El encanto de mirarse a sí mismo
Un balance sobre lo que fue la octava edición del Festival Villa del Cine.
Nico Rojas @nicorojasrobles
“Querida, me acabo de divorciar de un panadero parisino, así que, para comer pan francés, me hubiera quedado allá”, dice Florencia entre risas, con su acento de algún país del sur de Latinoamérica y la cámara colgada en el hombro, mientras rebusca dentro del bolso un billete para pagar cualquier cosa en una de las tiendas de artesanías de Calle Caliente.
“Esto no era así cuando yo estaba joven, el pueblo ya no es de los que vivimos aquí”, protesta Alirio, contemplando desde una esquina la plaza, con los párpados cubriéndole la vista y el bastón golpeando el suelo. El cine domo instalado cerca de la fuente, frente al cual hacen fila varios grupos de colegiales para ver una muestra de realidad virtual. El pueblo le resulta tan ajeno como las músicas que, mezclándose una con otra, se escapan por las puertas y balcones de los restaurantes cercanos.
Martín, de casi cinco años, corre a toda velocidad por puro placer y hacia ningún sitio, a la vez que su mamá grita su nombre inútilmente, llevando con dificultad un coche de bebé por entre las empedradas calles del lugar. Al chocar calculadamente con una puerta de vidrio, Martín sonríe cautivado por su propio reflejo, hace un par de muecas y pregunta: ¿Tú quién eres? En Villa de Leyva, historias, diálogos y personajes que parecen tan simples como salidos de una película, son cosa de todos los días; “es un poema visual”, opina el director y guionista canadiense-salvadoreño Alfonso Quijada, invitado al Festival Villa del Cine, que se celebró del 29 de septiembre al 2 de octubre en uno de los municipios del departamento de Boyacá, rodeado de lagos azules, desiertos, bosques y cascadas.
Le sugerimos leer: Y entra Tarantino a una discusión sobre cine colombiano
En su octava edición el evento, realizado en alianza con la Secretaría Cultural de la Embajada de México, país invitado especial, contó con una selección oficial de sesenta películas en exhibición y otras cuarenta compitiendo en sus ocho categorías, entre las cuales se contaron Mejor cortometraje escolar, Mejor ópera prima, Videoclip musical y Realidad virtual. Los asistentes a esta cita con el séptimo arte disfrutaron de las proyecciones a cielo abierto que cada noche tuvieron lugar en la plaza central más grande del país.
Adicionalmente, el Teatro Municipal, la Galería Domingo Pérez y el Claustro San Francisco, entre otros espacios del municipio, recibieron a espectadores y realizadores que entablaron diálogos en torno a las piezas fílmicas exhibidas. Una apuesta por la democratización del cine como expresión artística y punto de encuentro. Un jurado conformado por mujeres y hombres vinculados al cine desde sus roles de directores, críticos, guionistas, artistas y maestros, con reconocida trayectoria en el medio, se encargó de otorgar los ocho Tunjos a las películas ganadoras, entre las que se destaca Cruzar, de Juan Pablo Urgilés Becerra, un documental rodado para realidad virtual, que pone al espectador en el lugar de una migrante venezolana que peregrina por Ecuador y Colombia, intentando reagrupar a sus hijos.
“Reflejos” fue el nombre para esta edición, que según lo expresó Julián Díaz Velosa, director artístico del festival, propuso reflexiones sobre la relación de los creadores cinematográficos con el mundo que presentan en sus obras y sobre cómo este se refleja de vuelta en ellos y en el público. Díaz recordó que estas calles fueron la locación de su propia vida desde niño; “siempre he imaginado envejecer acá”, aseguró.
En su imagen oficial, “Reflejos” dibujó una silueta femenina mimetizada con el espesor de un paisaje boscoso; un ser humano reflejando oscuridades y rayos de sol, como Florencia, que intentó escribir un guion nuevo para su vida y que se fue de Villa de Leyva sin probar el croissant de almendra de su pastelería francesa. Como Alirio, que al tiempo que evocó el pueblo de su infancia y se vio reflejado en los chicos de la fila del cine domo, se preguntó cuántas cosas no verá en esta plaza y cuántas músicas nuevas sus oídos jamás escucharán. Como Martín, que sin nostalgias ni planes, sin la cabeza cargada de pasado ni futuro, disfrutó del mágico encanto de mirarse a sí mismo y preguntarse quién es.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖
“Querida, me acabo de divorciar de un panadero parisino, así que, para comer pan francés, me hubiera quedado allá”, dice Florencia entre risas, con su acento de algún país del sur de Latinoamérica y la cámara colgada en el hombro, mientras rebusca dentro del bolso un billete para pagar cualquier cosa en una de las tiendas de artesanías de Calle Caliente.
“Esto no era así cuando yo estaba joven, el pueblo ya no es de los que vivimos aquí”, protesta Alirio, contemplando desde una esquina la plaza, con los párpados cubriéndole la vista y el bastón golpeando el suelo. El cine domo instalado cerca de la fuente, frente al cual hacen fila varios grupos de colegiales para ver una muestra de realidad virtual. El pueblo le resulta tan ajeno como las músicas que, mezclándose una con otra, se escapan por las puertas y balcones de los restaurantes cercanos.
Martín, de casi cinco años, corre a toda velocidad por puro placer y hacia ningún sitio, a la vez que su mamá grita su nombre inútilmente, llevando con dificultad un coche de bebé por entre las empedradas calles del lugar. Al chocar calculadamente con una puerta de vidrio, Martín sonríe cautivado por su propio reflejo, hace un par de muecas y pregunta: ¿Tú quién eres? En Villa de Leyva, historias, diálogos y personajes que parecen tan simples como salidos de una película, son cosa de todos los días; “es un poema visual”, opina el director y guionista canadiense-salvadoreño Alfonso Quijada, invitado al Festival Villa del Cine, que se celebró del 29 de septiembre al 2 de octubre en uno de los municipios del departamento de Boyacá, rodeado de lagos azules, desiertos, bosques y cascadas.
Le sugerimos leer: Y entra Tarantino a una discusión sobre cine colombiano
En su octava edición el evento, realizado en alianza con la Secretaría Cultural de la Embajada de México, país invitado especial, contó con una selección oficial de sesenta películas en exhibición y otras cuarenta compitiendo en sus ocho categorías, entre las cuales se contaron Mejor cortometraje escolar, Mejor ópera prima, Videoclip musical y Realidad virtual. Los asistentes a esta cita con el séptimo arte disfrutaron de las proyecciones a cielo abierto que cada noche tuvieron lugar en la plaza central más grande del país.
Adicionalmente, el Teatro Municipal, la Galería Domingo Pérez y el Claustro San Francisco, entre otros espacios del municipio, recibieron a espectadores y realizadores que entablaron diálogos en torno a las piezas fílmicas exhibidas. Una apuesta por la democratización del cine como expresión artística y punto de encuentro. Un jurado conformado por mujeres y hombres vinculados al cine desde sus roles de directores, críticos, guionistas, artistas y maestros, con reconocida trayectoria en el medio, se encargó de otorgar los ocho Tunjos a las películas ganadoras, entre las que se destaca Cruzar, de Juan Pablo Urgilés Becerra, un documental rodado para realidad virtual, que pone al espectador en el lugar de una migrante venezolana que peregrina por Ecuador y Colombia, intentando reagrupar a sus hijos.
“Reflejos” fue el nombre para esta edición, que según lo expresó Julián Díaz Velosa, director artístico del festival, propuso reflexiones sobre la relación de los creadores cinematográficos con el mundo que presentan en sus obras y sobre cómo este se refleja de vuelta en ellos y en el público. Díaz recordó que estas calles fueron la locación de su propia vida desde niño; “siempre he imaginado envejecer acá”, aseguró.
En su imagen oficial, “Reflejos” dibujó una silueta femenina mimetizada con el espesor de un paisaje boscoso; un ser humano reflejando oscuridades y rayos de sol, como Florencia, que intentó escribir un guion nuevo para su vida y que se fue de Villa de Leyva sin probar el croissant de almendra de su pastelería francesa. Como Alirio, que al tiempo que evocó el pueblo de su infancia y se vio reflejado en los chicos de la fila del cine domo, se preguntó cuántas cosas no verá en esta plaza y cuántas músicas nuevas sus oídos jamás escucharán. Como Martín, que sin nostalgias ni planes, sin la cabeza cargada de pasado ni futuro, disfrutó del mágico encanto de mirarse a sí mismo y preguntarse quién es.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖