El “encuentro” de Gabriel Marcel
El filósofo francés abogaba por relaciones humanas basadas en el “yo-tú”. Este postulado al igual que otros, como el protagonismo de la subjetividad sobre la objetividad en nuestro relacionamiento con el mundo y la realidad, sirvieron de bases filosóficas para la psicoterapia existencialista.
Danelys Vega Cardozo
Gabriel Marcel fue de esos que decían que su pensamiento se vio influenciado por mujeres: su esposa, su madre y su tía. Aquel pensamiento que lo catalogaría como existencialista, ese mismo que empleó para realizar reflexiones en torno a la Primera y Segunda Guerra Mundial. Durante aquellos tiempos se ganó la etiqueta de “existencialista cristiano”, pues se convirtió al catolicismo, aunque ese rótulo nunca le agradó.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Gabriel Marcel fue de esos que decían que su pensamiento se vio influenciado por mujeres: su esposa, su madre y su tía. Aquel pensamiento que lo catalogaría como existencialista, ese mismo que empleó para realizar reflexiones en torno a la Primera y Segunda Guerra Mundial. Durante aquellos tiempos se ganó la etiqueta de “existencialista cristiano”, pues se convirtió al catolicismo, aunque ese rótulo nunca le agradó.
Afirmaba que “quien no ha vivido un problema filosófico no está en capacidad de comprenderlo”. Para él solo como participantes activos de la vida y la realidad podemos alcanzar nuestra existencia plena. Aseguraba que no todo puede ser explicado a través del pensamiento, pues en el caso de la realidad decía que es necesario experimentarla para entenderla. “La corriente intelectualista no atiende a lo concreto profundo, reifica los conceptos, no alcanza la realidad expresante, que únicamente se revela por la vía de la presencia”. Y es que para Marcel solo es posible considerar como verdad aquello que es empíricamente verificable, por eso decía que cada uno debía hallar sus propias respuestas.
Le invitamos a leer: Grecia aceptó un diálogo por la devolución de los mármoles del Partenón
Se mostró en desacuerdo con la búsqueda de la objetividad, pues nos alejaría tanto de nosotros mismos como de los demás. “Cuánto más ponga el acento sobre la objetividad de las cosas, cortando el cordón umbilical que la liga a mi existencia, a lo que llamo mi presencia órgano-psíquica para mí mismo, tanto más afirmaré la independencia del mundo con respecto de mí, su radical indiferencia a mi destino, a mis fines propios”. Este postulado fue clave para la psicoterapia con enfoque humanista, al considerar que lo relevante en el paciente, también llamado consultante, no es el diagnóstico, sino el mismo. Desde este punto de vista, la depresión mayor, la ansiedad o cualquier tipo de trastorno mental nada nos diría de las personas y supondría más bien una barrera. Se tiene en cuenta el diagnóstico, pero no se parte de él.
En palabras de Marcel hay dos formas de acercarse a la realidad: primera y segunda reflexión, diría él. Aquel que asume un papel de espectador, apartado de la realidad y del mundo, y que trata de explicar ambos como un ser externo —fuera del mundo y no en él—, que vive objetivando todo lo que le sucede, como si estuviera ante problemas que debe resolver, se encuentra parado en la primera reflexión. Caso distinto sucede con quienes entienden que la existencia solo puede ser vivida a través de la subjetividad y no la objetividad; a través de la propia experiencia, apoderándose del escenario, siendo participes de la vida, viéndola no como un problema por resolver, sino como un misterio, ese que vislumbramos bajo una actitud de asombro, apostándole a fin de cuentas a la segunda reflexión.
Le recomendamos leer: La huella, el color y la textura
Esta postura de ver la vida como un misterio también puede ser trasladada a la psicoterapia existencialista, en donde el consultante se aparta del sufrimiento como un problema y una carga pesada, y aprende a significar su situación. Lo mismo también es aplicable en la relación terapeuta-paciente, en donde el primero se acerca a este último como un misterio por descubrir. Los problemas, dice Marcel, son agentes externos que intentamos resolver, que asumimos con cierta distancia, y que una vez resueltos tienden a desaparecer. En cambio, los misterios convocan a las personas, las invita no a la búsqueda de una solución, sino al reconocimiento de la propia existencia y su papel en ella. La vida como un misterio o como un problema dependerá de cada uno, de la actitud que decida adoptar, asegura el filósofo.
A su vez, el pensando francés sostiene que en nuestra sociedad actual nos relacionamos con los demás como un problema, desde el tener, bajo la misma categoría que los objetos, cuando en realidad solo a través del ser, tratando al otro como un misterio, como un igual, se pueden construir relaciones auténticas. Para Marcel existen tres tipos de tener. Primero, cuando actuamos pensando solo en nosotros, sin tomar en cuenta las implicaciones de nuestros actos en lo demás. Segundo, cuando negamos nuestra propia libertad y actuamos guiados por el deber. Tercero, cuando caemos en determinismos y nos arropamos bajo etiquetas inamovibles (Yo soy así)”.
Le puede interesar: Del asombro y su búsqueda
Abogaba por una comunicación existencial basada en una relación yo-tú en vez de yo-él, pues solo así podría surgir lo que denominó el encuentro, en donde se tiene consciencia de que los vínculos se construyen a partir de la vulnerabilidad y en donde se deja caminar con libertad al otro, sin imponer, “yo soy porque tú eres”, en palabras de Marcel. El encuentro solo es posible a través de relaciones horizontales, reconociendo que el otro es tan “humano” como nosotros. “Lo que me acerca a un ser humano no es saber que también él hará una suma con los mismos resultados que yo, sino imaginar que también fue niño, fue amado, que otros han esperado en él y que igualmente está llamado a sufrir, envejecer y morir”. Precisamente, para el filósofo, no habría un yo-tú sin un nosotros. Lo que se traduce también en que necesitamos del otro para ser nosotros (ser-con). Esto último no implica dependencia, sino aquello que afirmaba Aristóteles “el hombre es un ser social por naturaleza”.
Y luego está la fidelidad al Ser. Ese postulado que nos invita a ser fieles a nosotros mismos y al tú, siempre bajo una actitud de apertura y descubrimiento, como un misterio, no por obligación sino por merecimiento, porque reconocemos lo valioso que hay en “nosotros”, así como sucede en el amor. “El amante ofrece el mundo a su amada y él mismo se ofrece también. Todo esto te pertenece. En definitiva la relación amorosa es un misterio de modo que en cuanto más la vivimos menos nos preguntamos sobre ella”.