El exilio de Moctezuma y Nefertiti
A lo largo de la historia, muchas piezas patrimoniales han salido de sus lugares de origen y algunas de ellas no han regresado. Las preguntas y disputas sobre este tema siguen vigentes en una sociedad que se preocupa por su identidad y la reproducción de lógicas hegemónicas en el siglo XXI.
María José Noriega Ramírez
Andrea Jaramillo Caro
El siglo VI a. C. vio elevarse, en Babilonia —hoy Irak— una puerta consagrada a la diosa Ishtar . Era la deidad de la guerra y el amor. Los muros azules de la puerta con su apelativo, que resguardaban la ciudad que San Juan llamó “la madre de todas las prostitutas”, abrían la Vía de las Procesiones o Vía Sacra, en el norte de la ciudad, que daba paso al templo de Marduk, el señor de los dioses. Además de la puerta de Ishtar, las otras ocho puertas de entrada a la ciudad estaban dedicadas a otros dioses. A pesar de la desinformación y mala fama que rodean la historia de Babilonia, la puerta de Ishtar generó asombro cuando comenzó su excavación, en 1904. Quien desenterró la antigua ciudad fue el alemán Robert Koldewey, en un afán por ganar la carrera arqueológica para su país, en la cual Inglaterra y Francia llevaban la delantera. La excavación duró hasta 1914. De ella surgieron miles de piezas iraquíes que terminaron en el Museo de Pérgamo, en Berlín, donde se hizo una reconstrucción con los fragmentos que aportó Koldewey.
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El siglo VI a. C. vio elevarse, en Babilonia —hoy Irak— una puerta consagrada a la diosa Ishtar . Era la deidad de la guerra y el amor. Los muros azules de la puerta con su apelativo, que resguardaban la ciudad que San Juan llamó “la madre de todas las prostitutas”, abrían la Vía de las Procesiones o Vía Sacra, en el norte de la ciudad, que daba paso al templo de Marduk, el señor de los dioses. Además de la puerta de Ishtar, las otras ocho puertas de entrada a la ciudad estaban dedicadas a otros dioses. A pesar de la desinformación y mala fama que rodean la historia de Babilonia, la puerta de Ishtar generó asombro cuando comenzó su excavación, en 1904. Quien desenterró la antigua ciudad fue el alemán Robert Koldewey, en un afán por ganar la carrera arqueológica para su país, en la cual Inglaterra y Francia llevaban la delantera. La excavación duró hasta 1914. De ella surgieron miles de piezas iraquíes que terminaron en el Museo de Pérgamo, en Berlín, donde se hizo una reconstrucción con los fragmentos que aportó Koldewey.
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En 2008, la prensa internacional reseñaba algunos aspectos de la exposición “Babilonia: verdad y mitos”, montada en la isla de los museos de la capital alemana. En ella, según los organizadores, una de las joyas para mostrar era la puerta de Ishtar. El historiador del arte Peter-Klaus Schuster, entonces director general de los Museos Estatales de Berlín, afirmó que la mitad de las 800 piezas que hacían parte de la muestra procedía de museos alemanes, mientras que las demás venían de fuera del país. Dicha exposición se llevó a cabo con el apoyo del Museo del Louvre y el Museo Británico. Pero ¿qué rol jugó Irak en esta muestra? En 2002, el país que alberga las ruinas de algunas de las primeras ciudades del mundo, en el valle de los ríos Éufrates y Tigris —como Uruk, Ur, Babilonia y Nínive—, solicitó la devolución de la pieza, pero el proceso no llevó a nada.
La puerta de Ishtar no es el único vestigio arqueológico que permanece fuera de su territorio. Algo similar ha ocurrido con el Partenón. Como un símbolo de adoración a la diosa Atenea, como testigo de las guerras que se desataron durante el dominio del Imperio otomano, este templo es un emblema de la antigua Grecia. Blanco de destrucción y saqueos, algunas de sus partes ya no yacen allí, pues es el Museo Británico el que conserva algunas de sus piezas. Con el argumento de protegerlas de la destrucción, según informes del recinto museal, Thomas Bruce, conde de Elgin, embajador británico frente al Imperio otomano, las sacó de Grecia para llevarlas a Gran Bretaña.
El penacho de Moctezuma, con sus plumas de quetzal y sus láminas metálicas de oro, perteneció al emperador azteca (tlatoani) Moctezuma Xocoyotzin, quien vivió entre los años 1466 y 1520. Sin mucha certeza sobre qué fue lo que realmente pasó para que la pieza dejara el Imperio azteca, cruzara el océano Atlántico y llegara a Europa, se cree que el tlatoani ofreció su penacho al español Hernán Cortés, quien lo envió al monarca Carlos I. Esta creencia es ampliamente aceptada, pero no hay registro de su veracidad, pues en los documentos que conserva la Unidad de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma de México (UNAM), que datan de abril de 1519, se menciona el envío de “el oro y plata y piedras y plumajes que ‘ha habido’ en estas partes nuevamente descubiertas”, sin embargo, no hay mención que confirme el despacho del penacho. Debido a esto, Iván Escamilla, profesor de la UNAM, le dijo a la BBC (British Broadcast Company) que “no hay ninguna indicación escrita o visual que indique que Moctezuma usara ese tocado en concreto. Citarlo como si fuera un bien personal de él es un error”.
Hasta hoy se piensa que el lugar que el rey español tuvo en la dinastía de los Habsburgo hizo que el penacho terminara en Austria, expuesto en el Museo del Mundo, antes conocido como el Museo de Etnología, en Viena. Sin embargo, no siempre fue considerado un tesoro mexicano. Según el instituto de la UNAM, consultado por Roberto Estrada para el diario El Financiero, “a finales del siglo XVII, el penacho se identificó como un sombrero morisco y no fue sino en el siglo XIX cuando se le adjudicó un origen indígena mexicano. A partir de este momento surge el interés por parte de los europeos por vincularlo a Moctezuma y desde luego a Cortés”.
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El busto de Nefertiti se suma a este grupo de piezas que permanecen fuera de sus territorios originales. Creado en piedra caliza por el escultor egipcio Tutmose, alrededor del año 1345 a. C., la escultura de la reina fue descubierta en 1912, en una excavación alemana. El arqueólogo Zahi Hawass, exministro de Antigüedades de Egipto, ha liderado los más recientes esfuerzos de devolución, recordando que, siendo parte del Consejo Supremo de Antigüedades, envió un requerimiento a la Fundación del Patrimonio Prusiano, que administra el Museo Neues, en Berlín, donde se encuentra el busto, para devolver la pieza a su país de origen. “Esta petición es una consecuencia natural de la política de larga data de Egipto que busca la restitución de todos los elementos arqueológicos e históricos que han sido sacados de forma ilícita del país”, afirmó quien es considerado el Indiana Jones egipcio.
Por qué las piezas de Mesopotamia, del Imperio azteca y de la antigua Grecia, entre muchos lugares más, están en grandes museos y no en sus lugares de origen es una pregunta que aún despierta dudas y hiere susceptibilidades. En medio de ello, el penacho de Moctezuma y el busto de Nefertiti son dos caras de un debate que cada vez es más complejo: por un lado, el primero de ellos se cree que fue un obsequio; por el otro, el segundo fue fruto de un saqueo, y esa diferencia en cuanto a la forma en la que llegaron a Europa plantea discusiones en torno a la historia, la arqueología y por qué México y Egipto piden sus devoluciones.
Cómo llegó el penacho de Moctezuma a Viena hace parte de la historia de la pieza y, como tal, es un argumento de peso para entender por qué, si alguna vez estuvo en manos de los aztecas, hoy está en el viejo continente, o al menos eso es lo que piensan los historiadores que están en la otra orilla del debate: ¿por qué habría que devolverlo? Otros, en contraste, consideran que los mexicanos deben poder disfrutar de su patrimonio. En medio de ello, Raúl N. Ramírez, doctor en Historia, afirma que detrás de esto hay una puja discursiva, materializada, por ejemplo, en el uso político de la historia, encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador, en un intento por posicionar su discurso a partir del fuerte arraigo de la identidad patrimonial en México, relacionado con el mundo prehispánico.
“Aquí no hubo un robo como tal. Sin embargo, recuerdo que de niño escuchaba, de forma sutil, que el penacho de Moctezuma debía estar en el país. Si bien a mí nunca me dijeron: ‘Esto fue un robo’, sí me hablaron de que aquello fue una injusticia”, dice el historiador mexicano. Y es que, a su parecer, lograr la devolución de la pieza equivaldría al triunfo del nacionalismo en México, “como si nos devolvieran Texas”, agrega. Sin embargo, el peso de la historia, la capacidad de preservación de la pieza y, sobre todo, la dificultad en la articulación de la sociedad civil, el gobierno y la diplomacia hacen que ello sea cada vez más difícil.
Si el penacho de Moctezuma regresara a México, aunque se sabe que por temas de conservación eso no sucederá, tendría un lugar asegurado para su exposición: el Museo Nacional de Antropología. Es decir, el país tiene la capacidad para preservarlo y exhibirlo. Sin embargo, según Ramírez, la agenda política internacional, donde la cultura tiene poco protagonismo, no lo permitirá.
Ahora bien, si esta es la discusión en torno a una pieza que se considera que llegó a Europa por ser un regalo, ¿en qué está el debate sobre las piezas saqueadas, como el busto de Nefertiti? Para Fekri Hassan, director del programa de Gestión del Patrimonio Cultural de la Universidad Francesa en Egipto, la discusión en torno al busto de Nefertiti, en medio de las tensiones que se han dado entre Alemania y Egipto desde 1929, no se agota en el argumento de devolverlo o no. Para él, hay una cuestión ética detrás: cómo nos concebimos como seres humanos en el siglo XXI. Y es que no hay que olvidar que en 1912, cuando un obrero egipcio se topó por primera vez con el busto de Nefertiti, el mundo estaba dividido entre colonias y colonizadores. Alemania, Gran Bretaña y Francia ejercían su poder no solo en las esferas de la política y lo militar, sino también en la academia y en la divulgación del conocimiento. Por eso, “el punto central es qué tan dispuestos estamos a cambiar el paradigma desde el cual nos vemos como seres humanos. Es un problema ético y moral no atender el daño ocasionado a la cultura de un pueblo, por lo que esta discusión hay que verla desde un punto de vista más amplio, desde la perspectiva de quiénes somos nosotros”, agrega Hassan.
“Nefertiti es y seguirá siendo la mejor embajadora de Egipto en Berlín”, ese es el argumento que el historiador Hermann Parzinger, presidente de la Fundación del Patrimonio Cultural Prusiano en Berlín, ha usado para dejar claro que “la postura se mantiene inalterable”, por lo que el busto de Nefertiti, a su parecer, no debe salir de la capital alemana. Pero ¿dónde queda Egipto? Uno de los problemas centrales con Nefertiti, de acuerdo con Hassan, es que ellos no han sido tomados en cuenta en la narrativa que se ha construido alrededor de la pieza. “¿Realmente Nefertiti se reduce únicamente a ser un emblema de la belleza? Se está borrando todo el contexto político y religioso de una civilización. La están simplificando”, enfatiza el profesor egipcio. En su opinión, la ausencia de su comunidad en la interpretación del busto es un problema que lleva cerca de un siglo y , por ello, lo primero que se debe hacer es reconocer públicamente que el busto fue robado. “Tal vez lo que necesitamos es una llamada de Berlín para discutir cómo preservarlo”.
Así, la pregunta central no es si se debe devolver la pieza, el cuestionamiento principal es quién carga con el peso moral de la figura de Nefertiti. Cuanto más se demore en llegar el reconocimiento de Alemania de que el busto fue saqueado, más se reforzará la hegemonía sobre Egipto, porque, si bien ya no hay una ocupación física del país, sí hay una apropiación simbólica de su cultura.
Esta cuestión necesariamente involucra la construcción identitaria de un país y sus habitantes, pero, sobre todo, está permeada por un contexto político que en parte explica por qué, a pesar de que algunas piezas arqueológicas han regresado a sus territorios, otras, como el penacho de Moctezuma y el busto de Nefertiti, permanecen por fuera de ellos. Por ejemplo, México ha recuperado 5.744 piezas patrimoniales, de acuerdo con las declaraciones que Mariana Núñez, subsecretaria de Desarrollo Cultural, le dio a la Agencia EFE. Así, según la funcionaria, solo en 2021 fueron repatriadas 600 piezas de Canadá, Estados Unidos, Francia, Dinamarca, Países Bajos, Australia e Italia. Pero la fuga de patrimonio arqueológico de un país no necesariamente significa que será puesto a la vista del público como bien de la humanidad, ya que hay entes privados que coleccionan este tipo de piezas por una u otra razón, que son conseguidos en subastas o con proveedores privados que dejan al descubierto prácticas y discusiones que tocan esta y otras problemáticas sobre los vestigios arqueológicos en el mundo.