nacional en al menos dos oportunidades.
¿Cuál fue el objetivo de esta visita?, ¿qué hicieron los marinos nazis durante su fugaz paso por Colombia?, ¿con quiénes se reunieron? Estas y otras preguntas motivaron en su momento extensos reportajes que fueron publicados en Relator y El Correo del Cauca, los principales diarios de la región en aquella época.
Nadie sospechaba que años más tarde Günther Lütjens, comandante de la embarcación que llegó a reunirse con los altos mandos del Ejército colombiano de aquella época, se convertiría en uno de los hombres de confianza de Adolf Hitler. En febrero de este año se cumplieron 85 años de una visita guardada bajo el tapete de la historia.
Lo invitamos a leer: Lo que no le contaron sobre la supuesta visita de Hitler a Tunja
Aunque hasta ahora se ha conocido documentación que habla de la llegada de inmigrantes alemanes (algunos de ellos militares) tras la derrota militar de Hitler, en 1945, poco se ha reseñado sobre la cordial relación diplomática y comercial que sostenían Alemania y Colombia antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, en 1939.
Para hablar de este vínculo, necesariamente hay que hacer referencia a una guerra, otra más, en la que estuvo involucrado Colombia. Se trata del conflicto bélico que enfrentó al gobierno de Enrique Olaya Herrera con el régimen del general peruano Luis Miguel Sánchez Cerro en 1932. Para combatir a los 300 militares peruanos que pretendían tomarse Leticia, la Sociedad Colombo Alemana de Transporte Aéreo (Scadta) —primera aerolínea fundada en Colombia (1919)— puso al servicio de la Fuerza Aérea aeronaves que fueron adecuadas para el combate. Incluso, según reseñan documentos oficiales de la Fuerza Aérea Colombiana, el piloto alemán y veterano de la Primera Guerra Mundial, Herbert Boy, “fue encargado por el gobierno nacional para dirigir las operaciones aéreas con el objetivo de recuperar Leticia”. El conflicto con Perú se solucionó por la vía diplomática el 24 de mayo de 1934, con la firma del Protocolo de Río de Janeiro, con el que se ratificó el tratado que ya establecía los límites entre ambos países.
Los pilotos alemanes que participaron en aquella confrontación hoy son recordados como héroes. Tanto así que en 2011 el entonces ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón Bueno, inauguró en Leticia, Amazonas, la Base Aérea Coronel (H) Herbert Boy.
El arribo del crucero alemán Karlsruhe a Buenaventura fue un gesto de esa cordial relación que entonces sostenían los gobiernos de Alemania y Colombia. Para entonces, Adolf Hitler llevaba un año como presidente de Alemania, mientras que Alfonso López Pumarejo era el presidente de Colombia.
El periodista y escritor Alberto Donadío, coautor de los libros Colombia nazi y El jefe supremo, recuerda que en esa época “Alemania tenía la colonia extranjera más poderosa económicamente con presencia en Colombia. Además, por la participación de los alemanes en el conflicto amazónico, había un aprecio muy grande entre ellos”.
En El jefe supremo, Donadío y Silvia Galvis recuerdan que Rojas Pinilla estuvo en Berlín de marzo a septiembre de 1936, con la misión militar colombiana que fue a comprar maquinaria para fabricar municiones. Otro episodio que demuestra que había relaciones cordiales entre ambos países.
La historia y sus casualidades
Hace 16 años el publicista caleño Carlos H. Giraldo cabalgaba sobre una obsesión trepidante: rastrear el origen de una ceiba centenaria que había sido talada, quemada y olvidada. Para encontrarla, Giraldo pidió a sus conocidos que le ayudaran a husmear archivos fotográficos del Cali viejo en donde se pudieran encontrar pistas sobre dónde fue sembrada originalmente aquella arboleda frondosa.
Tras varios meses de búsqueda, Alfredo Rincón, un viejo cazador de fotos del barrio San Antonio, en el occidente de Cali, le llevó una foto en la que se veía el tronco de aquel árbol que Giraldo estaba buscando. “Amo a Cali y siempre he hecho lo que he podido por no dejar perder la memoria de esta ciudad, que es tan silenciosa como mágica. Es verdad que somos reconocidos por la salsa y el chontaduro, pero aquí hay muchas cosas más que no hemos contado”, dice.
Además: “70 colombianos ayudamos a derrotar a Hitler”
Y sí que las hay. Claro que en aquella foto se veía la ceiba, pero algo más en esa imagen llamó la atención de Giraldo. Bajo las ramas de los árboles un grupo de militares interpretaban los instrumentos de una banda de guerra mientras que un par de señores dejaba una ofrenda floral a los pies de una estatua de Simón Bolívar. Al fondo de la foto se veía otro grupo de militares con atuendos parecidos a los de los soldados que sostenían los instrumentos musicales. “Sabía que esos manes que se veían allí (los de los instrumentos) eran militares alemanes. Se podía inferir por los uniformes que llevaban puestos”.
Otoniel Arango Collazos, abogado, teniente coronel profesional de la reserva y autor del libro Batallón San Mateo: 80 años forjando patria, dice que “inicialmente nuestro Ejército fue adoctrinado por el Ejército chileno, una milicia que era el fiel reflejo del Ejército prusiano. Por eso la indumentaria de las tropas de la época era muy similar a la que vestían los alemanes: cinturón de cuero, botas altas y chaquetón. Nuestro Ejército se copió de Chile y Chile se copió de Alemania”.
Carlos H. Giraldo recuerda que se montó entonces en una vaca loca más briosa que la de encontrar el origen de unos árboles viejos. Se puso a investigar quiénes eran y qué carajos hacían en Cali los militares de Hitler. Para encontrar las respuestas se tardó un poco más de dos años. “Lo primero fue buscar información en las bibliotecas, la Alcaldía, la Academia de Historia, Obras Públicas... En ninguna de esas entidades me dieron razón. Sin embargo, yo sabía que esos datos tenían que estar en alguna parte”.
Entre papeleos, llamadas y reuniones infructuosas, Giraldo duró algo más de dos meses en esa primera etapa de búsqueda. Además, dice, no podía destinarle el tiempo que hubiera deseado porque tenía que seguir en su trabajo como publicista. No desistió.
Para la segunda etapa de su pesquisa se dirigió a las hemerotecas. “La historia de las ciudades y los países está en los periódicos. Eso es una ley”, se repetía todos los días mientras buscaba en los archivos de la hemeroteca departamental. La indagación no estaba resultando fácil y tras un par de meses decidió tirar la toalla, porque los documentos que consultaba estaban en un mal estado.
Más llamadas, más papeleo, más burocracia, más reuniones infructuosas y más tiempo perdido. Cada vez que sentía que el largo brazo de la historia le desportillaba los dientes y caía a la lona chorreando sangre, Carlos H. Giraldo veía con los ojos bien abiertos la foto que le llevó Rincón. “Unos soldados nazis en Cali”, “unos soldados nazis en Cali”, “unos soldados nazis en Cali”, se repetía como un mantra. Encontrar las razones del origen de esa visita se le convirtió en algo más que una obsesión.
“Logré que me dieran acceso en la hemeroteca del Banco de la República. Allí empecé a buscar en todos los periódicos, desde el 1° de enero de 1930 en adelante”. Todos los días, durante cuatro horas, Giraldo tuvo una cita con los periódicos viejos y con la historia. Después de varios meses, ese encuentro resultó, literalmente, tóxico. Giraldo no acató las recomendaciones de usar guantes y mascarilla para manipular los archivos, así que terminó hospitalizado.
“Como son periódicos que estuvieron en el público y luego fueron archivados, tienen muchos contaminantes. Eso debe tener los microbios y las cosas que querás. La bibliotecaria me lo advirtió, pero mi filosofía era proteger el documento antes que mi salud y no hice mucho caso. Días después me empecé a ahogar y terminé con una infección en los pulmones”.
Tras veinte días de una larga recuperación y cuando su familia pensó que la locura de encontrar a los nazis que habían visitado a Cali en algún momento de los años 30 había terminado, Carlos H. Giraldo volvió, en contra de todo y de todos, a la hemeroteca. Esta vez tapado hasta los ojos. Usó guantes, camisas manga larga, gafas y se armó de más paciencia.
“Cuando ya iba a completar casi dos años de búsqueda, llegué en un momento en el que me sentí derrotado. Ya iba en el año 1935 y sentía que había perdido mucho tiempo y era hora de parar. Me dije: ‘Miro las últimas diez páginas y listo’. Como en la octava página vi un avisito pequeño, como de cinco centímetros, que decía: ‘Mañana llega el Karlsruhe a Buenaventura’. Fui a esa página y allí estaba, en primera página, toda la información que andaba buscando: ¿Quiénes eran los señores, ¿a qué vinieron?, ¿qué sitios visitaron? Era un reportaje de tres páginas que se publicó en Relator”. Un grito desgarrado interrumpió el silencio eterno de la hemeroteca. “Dios mío, por fin encontré esta joda”, gritó Carlos H. Giraldo. Con el resultado de la búsqueda, Giraldo publicó, en agosto de 2005, un extenso reportaje en la revista Épocas.
Los visitantes, escribió Giraldo, “eran marinos de Hitler que se encontraban de gira práctica-náutica para aspirantes a oficiales, además, querían despertar sentimientos de cortesía y acercamiento entre la gran Alemania y los pueblos de este continente”.
El crucero Karlsruhe fue botado del astillero el 20 de agosto de 1927, pesaba 6.000 toneladas y estaba armado con nueve cañones de 15 cm, cuatro cañones de 8,8 cm y doce lanzatorpedos de 50 cm.
En su investigación, Giraldo encontró que el crucero alemán “zarpó del puerto de Kiel (sede de la academia naval del Imperio alemán) a una gira instructiva de ocho meses. El día 22 de octubre de 1934 hizo su primera parada en Indias Occidentales, luego pasó por Brasil, Uruguay, Chile, Perú, Ecuador y Colombia, arribando por Buenaventura el lunes 11 de febrero de 1935 a las 10 a.m., gira que continuaría hacia Estados Unidos”.
Durante los cinco días que duró la visita de los marinos nazis a Cali, las autoridades de la época se despacharon en atenciones con los extranjeros. “Banderas de Colombia y Alemania se izaban en todas las casas y almacenes de los barrios conocidos popularmente como: El Empedrado y El Vallano (…) la colonia alemana invitó a una gran fiesta el miércoles 13 en las instalaciones de la cervecería alemana Los Andes, del barrio Granada (hoy parte trasera del CAM), a la que asistieron 400 invitados y consumieron mil litros de cerveza negra”.
El texto publicado en la revista Épocas reseñó los tres hechos más pintorescos de esta misión nazi: el primero, que “el 13 de febrero los marinos rinden honores al libertador en el Paseo Bolívar. Su banda interpretó magistralmente el himno nacional de Colombia y el himno de Alemania, además de varias marchas militares que cautivaron a los asistentes, mientras los germanos y algunos curiosos saludaban con el brazo derecho en alto al mejor estilo nazi”.
El segundo, y si se quiere más polémico, señala que “el cabildo, durante una sencilla ceremonia, después del discurso dado por el personero municipal, señor Martínez Velasco, declaró huéspedes de honor al comandante del Karlsruhe y su tripulación”. En la foto de este momento se ve la bandera de Colombia y la del departamento, junto a la bandera con la esvástica en el centro.
Y el tercero hace referencia a una fiesta para los soldados nazis en el exclusivo Club Colombia: “Los miembros de la comunidad alemana organizaron un banquete bailable en el club para la última noche de la visita. Por medio de colecta, consiguieron la suma de $8.000 necesarios para cubrir los gastos”.
¿Se reunió Günther Lütjens, comandante del Karlsruhe, con el presidente López Pumarejo? Según el texto de Carlos H. Giraldo, el comandante de la misión alemana enviada por Hitler no estuvo en los homenajes que se le rindieron a Simón Bolívar el 13 de febrero, porque recibió un mensaje urgente que le ordenaba presentarse en Bogotá.
“El comandante Lütjens salió a la una de la tarde el martes 12 para Bogotá vía aérea desde el aeropuerto del Guabito (hoy Base Aérea Marco Fidel Suárez), en el trimotor militar Leticia L625, piloteado por los capitanes Daza y Starke, cumpliendo la orden de presentar saludo oficial al presidente Alfonso López Pumarejo y a Von Hentie, ministro plenipotenciario y enviado extraordinario del Tercer Reich, quienes lo esperaban en la casa de Nariño. Después del periplo protocolario en Bogotá, regresó a Cali el jueves 14 de febrero pasadas las doce del mediodía en compañía del ministro alemán y el representante del presidente López, quienes lo acompañaron durante su visita a la Sultana del Valle”.
El fin del paseo nazi
Tras cinco días en Cali, el viernes 15 de febrero los marinos terminaron su visita a la capital del Valle del Cauca. “Partieron en tren especial a las 5:00 a.m., nuevamente, hacia Buenaventura, acompañados por algunas autoridades, llegando a su destino portuario a las 11 a.m. del mismo día”.
El reportaje de Giraldo cuenta que una vez en el puerto, el comandante Lütjens ofreció un banquete a bordo del Karlsruhe en honor a los representantes del gobierno nacional, gobernación y municipio, como agradecimiento por todas las atenciones recibidas durante su visita al país.
“A las 14 horas del mismo viernes, acompañado por los acordes del himno nacional de Colombia, mientras los marinos hacían el característico saludo nazi con el brazo derecho arriba, desde la cubierta del crucero, el Karlsruhe zarpó del muelle en la bahía de Buenaventura hacia el norte, dejando una estela de amores y nostalgias”.
El 19 de mayo de 1941, al principio de la Segunda Guerra Mundial, seis años y tres meses después de su visita a Cali, el ya almirante Lütjens fue nombrado por Hitler comandante del acorazado Bismark, la máquina de guerra más poderosa que el führer puso en el mar.
Tras recibir una lluvia de bombas, torpedos y proyectiles lanzados por la marina inglesa, el Bismark se hundió en el Atlántico norte el martes 27 de mayo de 1941. Günther Lütjens, quien había sido declarado huésped de honor por las autoridades del Valle del Cauca seis años antes, encontró en el lecho marino su última morada. Allí falleció junto a otros dos mil marinos nazis.
El 22 de febrero de 1935, cuatro años antes de que estallara en Europa la Segunda Guerra Mundial, arribó al puerto de Buenaventura el crucero artillado alemán Karlsruhe con al menos 603 nazis a bordo.
Durante los cinco días que permaneció la tripulación en el país, las autoridades civiles, políticas, militares y religiosas de la época les rindieron homenajes y los declararon huéspedes de honor. A su vez, los soldados alemanes le rindieron tributo a Simón Bolívar e incluso interpretaron el himno nacional en al menos dos oportunidades.
¿Cuál fue el objetivo de esta visita?, ¿qué hicieron los marinos nazis durante su fugaz paso por Colombia?, ¿con quiénes se reunieron? Estas y otras preguntas motivaron en su momento extensos reportajes que fueron publicados en Relator y El Correo del Cauca, los principales diarios de la región en aquella época.
Nadie sospechaba que años más tarde Günther Lütjens, comandante de la embarcación que llegó a reunirse con los altos mandos del Ejército colombiano de aquella época, se convertiría en uno de los hombres de confianza de Adolf Hitler. En febrero de este año se cumplieron 85 años de una visita guardada bajo el tapete de la historia.
Lo invitamos a leer: Lo que no le contaron sobre la supuesta visita de Hitler a Tunja
Aunque hasta ahora se ha conocido documentación que habla de la llegada de inmigrantes alemanes (algunos de ellos militares) tras la derrota militar de Hitler, en 1945, poco se ha reseñado sobre la cordial relación diplomática y comercial que sostenían Alemania y Colombia antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, en 1939.
Para hablar de este vínculo, necesariamente hay que hacer referencia a una guerra, otra más, en la que estuvo involucrado Colombia. Se trata del conflicto bélico que enfrentó al gobierno de Enrique Olaya Herrera con el régimen del general peruano Luis Miguel Sánchez Cerro en 1932. Para combatir a los 300 militares peruanos que pretendían tomarse Leticia, la Sociedad Colombo Alemana de Transporte Aéreo (Scadta) —primera aerolínea fundada en Colombia (1919)— puso al servicio de la Fuerza Aérea aeronaves que fueron adecuadas para el combate. Incluso, según reseñan documentos oficiales de la Fuerza Aérea Colombiana, el piloto alemán y veterano de la Primera Guerra Mundial, Herbert Boy, “fue encargado por el gobierno nacional para dirigir las operaciones aéreas con el objetivo de recuperar Leticia”. El conflicto con Perú se solucionó por la vía diplomática el 24 de mayo de 1934, con la firma del Protocolo de Río de Janeiro, con el que se ratificó el tratado que ya establecía los límites entre ambos países.
Los pilotos alemanes que participaron en aquella confrontación hoy son recordados como héroes. Tanto así que en 2011 el entonces ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón Bueno, inauguró en Leticia, Amazonas, la Base Aérea Coronel (H) Herbert Boy.
El arribo del crucero alemán Karlsruhe a Buenaventura fue un gesto de esa cordial relación que entonces sostenían los gobiernos de Alemania y Colombia. Para entonces, Adolf Hitler llevaba un año como presidente de Alemania, mientras que Alfonso López Pumarejo era el presidente de Colombia.
El periodista y escritor Alberto Donadío, coautor de los libros Colombia nazi y El jefe supremo, recuerda que en esa época “Alemania tenía la colonia extranjera más poderosa económicamente con presencia en Colombia. Además, por la participación de los alemanes en el conflicto amazónico, había un aprecio muy grande entre ellos”.
En El jefe supremo, Donadío y Silvia Galvis recuerdan que Rojas Pinilla estuvo en Berlín de marzo a septiembre de 1936, con la misión militar colombiana que fue a comprar maquinaria para fabricar municiones. Otro episodio que demuestra que había relaciones cordiales entre ambos países.
La historia y sus casualidades
Hace 16 años el publicista caleño Carlos H. Giraldo cabalgaba sobre una obsesión trepidante: rastrear el origen de una ceiba centenaria que había sido talada, quemada y olvidada. Para encontrarla, Giraldo pidió a sus conocidos que le ayudaran a husmear archivos fotográficos del Cali viejo en donde se pudieran encontrar pistas sobre dónde fue sembrada originalmente aquella arboleda frondosa.
Tras varios meses de búsqueda, Alfredo Rincón, un viejo cazador de fotos del barrio San Antonio, en el occidente de Cali, le llevó una foto en la que se veía el tronco de aquel árbol que Giraldo estaba buscando. “Amo a Cali y siempre he hecho lo que he podido por no dejar perder la memoria de esta ciudad, que es tan silenciosa como mágica. Es verdad que somos reconocidos por la salsa y el chontaduro, pero aquí hay muchas cosas más que no hemos contado”, dice.
Además: “70 colombianos ayudamos a derrotar a Hitler”
Y sí que las hay. Claro que en aquella foto se veía la ceiba, pero algo más en esa imagen llamó la atención de Giraldo. Bajo las ramas de los árboles un grupo de militares interpretaban los instrumentos de una banda de guerra mientras que un par de señores dejaba una ofrenda floral a los pies de una estatua de Simón Bolívar. Al fondo de la foto se veía otro grupo de militares con atuendos parecidos a los de los soldados que sostenían los instrumentos musicales. “Sabía que esos manes que se veían allí (los de los instrumentos) eran militares alemanes. Se podía inferir por los uniformes que llevaban puestos”.
Otoniel Arango Collazos, abogado, teniente coronel profesional de la reserva y autor del libro Batallón San Mateo: 80 años forjando patria, dice que “inicialmente nuestro Ejército fue adoctrinado por el Ejército chileno, una milicia que era el fiel reflejo del Ejército prusiano. Por eso la indumentaria de las tropas de la época era muy similar a la que vestían los alemanes: cinturón de cuero, botas altas y chaquetón. Nuestro Ejército se copió de Chile y Chile se copió de Alemania”.
Carlos H. Giraldo recuerda que se montó entonces en una vaca loca más briosa que la de encontrar el origen de unos árboles viejos. Se puso a investigar quiénes eran y qué carajos hacían en Cali los militares de Hitler. Para encontrar las respuestas se tardó un poco más de dos años. “Lo primero fue buscar información en las bibliotecas, la Alcaldía, la Academia de Historia, Obras Públicas... En ninguna de esas entidades me dieron razón. Sin embargo, yo sabía que esos datos tenían que estar en alguna parte”.
Entre papeleos, llamadas y reuniones infructuosas, Giraldo duró algo más de dos meses en esa primera etapa de búsqueda. Además, dice, no podía destinarle el tiempo que hubiera deseado porque tenía que seguir en su trabajo como publicista. No desistió.
Para la segunda etapa de su pesquisa se dirigió a las hemerotecas. “La historia de las ciudades y los países está en los periódicos. Eso es una ley”, se repetía todos los días mientras buscaba en los archivos de la hemeroteca departamental. La indagación no estaba resultando fácil y tras un par de meses decidió tirar la toalla, porque los documentos que consultaba estaban en un mal estado.
Más llamadas, más papeleo, más burocracia, más reuniones infructuosas y más tiempo perdido. Cada vez que sentía que el largo brazo de la historia le desportillaba los dientes y caía a la lona chorreando sangre, Carlos H. Giraldo veía con los ojos bien abiertos la foto que le llevó Rincón. “Unos soldados nazis en Cali”, “unos soldados nazis en Cali”, “unos soldados nazis en Cali”, se repetía como un mantra. Encontrar las razones del origen de esa visita se le convirtió en algo más que una obsesión.
“Logré que me dieran acceso en la hemeroteca del Banco de la República. Allí empecé a buscar en todos los periódicos, desde el 1° de enero de 1930 en adelante”. Todos los días, durante cuatro horas, Giraldo tuvo una cita con los periódicos viejos y con la historia. Después de varios meses, ese encuentro resultó, literalmente, tóxico. Giraldo no acató las recomendaciones de usar guantes y mascarilla para manipular los archivos, así que terminó hospitalizado.
“Como son periódicos que estuvieron en el público y luego fueron archivados, tienen muchos contaminantes. Eso debe tener los microbios y las cosas que querás. La bibliotecaria me lo advirtió, pero mi filosofía era proteger el documento antes que mi salud y no hice mucho caso. Días después me empecé a ahogar y terminé con una infección en los pulmones”.
Tras veinte días de una larga recuperación y cuando su familia pensó que la locura de encontrar a los nazis que habían visitado a Cali en algún momento de los años 30 había terminado, Carlos H. Giraldo volvió, en contra de todo y de todos, a la hemeroteca. Esta vez tapado hasta los ojos. Usó guantes, camisas manga larga, gafas y se armó de más paciencia.
“Cuando ya iba a completar casi dos años de búsqueda, llegué en un momento en el que me sentí derrotado. Ya iba en el año 1935 y sentía que había perdido mucho tiempo y era hora de parar. Me dije: ‘Miro las últimas diez páginas y listo’. Como en la octava página vi un avisito pequeño, como de cinco centímetros, que decía: ‘Mañana llega el Karlsruhe a Buenaventura’. Fui a esa página y allí estaba, en primera página, toda la información que andaba buscando: ¿Quiénes eran los señores, ¿a qué vinieron?, ¿qué sitios visitaron? Era un reportaje de tres páginas que se publicó en Relator”. Un grito desgarrado interrumpió el silencio eterno de la hemeroteca. “Dios mío, por fin encontré esta joda”, gritó Carlos H. Giraldo. Con el resultado de la búsqueda, Giraldo publicó, en agosto de 2005, un extenso reportaje en la revista Épocas.
Los visitantes, escribió Giraldo, “eran marinos de Hitler que se encontraban de gira práctica-náutica para aspirantes a oficiales, además, querían despertar sentimientos de cortesía y acercamiento entre la gran Alemania y los pueblos de este continente”.
El crucero Karlsruhe fue botado del astillero el 20 de agosto de 1927, pesaba 6.000 toneladas y estaba armado con nueve cañones de 15 cm, cuatro cañones de 8,8 cm y doce lanzatorpedos de 50 cm.
En su investigación, Giraldo encontró que el crucero alemán “zarpó del puerto de Kiel (sede de la academia naval del Imperio alemán) a una gira instructiva de ocho meses. El día 22 de octubre de 1934 hizo su primera parada en Indias Occidentales, luego pasó por Brasil, Uruguay, Chile, Perú, Ecuador y Colombia, arribando por Buenaventura el lunes 11 de febrero de 1935 a las 10 a.m., gira que continuaría hacia Estados Unidos”.
Durante los cinco días que duró la visita de los marinos nazis a Cali, las autoridades de la época se despacharon en atenciones con los extranjeros. “Banderas de Colombia y Alemania se izaban en todas las casas y almacenes de los barrios conocidos popularmente como: El Empedrado y El Vallano (…) la colonia alemana invitó a una gran fiesta el miércoles 13 en las instalaciones de la cervecería alemana Los Andes, del barrio Granada (hoy parte trasera del CAM), a la que asistieron 400 invitados y consumieron mil litros de cerveza negra”.
El texto publicado en la revista Épocas reseñó los tres hechos más pintorescos de esta misión nazi: el primero, que “el 13 de febrero los marinos rinden honores al libertador en el Paseo Bolívar. Su banda interpretó magistralmente el himno nacional de Colombia y el himno de Alemania, además de varias marchas militares que cautivaron a los asistentes, mientras los germanos y algunos curiosos saludaban con el brazo derecho en alto al mejor estilo nazi”.
El segundo, y si se quiere más polémico, señala que “el cabildo, durante una sencilla ceremonia, después del discurso dado por el personero municipal, señor Martínez Velasco, declaró huéspedes de honor al comandante del Karlsruhe y su tripulación”. En la foto de este momento se ve la bandera de Colombia y la del departamento, junto a la bandera con la esvástica en el centro.
Y el tercero hace referencia a una fiesta para los soldados nazis en el exclusivo Club Colombia: “Los miembros de la comunidad alemana organizaron un banquete bailable en el club para la última noche de la visita. Por medio de colecta, consiguieron la suma de $8.000 necesarios para cubrir los gastos”.
¿Se reunió Günther Lütjens, comandante del Karlsruhe, con el presidente López Pumarejo? Según el texto de Carlos H. Giraldo, el comandante de la misión alemana enviada por Hitler no estuvo en los homenajes que se le rindieron a Simón Bolívar el 13 de febrero, porque recibió un mensaje urgente que le ordenaba presentarse en Bogotá.
“El comandante Lütjens salió a la una de la tarde el martes 12 para Bogotá vía aérea desde el aeropuerto del Guabito (hoy Base Aérea Marco Fidel Suárez), en el trimotor militar Leticia L625, piloteado por los capitanes Daza y Starke, cumpliendo la orden de presentar saludo oficial al presidente Alfonso López Pumarejo y a Von Hentie, ministro plenipotenciario y enviado extraordinario del Tercer Reich, quienes lo esperaban en la casa de Nariño. Después del periplo protocolario en Bogotá, regresó a Cali el jueves 14 de febrero pasadas las doce del mediodía en compañía del ministro alemán y el representante del presidente López, quienes lo acompañaron durante su visita a la Sultana del Valle”.
El fin del paseo nazi
Tras cinco días en Cali, el viernes 15 de febrero los marinos terminaron su visita a la capital del Valle del Cauca. “Partieron en tren especial a las 5:00 a.m., nuevamente, hacia Buenaventura, acompañados por algunas autoridades, llegando a su destino portuario a las 11 a.m. del mismo día”.
El reportaje de Giraldo cuenta que una vez en el puerto, el comandante Lütjens ofreció un banquete a bordo del Karlsruhe en honor a los representantes del gobierno nacional, gobernación y municipio, como agradecimiento por todas las atenciones recibidas durante su visita al país.
“A las 14 horas del mismo viernes, acompañado por los acordes del himno nacional de Colombia, mientras los marinos hacían el característico saludo nazi con el brazo derecho arriba, desde la cubierta del crucero, el Karlsruhe zarpó del muelle en la bahía de Buenaventura hacia el norte, dejando una estela de amores y nostalgias”.
El 19 de mayo de 1941, al principio de la Segunda Guerra Mundial, seis años y tres meses después de su visita a Cali, el ya almirante Lütjens fue nombrado por Hitler comandante del acorazado Bismark, la máquina de guerra más poderosa que el führer puso en el mar.
Tras recibir una lluvia de bombas, torpedos y proyectiles lanzados por la marina inglesa, el Bismark se hundió en el Atlántico norte el martes 27 de mayo de 1941. Günther Lütjens, quien había sido declarado huésped de honor por las autoridades del Valle del Cauca seis años antes, encontró en el lecho marino su última morada. Allí falleció junto a otros dos mil marinos nazis.