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La pregunta que planteo aquí parece absurda. La inteligencia artificial no es más que una herramienta en manos de un artista. Por sí sola no es incapaz de crear nada, pues no tiene deseos, conciencia, proyectos, ni emociones. De hecho, describirla como inteligente es más una estrategia de marketing que otra cosa. En el caso de la inteligencia artificial clásica, el inteligente era el programador que escribía cómo debía actuar la inteligencia ante tal y cual situación. Y en la generativa, también hace falta la inteligencia humana para que produzca cosas inteligentes.
Hasta ahora no tenemos una inteligencia artificial consciente, ni tampoco capaz de entender lo que está haciendo. ChatGPT da la ilusión de que entiende, por ejemplo, pero realmente no lo hace en ningún sentido real, pues no hay nadie (un “Yo”) dentro de ChatGPT que entienda. La IA generativa solo intenta reproducir los resultados del pensamiento humano, pero no emula el proceso de nuestro pensamiento (el cerebro humano no es un computador, ni trabaja con algoritmos, etc.).
Pero subrayo el hasta ahora con el que inicié el párrafo anterior.
El filósofo y científico David Chalmers propone una idea inquietante. Imagínese que pudiésemos reemplazar las neuronas de un cerebro con chips. En principio, si la información se procesa de igual manera en las neuronas y en los chips, los últimos no cambiarían en nada la conciencia del sujeto de este experimento. De reemplazarse todas las neuronas naturales por chips, tendríamos como resultado una conciencia y una inteligencia artificiales.
El ingeniero Pentti Haikonen ha puesto sobre la mesa la idea de que si fuésemos capaces de reproducir la arquitectura cognitiva de los seres humanos por medio de neuronas artificiales (incluyendo nuestros procesos de percepción, introspección, imaginación, dolor, placer, emociones, etc.), podríamos también crear una conciencia artificial que reaccionase ante el mundo como nosotros (podría tener sentido común, lenguaje natural, etc.), al menos si se cumplen condiciones como tener también un sistema somatosensorial, etc.
Supongamos que tanto las propuestas de Chalmers y Haikonen son posibles (de hecho, ya hay robots, como el XCR-1, en los que han intentado implementar la idea de Haikonen para conseguir crear una conciencia artificial. Haikonen, además, ha dicho que la tecnología para emular nuestro aparato cognitivo está a la vuelta de la esquina). En ese caso, nos enfrentamos a lo que podríamos llamar, de algún modo, una vida artificial.
Ya no estamos hablando de la inteligencia artificial generativa, con todos sus problemas y limitaciones, sino de algo más cercano a lo que hemos visto en la ciencia ficción. La vida robótica se abre como una posibilidad teórica, pero que en principio, con una tecnología lo suficientemente avanzada, podría hacerse realidad. Como lo pone Haikonen, estos robots ya no necesitarían programas, ni representación numérica de la información. Podrían ser creativos y autónomos como nosotros. Sus cerebros con neuronas artificiales producirían los mismos resultados que nuestros cerebros naturales.
¿Podrían crear arte conscientemente estas inteligencias artificiales avanzadas?
Para responder esa pregunta, tenemos que entender cómo operamos los seres humanos, pues el cerebro artificial sería una imitación del nuestro, incluso si llega a ser más poderoso.
Si usted se detiene un momento y reflexiona sobre los objetos que tiene delante de usted, se dará cuenta de que usted sabe que su celular es un celular, su mesa es una mesa, etc., en el contexto de un “espacio social” compartido. Ser consciente es de algún modo saber que los objetos son como se nos aparecen en nuestro “espacio social”.
¿Qué quiero decir?
Si nosotros fuésemos cazadores-recolectores del año 20.000 a.C., seguramente no tomaríamos al celular como un celular; quizá sería un objeto mágico, porque en ese espacio social prehistórico no hay contexto en el cual comprender al celular como celular. Las cosas se nos aparecen como se nos aparecen en un espacio compartido con otros, en un contexto social. Esto quiere decir que nuestra percepción del mundo es inter-subjetiva, depende de lo que los Otros han pensado y hecho.
El arte no existe en un vacío. Lo que se nos aparece como arte se nos aparece así porque el “espacio social” en el que vivimos nos lo presenta como tal. Las cuevas con pinturas prehistóricas nos parecen una obra de arte en nuestro contexto/espacio social, pero ignoramos si en el espacio social de sus creadores había siquiera un concepto de arte similar al nuestro (nuestra idea de arte es el resultado de un largo proceso histórico). Quizá entendían sus creaciones de un modo completamente diferente. Entonces tales creaciones no se les presentaban a ellos como arte, sino como otra cosa.
Un robot consciente podría crear arte, sabiendo que crea arte, siempre y cuando sea capaz de entender el espacio social en el que vivimos y en el cual tiene sentido decir que algo es arte y en el cual tiene sentido crear arte.
¿Pero basta eso?
Los seres humanos somos creativos porque tenemos deseos y proyectos. El arte mismo es el resultado de nuestro deseo de crear. ¿Tendría deseos un robot solo por el hecho de copiar nuestros procesos cognitivos? ¿Acaso el deseo se sigue necesariamente de la conciencia?
Nuestros deseos están atados a nuestro cuerpo biológico (tenemos hambre, sed, etc.). Al hecho de que sabemos que vamos a morir (quiero vivir así o asá porque algún día moriré, porque mi vida es finita). A nuestro afán de ocupar un lugar en el “espacio social” (quiero que me vean así o asá). A nuestra pertenencia al orden simbólico.
El tener una experiencia consciente como la nuestra no necesariamente significa que el robot tendrá deseos como nosotros, pues su propia constitución lo sitúa en un contexto diferente, así tenga un cuerpo sensible y un aparato somatosensorial.
Quizá tener un cuerpo metálico, ser posiblemente inmortales, etc., cambie la dinámica del deseo de la vida artificial.
Quizá, en fin, el arte le resulte irrelevante a dicha vida, aunque sea capaz de crearlo en principio.