“El Espectador” fue vital para el estilo narrativo de Gabriel García Márquez
El investigador francés Jacques Gilard y su investigación sobre la relación de este diario, que cumple 136 años de fundación, y el Premio Nobel de Literatura. Prólogo del libro “Entre cachacos. Obra periodística 2 (1954-1955)” (Literatura Random House).
Jacques Gilard * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
La llegada de García Márquez a Bogotá y su ingreso a El Espectador como redactor de planta deben situarse en enero de 1954, pero es posible que transcurriera un plazo relativamente largo –algunas semanas–, ya que su admisión definitiva tendría lugar al cabo de un tiempo de prueba. En todo caso el primer texto atribuible es de principios de febrero de ese año. García Márquez recuerda que, terminado el breve período de su colaboración en El Nacional de Barranquilla, lo invitó a pasar unos días en Bogotá Álvaro Mutis, entonces responsable del servicio publicitario de la Esso. (Recomendamos: Ensayo de Nelson Fredy Padilla sobre qué aprender de García Márquez en el siglo XXI).
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La llegada de García Márquez a Bogotá y su ingreso a El Espectador como redactor de planta deben situarse en enero de 1954, pero es posible que transcurriera un plazo relativamente largo –algunas semanas–, ya que su admisión definitiva tendría lugar al cabo de un tiempo de prueba. En todo caso el primer texto atribuible es de principios de febrero de ese año. García Márquez recuerda que, terminado el breve período de su colaboración en El Nacional de Barranquilla, lo invitó a pasar unos días en Bogotá Álvaro Mutis, entonces responsable del servicio publicitario de la Esso. (Recomendamos: Ensayo de Nelson Fredy Padilla sobre qué aprender de García Márquez en el siglo XXI).
Pasaba los días en la oficina de Mutis, y al cabo de algunos días ya no sabía muy bien qué hacer. El local de El Espectador se situaba entonces en el mismo edificio de la Avenida Jiménez y más de una vez durante esa estadía que debía ser breve, los responsables del periódico pidieron a García Márquez que les escribiera notas breves, «porque faltaba un redactor» y para sacarlos de apuros. Cuando ya se aburría en Bogotá, pensando que no hacía nada y le hacía perder tiempo a Mutis, y decidía volver a la costa, los dueños de El Espectador le ofrecieron un puesto de redactor con un sueldo de 900 pesos mensuales.
La oferta y el sueldo eran más que tentadores, si se piensa que en los años anteriores una «jirafa» (columna en El Heraldo) le era pagada a tres pesos. Con 900 pesos mensuales podía no solamente vivir a sus anchas, sino también ayudar a sus padres. De modo que aceptó esa oportunidad y se quedó en Bogotá, cuando primitivamente no había pensado alejarse por mucho tiempo de la costa Atlántica. Años después llegó a sospechar que la invitación de Mutis formaba parte de una maniobra de El Espectador para atraerlo a Bogotá y contratarlo.
Lo más constante de la colaboración de García Márquez en El Espectador se sitúa en una anónima labor de redacción. La revisión de las colecciones del periódico permite pensar que muchas noticias reescritas a partir de cables de agencias informativas lo fueron por García Márquez, parcial o totalmente: la calidad estilística, un giro, una fórmula, el énfasis puesto sobre un detalle anecdótico o un tema, le parecen a veces familiares a quien ya leyó detenidamente la serie de «La Jirafa» y los reportajes firmados de los años 1954 y 1955 (no hay un parecido claro con aspectos de la obra literaria).
Pero esos elementos de identificación son tan íntimos, en calidad y cantidad, en el seno de esos textos de pura información que nunca se puede pensar seriamente en atribuirle a García Márquez la redacción de esos textos impersonales e intranscendentes. Donde sí se debe tomar el riesgo de un rastreo y una atribución de textos anónimos de El Espectador, es a propósito de la columna «Día a día» que durante años fue una institución en las páginas del periódico, tan inconmovible como el editorial.
Cuando García Márquez se incorporó a la redacción, solían participar en esa columna Guillermo Cano, Gonzalo González («GOG») y Eduardo Zalamea Borda («Ulises»). Ninguno de ellos firmaba sus colaboraciones en «Día a día». Los primeros signos de que García Márquez también escribió en «Día a día» se encuentran en el mismo curso de una lectura desprevenida: algunas notas presentan, muy reconcentrados, los elementos identificables mencionados arriba y además notables puntos de contacto con la temática periodística y literaria de García Márquez.
Esa impresión se ve confirmada por los propios recuerdos del escritor. Y hay un testimonio irrebatible y temprano, contemporáneo de la colaboración de García Márquez en El Espectador, sacado de las páginas del propio periódico. Cuando el cuento «Un día después del sábado» se llevó el primer premio en el concurso nacional del cuento, fallado en julio de 1954, una nota de José Guerra, en su página cultural de la edición dominical de El Espectador, se refería a las actividades periodísticas de García Márquez, dejando de lado, por cierto, su trabajo de reportero en el que acababa de iniciarse pocos días antes.
Decía José Guerra: “García Márquez (27 años, barranquillero) continúa así su admirable carrera de escritor y periodista, testimonio de lo cual se encuentra tanto en los trabajos que hemos citado como en sus finas notas de la sección «Día a día» de El Espectador”. Los mismos recuerdos de García Márquez indican que fue por notas de «Día a día» como inició su colaboración en El Espectador. Pese a la dificultad de la tarea, hace falta una recuperación de textos garciamarquinos no firmados aparecidos en esa columna; por esa misma dificultad, no se puede ir más allá de esa búsqueda, la cual sólo puede dar resultados muy incompletos y nada satisfactorios.
Porque no siempre son fáciles de reconocer esas notas. Cada uno de los tres redactores que escribían antes en «Día a día» lo hacía inevitablemente a su manera pero siempre tratando de mantener un tono promedio que debía ser el de la columna y esforzándose por borrar al máximo su personalidad y los rasgos sobresalientes de un estilo propio.
«Día a día» no tenía que respetar rigurosamente las normas del editorial como género, pero a ello tendía más o menos, por encima de las diferencias entre sus redactores y por encima de su misma variedad (incluía notas serias y notas humorísticas). El caso es que la columna venía inmediatamente después del editorial en el orden de lectura de esa página 4.ª de El Espectador. El editorial ocupaba la primera columna y «Día a día» la segunda. Aparecía primero la opinión del periódico sobre las grandes cuestiones políticas del momento y luego, con la misma impersonalidad de principio, unos juicios, evocaciones o reflexiones sobre aspectos variados de la vida y del mundo.
A continuación se podía leer la siempre interesante columna «La ciudad y el mundo», que firmaba «Ulises», y la exitosa sección de «GOG», «Preguntas y respuestas». Al iniciar su colaboración en El Espectador, y muy probablemente con notas escritas para «Día a día», García Márquez tuvo que hacer lo posible por acudir al tono promedio de la columna y despersonalizar su estilo.
***
Fue así al menos durante las primeras semanas, hasta que se abrió una vía que sí era nueva, la crítica de cine. Al cabo de varios meses se abrió otra, más nueva aún, fundamental en la trayectoria periodística y en la literaria, que fue la del reportaje. Pero mientras se le ampliaba el campo profesional, García Márquez nunca dejó de escribir comentario, salvo cuando tuvo que viajar a cubrir acontecimientos lejanos o su labor de reportero se aplicó a una materia demasiado exigente: así es como no aparecen notas atribuibles cuando viaja a Medellín en julio de 1954, y al Chocó, en septiembre de ese año, y nuevamente a Medellín en junio de 1955, o cuando lo absorbe por completo el reportaje al marinero Velasco.
Ni siquiera suspendió su participación en «Día a día» durante lo que debió ser un breve período de vacaciones pasadas en la costa, hacia fines de enero de 1955; mientras se interrumpe por una semana la crónica de cine y García Márquez manda desde Cartagena una crónica informativa, aparecen en «Día a día» tres notas de tema costeño (26 y 28 de enero, 1.º de febrero) y otras dos notas fácilmente atribuibles; una de las notas costeñas («Juanito Trucupei») sólo podía deberse a una reinmersión en el ambiente del Caribe.
Es decir que desde Cartagena y probablemente Barranquilla estuvo mandando notas también para «Día a día» porque tenía ganas de expresarse sobre determinados puntos de la vida diaria o de la actualidad. Ello demuestra el permanente interés que tuvo para él el género del comentario, a pesar del tedio que sintió en la última etapa de «La Jirafa» y de las limitaciones de «Día a día». Siendo también cronista de cine y reportero, siempre acudió al género de sus primeros años de periodismo, como un medio de darle salida a sus emociones, inquietudes u opiniones, como un simple desahogo a veces, y siempre como un ejercicio.
El comentario fue una verdadera escuela, y lo siguió practicando con fidelidad, casi con terquedad, cuando ya había alcanzado otros niveles de su actividad profesional. La concisión que requerían las notas de «Día a día» le sirvió para trabajar incansablemente su estilo: entrenamiento de atleta, ejercicios de virtuoso, ensayos de histrión, para mantener lo ya adquirido, para preparar nuevas tareas, para buscar nuevas fórmulas. En esas notas anónimas, García Márquez es más estilista que nunca.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial.