El “lente humano” de Sabine Weiss
Después de la Segunda Guerra Mundial, particularmente en Francia y Estados Unidos, se desarrolló la “fotografía humanista”, movimiento al que perteneció Weiss.
Danelys Vega Cardozo
Capturar la realidad. Las emociones. Sonrisas que no se pueden fingir. Ojos que no mienten. Rostros que hablan. “Poses” que sobran. Música. Arte. Literatura. Todos plasmados en una sola imagen. En una sola persona. Siglo XX. Figuras célebres. Benjamin Britten. Ígor Stravinski. Stan Getz. Pau Casals. Fernand Léger. Alberto Giacometti. Francis Scott Key Fitzgerald. Robert Rauschenberg. Representantes de artes diferentes, pero que compartieron un mismo lente: el de Sabine Weiss.
Apartada del mar. Sobre terrenos montañosos. Con una “vista” llena de glaciares, ríos y valles. Plagada de culturas distintas. De riquezas “envidiables”. Suiza. Saint-Gingolph. 1924. Nacimiento de Sabine Weiss. Pasaron los años. Doce, para ser exactos. Y con el tiempo, los juguetes cambiaron. La cámara se robó “el espectáculo”. La ventana de su habitación. La puerta que inició todo. Personas que fueron capturadas para siempre y, que tal vez, nunca se enteraron. El descubrimiento de un nuevo mundo. De ese del que sería una referente. “Las fotos deben decirnos algo de la condición humana (...) No me gusta lo espectacular, prefiero la sobriedad”.
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“Tiempos de paz”. De postguerra. De “vencedores” y “perdedores”. De balas silenciadas. De arrepentimientos. De “aires nuevos”. De promesas de cambio. De castigo. De “Justicia”. 1946. Año ideal para explorar. Para buscar nuevos horizontes. Nuevos lugares. Esa fue la apuesta de Weiss. Con 22 años se trasladó a Paris. Y con el tiempo las calles oscuras de aquel lugar se volvieron protagonistas bajo su lente. Pero no solo calles, sino también las personas que las recorrían. Calles con rostros. Niños, ancianos y hasta personalidades “reconocidas” terminaron siendo “hechizados”. Retratados. Dar testimonio de la realidad. Exponer la condición humana. La apuesta que quiso y consiguió Sabine Weiss.
Fotografías carentes de color. Esas que muestran la crudeza. Donde los matices no están permitidos. Donde la realidad es a blanco y negro. El estilo propio que impuso Sabine Weiss. Desde Vogue, Life, Match, Time, hasta Holiday, Town and Country y Newsweek se interesaron por él. Entonces, sus fotografías terminaron siendo parte de colecciones de museos prestigiosos y espacios culturales. En Estados Unidos; en el MOMA, en el Museo Metropolitano de Arte, y en el Instituto de Arte de Chicago, En Suiza; en el Museo del Elíseo, y en Francia; en la Casa Europea de la Fotografía, y en El Centro Pompidou, por mencionar algunos.
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“Me gusta que mi cámara hable con el modelo y eso, creo, me diferencia de esos otros fotógrafos que prefieren la distancia. Hacer fotos siempre ha sido un placer y también una necesidad, por eso quiero responder con alegría al diálogo con las personas a las que retrato. Mis fotos expresan el amor que siento por la vida”, señaló, en algún momento, Weiss. De esos momentos en que se dejaba ver. De esos tan escasos. Porque, aunque la cámara fue su “refugio”, los “flash” no eran para ella.
La catalogaron de “fotógrafa humanista”. Aunque ella pensaba lo contrario. “Nunca consideré que hacía fotografía humanista. Una buena foto debe conmover, estar bien compuesta y desnuda”, dijo al diario La Croix. Como si diera a entender que ella tan solo hacía lo que se supone que, en esencia, se debía hacer. Pero al igual que a Sabine Weiss a otros los catalogaron bajo la misma etiqueta. Paul Strand, Brassaï, Robert Doisneau, André Kertész, Helen Levitt, Dorothea Lange, W. Eugene Smith, Willy Ronis, Henri Cartier-Bresson, Marc Riboud, Izis, y Édouard Bouban son algunos de los que hacen parte de ese largo listado llamado “fotógrafos humanistas”.
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Y es que se necesitaba que alguien, que unos cuantos, se preocuparan por plasmar las cicatrices que inevitablemente deja la guerra. Porque “una imagen vale más que mil palabras”. Porque al lente nada se le escapa. Fotografía de postguerra, en donde “los fantasmas” de la Segunda Guerra Mundial quedaron eternizados por un lente. El hombre, el actor principal. Antes y ahora. Pero ahora sin sangre de por medio. Solo recuerdos y marcas que el tiempo, quizá, nunca borró. También, “fotografía poética”. Una poesía de la vida cotidiana. “Fotografía social”. Un reflejo de los cambios sociales. Pero la esperanza. Las ganas de retornar al estado de antes. Estuvieron presentes en estas fotografías. Porque eso también hacía parte de la realidad, o al menos, eso pudieron capturar los lentes. Momentos románticos. Niños jugando. Escenas en café. Lo “corriente” visto como “extraordinario”. A fin de cuentas, el hombre siendo hombre… La fotografía humanista retratando lo humano.
Capturar la realidad. Las emociones. Sonrisas que no se pueden fingir. Ojos que no mienten. Rostros que hablan. “Poses” que sobran. Música. Arte. Literatura. Todos plasmados en una sola imagen. En una sola persona. Siglo XX. Figuras célebres. Benjamin Britten. Ígor Stravinski. Stan Getz. Pau Casals. Fernand Léger. Alberto Giacometti. Francis Scott Key Fitzgerald. Robert Rauschenberg. Representantes de artes diferentes, pero que compartieron un mismo lente: el de Sabine Weiss.
Apartada del mar. Sobre terrenos montañosos. Con una “vista” llena de glaciares, ríos y valles. Plagada de culturas distintas. De riquezas “envidiables”. Suiza. Saint-Gingolph. 1924. Nacimiento de Sabine Weiss. Pasaron los años. Doce, para ser exactos. Y con el tiempo, los juguetes cambiaron. La cámara se robó “el espectáculo”. La ventana de su habitación. La puerta que inició todo. Personas que fueron capturadas para siempre y, que tal vez, nunca se enteraron. El descubrimiento de un nuevo mundo. De ese del que sería una referente. “Las fotos deben decirnos algo de la condición humana (...) No me gusta lo espectacular, prefiero la sobriedad”.
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Fotografías carentes de color. Esas que muestran la crudeza. Donde los matices no están permitidos. Donde la realidad es a blanco y negro. El estilo propio que impuso Sabine Weiss. Desde Vogue, Life, Match, Time, hasta Holiday, Town and Country y Newsweek se interesaron por él. Entonces, sus fotografías terminaron siendo parte de colecciones de museos prestigiosos y espacios culturales. En Estados Unidos; en el MOMA, en el Museo Metropolitano de Arte, y en el Instituto de Arte de Chicago, En Suiza; en el Museo del Elíseo, y en Francia; en la Casa Europea de la Fotografía, y en El Centro Pompidou, por mencionar algunos.
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“Me gusta que mi cámara hable con el modelo y eso, creo, me diferencia de esos otros fotógrafos que prefieren la distancia. Hacer fotos siempre ha sido un placer y también una necesidad, por eso quiero responder con alegría al diálogo con las personas a las que retrato. Mis fotos expresan el amor que siento por la vida”, señaló, en algún momento, Weiss. De esos momentos en que se dejaba ver. De esos tan escasos. Porque, aunque la cámara fue su “refugio”, los “flash” no eran para ella.
La catalogaron de “fotógrafa humanista”. Aunque ella pensaba lo contrario. “Nunca consideré que hacía fotografía humanista. Una buena foto debe conmover, estar bien compuesta y desnuda”, dijo al diario La Croix. Como si diera a entender que ella tan solo hacía lo que se supone que, en esencia, se debía hacer. Pero al igual que a Sabine Weiss a otros los catalogaron bajo la misma etiqueta. Paul Strand, Brassaï, Robert Doisneau, André Kertész, Helen Levitt, Dorothea Lange, W. Eugene Smith, Willy Ronis, Henri Cartier-Bresson, Marc Riboud, Izis, y Édouard Bouban son algunos de los que hacen parte de ese largo listado llamado “fotógrafos humanistas”.
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