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¿Cree que Klim fue mucho más que un humorista, mucho más que alguien que quería hacer reír a sus lectores?
Todo humorista busca mucho más que hacer reír: utiliza el humor como lente para ver la vida y medio de comunicación. Los otros son cuentachistes.
¿Qué reacciones provocaban sus columnas cuando eran publicadas?
En general, eran muy celebradas. Pero cuando realmente producían huella era cuando criticaba aspectos concretos de la actualidad o empuñaba la pluma para denunciar al poder y los poderosos.
¿Qué influencia tuvo en los columnistas posteriores?
Yo no sé hasta qué punto haya tenido influencia en los columnistas actuales, sobre todo porque en nuestra prensa los humoristas son bastante escasos. Sé que Daniel Samper Ospina heredó su tendencia a señalar características físicas y poner apodos. No olvidemos que Klim dejó una lección magistral en el sentido de que el humor necesita un dominio importante de la lengua. Él era, como todos los Caballero, un excelente escritor.
Más allá de que hubiera publicado en medios como El Espectador y El Tiempo, ¿Klim podría ser parte de la literatura colombiana?
Sí, en la medida en que el ensayo periodístico y la sátira son parte del acervo literario de un país.
Desde lo que usted ha leído de Klim, ¿qué concepción tenía del humor?
Él se preciaba de haber dejado atrás el humor de retruécano, juego de palabras o calambur y haber cultivado el humor de situación. Me parece que es totalmente cierto.
Klim escribió durante 45 años sus columnas a través de múltiples técnicas: describía, retrataba, creaba diálogos. ¿Qué singularidades encuentra usted en su trabajo de escritura?
Me parece que su humor distaba mucho del humor español, que es más grueso y esperpéntico, y era, en cambio, más cercano al humor inglés del “understatement”.
Usted, que lo conoció, ¿podría contar cómo era él fuera de su figura pública?
Lucas era un tipo muy tímido, de aspecto frágil y que, para soltarse y sentirse a gusto, necesitaba estar con pocos amigos y unos traguitos de whisky. En esa circunstancia podía ser también bastante gracioso y ocurrente. Le encantaba mamarles gallo a sus interlocutores. Yo puedo decir que conmigo fue especialmente cariñoso y generoso, y siempre que nos vimos me tomaba el pelo. Era poco sociable, pero las pocas veces que salía de su apartamento a alguna reunión lo hacía muy elegantemente vestido. Uno de sus trajes preferidos era un vestido príncipe de gales que, hasta donde recuerdo, usaba con zapatos de ante. Tengo razones para sospechar que gustaba mucho a las mujeres.