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El Instituto Caro y Cuervo: ochenta años siendo la “casa de las palabras”

La entidad, que forma parte del Ministerio de Cultura y busca salvaguardar el patrimonio lingüístico y literario de Colombia, tiene programada unas series de actividades gratuitas el próximo 10 de septiembre, en su sede de Chía, con el fin de conmemorar su fundación.

Danelys Vega Cardozo
25 de agosto de 2022 - 02:00 a. m.
Algunos estudiantes en unos de los patios de la Casa Cuervo Urisarri, perteneciente al Instituto Caro y Cuervo.
Algunos estudiantes en unos de los patios de la Casa Cuervo Urisarri, perteneciente al Instituto Caro y Cuervo.
Foto: CARLOS ESCOBAR
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Era el año 1940, ese mismo en el que un ministro británico llamado Winston Churchill dijo: “No tengo nada que ofrecer, sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”, palabras pronunciadas en medio de la derrota que sufrían las fuerzas aliadas frente a la Alemania nazi. Aquellos eran tiempos de guerra, de la Segunda Guerra Mundial. Y, a pesar de todo, en Colombia a un tal Jorge Eliécer Gaitán, quien en ese momento era ministro de Educación, se le ocurrió una idea: un proyecto de extensión cultural que dio surgimiento a varias instituciones, como la Radiodifusora Nacional de Colombia, el Museo de Arte Colonial y el Instituto de Filología Rufino José Cuervo. Esta última entidad pasó a ser el Instituto Caro y Cuervo a partir de la Ley 5ª del 25 de agosto de 1942, en el marco de la celebración del centenario de Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo.

El nuevo Instituto había surgido con un objetivo definido: terminar el Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana de Rufino José Cuervo. El lingüista había fallecido el 17 de julio de 1911, así que aquel diccionario que intentaba construir había quedado inconcluso. Había llegado hasta la letra D. Entonces, el gobierno colombiano quiso rescatar su memoria y culminar aquel libro que había sido su proyecto de vida. Sin mencionar que al erudito también le habían asignado investigaciones filológicas, lingüísticas y literarias, que ahora debía continuar el Instituto Caro y Cuervo (ICC). Para ese momento la entidad contaba con tan solo dos colaboradores y una única oficina que se encontraba en la Biblioteca Nacional. Hoy, ochenta años después, tiene dos sedes y más de 200 personas, entre funcionarios, contratistas y docentes, pero a pesar de los cambios hay algo que permanece: su labor por “salvaguardar los aspectos lingüísticos y literarios del Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia”.

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Será por eso por lo que al Instituto también lo llaman “La casa de las palabras”, ese lugar en donde la gente se puede formar, investigar y encontrar conocimientos acerca de investigaciones relacionadas con aspectos lingüísticos y literarios. Y es que aquel patrimonio inmaterial corresponde al saber que se ha transmitido a través de las generaciones, a ese que se ha transferido por medio de las lenguas, las tradiciones y las maneras de hablar. “Nosotros estamos hechos por las palabras y por los recuerdos, concatenados por esas palabras de nuestras generaciones anteriores. Por ejemplo, si una persona a uno le dice una palabra que le recuerda al abuelo o a la abuela, uno inmediatamente tiene un fogonazo de memoria, un relampagueo de recuerdo de cuando éramos niños con estas personas. Esos momentos de subjetividad son los que hacen que seamos lo que somos”, dice Juan Manuel Espinosa, director del Instituto Caro y Cuervo.

Esta entidad no solo se ha encargado de recopilar, documentar y organizar información lingüística, sino que también ha sido un puente para que las comunidades, como las indígenas y las afrocolombianas, se reencuentren con sus lenguas, sus recuerdos, es decir, con su patrimonio, una tarea que como menciona Espinosa no ha sido fácil, pero sí “impactante, porque la gente se siente emocionada cuando puede lograr un relato o una impresión de las cosas que han venido haciendo y recordando”. Por eso, salvaguardar el patrimonio inmaterial tiene la misma importancia que proteger el material, ese que se puede ver o tocar, sea una casa, una obra, una estatua, entre otros. “Salvaguardar el patrimonio es una garantía para nosotros de seguir viviendo y construyendo un mejor bienestar en el futuro”. Porque quizá, como diría una paremia, “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”.

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Un día se dio por finalizado el proyecto de extensión cultural del Ministerio de Educación, quedando a la deriva pinturas y objetos artísticos del siglo XIX, que habían sido recopilados durante el funcionamiento de este plan. Así que, a partir de ahí, fue el Instituto Caro y Cuervo quien se encargó de su protección y de visibilizarlos ante el público en general. Una labor complementaria a la que realizan, “para acercarnos al pasado de manera distinta a como lo hacemos lingüística, filológica o históricamente”. Aquella colección dio vida al Museo del siglo XIX. Pero el ICC también resguarda otras muestras, que han surgido de los proyectos de investigación que llevan a cabo desde los años 50′s.

Los lingüistas que realizaban encuestas en diferentes partes de Colombia fueron comprando objetos que eran referentes para las palabras que se estaban utilizando y que ellos estaban recopilando en ese momento. Entonces, fue así como creció una gran colección etnográfica tanto indígena como campesina, “una manera de acercarnos al propósito de la salvaguarda de la palabra”. Como dice Espinosa, “los objetos que fueron traídos a estas expediciones al patrimonio lingüístico colombiano, que dieron como resultado el Atlas lingüístico y etnográfico de Colombia, son la oportunidad de ver un país que ya no vemos”. Aquel territorio rural en donde los juguetes y los utensilios de cocina se hacían en madera, ese en donde eran escasos los objetos importados de otros países. Tiempos en donde había otras formas de trabajar y “de apropiarse del espacio y de los materiales de la época”.

A partir de la Ley 30 de 1992, “por la cual se organiza el servicio público de la educación superior”, se establece que uno de los objetivos de este tipo de educación será “trabajar por la creación, el desarrollo y la transmisión del conocimiento en todas sus formas y expresiones y, promover la utilización de todos los campos para solucionar las necesidades del país”. Gracias a esta norma, la Facultad Seminario Andrés Bello —la unidad docente del Instituto Caro y Cuervo, fundada en 1957—, pasó a denominarse oficialmente una institución de educación superior. Desde ese momento, la entidad también es una pequeña universidad compuesta por una sola facultad, que ofrece distintas maestrías encaminadas a salvaguardar el patrimonio lingüístico y literario de Colombia. “El conocimiento, los proyectos de investigación, no tienen ningún sentido hacerlos si se guardan solo en bibliotecas o en un disco duro o en internet. Es importante que el conocimiento de las instituciones de investigación salga de sus paredes, y es por eso por lo que tenemos una unidad docente”.

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Esta unidad no solo forma a las siguientes generaciones de investigadores, sino que también cuenta con un área de apropiación del conocimiento, para llevarlo a las comunidades con miras a que aprendan de su propia experticia. Un espacio donde se genera un intercambio de saberes, de prácticas, de maneras de hacer, de habitar y trabajar. “No solamente son conocimientos que se manejan en la cabeza o a partir de la práctica repetida de ciertas acciones, sino que también es un ejercicio de comprender a las otras personas a través de lo que se está aprendiendo y de lo que se está enseñando”. Y es que la investigación va más allá de la mera producción de artículos científicos, porque “en general es una forma de seguir aprendiendo y de seguir transformándose uno como sujeto en medio de unas circunstancias que uno mismo está decidiendo constantemente cambiar”.

Aunque Espinosa considera que el Gobierno entiende la importancia de la labor que desempeña el Instituto Caro y Cuervo, menciona que “siempre necesitan más recursos”, pues ellos quieren acompañar o llevar a cabo proyectos que acerquen a las comunidades a las instituciones públicas que tienen como deber garantizar sus derechos. “Nosotros no estamos encerrados en una biblioteca o en un estudio de grabación escuchando como la gente habla, a través de un equipo de sonido con unos audífonos, o estudiando gramática o diccionarios, sino que nosotros estamos en contacto con los hablantes”.

Danelys Vega Cardozo

Por Danelys Vega Cardozo

Comunicadora social y periodista de la Universidad de La Sabana con énfasis en periodismo internacional y comunicación política, y un diplomado en comunicación y periodismo de moda. Perteneció al semillero de investigación Acción social y Comunidades, bajo el proyecto Educaré.danelys_vegadvega@elespectador.com

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