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                                                                                                                                El humanoide (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                                Es casi inefable la experiencia que acabo de pasar. Terminé de almorzar y fui a lavar los platos. Porque, eso sí, aunque un miserable y envidioso del barrio donde vivo, diga que soy un mantenido, la verdad se equivoca de un tajo: yo soy el que mantengo a todos en casa.

                                                                                                                                Luis Carlos Muñoz Sarmiento*

                                                                                                                                Cortesía

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                                                                                                                                Si está interesado en leer otro cuento de Muñoz Sarmiento, ingrese acá: El susto (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                                Y así, de repente, yo que no creo en esas cosas, me acordé del humanoide que había visto en féisbuk. Cuando volteé a mirar, hacia el patio, dada la inquietud que me embargaba, vi cuando el humanoide real entró y se sentó… ¡en el aire!, a mi lado, así nomás, sin avisar. Fue tal la impresión que eso tuvo en mí que, seguramente, al ver mi cara y sentir algo parecido a lo que yo sentía, al verme congestionado, rojo, casi con taticardia, como dice mi esposa porque su hija Tatica la tiene cardiaca, el humanoide tuvo un infarto. Y ahí sí, cayó al piso, así nomás, tal vez por la gravedad: aunque la verdadera gravedad iba por dentro. No de él, sino de mí. La verdad, no podía creerlo, como seguro ahora usted, querido lector, tampoco.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Si está interesado en leer otro texto de Cuentos de sábado en la tarde, ingrese acá: El trono (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                                Aunque yo sea el único dispuesto a no ponerlo en duda, tampoco puedo decir que estoy contento. En todo caso, me asiste un consuelo: de una historia solo es verdad aquello que se cree quien la escucha. Desde hace días, meses, años, ha querido ir tomando cuerpo en mí, el miedo experimentado por cada uno de los más de cuarenta millones de colombianos, porque los otros diez más son los que de manera simbólica o real aceptaron la media de aguardiente o el tamal o los veinte, treinta o cincuenta mil pesos, dependiendo de quién haya sido el oferente, aunque todos ellos vengan de una misma raíz: de la del único que se resiste a cantar en este país. A cantar, digo, antes de que lo metan a la cárcel, por todos los delitos cometidos, por las más de doscientas ochenta y siete investigaciones en su contra, por todos los crímenes de lesa humanidad que ha ocasionado, por la conformación de grupos paramilitares. 

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Al liquidarlo, maté en mi conciencia, limpia de todo delito, al enano energúmeno que, por (i)responsabilidad tíosamesca, seguía ahí, cual dinosaurio. No uno literario/monterrosiano, sino otro hasta aquí real, asqueroso, maloliente. Mañana, empieza mi juicio. Tengo la firme esperanza de que termine, como Ál Ochoíta, librándome de la cárcel, por vencimiento de términos, que no es sino dejar pasar el tiempo, jugando al póker o a las cabecitas o a hacerse el güevón, respondiendo en todo a los jueces “ay, José así no se hace, ay, José así no sé, ay, José así no, ay, José así, ay José, ayayay, ayayay, ¡cacorro!” Sin embargo, todo hay que decirlo, cuando desperté, para mi desgracia y por causa de la (in)justicia, todavía estaba ahí. Así entendí por qué todos sus áulicos, jueces y prensa corruptos, le dicen El Eterno

                                                                                                                                Pero, que no se confíe, porque de cualquier malla sale un ratón y, ya se sabe que la política está infestada de ratas, que estas son tan traicioneras como los políticos, que en ellos la traición no prospera, porque si prospera, deja de ser... En todo caso, tarde o temprano, la traición se consuma, aunque no prospere y si no que lo diga el mismo al que traicionó su mejor amigo, que no por Bruto, Marco Junio, era menos criminal que yo: aunque lo mío, y eso sí marca una diferencia con la terrible vigilia, fue en sueños. Por una buena causa, esa sí. 

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Cortesía

                                                                                                                                Aparte de lavar los platos, cocino, lavo la ropa, bueno, la meto en la lavadora y listo. O sea, soy el que las mantengo limpias y comidas a mi esposa y a mi suegra, así que el hideputa actor de un solo filme que me ha calumniado, creyendo como el Mesías que de la calumnia algo queda, puede irse a la mierda: pues lo único que no cubro en casa es el arriendo. El que, por lo demás, pago con trabajo, juiciosamente, todos los putos, eh, benditos, días de mi vida. 

                                                                                                                                Si está interesado en leer otro cuento de Muñoz Sarmiento, ingrese acá: El susto (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                                Y así, de repente, yo que no creo en esas cosas, me acordé del humanoide que había visto en féisbuk. Cuando volteé a mirar, hacia el patio, dada la inquietud que me embargaba, vi cuando el humanoide real entró y se sentó… ¡en el aire!, a mi lado, así nomás, sin avisar. Fue tal la impresión que eso tuvo en mí que, seguramente, al ver mi cara y sentir algo parecido a lo que yo sentía, al verme congestionado, rojo, casi con taticardia, como dice mi esposa porque su hija Tatica la tiene cardiaca, el humanoide tuvo un infarto. Y ahí sí, cayó al piso, así nomás, tal vez por la gravedad: aunque la verdadera gravedad iba por dentro. No de él, sino de mí. La verdad, no podía creerlo, como seguro ahora usted, querido lector, tampoco.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Si está interesado en leer otro texto de Cuentos de sábado en la tarde, ingrese acá: El trono (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                                Aunque yo sea el único dispuesto a no ponerlo en duda, tampoco puedo decir que estoy contento. En todo caso, me asiste un consuelo: de una historia solo es verdad aquello que se cree quien la escucha. Desde hace días, meses, años, ha querido ir tomando cuerpo en mí, el miedo experimentado por cada uno de los más de cuarenta millones de colombianos, porque los otros diez más son los que de manera simbólica o real aceptaron la media de aguardiente o el tamal o los veinte, treinta o cincuenta mil pesos, dependiendo de quién haya sido el oferente, aunque todos ellos vengan de una misma raíz: de la del único que se resiste a cantar en este país. A cantar, digo, antes de que lo metan a la cárcel, por todos los delitos cometidos, por las más de doscientas ochenta y siete investigaciones en su contra, por todos los crímenes de lesa humanidad que ha ocasionado, por la conformación de grupos paramilitares. 

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Al liquidarlo, maté en mi conciencia, limpia de todo delito, al enano energúmeno que, por (i)responsabilidad tíosamesca, seguía ahí, cual dinosaurio. No uno literario/monterrosiano, sino otro hasta aquí real, asqueroso, maloliente. Mañana, empieza mi juicio. Tengo la firme esperanza de que termine, como Ál Ochoíta, librándome de la cárcel, por vencimiento de términos, que no es sino dejar pasar el tiempo, jugando al póker o a las cabecitas o a hacerse el güevón, respondiendo en todo a los jueces “ay, José así no se hace, ay, José así no sé, ay, José así no, ay, José así, ay José, ayayay, ayayay, ¡cacorro!” Sin embargo, todo hay que decirlo, cuando desperté, para mi desgracia y por causa de la (in)justicia, todavía estaba ahí. Así entendí por qué todos sus áulicos, jueces y prensa corruptos, le dicen El Eterno

                                                                                                                                Pero, que no se confíe, porque de cualquier malla sale un ratón y, ya se sabe que la política está infestada de ratas, que estas son tan traicioneras como los políticos, que en ellos la traición no prospera, porque si prospera, deja de ser... En todo caso, tarde o temprano, la traición se consuma, aunque no prospere y si no que lo diga el mismo al que traicionó su mejor amigo, que no por Bruto, Marco Junio, era menos criminal que yo: aunque lo mío, y eso sí marca una diferencia con la terrible vigilia, fue en sueños. Por una buena causa, esa sí. 

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento*

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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