El libro que llama a revisar la historia de “conquistadores e indios”
Durante su viaje a España, el presidente Gustavo Petro habló del “yugo español”, en referencia al país conquistador. Este texto del recién publicado libro “Conquistadores e indios. La historia no contada” (sello Debate) invita a profundizar en el tema.
Carl Henrik Langebaek * / Especial para El Espectador
El gobernante de Venezuela, más recientemente, exigió excusas a España por la crueldad de la conquista. En una rueda de prensa, sostuvo que ellos, es decir los españoles, decían que “vinieron a civilizar y culturalizarnos, que nosotros éramos una especie de bárbaros. (Lo que dijo Gustavo Petro del “yugo español”).
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El gobernante de Venezuela, más recientemente, exigió excusas a España por la crueldad de la conquista. En una rueda de prensa, sostuvo que ellos, es decir los españoles, decían que “vinieron a civilizar y culturalizarnos, que nosotros éramos una especie de bárbaros. (Lo que dijo Gustavo Petro del “yugo español”).
Lo dicen, es la ideología de la derecha, la Corona española, la ideología de los imperios”. A ello añadió que “todavía la Corona de España niega los crímenes de genocidio masivo, de lesa humanidad, el arrase de nuestros pueblos originarios”. Como respuesta, el gobierno bolivariano organizó una comisión nacional “del más alto nivel” encargada de “esclarecer y hurgar la verdad del colonialismo europeo, sus crímenes, genocidios y saqueos cometidos en Venezuela, en América Latina y el Caribe”. Asumiendo el resultado de semejante comisión, tan predecible como obvio, el presidente también confesó su intención de exigir una indemnización al Estado español.
“Tenemos que exigir justicia y reparación a España, Portugal y toda Europa frente a los crímenes del dominio colonial”. Siguiendo la misma lógica, otro presidente latinoamericano, el de México, insistió en que España debía “disculparse por los abusos cometidos durante la Conquista” como condición para mejorar las relaciones diplomáticas. Es más, años después, en mayo de 2022, el propio presidente de los Estados Unidos reconoció la “dolorosa historia de agravios y atrocidades que muchos exploradores europeos infligieron a las naciones tribales y las comunidades indígenas”.
Frente a estas declaraciones, ciertos políticos españoles respondieron duramente. Un expresidente conservador contestó a la solicitud de reparaciones que sin la conquista los gobernantes latinoamericanos no existirían ni habrían sido bautizados. El personaje subrayó además que “el indigenismo solo puede ir contra España, no contra Estados Unidos”, lo cual, por supuesto, era terrible porque, como todo el mundo sabe, los hispanos o latinos son gente “buena” y los sajones no.
A su juicio, los españoles habían sido conquistadores bastante humanos en comparación con otras potencias. Al fin y al cabo, en la llamada América Latina los indios habían sobrevivido gracias a la magnanimidad con que fueron protegidos y a la falta de prejuicios que les había permitido que conquistadores e indios se mezclaran. Para muchos intelectuales españoles es imposible pensar el tema de la conquista sin hacer referencia al mundo anglosajón, echando por la borda cualquier intento de análisis riguroso de los hechos y prefiriendo dejarse llevar por la más elemental, y tribal, de las emociones: que su cultura es mejor que la de ellos.
Lo contrario, por supuesto, también ha sido cierto y es igualmente reprochable: no falta quien crea que la mejor manera de proceder es con antipatía por la España y los españoles de hoy. Todo lo anterior contribuye poco y obliga a que cualquier intento serio de comprender mejor la conquista deba ser etiquetada a favor o en contra de España.
Esta forma de ver las cosas encuentra una expresión desmedida entre quienes creen que la España del siglo xvi no ha sido reconocida en toda su grandeza. Una mujer, líder de la derecha española, llegó a criticar otra declaración, esta vez del papa, lamentando la conquista.
La presidenta madrileña mostró su sorpresa de que el pontífice, un católico que hablaba castellano, se atreviera a reflexionar sobre los pecados cometidos por la Iglesia católica durante la conquista. Un mundo latino, unido por valores superiores en común, debía enorgullecerse de la conquista y considerar agravio que un presidente sajón la criticara o, peor aún, que lo hiciera un papa argentino, católico e hispanohablante o un presidente latinoamericano, descendiente, como salta a la vista, de españoles.
Curiosamente, las voces de quienes se sienten víctimas de la conquista o de quienes la defienden como base de nuestra civilización terminan siendo similares. Extremos que en otros contextos serían irreconciliables coinciden en que la historia es una lucha entre buenos y malos que solo puede ser entendida con el lente de la moral. Invariablemente, por supuesto, ellos o “sus ancestros” (ya sea indígenas o españoles) son los buenos.
A ambos les parece adecuado presentarse a sí mismos como mártires eternos de una injusticia histórica. Ellos saben bien lo que hacen: ser víctima, o hacerse pasar por tal, es un poderoso generador de una identidad, cómoda e infalible a la hora de perpetuar cierta lástima solidaria y darle campo a mesías que encarnan la justicia histórica, o incluso la venganza; por encima de ello, una identidad forjada en el crisol de la victimización garantiza de antemano nuestra propia inocencia y nos hace ver desprovistos de cualquier responsabilidad.
A la gente que vive en los antiguos territorios españoles en el Nuevo Mundo le gusta la mentalidad quejosa y definirse a partir de traumas históricos. Esa es la lógica tanto de quienes creen que los españoles “nos conquistaron” y despojaron de “nuestra cultura”, como de aquellos que piensan que los conquistadores ibéricos trajeron a estas tierras la lengua más hermosa del mundo, la mejor religión, fundaron universidades antes que nadie y terminaron hermanando a todos los pueblos al sur del río Bravo con una maravillosa cultura común.
Debo anotar que, en su variante más extrema, esta última forma de entender la conquista defiende la idea de que España no solo fue menos cruel que el resto de las potencias europeas, sino que incluso se portó con magnanimidad porque salvó a los indígenas de su propia destrucción. Si no fuera por la llegada de los conquistadores, los salvajes indígenas habrían estado condenados a desaparecer: literalmente los indios se habrían comido los unos a los otros hasta acabarse. Decía un líder español de la derecha que sentía orgullo al saberse heredero de quienes “descubrieron el Nuevo Mundo, aquellos que pusieron fin al genocidio de los indígenas, aquellos de los que inventaron el imperio solar español, que era el imperio de los derechos humanos”.
Obviamente, en semejantes circunstancias, cuando la cultura de quien escribe es superior, es imposible cualquier intento de tener una conversación inteligente. El asunto está zanjado de antemano. Así las cosas, miles de miles de indígenas y negros muertos o esclavizados, así como infinidad de mestizos sin padre que dejó la llegada de los conquistadores, deberían estar profundamente agradecidos.
A propósito, quienes defienden la conquista aducen, con frecuencia, que aquellos que la critican son víctimas de una infundada “leyenda negra” que inventaron los eternos enemigos de España. Ingleses, franceses y holandeses, todos ellos envidiosos de las glorias del esplendoroso Imperio que dio origen a los países latinos en el Nuevo Mundo, escribieron mentiras, exageraron atrocidades y desviaron la opinión pública europea de los crímenes que ellos sí realizaron de forma mucho más sanguinaria. Hay algo de cierto en ello y mucho de falso. Es cierto que el siglo xvi presenció, como nosotros hoy, noticias falsas, distorsiones y difamaciones.
Es verdad, además, que personajes como fray Bartolomé de las Casas manipularon las cifras con el fin de impresionar al lector. También es indudable que quienes denunciaron las atrocidades de los conquistadores ibéricos fueron generalmente europeos del norte. Los protestantes, en particular, hicieron todo lo posible para desprestigiar a la poderosa nación católica, a sus ejércitos y a su Inquisición. Pero esta forma de ver el problema es bastante limitada porque los españoles también construyeron sus propias leyendas negras sobre los indios y sobre otros europeos.
También ellos exageraron, ocultaron o mintieron con el fin de mostrar que su colonialismo fue menos brutal que el de otras naciones. Lo más doloroso de esa mirada maniquea sobre el pasado es que se ha trasladado al presente, hasta hacerla una suerte de historia oficial de la conquista en los países de habla hispana en el Nuevo Mundo. A todos los imperios, de ahora y de antes, les gusta presentarse a sí mismos como los mejores intermediarios entre la explotación y el sufrimiento de la gente.
Por otra parte, las narraciones sobre la conquista atrapan al público en el pasado y ocultan los crímenes del presente. Los presidentes de México y de Venezuela no dijeron nada sobre el drama de los indígenas de Yucatán o del arco minero en el Orinoco que ocurría y aún ocurre bajo sus narices, como varias organizaciones indígenas tuvieron ocasión de señalar.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial.