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                                                                                                                                El lector inmortaliza a Marcel Proust

                                                                                                                                Revisión de un clásico de la literatura, ‘En busca del tiempo perdido’, de la mano del especialista colombiano Carlos José Reyes.

                                                                                                                                Nelson Fredy Padilla

                                                                                                                                Marcel Proust con su pinta de dandy francés. Sólo vivió 51 años, entre 1871 y 1922. / Archivo - El Espectador
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                No basta haberse acercado con timidez a alguna de las siete novelas, la gracia es completar paso a paso, degustando cada página, esta maratón literaria confrontándola con la vida de Proust y con los eventos históricos que influyeron en él y en su escritura. No es una prueba de velocidad como Pedro Páramo de Rulfo, sino una de largo aliento. Entre seis meses y un año, dependiendo del juicio del emprendedor, demanda la lectura disciplinada de Por el camino de Swann, A la sombra de las muchachas en flor, El mundo de Guermantes, Sodoma y Gomorra, La prisionera, La fugitiva y El tiempo recobrado. En la era del afán parece una locura dedicarle tanto tiempo a un autor, pero Reyes la releyó con los alumnos haciendo anotaciones al margen, en español y en francés, hasta descubrir la verdadera riqueza de La recherche.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El autor de En busca del tiempo perdido nació en París el 10 de julio de 1871, en plena caída del imperio de Napoleón III, sobrino de Bonaparte, mientras estallaba la comuna de la capital francesa. Con el tiempo este ambiente revolucionario afectó a un niño hipersensible como Proust. El único evento político en el que participó tiene que ver con tal proceso y fue el famoso caso del capitán Alfred Dreyfus, juzgado como traidor por la supuesta venta de secretos militares franceses a Alemania, condenado a cadena perpetua, declarado inocente luego de ser defendido por Émile Zola, a quien se plegó Proust en 1898, en una cruzada contra el antisemitismo, porque Dreyfus era de origen judío, como la madre de Proust. Se les unieron artistas como Monet y otros escritores como Anatole France, la estrella del momento que no trascendió a pesar de ganar el Nobel en 1921, ¡premio que no recibió Proust!

                                                                                                                                Por pintores como Monet, Degas, por la última etapa del impresionismo, por el puntillismo de Seurat, el comienzo del cubismo de Picasso, la amistad con Beraud, es que En busca del tiempo perdido se convirtió “en un paralelo entre la vida y el arte, con una mirada ennoblecida por la sublimación estética”. Preguntas del profesor Reyes a los lectores: ¿por qué el protagónico señor Swann es un conocedor del arte? ¿Cómo no ver la influencia de Renoir en las muchachas en flor y la de Botticelli en el imaginario de Odette de Crécy? El último deseo de Proust antes de morir el 18 de noviembre de 1922, a causa de una insuficiencia pulmonar que ni su padre pudo controlar, fue contemplar el óleo Vista de Delft (1660), del holandés Vermeer.

                                                                                                                                A partir de la toma de La Bastilla (1979), el comienzo de la Revolución francesa, Proust descubrió a Chateaubriand. Leyó El genio del cristianismo, atraído por iglesias, catedrales y ritos católicos que luego desfilaron por su obra. Lo impactaron las Memorias de ultratumba, esa crónica personal del vizconde sobre su vida en Francia e Inglaterra. La tragedia griega, las Confesiones de San Agustín y La comedia humana de Balzac también fueron grandes influencias contrapuestas de intentos de “contar la vida”.

                                                                                                                                En el caso del burgués Balzac, analizó su aproximación a los arquetipos de la sociedad francesa que Proust luego penetró con maestría a través del señor Swann, su esposa Odette, la señora de Villeparisis, el señor de Norpois, la familia Verdurin, etc., personajes que encarnan los hipócritas rituales parisinos de reconocimiento y ascenso social, todavía reinantes en la actualidad.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Una vez estudió los modelos narrativos de la novela de los siglos XVIII y XIX encontró en Flaubert “la obra abierta, sin comienzo ni final establecido”, una línea innovadora que lo llevó, teniendo en cuenta a Madame Bovary, a la Naná de Zola y a la Dulcinea del Quijote, a crear su Albertina, el amor imposible de Marcel, el protagonista de En busca del tiempo perdido. Es la voz adulta de Marcel la que “destruye desde adentro, desde su primera persona, la estructura que hasta entonces le daba el hilo conductor a un protagonista creado por un narrador omnisciente”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Proust, según Reyes, revalida en carne propia el eterno retorno al yo aprendido de Nietzsche y el mundo en acción representado bajo la concepción de Schopenhauer. El yo vuelve a la niñez y desde allí se desplaza hacia los demás personajes. Tampoco fue ajeno a los efectos de la Ilustración a través de Rousseau, ni a la poesía de Rimbaud, Verlaine y Baudelaire. “Las flores del mal le dieron aliento poético, el equilibrio estético entre el horror y la belleza”. La avidez de Proust lo llevó incluso a leer al colombiano José Asunción Silva, que vivió en Francia y frecuentó los salones parisinos de la intelectualidad modernista, donde el venezolano Reynaldo Hahn tocaba el piano mientras el dandy Proust leía sus borradores. En esa atmósfera conoció a Wilde y a Gide. Este último era crítico de libros y dijo que a En busca del tiempo perdido le faltaba estructura.

                                                                                                                                Otro arte transversal en la obra de Proust es la música. Reyes relee casi tarareándolo para demostrar “el ritmo de sonata en tres tiempos y el uso de la coda”. También están el teatro y la arquitectura. Proust dijo que sus novelas tenían la estructura del “edificio inmenso del recuerdo” con los detalles de una catedral gótica: “Mi obra es toda mi teoría del arte”. Integró la pasión artística a la pasión por la naturaleza y las experimentó hasta lo sensual.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Materia prima fundida, transformada en un clásico de ritmo no lineal sino arbitrario, al rescate de los recuerdos: “La memoria como fuente de escritura y a la vez como acto de vida; vivir y escribir se confundieron y Proust terminó viviendo en el libro y ahí plasmó su entrega absoluta a una obra monumental que le tomó entre 1908 y su muerte en 1922”. La vida biológica transcurre a la par de la vida mental: un olor, un objeto, una textura, una situación cotidiana, desatan el proceso creativo desde lo sensorial hacia la narración, la idealización, la reflexión, la ensoñación, la intensidad de lo que se ve, se siente, se oye, se percibe.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La narración —un flujo permanente, meticuloso pero sutil, rico en digresiones— se construye con base en frases subordinadas que molestan a algunos puristas de la llamada “narración eficaz” y desconcentran a lectores descuidados, pero son esas ideas, yendo y viniendo, las que dan musicalidad y belleza a la prosa. En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional hay un ensayo de A. M. Bergmann sobre Proust, en el que define así su estilo: “Es como el deslizarse con las puntas de los dedos por la superficie de una seda suntuosa”. En concepto del poeta y ensayista Juan Gustavo Cobo Borda, otro experto colombiano en Proust, una “sólida y a la vez fulgurante hazaña narrativa”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                No por eso las novelas dejan de ceñirse a su época: la Francia convulsionada, la gran Exposición Universal de 1900, el París de las cenas y las fiestas, de los paseos por los Campos Elíseos, la Italia de la Florencia perfumada; fichas al servicio de la experiencia de vida y del ejercicio del escritor, no puestas allí para decorar. Proust no juzga a la aristocracia empoderada tras la caída de Napoleón III, sin embargo, gracias a su técnica narrativa logra una reveladora radiografía y establece una ruptura con la sociedad francesa que conoció. La misma técnica que permite a los personajes aparecer con discreción, tomar fuerza, trascender y difuminarse dejando huella. Bien dijo el profesor Reyes: “Balzac hacía sus personajes desde afuera y Proust los construyó desde adentro, desde sus emociones”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La cereza del pastel, porque de Proust también se puede hacer un tratado de culinaria, es que de forma paralela elabora entre líneas un discurso contra el arribismo social, la politiquería, el nacionalismo, la religión que manipula, los tinterillos, el periodismo amarillista, las falsas posturas frente a la sexualidad para acallar la homosexualidad hace un siglo (leer Sodoma y Gomorra), sobre qué es y qué no es literatura. El resultado es una obra totalizante, comparable al Ulises en pretensión y efecto, distinta a la de Joyce en cuanto a lenguaje, estructura, ambigüedad y complejidad.

                                                                                                                                Con una obra de arte mayor como En busca del tiempo perdido y con un profesor de la talla de Carlos José Reyes es difícil negarse a conocer el mundo de Proust, sin importar si en ese viaje delicioso la vida contrapuesta del lector a la del autor se refleja más en el estético y dubitativo camino de Swann o en el mundano e ilusorio camino de Guermantes... o se funde en los dos.

                                                                                                                                Marcel Proust con su pinta de dandy francés. Sólo vivió 51 años, entre 1871 y 1922. / Archivo - El Espectador
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                No basta haberse acercado con timidez a alguna de las siete novelas, la gracia es completar paso a paso, degustando cada página, esta maratón literaria confrontándola con la vida de Proust y con los eventos históricos que influyeron en él y en su escritura. No es una prueba de velocidad como Pedro Páramo de Rulfo, sino una de largo aliento. Entre seis meses y un año, dependiendo del juicio del emprendedor, demanda la lectura disciplinada de Por el camino de Swann, A la sombra de las muchachas en flor, El mundo de Guermantes, Sodoma y Gomorra, La prisionera, La fugitiva y El tiempo recobrado. En la era del afán parece una locura dedicarle tanto tiempo a un autor, pero Reyes la releyó con los alumnos haciendo anotaciones al margen, en español y en francés, hasta descubrir la verdadera riqueza de La recherche.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El autor de En busca del tiempo perdido nació en París el 10 de julio de 1871, en plena caída del imperio de Napoleón III, sobrino de Bonaparte, mientras estallaba la comuna de la capital francesa. Con el tiempo este ambiente revolucionario afectó a un niño hipersensible como Proust. El único evento político en el que participó tiene que ver con tal proceso y fue el famoso caso del capitán Alfred Dreyfus, juzgado como traidor por la supuesta venta de secretos militares franceses a Alemania, condenado a cadena perpetua, declarado inocente luego de ser defendido por Émile Zola, a quien se plegó Proust en 1898, en una cruzada contra el antisemitismo, porque Dreyfus era de origen judío, como la madre de Proust. Se les unieron artistas como Monet y otros escritores como Anatole France, la estrella del momento que no trascendió a pesar de ganar el Nobel en 1921, ¡premio que no recibió Proust!

                                                                                                                                Por pintores como Monet, Degas, por la última etapa del impresionismo, por el puntillismo de Seurat, el comienzo del cubismo de Picasso, la amistad con Beraud, es que En busca del tiempo perdido se convirtió “en un paralelo entre la vida y el arte, con una mirada ennoblecida por la sublimación estética”. Preguntas del profesor Reyes a los lectores: ¿por qué el protagónico señor Swann es un conocedor del arte? ¿Cómo no ver la influencia de Renoir en las muchachas en flor y la de Botticelli en el imaginario de Odette de Crécy? El último deseo de Proust antes de morir el 18 de noviembre de 1922, a causa de una insuficiencia pulmonar que ni su padre pudo controlar, fue contemplar el óleo Vista de Delft (1660), del holandés Vermeer.

                                                                                                                                A partir de la toma de La Bastilla (1979), el comienzo de la Revolución francesa, Proust descubrió a Chateaubriand. Leyó El genio del cristianismo, atraído por iglesias, catedrales y ritos católicos que luego desfilaron por su obra. Lo impactaron las Memorias de ultratumba, esa crónica personal del vizconde sobre su vida en Francia e Inglaterra. La tragedia griega, las Confesiones de San Agustín y La comedia humana de Balzac también fueron grandes influencias contrapuestas de intentos de “contar la vida”.

                                                                                                                                En el caso del burgués Balzac, analizó su aproximación a los arquetipos de la sociedad francesa que Proust luego penetró con maestría a través del señor Swann, su esposa Odette, la señora de Villeparisis, el señor de Norpois, la familia Verdurin, etc., personajes que encarnan los hipócritas rituales parisinos de reconocimiento y ascenso social, todavía reinantes en la actualidad.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Una vez estudió los modelos narrativos de la novela de los siglos XVIII y XIX encontró en Flaubert “la obra abierta, sin comienzo ni final establecido”, una línea innovadora que lo llevó, teniendo en cuenta a Madame Bovary, a la Naná de Zola y a la Dulcinea del Quijote, a crear su Albertina, el amor imposible de Marcel, el protagonista de En busca del tiempo perdido. Es la voz adulta de Marcel la que “destruye desde adentro, desde su primera persona, la estructura que hasta entonces le daba el hilo conductor a un protagonista creado por un narrador omnisciente”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Proust, según Reyes, revalida en carne propia el eterno retorno al yo aprendido de Nietzsche y el mundo en acción representado bajo la concepción de Schopenhauer. El yo vuelve a la niñez y desde allí se desplaza hacia los demás personajes. Tampoco fue ajeno a los efectos de la Ilustración a través de Rousseau, ni a la poesía de Rimbaud, Verlaine y Baudelaire. “Las flores del mal le dieron aliento poético, el equilibrio estético entre el horror y la belleza”. La avidez de Proust lo llevó incluso a leer al colombiano José Asunción Silva, que vivió en Francia y frecuentó los salones parisinos de la intelectualidad modernista, donde el venezolano Reynaldo Hahn tocaba el piano mientras el dandy Proust leía sus borradores. En esa atmósfera conoció a Wilde y a Gide. Este último era crítico de libros y dijo que a En busca del tiempo perdido le faltaba estructura.

                                                                                                                                Otro arte transversal en la obra de Proust es la música. Reyes relee casi tarareándolo para demostrar “el ritmo de sonata en tres tiempos y el uso de la coda”. También están el teatro y la arquitectura. Proust dijo que sus novelas tenían la estructura del “edificio inmenso del recuerdo” con los detalles de una catedral gótica: “Mi obra es toda mi teoría del arte”. Integró la pasión artística a la pasión por la naturaleza y las experimentó hasta lo sensual.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Materia prima fundida, transformada en un clásico de ritmo no lineal sino arbitrario, al rescate de los recuerdos: “La memoria como fuente de escritura y a la vez como acto de vida; vivir y escribir se confundieron y Proust terminó viviendo en el libro y ahí plasmó su entrega absoluta a una obra monumental que le tomó entre 1908 y su muerte en 1922”. La vida biológica transcurre a la par de la vida mental: un olor, un objeto, una textura, una situación cotidiana, desatan el proceso creativo desde lo sensorial hacia la narración, la idealización, la reflexión, la ensoñación, la intensidad de lo que se ve, se siente, se oye, se percibe.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La narración —un flujo permanente, meticuloso pero sutil, rico en digresiones— se construye con base en frases subordinadas que molestan a algunos puristas de la llamada “narración eficaz” y desconcentran a lectores descuidados, pero son esas ideas, yendo y viniendo, las que dan musicalidad y belleza a la prosa. En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional hay un ensayo de A. M. Bergmann sobre Proust, en el que define así su estilo: “Es como el deslizarse con las puntas de los dedos por la superficie de una seda suntuosa”. En concepto del poeta y ensayista Juan Gustavo Cobo Borda, otro experto colombiano en Proust, una “sólida y a la vez fulgurante hazaña narrativa”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                No por eso las novelas dejan de ceñirse a su época: la Francia convulsionada, la gran Exposición Universal de 1900, el París de las cenas y las fiestas, de los paseos por los Campos Elíseos, la Italia de la Florencia perfumada; fichas al servicio de la experiencia de vida y del ejercicio del escritor, no puestas allí para decorar. Proust no juzga a la aristocracia empoderada tras la caída de Napoleón III, sin embargo, gracias a su técnica narrativa logra una reveladora radiografía y establece una ruptura con la sociedad francesa que conoció. La misma técnica que permite a los personajes aparecer con discreción, tomar fuerza, trascender y difuminarse dejando huella. Bien dijo el profesor Reyes: “Balzac hacía sus personajes desde afuera y Proust los construyó desde adentro, desde sus emociones”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La cereza del pastel, porque de Proust también se puede hacer un tratado de culinaria, es que de forma paralela elabora entre líneas un discurso contra el arribismo social, la politiquería, el nacionalismo, la religión que manipula, los tinterillos, el periodismo amarillista, las falsas posturas frente a la sexualidad para acallar la homosexualidad hace un siglo (leer Sodoma y Gomorra), sobre qué es y qué no es literatura. El resultado es una obra totalizante, comparable al Ulises en pretensión y efecto, distinta a la de Joyce en cuanto a lenguaje, estructura, ambigüedad y complejidad.

                                                                                                                                Con una obra de arte mayor como En busca del tiempo perdido y con un profesor de la talla de Carlos José Reyes es difícil negarse a conocer el mundo de Proust, sin importar si en ese viaje delicioso la vida contrapuesta del lector a la del autor se refleja más en el estético y dubitativo camino de Swann o en el mundano e ilusorio camino de Guermantes... o se funde en los dos.

                                                                                                                                Por Nelson Fredy Padilla

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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