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El gesto y el detalle (Reverberaciones)

Adelante, el volumen de los instrumentos de viento y de percusión no se sobrepone sobre los de cuerda frotada, lo que permite distinguir con facilidad los diálogos melódicos entre violines primeros y segundos, violas, violonchelos y contrabajos.

Esteban Bernal Carrasquilla, realizador radial de Javeriana Estéreo
20 de mayo de 2023 - 01:00 a. m.
La Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia: nació en 1846 como la agrupación insignia de la Academia Nacional de Música y se ha consolidado como la salvaguarda del patrimonio musical sinfónico nacional, estimulando el trabajo de los compositores colombianos contemporáneos.
La Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia: nació en 1846 como la agrupación insignia de la Academia Nacional de Música y se ha consolidado como la salvaguarda del patrimonio musical sinfónico nacional, estimulando el trabajo de los compositores colombianos contemporáneos.
Foto: Marcela Gomez
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Nunca había estado en primera fila en un concierto sinfónico. No es un puesto que llame mucho la atención porque a la altura de los ojos quedan un muro y los zapatos del director y de los instrumentistas de cuerda. Se pierden de vista los vientos y la percusión, y en caso de haber un solista no hay perspectiva suficiente para verlo sobre su instrumento. Pero un error que luego entendí afortunado, me llevó a la primera fila del concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia el pasado 12 de mayo en el Teatro Colón.

Quise ir al concierto por su repertorio inusual, algo que celebro con entusiasmo: Andrés Felipe Jaime dirigió un programa conformado por Murmurations de la colombiana Carolina Morales Vallejo; le siguió un arreglo para marimba en estreno mundial del Concierto Heroico del español Joaquín Rodrigo (original para piano) con el solista ibérico Conrado Moya; tras el intermedio retomaron con Fiesta!, for orchestra del peruano Jimmy López Bellido; y terminaron con la música del ballet El pájaro de fuego del ruso Igor Stravinski. Salvo por el ballet, intuyo que las demás obras difícilmente tendrían espacio en la oferta de música clásica de la ciudad, si no fuera por una apuesta decidida de la Sinfónica por difundir la obra de compositores de nuestro mundo iberoamericano.

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La cercanía con la orquesta desde la primera fila me reveló otras formas de escuchar música sinfónica en vivo. Hay detalles que se pierden entre más atrás y más arriba se esté en un auditorio. Adelante, el volumen de los instrumentos de viento y de percusión no se sobrepone sobre los de cuerda frotada, lo que permite distinguir con facilidad los diálogos melódicos entre violines primeros y segundos, violas, violonchelos y contrabajos. Estos hacen una orquesta en pequeño con la que los compositores serios desarrollan toda su capacidad de escritura polifónica.

La proximidad también facilita juzgar con mayor precisión el trabajo del director en cuanto al manejo de las dinámicas y la coordinación de la orquesta, y de la afinación de los instrumentistas. En ambos casos, Jaime y la Sinfónica no decepcionaron.

Pero quizás lo más valioso de estar tan cerca de la orquesta, algo insólito en mis años de asistir a conciertos de este tipo, fue descubrirla en su condición más humana. De un lado están los “lunares”, si uno es de los que piensan que una orquesta sinfónica es siempre sinónimo de elegancia y refinación. Un zapato mal lustrado, un tacón desgastado, un dobladillo suelto y un traje brillante por el exceso de uso me recordaron que el paso del tiempo toca a los seres humanos por igual, sin que necesariamente disminuya su dignidad o sus virtudes.

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De otro lado, está el detalle comunicativo entre los músicos a partir del gesto. Miradas distintas con significados diversos para ponerse de acuerdo en gran cantidad de acciones, como dar vuelta a una página, marcar una respiración entre frases, sonreír con los ojos ante un acierto o llamar la atención frente al error, indican que la orquesta es un ente vivo. Finalmente, el asunto de la pasión interpretativa se capta diferente desde la cercanía. Jaime demostró entereza a pesar del temblor en sus manos y el sudor que le recorría el cuerpo. Como intérprete que alguna vez fui, reconozco su valor al enfrentarse a obras complejas frente a un auditorio lleno y dar un excelente concierto de inicio a fin. Y la sonrisa de Conrado Moya, una sonrisa cálida, grande e intensa que me hizo saber que todo iba de maravilla, que la orquesta sonó como él lo esperaba y que le permitió ofrecer un recital inolvidable.

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Por Esteban Bernal Carrasquilla, realizador radial de Javeriana Estéreo

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