“El elíxir de amor”, una realidad universal retratada en La Guajira
La coproducción del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo y la Ópera de Colombia se estrenó el 26 de octubre. La ópera de Donizetti será presentada de nuevo el 28 y 30 de octubre.
Andrea Jaramillo Caro
Una mezcla de colores inunda el escenario, donde el azul del cielo de fondo contrasta con los naranjas, amarillos y verdes del paisaje, mientras que el vestido rojo de Adina resalta en el escenario entre un mar de blancos, verdes y morados, al son de su canción, que cuenta la historia de Tristán e Isolda. Una ranchería guajira es el lugar seleccionado para desarrollar la historia italiana de El elixir de amor. Entre campesinos, monjas, soldados de la Guerra de los Mil Días e indígenas wayuus, la historia de amor entre Nemorino y Adina es llevada a las tablas por la Ópera de Colombia y el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, bajo la dirección escénica del cineasta Sergio Cabrera y la dirección musical del maestro Manuel López-Gómez.
Esta obra se centra en el joven Nemorino y la bella pero frívola Adina. Él está perdidamente enamorado de ella, aunque Adina le ha dejado claro que no está interesada en una relación. Sin embargo, al llegar el sargento Belcore al pueblo le pide su mano en matrimonio y ella acepta. Casi al mismo tiempo el embaucador Dulcamara hace su aparición en escena, vendiendo su elíxir que “cura todo mal”. Nemorino, desesperado, acude a él para que le venda un elíxir de amor que lo ayude a enamorar Adina y así esta ópera cómica muestra los giros en esta historia de amor.
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A Cabrera y López-Gómez se unen en el elenco el tenor colombiano Julián Henao (en el papel de Nemorino), la soprano española Sara Bañeras (Adina), el bajo colombo-italiano Hyalmar Mitrotti (Dulcamara), el italiano Gianni Giugga (Belcore) y la soprano colombiana Alejandra Ballestas (Giannetta).
Tras dirigir películas y series, Sergio Cabrera hace su debut en la ópera. El cineasta cuenta que quiso trasladar la historia que originalmente está escrita para “un pequeño pueblo del País Vasco” a una ranchería en La Guajira, durante la Guerra de los Mil Días. “Finalmente, El elíxir de amor es un melodrama como las novelas colombianas, que cuenta una historia sobre cómo el poder y la corrupción pueden dañar la vida de dos personas”, afirmó. Se decidió por este departamento ya que quería hacer eco de la intención original de Gaetano Donizetti, el compositor, y Felice Romani, el libretista, de desarrollar la historia en un lugar alejado de los centros de poder.
La Guajira no es un territorio nuevo para Cabrera, pues ha rodado allí con frecuencia. En esta oportunidad, se dio la licencia, como muchos otros, de jugar con la historia y colombianizarla para potenciar a sus personajes. “Me di cuenta de que esa niña rica podía ser una princesa guajira; su novio, un pescador; el militar que llega podía ser uno de la Guerra de los Mil Días y el vendedor de elíxir pues una especie de culebrero que llega a embaucar a la gente. Es una situación que se presenta mucho y es fácilmente creíble a final del siglo XIX, pero también creíble en pleno siglo XXI en cualquier parte del mundo. Lo que hace que estas historias se sigan poniendo en escena es que cuentan relatos universales”.
Una balsa acompaña a Dulcamara hasta la costa de esta ranchería. Con dos bandas con la bandera de Colombia cruzadas sobre el pecho y una vara enredada con una serpiente, casi como un caduceo, el embaucador hace su entrada triunfal ofreciendo su milagroso pero fraudulento elíxir. “¡Es chirrinchi, no elíxir!”, exclama Dulcamara mientras Nemorino está distraído. Originalmente el embaucador le ofrece al joven enamorado un vino de Burdeos, un tipo de alcohol barato en Europa, que Cabrera decidió cambiar por el licor conocido en la región. Como este hay otros guiños a la cultura colombiana, un ejemplo es el momento en que el embaucador pide música y en escena toca una gaita cuyo sonido es reemplazado por el de una trompeta.
En términos musicales no hubo ningún cambio. El director musical Manuel López-Gómez destaca que esta es una ópera sencilla de adaptar a otro contexto diferente al original y permite flexibilidad en cuanto a elementos del argumento. Cuenta que lo máximo que llegaron a hacer con Cabrera fue cortar algunas frases musicales que se repetían y afectaban la dramaturgia, pero siempre respetando el libreto original.
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Poner una ópera de Donizetti en escena no está exento de desafíos, ya que es uno de los grandes exponentes del bel canto. López-Gómez afirma que una de las grandes dificultades de interpretar la música compuesta por el italiano es “lograr esa articulación, sobre todo en las cuerdas, que es muy ligera y transparente. Es un lenguaje muy cristalino y toma tiempo que una orquesta que no está acostumbrada a que este repertorio logre asimilar este tipo de articulación”. No es solo la orquesta la que está anclada a la articulación cristalina de la que habla el director musical, sino que también los cantantes se deben adaptar a esto y lograr gran claridad en las frases largas , mientras ligan una nota con otra. “Debe haber coherencia entre una nota y la que le sigue, para que el discurso musical sea efectivo”.
Esto lo confirma el tenor Julián Henao, quien considera que este es uno de los papeles más largos escritos para un tenor en las óperas conocidas. Aunque El elíxir de amor no es una de las óperas más agudas, según el tenor, “este rol está escrito sobre una parte muy frágil del tenor: el passaggio. Pero, además, es el rol que más canta. Hay que estar muy concentrado en esa parte y tener la resistencia necesaria”.
El público no existe para los personajes en escena, se cantan entre ellos sin posar sus ojos en la audiencia, haciendo de esta una experiencia cinematográfica; uno de los objetivos y desafíos que Sergio Cabrera enfrentó al asumir la dirección escénica. El cineasta comentó que “lo único que le falta a la ópera para ser cine es llevar las cámaras”; por eso, en esta ocasión quiso levantar una cuarta pared en escena para hacer de esa visión casi una realidad.
El inicio del segundo acto recibe al público con la fiesta de matrimonio de Adina con el sargento Belcore, en la que ella y Dulcamara bailan como tradicionalmente lo harían los wayuus. Sergio Cabrera y el elenco se esforzaron por aprender las costumbres y cultura de la tribu colombiana, poniendo en escena elementos propios de la etnia.
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Para llevar a cabo su visión, Cabrera y su equipo artístico se apoyaron en varios colaboradores y trabajaron de cerca con miembros de la etnia wayuu con el fin de lograr “una abstracción de La Guajira”, como lo llama el director escénico. “No es suficiente echar arena y poner un cactus. Es un juego creativo muy bonito, porque en ese concepto de intentar hacer la abstracción de La Guajira está un poco la destilación de ideas de todos en cuanto a vestuario, escenografía, utilería... todos esos detalles que hacen que el público entre en este espacio virtual que se está creando. La ópera, como el teatro, el cine y el ballet, lo que busca es hacer que el público entre en un mundo diferente al real. Nadie va por la calle cantando o declarando su amor. Uno debe lograr que la audiencia entre en ese mundo virtual y darles mucha verdad a través de abstracciones armonizadas”.
La colaboración con la comunidad wayuu fue más desde el departamento de arte; sin embargo, Cabrera cuenta que trabajó con una pareja que vino a enseñar uno de sus bailes tradicionales para algunas escenas de la ópera. Este no es un ejercicio etnográfico ni perfecto de una de sus danzas tradicionales. Cabrera lo ve como parte de su abstracción. Más allá de la escenografía y el vestuario, la cultura wayuu también fue un punto protagónico para los solistas en su preparación.
“Ha sido un desafío para nosotros adaptarnos a la cultura wayuu, porque muchos de nosotros estamos alejados de esa cultura. Ha salido un resultado interesante. Por ejemplo, la compañera que interpreta a Adina es española y para ella adaptarse al rol de la princesa wayuu no fue fácil. Nosotros hicimos nuestra preparación viendo videos sobre ellos y estudiando sus tradiciones. Sergio Cabrera nos enviaba materiales para que nos pudiéramos reencontrar con esa cultura”, afirmó Henao.
El elixir de amor es una de las historias favoritas para representar en las casas de ópera del mundo y a su amplio historial de producciones ahora se une una que la convirtió en “la ópera italiana más colombiana”.
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Una mezcla de colores inunda el escenario, donde el azul del cielo de fondo contrasta con los naranjas, amarillos y verdes del paisaje, mientras que el vestido rojo de Adina resalta en el escenario entre un mar de blancos, verdes y morados, al son de su canción, que cuenta la historia de Tristán e Isolda. Una ranchería guajira es el lugar seleccionado para desarrollar la historia italiana de El elixir de amor. Entre campesinos, monjas, soldados de la Guerra de los Mil Días e indígenas wayuus, la historia de amor entre Nemorino y Adina es llevada a las tablas por la Ópera de Colombia y el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, bajo la dirección escénica del cineasta Sergio Cabrera y la dirección musical del maestro Manuel López-Gómez.
Esta obra se centra en el joven Nemorino y la bella pero frívola Adina. Él está perdidamente enamorado de ella, aunque Adina le ha dejado claro que no está interesada en una relación. Sin embargo, al llegar el sargento Belcore al pueblo le pide su mano en matrimonio y ella acepta. Casi al mismo tiempo el embaucador Dulcamara hace su aparición en escena, vendiendo su elíxir que “cura todo mal”. Nemorino, desesperado, acude a él para que le venda un elíxir de amor que lo ayude a enamorar Adina y así esta ópera cómica muestra los giros en esta historia de amor.
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Tras dirigir películas y series, Sergio Cabrera hace su debut en la ópera. El cineasta cuenta que quiso trasladar la historia que originalmente está escrita para “un pequeño pueblo del País Vasco” a una ranchería en La Guajira, durante la Guerra de los Mil Días. “Finalmente, El elíxir de amor es un melodrama como las novelas colombianas, que cuenta una historia sobre cómo el poder y la corrupción pueden dañar la vida de dos personas”, afirmó. Se decidió por este departamento ya que quería hacer eco de la intención original de Gaetano Donizetti, el compositor, y Felice Romani, el libretista, de desarrollar la historia en un lugar alejado de los centros de poder.
La Guajira no es un territorio nuevo para Cabrera, pues ha rodado allí con frecuencia. En esta oportunidad, se dio la licencia, como muchos otros, de jugar con la historia y colombianizarla para potenciar a sus personajes. “Me di cuenta de que esa niña rica podía ser una princesa guajira; su novio, un pescador; el militar que llega podía ser uno de la Guerra de los Mil Días y el vendedor de elíxir pues una especie de culebrero que llega a embaucar a la gente. Es una situación que se presenta mucho y es fácilmente creíble a final del siglo XIX, pero también creíble en pleno siglo XXI en cualquier parte del mundo. Lo que hace que estas historias se sigan poniendo en escena es que cuentan relatos universales”.
Una balsa acompaña a Dulcamara hasta la costa de esta ranchería. Con dos bandas con la bandera de Colombia cruzadas sobre el pecho y una vara enredada con una serpiente, casi como un caduceo, el embaucador hace su entrada triunfal ofreciendo su milagroso pero fraudulento elíxir. “¡Es chirrinchi, no elíxir!”, exclama Dulcamara mientras Nemorino está distraído. Originalmente el embaucador le ofrece al joven enamorado un vino de Burdeos, un tipo de alcohol barato en Europa, que Cabrera decidió cambiar por el licor conocido en la región. Como este hay otros guiños a la cultura colombiana, un ejemplo es el momento en que el embaucador pide música y en escena toca una gaita cuyo sonido es reemplazado por el de una trompeta.
En términos musicales no hubo ningún cambio. El director musical Manuel López-Gómez destaca que esta es una ópera sencilla de adaptar a otro contexto diferente al original y permite flexibilidad en cuanto a elementos del argumento. Cuenta que lo máximo que llegaron a hacer con Cabrera fue cortar algunas frases musicales que se repetían y afectaban la dramaturgia, pero siempre respetando el libreto original.
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Poner una ópera de Donizetti en escena no está exento de desafíos, ya que es uno de los grandes exponentes del bel canto. López-Gómez afirma que una de las grandes dificultades de interpretar la música compuesta por el italiano es “lograr esa articulación, sobre todo en las cuerdas, que es muy ligera y transparente. Es un lenguaje muy cristalino y toma tiempo que una orquesta que no está acostumbrada a que este repertorio logre asimilar este tipo de articulación”. No es solo la orquesta la que está anclada a la articulación cristalina de la que habla el director musical, sino que también los cantantes se deben adaptar a esto y lograr gran claridad en las frases largas , mientras ligan una nota con otra. “Debe haber coherencia entre una nota y la que le sigue, para que el discurso musical sea efectivo”.
Esto lo confirma el tenor Julián Henao, quien considera que este es uno de los papeles más largos escritos para un tenor en las óperas conocidas. Aunque El elíxir de amor no es una de las óperas más agudas, según el tenor, “este rol está escrito sobre una parte muy frágil del tenor: el passaggio. Pero, además, es el rol que más canta. Hay que estar muy concentrado en esa parte y tener la resistencia necesaria”.
El público no existe para los personajes en escena, se cantan entre ellos sin posar sus ojos en la audiencia, haciendo de esta una experiencia cinematográfica; uno de los objetivos y desafíos que Sergio Cabrera enfrentó al asumir la dirección escénica. El cineasta comentó que “lo único que le falta a la ópera para ser cine es llevar las cámaras”; por eso, en esta ocasión quiso levantar una cuarta pared en escena para hacer de esa visión casi una realidad.
El inicio del segundo acto recibe al público con la fiesta de matrimonio de Adina con el sargento Belcore, en la que ella y Dulcamara bailan como tradicionalmente lo harían los wayuus. Sergio Cabrera y el elenco se esforzaron por aprender las costumbres y cultura de la tribu colombiana, poniendo en escena elementos propios de la etnia.
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Para llevar a cabo su visión, Cabrera y su equipo artístico se apoyaron en varios colaboradores y trabajaron de cerca con miembros de la etnia wayuu con el fin de lograr “una abstracción de La Guajira”, como lo llama el director escénico. “No es suficiente echar arena y poner un cactus. Es un juego creativo muy bonito, porque en ese concepto de intentar hacer la abstracción de La Guajira está un poco la destilación de ideas de todos en cuanto a vestuario, escenografía, utilería... todos esos detalles que hacen que el público entre en este espacio virtual que se está creando. La ópera, como el teatro, el cine y el ballet, lo que busca es hacer que el público entre en un mundo diferente al real. Nadie va por la calle cantando o declarando su amor. Uno debe lograr que la audiencia entre en ese mundo virtual y darles mucha verdad a través de abstracciones armonizadas”.
La colaboración con la comunidad wayuu fue más desde el departamento de arte; sin embargo, Cabrera cuenta que trabajó con una pareja que vino a enseñar uno de sus bailes tradicionales para algunas escenas de la ópera. Este no es un ejercicio etnográfico ni perfecto de una de sus danzas tradicionales. Cabrera lo ve como parte de su abstracción. Más allá de la escenografía y el vestuario, la cultura wayuu también fue un punto protagónico para los solistas en su preparación.
“Ha sido un desafío para nosotros adaptarnos a la cultura wayuu, porque muchos de nosotros estamos alejados de esa cultura. Ha salido un resultado interesante. Por ejemplo, la compañera que interpreta a Adina es española y para ella adaptarse al rol de la princesa wayuu no fue fácil. Nosotros hicimos nuestra preparación viendo videos sobre ellos y estudiando sus tradiciones. Sergio Cabrera nos enviaba materiales para que nos pudiéramos reencontrar con esa cultura”, afirmó Henao.
El elixir de amor es una de las historias favoritas para representar en las casas de ópera del mundo y a su amplio historial de producciones ahora se une una que la convirtió en “la ópera italiana más colombiana”.
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