El libro, la ausencia y la muerte
En “El libro por venir”, del filósofo francés Maurice Blanchot, el ser común de la obra, desde el pensamiento y la vida, está siempre por venir. Lo que se pone en evidencia, es, en palabras de Jacques Derrida, “un ejercicio laberíntico” que se mueve entre la idea de obra inconclusa, de Stéphane Mallarmé, y el fin del libro.
Jonathan Alexander España Eraso
Entre el canto de las sirenas y Moby Dick, entre los relatos y sus límites, entre lo que nos encanta y destruye, surgen las palabras como restos de un naufragio para mostrarnos que ellas son la ausencia y el silencio en el movimiento de las manos que desaparecen. Aparecer en la condición de lo que imaginamos traza un abismo que, en la no clausura, expone al lector y al escritor a un encuentro que los deja desguarecidos, “obligándolos a vivir como en un estado de muerte perpetua” en el tiempo de la metamorfosis.
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Entre el canto de las sirenas y Moby Dick, entre los relatos y sus límites, entre lo que nos encanta y destruye, surgen las palabras como restos de un naufragio para mostrarnos que ellas son la ausencia y el silencio en el movimiento de las manos que desaparecen. Aparecer en la condición de lo que imaginamos traza un abismo que, en la no clausura, expone al lector y al escritor a un encuentro que los deja desguarecidos, “obligándolos a vivir como en un estado de muerte perpetua” en el tiempo de la metamorfosis.
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En esta dinámica, el libro, al ser un cruce de voces, tiempos y espacios, narra los orígenes que le son esquivos y las distancias que lo fracturan. Lo que se teje en un sentido conceptual, da lugar a lo real y su condición política. Y aquí el autor devela lo que la existencia le propone en su esfuerzo por hacer aparecer lo otro. Aunque en ese presente de la escritura, el libro se ausenta porque desafía lo fragmentario, el brillo de lo inaparente en el blanco de la página.
Es probable que lo dicho sea el camino de la literatura que transita por la esencia de la obra y, en sí, del libro, hasta las tribulaciones propias de su muerte (véase “La muerte de la literatura”, de Alvin Kernan). En este sentido, bien lo plantea Blanchot: “La literatura va hacia sí misma, hacia su esencia, que es la desaparición”. Por eso, se obra en la falta para descifrar cómo en ella se crean las palabras y su intimidad, la forma del pensamiento que resplandece para desaparecer.
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Todo lo que puede ser nombrado se relaciona con la muerte. En el libro, en la escritura, exploramos sus posibilidades extremas y sus secretos, para sembrar en el lenguaje un árbol del que pende el ahorcado. El enigma radica en la imposibilidad de escribir sobre lo permanente que recorre un origen en el que las esperas, al ser un habla plural, nos describen un agujero negro que es nuestra morada y vacío movedizos. “El precio de habitar en ese espacio”, explica el escritor mexicano Juan García Ponce, “es tener la irrealidad de lo imaginario; pero si lo imaginario nos lleva hacia la otra cara de la vida que es la muerte, si nos hace por una vez entender, sentir y percibir ese lugar de la radical otredad, tal vez valga la pena habitar, como las obras literarias nos lo proponen, en el espacio de lo imaginario (…) que se constituye como el espacio, como el lugar de la muerte y que, llevando la muerte a la vida, tal vez hace nuestra la verdadera vida”.