El espejo del demonio (Cuentos de sábado en la tarde)
Un murmullo se asegura de existir de noche, en una clínica psiquiátrica. La locura, enardecida, paraliza toda intención.
Andrés Felipe Sanabria
La pasión está sedada. El pavor intenta mecerse con los ojos abiertos. La muerte en forma de serpiente atraviesa todas las habitaciones. El alma desahuciada, claustrofóbica en todos sus métodos, se deja llevar hacia las pesadillas más estoicas. Al otro día, la soledad asesina al sol. Bañarse. Desayunar. Compartir el abandono de los latidos. La medicación. Quedar como un zombi bien ilustrado. Actividades. Entrevista con el vampiro (perdón, el psiquiatra). Terapia ocupacional. Enhebrar pesadumbres. Callar sensaciones que ya han sido aisladas desde el día de nuestro nacimiento. Onces. Tinto sin cafeína. Más actividades. Psicoeducación con los psiquiatras residentes. Se explican los síntomas. Se sienta Freddy Krueger al lado de nosotros. Luego vemos El exorcista. Se admite que no hay ninguna salvación. El almuerzo. Se habla de una manera afable, pero no con el espejo del demonio. La clínica te da otra vida si te mueres sobre el plato, y no puedes volver del país de nunca jamás. Descanso. Se cuenta el cemento del techo, o se hace gimnasia paranormal. Tiempo libre. Se llevan el cadáver de Drácula a la UCI. Me tomo mil tintos sin cafeína, y el verdadero sabor del café se vuelve un presentimiento contra el corazón. Charlo con otros pacientes, también han abandonado todo territorio solidificado de la vida. Visita. Tus padres depredan todas las certezas, te aman como la última voluntad de la eternidad. La comida. Todos aíslan el peregrinaje hacia la incubación del olvido, cuando dormir en la tina de satanás, es la mayor de las veleidades. Nadie puede presentir como se deslizará la muerte por las habitaciones, ni como habrá sonámbulos que apuesten a tener la razón, pero la fe es un matiz que se sostiene desde una dimensión anterior al pasado, y cuando se vuelve a enfrentar la realidad, todas las puertas están cerradas… Y eso nada más.
La pasión está sedada. El pavor intenta mecerse con los ojos abiertos. La muerte en forma de serpiente atraviesa todas las habitaciones. El alma desahuciada, claustrofóbica en todos sus métodos, se deja llevar hacia las pesadillas más estoicas. Al otro día, la soledad asesina al sol. Bañarse. Desayunar. Compartir el abandono de los latidos. La medicación. Quedar como un zombi bien ilustrado. Actividades. Entrevista con el vampiro (perdón, el psiquiatra). Terapia ocupacional. Enhebrar pesadumbres. Callar sensaciones que ya han sido aisladas desde el día de nuestro nacimiento. Onces. Tinto sin cafeína. Más actividades. Psicoeducación con los psiquiatras residentes. Se explican los síntomas. Se sienta Freddy Krueger al lado de nosotros. Luego vemos El exorcista. Se admite que no hay ninguna salvación. El almuerzo. Se habla de una manera afable, pero no con el espejo del demonio. La clínica te da otra vida si te mueres sobre el plato, y no puedes volver del país de nunca jamás. Descanso. Se cuenta el cemento del techo, o se hace gimnasia paranormal. Tiempo libre. Se llevan el cadáver de Drácula a la UCI. Me tomo mil tintos sin cafeína, y el verdadero sabor del café se vuelve un presentimiento contra el corazón. Charlo con otros pacientes, también han abandonado todo territorio solidificado de la vida. Visita. Tus padres depredan todas las certezas, te aman como la última voluntad de la eternidad. La comida. Todos aíslan el peregrinaje hacia la incubación del olvido, cuando dormir en la tina de satanás, es la mayor de las veleidades. Nadie puede presentir como se deslizará la muerte por las habitaciones, ni como habrá sonámbulos que apuesten a tener la razón, pero la fe es un matiz que se sostiene desde una dimensión anterior al pasado, y cuando se vuelve a enfrentar la realidad, todas las puertas están cerradas… Y eso nada más.