El eterno retorno hacia Friedrich Nietzsche
Hace 180 años, el 15 de octubre de 1844, nació en Röcken, hoy Alemania, Friedrich Wilhelm Nietzsche. Su obra sigue siendo polémica, y en muchos aspectos, tergiversada, luego de que su hermana, Elisabeth Förster Nietzsche, publicara bajo el título de “La voluntad de poder” algunos de sus aforismos, y de que se inventara muchos otros.
Fernando Araújo Vélez
Corrían los días de fines de agosto de 1884, cuando Friedrich Nietzsche recibió en el comedor de su pensión de Sils-María a una antigua amiga llamada Resa von Schirnhofer, a quien había conocido en Niza cuatro meses antes, y quien recordaría para la posteridad que su anfitrión se había levantado por aquel entonces para despedirse, “y cuando ya estábamos en el umbral se transformaron de pronto sus facciones. Con una expresión fija en el rostro, lanzando miradas temerosas a su alrededor como si un terrible peligro nos amenazara o algún curioso espiara sus palabras, amortiguando el sonido de su voz con una mano en la boca, me anunció en un susurro el ‘secreto’ que Zaratustra le había dicho al oído a la vida, a lo que ésta le había respondido lo siguiente: ‘¿Tú lo sabes, Zaratustra? Nadie lo sabe’. Había algo extravagante, es más, siniestro, en el modo en que Nietzsche me comunicó ‘el eterno retorno de lo idéntico’ y la increíble trascendencia de esa idea”.
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Corrían los días de fines de agosto de 1884, cuando Friedrich Nietzsche recibió en el comedor de su pensión de Sils-María a una antigua amiga llamada Resa von Schirnhofer, a quien había conocido en Niza cuatro meses antes, y quien recordaría para la posteridad que su anfitrión se había levantado por aquel entonces para despedirse, “y cuando ya estábamos en el umbral se transformaron de pronto sus facciones. Con una expresión fija en el rostro, lanzando miradas temerosas a su alrededor como si un terrible peligro nos amenazara o algún curioso espiara sus palabras, amortiguando el sonido de su voz con una mano en la boca, me anunció en un susurro el ‘secreto’ que Zaratustra le había dicho al oído a la vida, a lo que ésta le había respondido lo siguiente: ‘¿Tú lo sabes, Zaratustra? Nadie lo sabe’. Había algo extravagante, es más, siniestro, en el modo en que Nietzsche me comunicó ‘el eterno retorno de lo idéntico’ y la increíble trascendencia de esa idea”.
Luego, Nietzsche volvió a su habitual forma de comportarse y le leyó a Von Schirnhofer algunos versos de Ovidio. Cuando se volvieron a ver, le habló de las flores de miles de colores que veía cada vez que cerraba los ojos, de manchas y nubarrones que las atravesaban, de la música que oía y de los escalofríos que sentía. Apoyado contra una puerta, pálido y algo tambaleante, como lo escribió Warner Ross en su biografía “Nietzsche, el águila angustiada”, “A continuación preguntó, con más miedo latente en su postura y en su mirada que en sus palabras, ‘¿No cree usted que este estado mío es un síntoma del inicio de una locura? Mi padre murió de una dolencia cerebral”. Por aquellos días le había escrito a Franz Overbeck, uno de sus más fieles amigos, que muy a menudo deseaba que otra persona viviera por él, y poco después le había comentado a Peter Gast, con quien hablaba de música y componía una que otra obra, sobre las consecuencias del “celestial abismo de la soledad del creador”.
La soledad de Nietzsche, que se había iniciado de niño, se había potenciado de adolescente y se hizo absoluta realidad en los tiempos del Zaratustra, en parte por sus estados de salud, en parte por sus desamores y su expreso deseo de estar solo para poder hacer su obra, “yo ya no aspiro a mi felicidad, aspiro a mi obra”, fue también la soledad de sus libros, e incluso de sus cartas, después de que tuviera que ser recluido en el sanatorio mental de Jena a comienzos de 1889, luego de que perdiera la razón y se abrazara a un caballo en pleno centro de Turín. Desde entonces y hasta su muerte, el 25 de agosto de 1900, ninguna de las grandes bibliotecas alemanas tenía sus publicaciones. Su nombre era apenas conocido, y de “Así habló Zaratustra”, “Más allá del bien y del mal”, “La genealogía de la moral”, “El nacimiento de la tragedia”, “Ecce homo”, “El crepúsculo de los ídolos” o “El anticristo” no se habían vendido en total más de 500 ejemplares.
Su hermana, Elisabeth, había creado un “Archivo Nietzsche” en 1894 y se había propuesto volver inmortal a Friedrich. En su empeño, recuperó decenas de cientos de cartas y de anotaciones, pero también tergiversó algunas de las teorías de su hermano, que llevaron con los años a considerar que el nazismo había surgido de “Así habló Zaratustra” y de la mención en “La genealogía de la moral” de “la bestia rubia”. Nietzsche escribió: “La profunda y gélida desconfianza que despierta el alemán en cuanto se hace con el poder, como también ahora -sigue siendo todavía un eco de aquel imborrable horror con el que Europa contempló durante siglos el desenfreno de la rubia bestia germánica”. Sin embargo, con múltiples juegos de palabras y de imágenes, y por diversos intereses, sus infinitos detractores diseminaron la idea de que Zaratustra era la bestia rubia.
La falsificación más peligrosa de Elisabeth Forster Nietzsche fue “La voluntad de poder”, un libro del que había hablado varias veces Nietzsche, pero que jamás escribió. Su hermana lo hizo por él, y con su nombre. Según Ross, “Lo que Nietzsche no había podido lograr en los años de su pensamiento fundamental, de su máxima productividad, la obra básica de una filosofía del futuro, lo consiguió en un golpe de mano la señora doctor Förster-Nietzsche, regresando rápidamente del Paraguay, viuda y dispuesta a transformar la obra póstuma de su hermano no sólo en dinero contante y sonante, sino también en una onda expansiva que resonara por doquier”. Pese a las realidades que había vivido, Nietzsche empezó a volverse famoso, discutido, leído, amado, odiado, venerado, seguido y perseguido de la noche a la mañana, mientras él era traslado de Jena a Basilea, y de allí a Weimar, donde Köselitz, uno de sus últimos amigos, vio a su hermana pasearse en coche y criados por la ciudad con el dinero de los derechos de autor de sus libros.
Elisabeth Förster había convencido al mundo de que sólo ella y Peter Gast le habían sido fieles a Nietzsche. Trabajaba con Ernst y August Horneffer en el inventario y la clasificación de la obra de su hermano, pero le parecía que eran muy lentos. Por eso, cuando consideraba que los días apremiaban, no tenía problemas en inventarse uno que otro aforismo para cuadrar tiempos y cuentas. En 1887, por fin, según ella misma, logró publicar “La voluntad de poder”, y lo hizo como le pareció. Nueve años más tarde de la primera gran falsificación, llegó la segunda con motivo de una serie de libros de bolsillo sobre Friedrich Nietzsche. De repente, los aforismos que había escrito se multiplicaron. En palabras de Werner Ross, “‘La voluntad de poder’ hizo su entrada en el mundo como obra principal de Nietzsche, mundo que únicamente estaba a la espera de escuchar a un filósofo que justificara el chauvinismo de los pueblos, el imperialismo de los poderosos, las ansias de ascenso de los usurpadores”.