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“No necesitamos un nuevo humanismo, necesitamos un humanismo revitalizado y regenerado”, fue el llamado que hizo el filósofo y sociólogo francés Edgar Morin en una entrevista al diario francés Libération, hecha por Simon Blin.
Por la importancia de sus reflexiones en estos días de pandemia global, publicamos apartes de sus declaraciones gracias a la traducción del francés de nuestro colaborador Julio Olaciregui, escritor colombiano que vivió en Francia y fue corresponsal de El Espectador en París.
Morin explicó: “El humanismo en Europa ha adoptado dos caras contradictorias. La primera es la casi divinización de lo humano, consagrada a dominar la naturaleza. El otro humanismo fue formulado por Montaigne en una frase: ‘reconozco en todo ser humano a un compatriota’. Hay que abandonar el primero y regenerar el segundo”.
Su concepto de “humanismo regenerado” tiene que ver con recurrir “conscientemente a las fuentes de la ética, presentes en toda sociedad humana, que son la solidaridad y la responsabilidad”, lo cual no es tan sencillo porque “esas fuentes siguen presentes, pero en parte se han agotado y secado en nuestra civilización bajo los efectos del individualismo, y porque lo que prima es obtener ganancias y la burocratización generalizada”.
Está de acuerdo en que la humanidad está amenazada por peligros mortales y cita, además del nuevo coronavirus, multiplicación de las armas nucleares, desencadenamiento de fanatismos y multiplicación de guerras civiles, degradación acelerada de la biósfera, crisis y desajustes de una economía dominada por la especulación financiera desatada. Pero ahora, el valor prioritario debe ser la vida de la especie humana.
Interrogado sobre la cuarentena global dijo: “Sufrimos un confinamiento físico, pero disponemos de medios para comunicarnos, mediante la palabra, con otras personas y con el mundo. En los actuales momentos, en reacción al encerramiento, nos hemos abierto, estamos más atentos a los demás y somos más solidarios. Las víctimas absolutas del confinamiento son los solitarios sin teléfono ni televisión y, sobre todo, los no encerrados, es decir la gente que vive en las calles, muchas veces olvidados del poder y de los medios de comunicación”.
A punto de cumplir cien años, todavía se siente parte de la sociedad contemporánea: “En lo que me concierne, siento que participo intensamente, por el solo hecho del confinamiento, en el destino nacional y el cataclismo planetario. Me he sentido proyectado, más que nunca, en la aventura incierta e ignota de nuestra especie. He sentido más fuerte que nunca el destino común de toda la humanidad”.
Otro punto importante de la entrevista a Libération es sobre la oportunidad que esta crisis le da a la humanidad para desintoxicarse del consumo: “Pasamos bruscamente de una civilización de la movilidad a una inmovilidad obligatoria. Vivíamos principalmente afuera, en el trabajo, en el restaurante, en los cines, en las reuniones, en las fiestas. Henos aquí obligados al sedentarismo y a la intimidad. Consumíamos empujados por el consumismo, es decir, la adicción a productos de mediocre calidad y virtudes ilusorias, incitados a lo aparentemente nuevo, en busca de más cosas y no de las mejores”.
Según él, “el confinamiento podría ser una oportunidad de desintoxicación mental y física, que nos permitiría escoger lo importante y rechazar lo frívolo, lo superfluo, lo ilusorio. Lo importante es evidentemente el amor, la amistad, la solidaridad, la fraternidad, el florecimiento del Yo en un Nosotros. En este sentido, el confinamiento podría suscitar una crisis existencial saludable que nos llevaría a reflexionar sobre el sentido de nuestras vidas”.
Para entender la trascendencia de la época que viene, Morin habla de una revisión de la antropología para reconocer la fragilidad del ser humano: “Más profundamente, esta crisis es antropológica: nos revela el aspecto débil y vulnerable de la formidable potencia humana, nos revela que la unificación tecno-económica del planeta ha creado al mismo tiempo una interdependencia generalizada, una comunidad de destinos sin solidaridad”.
¿Qué cambiará a nivel social? El sociólogo piensa que hasta tanto la epidemia no sea controlada, las restricciones serán cada vez más sensibles y el confinamiento será vivido cada vez más como un impedimento de trabajar, de hacer deporte, de ir a reuniones y a espectáculos. En el mediano plazo eso puede redefinir conductas sociales.
Mientras tanto, el panorama es de incertidumbre por el destino de 7.700 millones de personas que habitamos el planeta. Ante eso, Morin insiste: “El humanismo, pienso, no es únicamente la consciencia de la solidaridad humana, es también el sentimiento de estar dentro de una aventura desconocida e increíble... en la que cada uno de nosotros forma parte de un gran ser constituido por esos millones de humanos, como una célula forma parte de un cuerpo entre centenares de miles de millones de células. Cada uno de nosotros participa en esa infinidad, en ese proceso inacabado, en esta realidad tan fuertemente tejida por los sueños, en ese ser de dolor, de alegría y de incertidumbre que está en nosotros, así como nosotros estamos en él”.
Su último consejo ante esa ansiedad por un futuro sombrío, tiene que ver con que cada persona tiene que aprender nuevas cosas para adaptarse al nuevo mundo superando el miedo: “Cada uno de nosotros forma parte de esta aventura inaudita, en el seno de la aventura impresionante del universo. Ella lleva en sí su ignorancia, su incógnita, su misterio, su locura en su razón, su inconsciencia en su consciencia, y cada uno de nosotros lleva en sí la ignorancia, lo desconocido, el misterio, la locura, la razón de la aventura más que nunca incierta, más que nunca aterradora, más que nunca exaltadora”.