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El pensamiento de Estanislao Zuleta no se comprende si no se lo enmarca en el contexto que vivía la Colombia de los años 30, las limitaciones del tipo de educación que se ofrecía en el país, las nuevas dinámicas filosóficas que surgen con la llamada (y debatida) normalización filosófica, la violencia orquestada por las élites colombianas, la agitación social y política, al igual que el clima intelectual y cultural que vivía Colombia. Tener en cuenta estos aspectos es fundamental para poder determinar su puesto en la filosofía colombiana del siglo XX. Veamos.
El contexto de su formación
Rafael Gutiérrez Girardot decía que la Regeneración había instaurado en Colombia una polis cachaca, chovinista y provinciana, que había contribuido a la postergación de la modernidad. A su parecer, el Estado confesional y autoritario acuñado por Miguel Antonio Caro y Rafael Núñez, había impedido el ingreso del pensamiento moderno al país, condenando toda oposición crítica. Y si bien este juicio ha sido cuestionado por la historiografía filosófica, lo cierto es que basta recordar cómo aún en 1910 Pablo Ladrón de Guevara descalificaba a diestra y siniestra cualquier obra incompatible con la moral católica. Sobre la filosofía de Nietzsche decía: “este alemán de la segunda mitad del siglo XIX se las echaba de filósofo, y no faltan quienes por tal le tienen. A nuestro juicio tanto se parece a un filósofo como el vinagre al vino. Sus doctrinas son inmorales, impías y blasfemas”.
Este clima conventual e intolerante fue el mismo que condenó la obra de Vargas Vila, Luis Tejada y Fernando González, para sólo mencionar tres. Éste último, fue, como es bien sabido, el maestro de Estanislao Zuleta. González contribuyó con su fina pluma e irreverente inteligencia a crear un clima más apto y más propicio para el cultivo del pensamiento a partir del regreso del liberalismo al poder, justamente cuando la Revolución en marcha del primer gobierno de López Pumarejo transformaba política, económica y culturalmente al país. Desde luego, la filosofía se practicaba en Colombia, existían interesantes debates, sin embargo, carecía de la indispensable libertad que requiere la reflexión filosófica. La censura del libro Viaje a pie de González, en 1929, por parte de la iglesia es prueba de ello,
Rafael Carrillo, uno de los fundadores del Departamento de filosofía de la Universidad Nacional de Colombia, y uno de nuestros filósofos más representativos, recuerda el tinte escolástico de la enseñanza de la filosofía en la época: “no era usual el disentir, la filosofía quedaba convertida en una actividad heterónoma. No había controversia, no había impugnación”. Pues bien, esa educación fue la que rechazó González, quien en Los negroides de 1936 llegó a decir: “educar es formar a los hombres conforme a modelo…el tipo hombre educado es igual al perro sabio. En el periodo educacionista, el ideal consiste en que sepan las reglas, las leyes, los programas, los textos, los modos”. Sin duda, esta posición heterodoxa frente al sistema educativo, influyó hondamente en su discípulo Zuleta, lo cual explica su reticencia frente a la escuela, su modelo repetitivo, la manera como se castraba el pensamiento. Esta crítica está a la base, también, de lo que Zuleta llamaría después “educación filosófica”.
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Con todo, como sostuvo Rafael Carrillo, “a finales de los años treinta la filosofía en Colombia experimenta un giro del que todavía no nos hemos dado cuenta por completo”. Ese giro es lo que la historiografía de la región ha llamado “normalización filosófica”, que más que un concepto normativo, eurocéntrico, puede entenderse desde la Historia social de la filosofía como un proceso donde la producción, la circulación y el consumo de la filosofía empezó a formar parte de la cultura colombiana. Así lo testimoniaron pensadores de la talla de Danilo Cruz Vélez, Gutiérrez Girardot, Daniel Herrera Restrepo, Guillermo Hoyos Vásquez, Jaime Vélez Sanz, entre otros, que sintieron y vivieron esos cambios.
Pues bien, estos años se corresponden con los estudios del joven Estanislao Zuleta, bajo el magisterio de Fernando González. Sin embargo, como es ampliamente sabido, tras la contrarrevolución ocurrida con el regreso de los conservadores al poder y su respaldo al franquismo, al igual que el inicio de la Violencia partidista, decide abandonar sus estudios. A partir de allí, Zuleta empieza de manera autónoma su formación autodidacta, formación asumida con pasión, entusiasmo y rigor, y que practicó hasta sus últimos días.
Después de 1945 el clima del país se vuelve a enrarecer. El avance cualitativo que había tenido la filosofía se detiene. Muchos pensadores tuvieron que salir del país, pues se inició la cacería de brujas con la intelectualidad, al igual que la persecución de liberales, ateos, comunistas, anarquistas, judíos, en fin, de todos aquellos que Laureano Gómez consideraba enemigos internos o miembros de la “cofradía liberal-comunista”. El resultado fue un retroceso general de la filosofía y un duro golpe para la cultura nacional. A pesar de todo, en los años cincuenta, la valentía de los fundadores de la revista Mito, la de sus colaboradores, y la “terquedad furibunda” de Marta Traba -como la llamó Victoria Verlichack- entre otros, lograron imbuir savia cultural, artística e intelectual en Colombia. Lo mismo hizo la revista Eco que unos años después difundió la cultura alemana entre nosotros.
Su relación con el marxismo colombiano
En estos años, Estanislao Zuleta leía intensamente filosofía, psicoanálisis, historia, economía, literatura, etc., y se mantenía al tanto de las convulsiones sociales y políticas de la época. Esta autoformación empezó a cristalizar, realmente, en la década de los sesenta y prueba de ello fue la publicación de su artículo “Marxismo y psicoanálisis” en 1963 en la Revista Estrategia, publicación donde él y un grupo cercano integrado por Jorge Orlando Melo y su amigo Mario Arrubla, entre otros, difundían sus reflexiones e investigaciones. La conmoción que causó el artículo en los sectores más recalcitrantes de la izquierda comunista fue tal, que en 1964 apareció una crítica que atacaba de frente, directamente, a los miembros de la Revista Estrategia. En esta crítica se decía: “lo que se prometía como una reivindicación del marxismo-leninismo no aparecía por lado alguno, y si abundaban las referencias al existencialismo y al psicoanálisis…escuchábamos insistentes citas de Freud, Sartre, Merleau-Ponty, y en fin, de toda esa legión de revisionistas”.
El texto de Luis Mirnaya atacaba a los disidentes del marxismo arzobispal, mecánico, dogmático y autoritario que había enarbolado el Partido Comunista colombiano en cabeza de Gilberto Viera, partido que desde 1930, año de su fundación, había monopolizado la interpretación de la doctrina de Marx y que se alineaba con la doctrina y los manuales soviéticos. De ese partido, justamente, se había distanciado Zuleta, entre otras razones por su dogmatismo e intransigencia. La razón de fondo, en verdad, era que Zuleta se había dedicado denodadamente al estudio de Hegel, el pensamiento de Althusser, pero especialmente, de la obra de Sartre, Merleau-Ponty, etc., es decir, Zuleta y su grupo habían producido una apertura del marxismo o, lo que es lo mismo, promovían un actitud crítica, abierta, libre y renovadora, lo cual resultaba insoportable para el partido comunista.
En realidad, Zuleta puede inscribirse en un movimiento que desdogmatizó el marxismo en Colombia, y que ayudó a una mejor comprensión y recepción de Marx en el país. Si bien, antes de él, pensadores como Luis Eduardo Nieto Arteta, Antonio García, al igual que lo miembros del Grupo Marxista de los años treinta, habían aplicado las categorías de Marx al estudio de la formación social colombiana, para la época el marxismo teórico en Colombia estaba estancado por la sencilla razón de que el anticomunismo y el terror rojo impedía y bloqueaba la circulación de las ideas marxistas, a la vez que señalaba a todo aquél que se acercara al socialismo. Por lo demás, los pensadores que ayudaron a cualificar la filosofía en Colombia en los años 40, entre ellos, Cayetano Betancur, Abel Naranjo Villegas, Rafael Carrillo e, incluso, el brillante Nieto Arteta, etc., habían introducido un Marx a medias, simplificado. Se llegó a aceptar la dialéctica de la naturaleza de Engels, se adoptaron expresiones como materialismo dialéctico o materialismo histórico, se confundía materialismo con materia a secas, etc., posturas en realidad ajenas al pensamiento de Marx. El conocimiento del marxismo era, pues, muy deficiente.
A estos problemas hay que sumar que la popular obra de Martha Harnecker, Los conceptos elementales del materialismo histórico, publicada en 1968, en clave althusseriana, si bien jugó un papel importante en la difusión del pensamiento de Marx en América Latina, ofreció una visión limitada y cientificista del mismo. Y, por otro lado, lado, los filósofos que en los sesenta regresaron, entre ellos, Danilo Cruz Vélez y Carrillo, no habían estudiado seriamente a Marx, pues en la Alemania posterior a la posguerra fueron la fenomenología y el estudio de la obra de Heidegger las filosofías que ocupaban la atención en el mundo universitario. Esto puede predicarse también de filósofos como Daniel Herrera Restrepo.
Estanislao Zuleta motivó la apertura del marxismo a otras corrientes, lo puso a hablar con el psicoanálisis y con otras filosofías. Su tarea, guardada las proporciones, se asemeja a la labor que realizaba la Escuela de Frankfurt unos años atrás, pues Zuleta se ocupó de fenómenos sociales como la masificación, su relación con el individuo, los procesos de subjetivación y adaptación social, explicados desde el marxismo y el psicoanálisis. Esto a pesar de desconocer los desarrollos teóricos de los frankfurtianos, como afirma el filósofo cubano Pablo Guadarrama González. Por lo demás, hay que recordar que fue sólo hasta los años 70, con el regreso de Rubén Jaramillo Vélez, y con el giro hacia Habermas de Guillermo Hoyos, como el pensamiento de la Escuela de Frankfurt ingresa al mundo académico.
Para 1963 cuando Zuleta publica Marxismo y psicoanálisis, sólo Rafael Gutiérrez Girardot, que había permanecido en Europa, había publicado un artículo titulado “Marginalia”, en 1959, en la revista Mito. En él mostraba un conocimiento sólido de Marx, llamaba a no desvincularlo de sus fundamentos y a profundizar su discusión filosófica con Hegel. Estanislao Zuleta, Mario Arrubla y Jorge Orlando Melo, entre otros, pues, contribuyeron a un mejor conocimiento de la filosofía de Marx y de su economía política en Colombia.
Su ethos filosófico
Estanislao Zuleta fue un buen conocedor de Marx, pero no mantuvo una actitud servil ante su pensamiento. Como he escrito en mi libro Estudios sobre el pensamiento colombiano (volumen I): “la relación de Zuleta con el marxismo fue fructífera y totalmente crítica. Por eso Zuleta se consideró un marxista kantiano, un marxista freudiano, un marxista hegeliano, pero, en todo caso, un marxista…no hay que olvidar que Zuleta no se preocupó por el marxismo, el psicoanálisis, la literatura, el arte, etc., en sí mismos, sino como herramientas para pensar un problema específico. Zuleta criticó en muchos aspectos al marxismo, por ejemplo, consideró que Marx idealizó al proletariado, despreció la pequeña-burguesía, dio demasiada importancia a la economía sobre la ideología (aunque sostuvo que en Marx no hubo un economicismo)…no compartía del concepto de alienación, así como el asunto de la toma del poder, la propuesta de abolición del Estado…su concepción de los derechos humanos”, entre otros aspectos. Sin embargo, consideró que en lo fundamental su crítica al sistema capitalista era correcta, al igual que valoró su teoría del conocimiento y su anatomía de la sociedad burguesa. En pocas palabras, Zuleta mantuvo una distancia crítica, libre y auténticamente filosófica frente a Marx, actitud muy diferente a la de los filósofos especializados que, en muchos casos, viven de exprimir las obras de sus ídolos, con posturas regularmente acríticas y apologéticas.
Gutiérrez Girardot llamó a Estanislao Zuleta tan sólo un “piadoso lector”, un multifilósofo, una figura imaginaria que gustaba cargar de ocurrencias a sus oyentes, pero en realidad el antioqueño fue un filósofo cabal, un lector apasionado, un erudito, que se atrevió a pensar por sí mismo, lanzando ideas, interpretaciones, generando controversias, yendo mucho más allá de lo que María Zambrano llamó “una filosofía profesoral”. Zuleta concebía la filosofía como una forma de vida, un saber comprometido con la existencia y con la sociedad y su transformación; como “vigilancia crítica, territorio del debate, impulso a la fecundidad del pensamiento”. Él fue un crítico de la cultura colombiana, de las realidades sociales y políticas, del sistema educativo; se la jugó por la paz de Colombia, como lo evidencia su participación en el gobierno de Belisario Betancur, y llamó al diálogo y la conversación como herramientas para construir una mejor convivencia pacífica en el país.
Si bien desarrolló su pensamiento por fuera de las facultades oficiales de filosofía, no hay duda de que su pensamiento, que abarcó la literatura, el arte, la poesía, la filosofía, la historia, la economía política, pasando por autores como Kafka, Thomas Mann, Nietzsche, Hegel, Lacan, Freud, Marx, Platón, Heidegger, Goethe, entre otros, movilizó afectos y pasiones por la filosofía y el pensamiento en Colombia.
Si el verdadero filósofo es solo “aquél que asume el riesgo de pensar; que crea posibilidades nuevas de entender, de valorar o de saber”, como decía Darío Botero Uribe, otro outsider de la filosofía en Colombia, sin duda alguna Estanislao Zuleta fue uno…y de los mejores. Pocos pueden vanagloriarse de ese mérito. Por lo demás, sus obras hoy publicadas, transcritas de sus múltiples conferencias, entre ellas, lógica y crítica, El pensamiento psicoanalítico, Arte y filosofía, Thomas Mann, La montaña mágica y la llanura prosaica; Colombia: violencia, democracia y derechos humanos, así lo corroboran.
Su legado y su actualidad, pues, no se pueden desconocer. Basta recordar que ya desde 1985 en el libro La filosofía en Colombia, compilado por Rubén Sierra Mejía, el mencionado artículo “Marxismo y psicoanálisis” fue incluido, con lo cual se inicia un temprano reconocimiento a sus aportes, sin embargo, hasta la fecha, es el libro del profesor Alberto Valencia “En el principio era la ética. Ensayo de interpretación del pensamiento de Estanislao Zuleta” (1995, 2015), el que mejor y más sistemáticamente ha abordado su pensamiento. Igual reconocimiento ha recibido su obra por parte de filósofos como Pablo Guadarrama González.
Hoy, 30 años después de su muerte, es necesario recordar su figura, su legado y, ante todo, se hace necesario reivindicar su actitud filosófica en un mundo donde cada vez hay mayor orfandad del pensamiento.