El manejo fotográfico, un gran acierto de "El abrazo de la serpiente"
La tarea de combatir el imaginario verde de la selva amazónica la asumió el equipo comandado por David Gallego, quien tuvo que adaptarse a las exigencias del entorno para desarrollar su propuesta estética.
Juan Carlos Piedrahíta B.
Para David Gallego, la labor de un director de fotografía se parece cada vez más a la de un psicólogo. Su misión consiste en escuchar a los demás, acompañarlos en sus búsquedas profesionales y motivarlos a tomar decisiones acertadas que conduzcan al colectivo artístico a encontrar el equilibrio en todas las instancias que comprenden una realización cinematográfica.
Desde que conoció el proyecto, mucho antes de sumarse a su nómina oficial, Gallego tuvo extensas charlas con el director, Ciro Guerra. El tema central de las conversaciones era un guión extraño basado en el libro El río, de Wade Davis, en el que se relatan las vivencias del botánico Richard Evans Schultes en el Amazonas. Desde esa primera lectura ya existía la propuesta estética de plasmar las imágenes en blanco y negro, como si se tratara de un documento en reserva a la espera de salir la luz.
Ya cuando le propusieron liderar el equipo fotográfico, el reto mayor consistió en despojar a la mente de todas las impresiones preconcebidas y restarles contundencia a las imágenes cargadas de color porque el ojo humano, en condiciones normales, es capaz de identificar una variedad cromáticas significativa. En El abrazo de la serpiente la selva amazónica abandonaría el verde reinante y se caracterizaría por la gama de grises, así que David Gallego podía jugar con ese péndulo entre el blanco y el negro.
Para el colectivo fotográfico, el gran aprendizaje de rodar en esa jungla húmeda con árboles crujientes y aguas impredecibles es que no hay control sobre nada. Es un lugar en el que el hombre, con todo y sus desarrollos tecnológicos, no se puede imponer y por eso es necesario dejarse llevar por lo que dicta el día a día en un entorno complejo que ejerce las veces de señor feudal. Gallego, sin ir más lejos, le pidió permiso al Amazonas para emplear su escenario, sacarle provecho a su luminosidad y registrar su personalidad impetuosa.
“Siempre estuvimos claros en saber cómo nos debíamos adaptar a ese medio y qué nos podía ofrecer la selva porque ese espacio se encarga de romper cualquier plan de grabación. En el Amazonas nos convertimos en animales que entienden cuál lugar se está habitando en un momento determinado. Con esta filmación me tocó abrir la cabeza y quitarme toda la estructura mental y permitir que la jungla me mostrara el camino, así que durante el rodaje me guié por la intuición para aprender a leer el lugar”, cuenta David Gallego, quien estudió Comunicación pero desde muy temprano las salas de cine impidieron su ingreso a las salas de redacción.
Su padre fue su mayor influencia y quien le enseñó los secretos más elementales del aparato. Durante muchos años fue el encargado de registrar los momentos emblemáticos de la familia Gallego y lo hizo con una obsoleta cámara que colgaba de su cuello como si se tratara de una cadena portadora del más milagroso de los amuletos. Todas esas instrucciones anticipadas las profesionalizó más adelante con cursos en escuelas como la de San Antonio de los Baños, en Cuba. David Gallego vivió en pleno la transición entre la fotografía análoga y la digital, suceso que disminuyó los costos en las realizaciones audiovisuales en las que ha trabajado, no solo como director de fotografía, sino como asistente y como camarógrafo.
“Es esencial haber adquirido el conocimiento como operador de cámara, porque para mí ese instrumento es como el lápiz, es la forma en la que se ejecuta todo lo que está transitando por mi cabeza. Gracias a la cámara se logra entablar una relación entre los lentes y los personajes. Estar detrás de ella le muestra a uno un mundo distinto y aflora una sensibilidad especial para entender los rostros, captar las intenciones y magnificar el espacio”, dice el director de fotografía de El abrazo de la serpiente, para quien el aparato es el medio más eficaz para interpretar y sintetizar los deseos de un colectivo audiovisual.
Uno de los grandes aciertos de la película colombiana fue que Ciro Guerra logró un equilibrio entre todos los departamentos de producción. Él dirigió la gran orquesta del sonido, otorgó los lineamientos del arte y proporcionó las claves para el óptimo desarrollo de los personajes. La atmósfera fotográfica que se tejió en la jungla, así como el maquillaje y el vestuario, proporcionaron los aspectos necesarios para que la cámara pudiera registrar lo que se evidencia a lo largo de la trama. La selva amazónica es protagonista y con su nuevo atuendo grisáceo sigue mostrándose altiva, diversa y muy poco explorada.
Para David Gallego, la labor de un director de fotografía se parece cada vez más a la de un psicólogo. Su misión consiste en escuchar a los demás, acompañarlos en sus búsquedas profesionales y motivarlos a tomar decisiones acertadas que conduzcan al colectivo artístico a encontrar el equilibrio en todas las instancias que comprenden una realización cinematográfica.
Desde que conoció el proyecto, mucho antes de sumarse a su nómina oficial, Gallego tuvo extensas charlas con el director, Ciro Guerra. El tema central de las conversaciones era un guión extraño basado en el libro El río, de Wade Davis, en el que se relatan las vivencias del botánico Richard Evans Schultes en el Amazonas. Desde esa primera lectura ya existía la propuesta estética de plasmar las imágenes en blanco y negro, como si se tratara de un documento en reserva a la espera de salir la luz.
Ya cuando le propusieron liderar el equipo fotográfico, el reto mayor consistió en despojar a la mente de todas las impresiones preconcebidas y restarles contundencia a las imágenes cargadas de color porque el ojo humano, en condiciones normales, es capaz de identificar una variedad cromáticas significativa. En El abrazo de la serpiente la selva amazónica abandonaría el verde reinante y se caracterizaría por la gama de grises, así que David Gallego podía jugar con ese péndulo entre el blanco y el negro.
Para el colectivo fotográfico, el gran aprendizaje de rodar en esa jungla húmeda con árboles crujientes y aguas impredecibles es que no hay control sobre nada. Es un lugar en el que el hombre, con todo y sus desarrollos tecnológicos, no se puede imponer y por eso es necesario dejarse llevar por lo que dicta el día a día en un entorno complejo que ejerce las veces de señor feudal. Gallego, sin ir más lejos, le pidió permiso al Amazonas para emplear su escenario, sacarle provecho a su luminosidad y registrar su personalidad impetuosa.
“Siempre estuvimos claros en saber cómo nos debíamos adaptar a ese medio y qué nos podía ofrecer la selva porque ese espacio se encarga de romper cualquier plan de grabación. En el Amazonas nos convertimos en animales que entienden cuál lugar se está habitando en un momento determinado. Con esta filmación me tocó abrir la cabeza y quitarme toda la estructura mental y permitir que la jungla me mostrara el camino, así que durante el rodaje me guié por la intuición para aprender a leer el lugar”, cuenta David Gallego, quien estudió Comunicación pero desde muy temprano las salas de cine impidieron su ingreso a las salas de redacción.
Su padre fue su mayor influencia y quien le enseñó los secretos más elementales del aparato. Durante muchos años fue el encargado de registrar los momentos emblemáticos de la familia Gallego y lo hizo con una obsoleta cámara que colgaba de su cuello como si se tratara de una cadena portadora del más milagroso de los amuletos. Todas esas instrucciones anticipadas las profesionalizó más adelante con cursos en escuelas como la de San Antonio de los Baños, en Cuba. David Gallego vivió en pleno la transición entre la fotografía análoga y la digital, suceso que disminuyó los costos en las realizaciones audiovisuales en las que ha trabajado, no solo como director de fotografía, sino como asistente y como camarógrafo.
“Es esencial haber adquirido el conocimiento como operador de cámara, porque para mí ese instrumento es como el lápiz, es la forma en la que se ejecuta todo lo que está transitando por mi cabeza. Gracias a la cámara se logra entablar una relación entre los lentes y los personajes. Estar detrás de ella le muestra a uno un mundo distinto y aflora una sensibilidad especial para entender los rostros, captar las intenciones y magnificar el espacio”, dice el director de fotografía de El abrazo de la serpiente, para quien el aparato es el medio más eficaz para interpretar y sintetizar los deseos de un colectivo audiovisual.
Uno de los grandes aciertos de la película colombiana fue que Ciro Guerra logró un equilibrio entre todos los departamentos de producción. Él dirigió la gran orquesta del sonido, otorgó los lineamientos del arte y proporcionó las claves para el óptimo desarrollo de los personajes. La atmósfera fotográfica que se tejió en la jungla, así como el maquillaje y el vestuario, proporcionaron los aspectos necesarios para que la cámara pudiera registrar lo que se evidencia a lo largo de la trama. La selva amazónica es protagonista y con su nuevo atuendo grisáceo sigue mostrándose altiva, diversa y muy poco explorada.