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El logo de El Espectador ha sufrido muchos cambios a lo largo del tiempo y de su historia, de más de 135 años. Se han utilizado fuentes tipográficas de varios estilos: serif, san serifs, clásicas y modernas. Tratando siempre de lograr un estilo sobrio, serio y que destaque una palabra larga, que logre tener un peso específico y protagónico en el área espacial del formato impreso. Pero no siempre se consiguió ese objetivo. Por el departamento de diseño han pasado desde directores, hasta diseñadores e ilustradores, quienes sin la visión y formación periodística y visual no pudieron encontrar ese punto de sobriedad, seriedad y buen gusto que exaltara el prestigio y reconocimiento de esta casa editorial.
El Espectador nació en 1887 con una propuesta de logo sencilla, pero contundente en su tipografía, que acentuó perfectamente su nombre. La fuente utilizada fue la Ambroise, clásica tipografía de estilo serif, condensada y bien proporcionada.
Con el paso de los años, el cambio de formato, los avances en los linotipos y la aparición de nuevas fuentes tipográficas, el logo dio un giro y adoptó un estilo san serif (palo seco en el argot popular), con un peso específico más contundente, con nuevas variantes: semibold, bold y extrabold.
La primera fuente que se utilizó fue la clásica, pero aún atemporal y vigente Helvética (obra maestra) en estilo bold, de ahí pasó incluso a una versión itálica (cursiva) poco acertada a mi modo de ver, por su falta de carácter, personalidad y dificultad de lectura, así se usara específicamente para una sola palabra.
En los años 60 y 70, cuando se hacía algún retoque gráfico en los diarios impresos, se acostumbraba a jugar con el logo, el cual adoptaba en la mayoría de los casos la misma fuente tipográfica que se utilizaba en la titulación, sin un criterio específico. Diría que a gusto del editor o director del momento. Eran épocas en que la identidad de marca no pesaba tanto como hoy.
Luego, El Espectador adoptó la fuente Futura Bold Condensada. En la década de los 80, cuando el boom del rediseño de los periódicos impresos hizo su aparición, podemos decir que comenzó una transformación de la industria periodística en cuanto a la imagen, donde la jerarquización de la información comenzó a jugar un papel primordial. Aparecieron nuevas secciones, con diseños y uso del color menos tímido, complementos a la información a manera de infografías, páginas enteras con reportajes fotográficos y despliegue visual nunca vistos. Entonces, el look fue un nuevo argumento de ventas.
A raíz de eso en el año 83, El Espectador incorporó en su logotipo uno de sus elementos distintivos, que hoy día es su marca registrada: la línea roja sobre su nombre. Esto nació como un elemento de marketing, ya que en esos años los periódicos se vendían en una selva de estantes y mostradores en los que se perdían los unos entre los otros.
La línea roja permitió que El Espectador sobresaliera sobre los demás, hasta el punto en que marcó una tendencia y varios de los competidores incluyeron algún elemento de color que los distinguiera también entre los demás medios impresos.
¿Y por qué el rojo? Porque El Espectador es ante todo un medio que defiende los principios liberales y patrióticos. Además, se identificaba con el Partido Liberal y el rojo era su color. Por eso se adoptó.
La tipografía se conservó (Futura) aunque en un estilo Extrabold Condensada. Algunos retoques menores se dieron, seguidos del mayor desacierto, cuando la línea roja se convirtió en una franja a lo ancho de la página con tipografía invertida al mejor estilo cómic.
Por este “error” se contrató la asesoría gráfica de una compañía canadiense, la cual recomendó regresar a las raíces y utilizar el logo de su edición 1 de 1887: tipografía Ambroise con la línea roja encima. Ese es hoy el logo de El Espectador.
Por la aparición de las versiones digitales, las redes sociales y la evolución de los teléfonos, se hizo necesario crear un ícono que identificara el logo, que se está inspirado en aquellos días de los años 60, cuando el diario construyó su nueva sede en la carrera 68. Los arquitectos diseñaron una baldosa de mampostería exclusiva que decoraría el bloque central interior del edificio, que resumía en dos letras “E” entrelazadas, el nombre de El Espectador. De ese diseño nació el ícono actual de las ediciones digitales.