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Hace poco volví a quedarme embelesada por la composición y los detalles del cuadro Las pilanderas que está colgado en casa. Esta obra, del magnífico pintor Carlos Ospino, muestra a dos mujeres pilando maíz mientras están vestidas de negro en medio de un espléndido paisaje. Siempre he querido saber qué lo motivó a pintar ese cuadro.
Carlos, de casi ochenta años, no sabe cómo abandonar el lienzo y los pinceles. Es el único pintor que tiene Bomba y el único artista magdalenense interesado en pintar a las lavanderas del departamento. Congeló para siempre la escena de una lavandera sosteniendo con vehemencia el manduco para despercudir la ropa en la ciénaga de Zapayán, la cual rodea a Bomba, corregimiento de Pedraza (Magdalena), donde ha vivido Carlos hace muchos años.
La pintura La lavandera fue exhibida en la inauguración del proyecto “El triángulo de oro del río Magdalena” llevada a cabo en la Mediateca Macondo del Museo del Caribe (2017). El proyecto tenía como propósito generar una ruta de turismo cultural para el desarrollo sostenible del Atlántico, Bolívar y Magdalena.
Sus manos de niño escogieron el barro para representar los gritos y coros de la imaginación. Sus manos de adulto escogieron la pintura primitivista para contar la vida cotidiana de su Magdalena. Ha hecho desde figuras religiosas hasta ponerle color al castigo de un pecador. Es considerado por sus paisanos como un hombre cuidadoso, pacífico e inteligente. Cuando les preguntan qué tal es como artista, responden: “Ese hombre sí pinta bonito”.
Volví a Bomba, mi pueblo de la infancia, y visité a Carlos. Recordamos y retomamos la conversación que tuvimos en 2017 en la terraza de su casa y me mostró sus recientes pinturas de los indígenas chimilas. Ospino siempre usa gorra y gafas de sol. La cámara le intimida, pero, aun así, me dio la oportunidad de hacerle un retrato: sonrió y asomó su mirada. El artista me recibió en la terraza de su casa otra vez y echamos cuento un rato.
¿Desde cuándo supo que le fascinaba pintar?
Lo supe en la escuela primaria de Plato (Magdalena). Mi área favorita era la de dibujo libre. Empecé haciendo formas de barro. Mis padres siempre me apoyaron. Más adelante, reforcé mis estudios en la Escuela Superior Suramericana (Bogotá); estudié a distancia. Enviaba y recibía el material artístico. Aprendí mucho por mí mismo también. Yo me hice un pintor popular que trabaja lo primitivista y surrealista.
En Plato vivió gran parte de su juventud, allá fue donde descubrió que le gustaba la pintura y se encontraba rodeado de un sinnúmero de historias que narró con sus pinceles. ¿Qué lo trajo a Bomba?
Yo tenía mi taller en Plato, pintaba y dibujaba a cualquier hora y me rebuscaba en la plaza con mis productos artísticos. Pero me vine a Bomba en 1978 porque me enamoré de una bombera. Ella no quiso quedarse a vivir en mi pueblo natal, así que nos quedamos en su tierra. Bomba me gustó. La calidez humana me hizo quedarme.
Bomba también tiene incontables historias. Su cielo y suelo son distintos todos los días.
Las nubes y la tierra me ofrecen figuras. Todo dice algo. La ciénaga de Zapayán y sus lavanderas son una historia, por eso pinté a la lavandera que representa a esas mujeres que aún conservan esa costumbre ancestral que lleva más de un siglo.
Antes lavaban sobre las trojas que sus maridos les construían en los patios. No podían lavar en la ciénaga porque había bastantes caimanes. Los hombres cimentaron como especie de un muelle de palo que les servía de apoyo para no exponerse a los caimanes cuando iban a buscar el agua para que las mujeres lavaran.
Con el paso del tiempo, fueron desapareciendo debido a la cacería. Desde entonces las mujeres comenzaron a desplazarse a la ciénaga para lavar sobre unas piedras planas traídas del monte que van sobre unas horquetas. Todavía se preserva esta actividad cotidiana.
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¿Por qué sus paisanos le dicen “Carlos Pintuco”?
La firma que suelo dejar en las pinturas es “Carlosp”, que es una mezcla de mi nombre y mi primer apellido. Las personas se tomaban la tarea de descifrar qué significaba la letra p al final. Decían que era Pérez, pero terminaron por decir que era Pintuco, como la empresa de pinturas. La gente de Bomba fue la que comenzó a llamarme así. En Plato no me dicen así porque yo soy de allá y todos saben mi apellido.
Uno de todas maneras tiene que morir, y que me llamen “Carlos ‘Pintuco” es una forma de convertirme en un recuerdo para la población.
¿En qué lugares ha mostrado su trabajo?
He trabajado en Barranquilla, Bosconia, Sincelejo, Santa Marta, El Banco, Bálsamo, Heredia, Plato, entre otros lugares de la región Caribe colombiana. También mi trabajo ha ido más lejos: pinté al hombre caimán para unos plateños que viven en Estados Unidos.
Una de sus obras llegó al Museo del Caribe.
Yo había hecho una larga pausa por problemas con la visión, tenía quince años que no agarraba un pincel. Ahora retomé una nueva aventura con el lienzo y los colores: es una lavandera el resultado de todo.
Esta es una gran oportunidad para no detenerme y seguir creando cosas nuevas. Y así como me alegra que una de mis pinturas fue exhibida en este museo, también me alegra que otras personas que estimo hayan avanzado, como mi gran amigo pintor que conocí en Plato, Silvio Varela Sánchez, que se ganó una beca y se fue a México; y como mis pupilos Roberto Arias y Jaime Saumeth que, igualmente, han viajado y me han superado.
Usted transformó su inspiración en tradición, idiosincrasia y agua dulce.
Y las lavanderas son todo eso que has dicho, por eso estoy emocionado: es la primera vez que se ha expuesto algo mío en un museo. Siempre creí que los pintores que llevan sus trabajos hasta los grandes museos son los que tienen dinero, pero ahora sé que todo se logra con empeño. El Museo del Caribe me abrió sus puertas y ha visto en mi trabajo al Caribe colombiano. A mí me gratifica plasmar la idiosincrasia de Bomba.
¿Qué significa para usted el Magdalena?
Este es el departamento donde nací yo. Soy plateño y soy bombero, aunque siento más bombero que plateño y lo digo con mucho honor. El Magdalena es uno de los departamentos más bellos de Colombia porque tenemos el corazón del mundo: la Sierra Nevada de Santa Marta. El Magdalena es completamente formidable en todo el sentido de la palabra porque es mi departamento. Es extraordinario.
Hace poco comenzó a pintar a los indígenas chimilas.
Sí. Estoy pintando una serie de cuadros, una colección para honrar la memoria de los indígenas chimilas. Quiero hacerles un homenaje. Cuando a mí me preguntan si soy indígena, digo que sí. Yo me siento indígena, de ahí vienen mis ancestros. A mí me gusta la historia y sé que los chimilas en el pasado estuvieron en esta zona del Magdalena.
Cada cuadro se toma su tiempo, sus días. Soy muy cuidadoso a la hora de pintar sus características faciales, los detalles de su entorno y cómo vivían. No se trata de pintar cualquier figura humana.
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Respecto a su cuadro Las pilanderas, siempre me he preguntado por qué las mujeres están vestidas de negro en medio de un paisaje tan hermoso.
En el cuadro se pueden ver el pilón, la casa de palma, las montañas y las mujeres pilando en una vereda. Esa pintura muestra cómo nuestros ancestros trituraban el maíz anteriormente en el campo, es lo que quiero que conozcan las nuevas generaciones. Pero tiene otro mensaje: ellas aparecen vestidas de negro porque están de luto, quedaron viudas a causa de la violencia. Allí las pilanderas están en época de violencia. Usted sabe que aquí la violencia jamás ha pasado, establemente estamos viviendo la violencia.
¿Qué temas desea pintar más adelante?
Usted sabe que soy un pintor primitivista y autodidacta y me fijo en los temas de antaño. Me gustaría pintar las cosas antiguas, el comienzo de la historia de nuestro municipio Pedraza, la cotidianidad de Bomba. Quiero crear los recuerdos de cómo eran y de qué vivían nuestros ancestros y dejárselos a las nuevas generaciones, por eso pinté a las pilanderas.
¿Se ha interesado por pintar paisajes de otros lugares?
Me gustaría ir a Canadá porque tiene muchos paisajes. Ese país inspira. Yo me imagino dibujando sus montañas con nieve.
No ha contemplado aún la nieve de ese país, pero sí ha apreciado la calidez de Bomba, el pueblo que lo acogió y donde usted conserva todas sus obras.
Conservo algunas en mi casa. Se me han extraviado unas bonitas pinturas por mi descuido. He perdido dibujos que hice desde niño, sin embargo, continúo haciendo murales. Hace poco hice un mural en la iglesia cristiana del pueblo; algunos le tomaban fotos, otros comentaban sobre su composición. Siento que, de alguna manera, lo apreciaron.
En Santa Marta todavía hay algo de mí. Allá yo hacía réplicas de cerámicas precolombinas y se las vendía a los coleccionistas.
Usted dejó huellas en los picós que había en Bomba en los 80. Les dio identidad, color y vida. ¿Qué era lo que más pintaba en esos picós?
Pinté bailarines, congas, timbaleros, pescadores y otras figuras que tienen que ver con la música. Recuerdo que en el picó de la fallecida Andrea Figueroa, tu abuela, pinté a un pescador que estaba sacando su atarraya con varios peces; eso simbolizaba los buenos tiempos de los pescadores del pueblo, en esa época eran a los que mejor les iba. Había abundancia de peces. A raíz de eso la señora Andrea llamó al picó El Pescador. Ese picó encendía la fiesta todas las noches, era el que tenía más potencia.
En el picó que el difunto Carlos Aragón llamó El Chongo pinté una pantera. Él quería que se tratara de algo que impactara a la gente. Ya esos picós no existen, pertenecen al pasado de Bomba.
¿Con qué otros trabajos artísticos ha impactado a la gente?
El cuadro que le hice a mi hermano Rafael Ospino, quien se desempeñó como beisbolista, futbolista y ciclista. Le fascinaban esos deportes. Era muy popular en Plato, por tal razón el estadio lleva su nombre: Estadio Municipal Rafael Ospino Ospino.
Por otro lado, la escultura en cemento blanco que le hice al curandero de culebras, Dagoberto Orozco, de Malagana (Bolívar). A mi casa llegaban muchas personas a verla. Yo se la hice en honor a su capacidad de curar con plantas a las personas mordidas por mapanás y cascabeles. A él le dicen “el señor que salvó más de mil vidas”.
Ahora que habla de reptiles, recuerdo que en su pintura El sueño del pecador hay una culebra enroscada en un árbol mientras muerde a un sujeto. ¿Qué significa esta composición?
Se trata de un muchacho incorregible y malcriado que no respetaba a sus padres. Se burlaba de todos. No hacía caso a nadie. Era un pecador. Una vez soñó que se fue a cazar a un tigre en el bosque y cuando iba cayendo la tarde el tigre comenzó a perseguirlo. El joven no tuvo más opción que correr y subirse al primer árbol que encontró. Al darse cuenta de que una culebra estaba enroscada en el árbol intentó meterse al agua, pero los cocodrilos salieron hambrientos. Al pecador lo atacaron el tigre, la culebra y los caimanes. Era su castigo, el castigo que yo pinté.
¿Quedan palabras para definir lo que es el arte después de haberle dedicado tantos años a la pintura primitivista?
El arte es una constancia íntima para conocer la naturaleza que luego se plasma en un lienzo. El arte es lo más bello que hay. Un artista es imaginativo, al igual que el compositor que traduce su poesía en música.