Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Tres personajes siniestros recorrieron Moscú sembrando la confusión y la muerte en esa gran sátira llamada ‘El maestro y Margarita’, la obra cumbre de un escritor nacido en Kiev, la capital de Ucrania, asediada hoy por orden del presidente de Rusia, Vladimir Putin.
En la ficción de Mijaíl Bulgákov, el diablo, su secretario y un gato negro son el instrumento de la novela para sacar al sol las debilidades de la sociedad soviética de su tiempo, dominada por Iósif Stalin, uno de los grandes asesinos de la historia.
Le sugerimos leer: “Política para profanos”, un libro de Damián Pachón
Esos mismos personajes que nunca mueren, porque la maldad es inmortal, andan sueltos por estos días en las calles de Kiev como símbolo de la arbitrariedad de los poderosos. La orden es someter a un pueblo entero a los designios del que tiene en sus manos las armas de destrucción masiva.
En el trágico recorrido del diablo en la novela, escritores y poetas desaparecen, terminan en el hospital siquiátrico o en el cementerio, el triste final de muchos hombres y mujeres en la era de Stalin. Cuando Satanás aparece en la capital soviética le cuenta a su primera víctima, un escritor desafortunado que terminó sin cabeza, que había estado con Poncio Pilatos el día que se decidió la muerte de Jesucristo.
Su interlocutor estuvo con Pilatos, también desayunó con kant y ahora ha visitado Moscú.
Todo indica, como si se tratara de un presagio, que ahí, en la capital rusa, no terminaba su recorrido. El diablo se pasea hoy por las calles de Kiev y siembra la ruina. Miles de personas buscan la frontera para huir del horror de la guerra, de la que no escapan ni los jardines infantiles bombardeados.
Como en la novela, en la realidad también se destruyen vidas y se separan familias. Reina la soberbia del poder por encima de la vida misma.
Los escenarios de Bulgákov en Kiev, su casa que hoy es un museo, la escuela donde cursó la secundaria y la universidad que lo hizo médico, están ocultos por el polvo y el fuego que dejan las bombas y los disparos ordenados desde el Palacio de Putin.
Nadie sabe qué queda en pie porque esa bandola que dejó Moscú con cuatro edificios en llamas y muchos muertos, en la historia imaginada por Bulgákov en los años veinte del siglo pasado, hoy arrasa con todo con tal de someter a un pueblo que quiere preservar su pleno derecho a la autonomía.