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Una niña que gira su cabeza a 360°. Un cuerpo que queda suspendido en el aire; el de la niña. Un crucifijo profanado, convertido en un objeto de masturbación. La transformación de una pequeña en poco más de dos horas. Eso fue lo que vieron, hace cincuenta años, los asistentes al estreno de una película de terror: El exorcista. Su reacción llegó en forma de desmayos o vómitos. El miedo se apoderó de ellos.
A pesar del paso del tiempo, aquella película ha conservado su estatus: el de uno de los mejores de terror de la historia del cine. Un largometraje que no hubiera existido sin William Peter Blatty. No tanto por el guion que escribió, sino por la obra primaria de la que partió: su novela homónima. Lo relatado en su libro fue más que ficción, pues se basó en un caso real para escribirlo.
En 1949, un niño fue sometido a una serie de exorcismos, pues había manifestado algunas transformaciones en su personalidad, como ser una persona agresiva. Sus cambios emergieron luego de usar una ouija para comunicarse con una tía, la misma que algún día le regaló aquel tablero de madera por su cumpleaños; el obsequio que le había pedido el pequeño. La preocupación de los padres del niño se hizo evidente. No solo su hijo se convirtió en un extraño, sino también su casa.
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En su hogar, como documenta la universidad católica estadounidense Saint Louis, sucedieron sucesos extraños: platos volando por el aire y muebles moviéndose solos, entre otras cosas. Los padres del niño buscaron ayuda. Lo primero que hicieron fue acudir a instancias médicas, a un psiquiatra y un psicólogo. Luego, prefirieron recurrir a un pastor luterano del estado de Maryland. Él, tras observar de primera mano todos los acontecimientos, decidió hacerle una recomendación a aquella familia: buscar ayuda en una iglesia católica. Eso hicieron, sin éxito.
Las puertas las tocaron en la parroquia de St. James. Allí los atendió E. Albert Hughes, el vicepárroco. Cuando los padres del niño salieron de aquel lugar, lo hicieron acompañados por velas bendecidas y agua bendita. Sin embargo, hasta la ayuda quedó destruida. “Una noche el agua bendita voló por la habitación y se rompió. Las velas se apagaron solas o la llama se disparó peligrosamente”, asevera Saint Louis University en su página web. Aquella institución educativa fue clave en todo el caso.
El 9 de marzo de 1949, el pequeño y su madre llegaron a la ciudad de San Luis, Estados Unidos. Unos días después, recibieron una visita en el lugar en donde se hospedaban: la del jesuita Raymond Bishop, quien se encontraba adscrito al departamento de Educación de Saint Louis University. Durante el encuentro, bendijo la casa. No obstante, eso no fue suficiente y tuvo que acudir ante otro jesuita: William Bowdern.
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Entre marzo y abril de 1949, Raymond Bishop y William Bowdern le realizaron una serie de exorcismos al niño. Finalmente, parece que tuvieron éxito el 18 de abril. Ese día fue expulsado el demonio del cuerpo del niño, según relató Bishop en su diario. Allí dijo que la voz del niño se había transformado en una más masculina, entre otras cosas que con el tiempo han sido desmentidas.
Parece ser que ni la voz del niño cambió, ni él tenía una fuerza sobrenatural, como aseveró Bishop el 18 de marzo de 1949: “Continuaron las oraciones del exorcismo y R se agarrotó violentamente, de modo que empezó a forcejear con la almohada y la ropa de la cama. Los brazos, las piernas y la cabeza de R tuvieron que ser sostenidos por tres hombres. Las contorsiones revelaron una fuerza física superior al poder natural”.
R era la letra inicial del nombre del pequeño: Ronald Edwin Hunkeler. Pasaron muchos años para que se conociera su verdadera identidad. Los encargados de hacerlo fueron el diario The Guardian y el magazín Skeptical Inquirer, a través de una investigación que publicaron en 2021.
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Luego del exorcismo, la vida de Ronald Edwin Hunkeler transcurrió con normalidad e incluso sería una vez más parte de la historia, ya no como protagonista de sucesos sobrenaturales, sino por su aporte a la ciencia y la humanidad, como participe del Programa Apolo de la Nasa.