Rituales del espíritu
En el marco del Festival de Música Sacra, se presentará en el Claustro de San Agustín hasta el 28 de septiembre una exposición que explora la influencia de la música en el arte, con obras de Miguel Böhmer, Olga de Amaral, Santiago Cárdenas y Diego Mazuera.
María Elvira Ardila
He titulado este texto “Rituales del espíritu”, no solo por la cercanía de los artistas visuales al Festival de Música Sacra, sino también por el esfuerzo del certamen que, desde su inicio, trata de reconectarnos con lo espiritual a través de este género que proviene de muchas culturas y del arte. El evento brinda un espacio donde los rituales vuelven a tomar relevancia. Las obras de los artistas participantes no solo representan un acto de creación, sino también un rito que invita a los espectadores a una reflexión profunda sobre el reemplazo de los momentos más íntimos, por el vacío, como advierte Byung-Chul Han, en su ensayo “La desaparición de los rituales”. En este contexto, las temáticas pueden entenderse como el refugio para un mundo donde la desacralización y lo vacuo parecen prevalecer.
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He titulado este texto “Rituales del espíritu”, no solo por la cercanía de los artistas visuales al Festival de Música Sacra, sino también por el esfuerzo del certamen que, desde su inicio, trata de reconectarnos con lo espiritual a través de este género que proviene de muchas culturas y del arte. El evento brinda un espacio donde los rituales vuelven a tomar relevancia. Las obras de los artistas participantes no solo representan un acto de creación, sino también un rito que invita a los espectadores a una reflexión profunda sobre el reemplazo de los momentos más íntimos, por el vacío, como advierte Byung-Chul Han, en su ensayo “La desaparición de los rituales”. En este contexto, las temáticas pueden entenderse como el refugio para un mundo donde la desacralización y lo vacuo parecen prevalecer.
Desde el tercer año del Festival de Música Sacra, los artistas visuales han desempeñado un papel crucial en la construcción de su identidad visual, alineando su obra con una temática específica que ha incluido conceptos como la reconciliación, el perdón, la misericordia, la armonía, la fraternidad, la gratitud, la esperanza, el amor, la unión, la gracia y, este año, la consagración. Hasta la fecha, los creadores han reflexionado sobre sus propuestas conceptuales y han donado sus obras. Olga de Amaral, Santiago Cárdenas, David Manzur, Manuel Camargo, Pedro Ruiz, Gustavo Vejarano, Elsa Zambrano, Diego Mazuera, Carlos Salas, Carolina Convers y Miguel Böhmer han sido algunos de los participantes.
La interrelación de la música y el arte plástico ha sido profunda y duradera a lo largo de la historia. Un ejemplo emblemático de esta conexión es el concierto de Arnold Schönberg, de 1911, cuya innovadora música atonal inspiró al artista Wassily Kandinsky para realizar bocetos durante la interpretación, lo que más tarde dio lugar a una de sus primeras pinturas abstractas. En esta obra, solo un piano se mantiene como referente figurativo; desde ese momento, su obra se ligó conscientemente con la música, la teosofía y la abstracción.
En el contexto del festival de este año, cuyo tema es “La consagración”, el artista invitado es Miguel Böhmer, quien ha creado “STELLA”, un dibujo de gran formato que representa una estrella de mar, científicamente conocida como Ophiuroidea. Esta figura, concebida como un mandala en movimiento, trasciende y se conecta con el arquetipo de la Gran Madre, símbolo de protección y guía. Al igual que la estrella de mar encuentra su equilibrio en las corrientes oceánicas, Böhmer visualiza su obra como un medio para que los espectadores encuentren su lugar en el vasto panorama de la existencia, invitándolos a un ritual de conexión profunda con sus creencias.
El proceso creativo de Böhmer se ve influenciado por la música electrónica, cuyas cadencias repetitivas le permiten establecer un ritmo de trabajo que eleva su energía, estimula su mente y le facilita una concentración sostenida. El acto de creación se convierte en un ritual espiritual en el que la música actúa como catalizador.
No es extraño que los artistas plásticos, durante el acto de creación, encuentren en la música un aliado, aunque las preferencias varían. Por ejemplo, Santiago Cárdenas, un gran conocedor del jazz, prefiere trabajar en silencio para evitar distracciones en su pintura. Así encuentra un espacio para la contemplación y la conexión interna. Diego Mazuera también elige la quietud en su taller de Chía para sumergirse en la pintura, el dibujo o el grabado, encontrando el ambiente para su proceso creativo, un ritual de introspección y descubrimiento personal.
La búsqueda del silencio como un estado absoluto ha sido una inquietud recurrente en la historia del arte. En 1951, el compositor John Cage, en un intento por experimentar el silencio total, se adentró en una cámara anecoica de la Universidad de Harvard. Allí, en lugar de la ausencia de sonido que esperaba, escuchó el flujo de su propia circulación sanguínea y un zumbido agudo producido por su sistema nervioso. A partir de esta experiencia, Cage llegó a la conclusión de que el silencio absoluto no existe: “Hasta que yo muera, habrá sonidos. Y ellos seguirán después de mi muerte. No hay que temer por el futuro de la música”. Este descubrimiento lo llevó a la creación de su célebre obra “4′ 33′'”, donde el silencio se convierte en protagonista, y cualquier sonido incidental, desde el cierre de la tapa del piano hasta el murmullo del público, se transforma en parte integral de la composición, reafirmando que el silencio absoluto no existe. Para Cage, esta revelación transformó su percepción de la música y de la vida misma.
Para David Manzur, su estrecha relación con la música viene desde niño, cuando sus padres lo enviaron a estudiar en un colegio salesiano en Canarias. Manzur consideraba esta institución como una cárcel, y si no hubiese sido por las misas que lo acercaron a la música sacra y a las imágenes de santos, “no hubiese sobrevivido”. En su pintura encontramos muchas referencias a instrumentos como el laúd, que se remonta a la Edad Media.
Otros artistas se inspiran en la música clásica o en composiciones medievales, utilizando las melodías como portales hacia estados meditativos. Elsa Zambrano, por ejemplo, escucha música de la Edad Media mientras realiza su meticuloso “Museo imaginario”, donde su obra se conecta con la historia del arte. De igual manera, Manuel Camargo escucha música clásica, en especial a Manuel de Falla o el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo. Jorge Enrique Rodríguez escribió sobre sus pinturas y esta combinación: “Son una experiencia que rebasa lo visual y franquea los límites hacia lo auditivo que va más allá de lo óptico”. Por su parte, Carolina Convers describe cómo la música influye en su trabajo. “Cuando estoy en el taller, de vez en cuando escucho a Tchaikovsky, Chopin, Mozart o Beethoven, o pongo la radio y me dejo llevar”, afirma. Su relación con la música está profundamente conectada con sus estados de ánimo.
Durante muchos años, Carlos Salas trabajó solo escuchando a Glenn Gould y sus Variaciones Goldberg. Sin embargo, quince años después, su interés se trasladó al músico alemán Stephan Micus, cuyas composiciones lo acompañaron en su proceso creativo, transformando su taller en un espacio de meditación y ritual. Cuando su hija Ana dirigió la película “En el taller”, incluyó la conmovedora pieza “Sarah”, de Micus, lo que la llevó a contactar al compositor para obtener los derechos de autor. En una visita al taller de Salas, Santiago Mutis observó que en sus pinturas azules resonaba la influencia de Micus, un claro ejemplo de cómo la música puede guiar el ritual espiritual del acto creativo.
La pintura cinestésica de Gustavo Vejarano se produce a partir de la necesidad de repetir un mantra o de cantar la música del carnaval de Barranquilla, hasta escuchar los sonidos del mar en su taller en Taganga, donde las olas se repiten como una partitura o como apariciones en sus lienzos.
Pedro Ruiz, para el VII Festival, cuyo tema era “La armonía”, en su pintura convocó a una niña de la Sierra Nevada de Santa Marta. A ella la puso de pie en una barca tocando una flauta, rodeada de una naturaleza prolífica y un círculo de pájaros rojos. De esta manera, el artista reafirmó que las músicas sagradas de las comunidades indígenas estaban presentes en su vida y en el evento.
Finalmente, Olga de Amaral tuvo de referente la leyenda de El Dorado en su obra como un mito fundacional de América. También se podría pensar en esa América mestiza llena de contradicciones, donde la colonia se hizo a partir de la presencia del oro en las iglesias. Esta obra no solo promocionó el festival, sino que se convirtió en un símbolo del viaje interior que cada espectador y cada oyente emprendieron al participar en este encuentro entre la música, el arte plástico y la espiritualidad.