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En las empedradas calles de la amurallada, en las filas de los teatros y hasta a las afueras de Las Tablitas, emblemática tienda del barrio Getsemaní, la pregunta que resonaba en todos los acentos por estas fechas hace dos años, era si el festival se cancelaría o no.
Se comentaba que el virus había llegado a Cartagena a través de un taxista infectado por turistas extranjeros, estaba confirmado que era mortal y que el gobierno local estaba considerando decretar el toque de queda. Se miraba raro a quienes con cierto pudor ya cubrían sus gestos con una mascarilla y nadie hubiera dado crédito a quien vaticinara que pasarían dos años antes de que volviéramos a ver cine en un teatro.
El FICCI se interrumpió, la vida se interrumpió y todo el mundo para la casa, literal. Pasamos de ser espectadores a protagonistas involuntarios de una suerte de ficción apocalíptica en la que, como en toda buena ficción apocalíptica, las certezas escaseaban, el miedo se ungía rey y nada volvería a ser como antes.
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La siguiente edición del evento cinematográfico más antiguo de Latinoamérica, se llevó a cabo virtualmente en 2021. Este 2022, el festival vuelve no solo a las salas de proyección de la amurallada y al Teatro Adolfo Mejía, sino también a las canchas de tierra de los barrios, a los bares de todas las estirpes y a las playas, que acogen a locales y visitantes cada año para celebrar lo humano y lo divino visto a través de un lente.
Del 16 al 21 de marzo, el Festival de Cine de Cartagena presenta en sus 19 muestras oficiales, una programación que incluye cortos y largometrajes colombianos como La Roya, de Juan Sebastián Mesa, filme que abrirá el evento; además de producciones de países como Myanmar y Haití, casi invisibles en el panorama cinematográfico mundial; muestras de cine indígena y afro de distintos lugares del continente e historias filmadas en Camboya, Suecia y Bélgica.
Con motivo de los 100 años del natalicio de Pier Paolo Pasolini, se presentan este año cuatro de sus películas más emblemáticas, incluyendo El Decamerón, basada en el cuento homónimo de Giovanni Boccaccio. Una indiscutible obra maestra que explora los contrastes entre los elevados valores culturales de una sociedad y sus expresiones más populares; el conflicto entre los impulsos primarios de la condición humana y la represión de los poderes establecidos.
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“Quien rechaza el placer de ser escandalizado es un moralista”, afirmaba Pasolini en una de sus últimas entrevistas grabadas, y la frase quizás encarne el espíritu de la invitación que nos hace el FICCI en su edición 61.
Rossy de Palma, una de las más singulares chicas Almodóvar, a quien se le rinde tributo, y una selección de obras del director francés François Truffaut, se encargarán de tentar los límites de la moral de los asistentes al festival; un espacio propicio para dejarse sobrecoger, inspirar, ensoñar o cuestionar por las músicas, los decorados, las miradas y las voces de relatos provenientes de los cinco continentes.
El primer plano de un beso púrpura, insinuado por el pincel de la colombiana Manuela Calleguerrero, atrae las miradas de los amantes del cine a la intimidad cómplice de las salas. Un ritual que se resiste a desaparecer, aún en tiempos en los que las películas se llevan en el bolsillo.