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El edicto de Lazarillo

“El lazarillo de Tormes” fue parte de los 11 índices de libros prohibidos entre 1551 y 1790 que publicó la Inquisición.

Alberto Medina López
10 de agosto de 2020 - 02:00 a. m.
Óleo del Museo del Prado inspirada en el libro “El lazarillo de Tormes”.
Óleo del Museo del Prado inspirada en el libro “El lazarillo de Tormes”.
Foto: Obra de Luís Santamaría y Pizarro - Museo del Prado.
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El lazarillo de Tormes vio la luz y la oscuridad casi al mismo tiempo. Fue publicada en 1550 y antes de un año ya era parte del primer índice de libros prohibidos y expurgados, cuyo edicto estaba pegado en las puertas de las iglesias.

Los censores no solo cuestionaban las ofensas hacia los religiosos. Les molestaba, además, que el autor de tales historias se refugiara en el anonimato.

La reina de las novelas picarescas cuenta la historia de Lázaro, un joven que se ganaba la vida asistiendo a personajes muy particulares: un ciego, un clérigo, un hidalgo caído en desgracia, un fraile de sospechosa conducta y un bulero estafador.

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En el tratado cuarto de la historia, que sobrepasa apenas las 100 palabras, el autor plasma las andanzas del muchacho con un fraile de la Merced. Se trata de una brillante pulla a la Iglesia con frases que dejan al religioso en un lugar poco digno de su atuendo.

Cuenta Lázaro que llegó a él gracias a unas “mujercillas” que se lo recomendaron. El término, ayer y hoy, es una forma despectiva para referirse a ciertas damas, que en la novela llamaban “pariente” a su amigo el fraile.

Lázaro describe a su señor como un hombre de poco rezo y de mucho mundo, “gran enemigo del coro y de comer en el convento”. Y para completar el cuadro afirmaba que “rompía más zapatos que todo el convento”, una forma de decir que andaba en malos pasos.

El tratado quinto también provocó la furia de los censores porque dejaba mal parada la institución de la bula, el documento pontificio que concedía privilegios. Lázaro entró a trabajar con un bulero que transaba indulgencias por dinero para su bolsillo, sobornando con frutas a clérigos y curas.

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Su táctica incluía el montaje de falsos milagros para ganar compradores. Un cómplice lo acusó en público de engañar a la gente ofreciendo bulas falsas. Acto seguido el denunciante sufrió un colapso y el bulero pidió a Dios que le perdonara la infamia. Para asombro de los incautos, lo resucitó.

“De manera que en 10 o 12 lugares de aquellos alrededores donde fuimos, echó el señor mi amo otras tantas mil bulas sin predicar sermón”.

El profesor Antonio Márquez nos cuenta que la Inquisición publicó 11 índices de libros prohibidos entre 1551 y 1790, en cuya redada cayó el famoso Lazarillo

Por Alberto Medina López

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