El eco de la palabra en la era de la Inteligencia Artificial
Irene Vallejo, Cristina Aranda y Juan Gabriel Vásquez reflexionan sobre la llegada de la Inteligencia Artificial (IA). Hablaron sobre el valor de la palabra para superar el miedo que nos suscitan estos nuevos lenguajes tecnológicos, que han implicado transformaciones en el arte y la cultura.
Samuel Sosa Velandia
Desde que la Inteligencia Artificial llegó se comenzó a percibir un sentimiento de miedo entre los humanos, por eso algunos expertos y otros curiosos se aventuraron a encontrar la razón por la que su presencia nos inquietó. Los hallazgos, con diversas fuentes y distintas palabras, coincidieron en un punto: nos preocupó ser reemplazados.
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Desde que la Inteligencia Artificial llegó se comenzó a percibir un sentimiento de miedo entre los humanos, por eso algunos expertos y otros curiosos se aventuraron a encontrar la razón por la que su presencia nos inquietó. Los hallazgos, con diversas fuentes y distintas palabras, coincidieron en un punto: nos preocupó ser reemplazados.
Ese sentir se trasladó a acciones que pidieron poner la máxima atención sobre las implicaciones del uso de la IA en cualquier esfera de la vida. La cultura no estuvo exenta de esas quejas y reclamos. De hecho, fue esta una de las razones por la que durante tres meses se vivió una huelga en Hollywood. En ese tiempo, más de 9.000 escritores afiliados al Author’s Guild norteamericano presentaron una demanda colectiva contra Open IA, responsable de Chat GPT, pues señalaron que estaban entrenando a sus programas con sus contenidos, con el fin de imitarlos.
Irene Vallejo, quien se ha dedicado a estudiar las palabras, dijo que todas las transformaciones tecnológicas han estado acompañadas de un sentimiento de pesimismo y que lo que creímos que sería el final, solo ha sido un capítulo más. “Tenemos un testimonio muy curioso de Platón en boca de Sócrates, quien, en un discurso platónico, dijo que la escritura iba a acabar con la memoria, porque en el momento en el que los libros conservasen nuestro conocimiento, ya no lo íbamos a tener dentro de nosotros, por lo que dejaríamos de ser sabios y confiaríamos solo en lo que estuviera en los libros, que es muy parecido a lo que se dice ahora con la Internet”, contó.
Vallejo aseguró que toda evolución tecnológica es esencialmente ambigua, pues tiene la certeza que todo lo que inventa el humano puede ser usado para construir o destruir. Para ella, la inteligencia artificial podría darnos una bocanada de libertad y tranquilidad, en cuanto a que realizaría esas tareas rutinarias y repetitivas: “Podemos ocuparla de la burocracia que muchas veces nos asfixia y no nos permite hacer nuestro propio trabajo. Ojalá nos quitara parte de toda esa carga”, añoró.
Cuando se refirió a “nuestro trabajo” habló de lo que, para muchos, eran las virtudes del humano; la capacidad de crear, imaginar, sentir y soñar. Aunque el futuro podría mostrar otro camino, por ahora, escribir “textos valiosos” será un asunto propiamente de los individuos, pues dijo que la IA no era fiable. “Construye textos que aparentemente son convincentes, pero inventa muchos datos, falsifica informaciones concretas, porque lo que hace es combinar elementos que conoce. Eso me preocupa por lo que significa para los derechos de autor”, subrayó.
Cristina Aranda, también filóloga y consultora tecnológica especializada en Inteligencia Artificial, manifestó que lo más interesante de esta tecnología era que nos había incomodado y, por ende, nos había puesto a pensar y reflexionar sobre la vida y su futuro. Para ella, las formas en las que solíamos hacer las cosas tenían que cambiar. “Samuel Beckett decía que las rutinas las ordena el tiempo, por eso creo que cuando llega algo que te sacude los cimientos y que implica cuestionarse muchas cosas, lo rechazamos. La Inteligencia Artificial ha demostrado que carecemos de un espíritu crítico, que nos cuesta dudar, y que nos falta una rabiosa ansia por conocerla mejor y por eso actuamos con severidad”.
En febrero de este año, el Ministerio de Cultura de España, en cabeza de Ernest Urtasun, anunció que promoverá la inclusión de una cláusula en los Premios Nacionales para que no resulten ganadoras las obras creadas “íntegra y exclusivamente” por Inteligencia Artificial generativa. Así lo establecieron en una guía de buenas prácticas, que se creó con el objetivo de garantizar el respeto a las personas titulares de derechos de propiedad intelectual en las actuaciones impulsadas por las distintas unidades y entidades ministeriales.
“Tecnologías como estas deben servir para ofrecer nuevos lenguajes y herramientas tanto a las personas creadoras para su expresión artística, como al resto de personas que trabajan en el sector cultural, como instrumento para el desarrollo y la digitalización de procesos, pero sin menoscabar el impulso, promoción y protección que el sector requiere”, señaló la cartera.
Aranda celebró que existieran esfuerzos legislativos para regular la IA, pues encontró que era crucial para garantizar la transparencia y asegurar la seguridad y fiabilidad de estos sistemas. Sin embargo, y con respecto al arte, dijo que era importante que reconociéramos la fortuna que había en nosotros: el lenguaje.
“Una máquina me puede contar chistes, pero no tiene sentido del humor. También me puede escribir sonetos, pero no puede pensar como un poeta. La semántica entre humanos, los sentidos figurados o las metáforas son algo que no pueden hacer las máquinas, que además no te generan una respuesta en tiempo real, como sí ocurre con las personas. Nuestro lenguaje es imperfectamente perfecto. En él se esconden cosas que solo nos pertenecen a nosotros y nos permite construir mundos; todos los que queramos”, argumentó.
Quizá no nos hemos hecho conscientes de ello; de esa riqueza que habita en nosotros, o eso pensó el escritor Juan Gabriel Vásquez, quien consideró que en esa preocupación por estandarizar la lectura o la escritura se disipó un espacio de subversión. “Yo digo que si se trata de crear nuevos lectores, deberíamos prohibir las novelas, porque eso inmediatamente las volvería objeto de fascinación. Eso resaltaría lo maravilloso que tienen de cuestionar los valores establecidos”, reflexionó.
Ante este valor de la palabra, Vallejo dijo que tanta avalancha de información generó una sensación de vértigo que sanará con la reivindicación de la palabra, que hace que todo deje ser tan impersonal y que crea una intimidad que ninguna máquina será capaz de reemplazar. Por eso, a esa preocupación por la muerte del libro y del oficio del escritor, Vallejo y Vásquez recordaron a Umberto Eco y su idea de que “el libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado no se puede hacer nada mejor”. Y es porque allí habita la vida humana, una infinidad finita: “El libro es el cuerpo de la palabra y del lenguaje: es su materialización, su palpitar, su plasmarse en algo que se destruye, que es perecedero, pero que contribuye a una mayor perpetuación de nuestras palabras, de nuestros pensamientos y de nuestras ideas”, expresó Vallejo.