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Cada día después del rodaje, Brendan Fraser sentía vértigo. Como si descendiera de un barco, la sensación de movimiento se quedaba con él. El equipo del set tardaba cerca de cuatro horas en quitarle el traje prostético que utilizaba para encarnar a Charlie, el protagonista de La ballena, un padre y profesor de inglés que trataba de redimirse mientras la obesidad se llevaba su vida. Con el vértigo llegaba también un nuevo sentido de apreciación: “Me acostumbré a llevar el cuerpo de Charlie bastante rápido, cuando me lo quitaba todavía lo sentía. Adquirí un respeto por los que tienen ese ser corporal. Hay que tener una voluntad y un espíritu increíblemente fuertes para habitar un cuerpo de ese tamaño”, palabras más palabras menos, aseguró el actor en varias entrevistas.
Fue un proceso contraintuitivo, como explica el intérprete. A medida que Charlie moría, Fraser se volvía más diestro moviéndose con los 136 kilos que pesaba el traje. Trabajó con una entrenadora de movimiento, Beth Lewis, en que la construcción del personaje respondiera a las leyes de la física, en entender los centros de gravedad y la inercia para mantenerse en pie. Su intención era ir más allá de la silueta y los trajes de algodón que se han utilizado en la industria cinematográfica para crear personajes con sobrepeso.
“Como Charlie está creado con maquillaje prostético, era un traje engorroso. Para aterrizar la realidad de quién es y cómo es vivir con eso, Lewis estaba en estricta observación para mantener el momentum de cada uno de sus movimientos, enseñándome cómo caminar, observando los gestos”, aseguró Fraser en entrevista con Kelly Clarkson. “Era muy importante que tuviéramos tal especificidad, porque hasta ahora el uso de este vestuario y el maquillaje en las películas, a mi parecer, han estado al servicio de una broma de mal gusto o de villanizar a un personaje”.
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El traje fue obra de Adrien Morot, diseñador de maquillaje prostético, quien ya había sido nominado al Óscar a Mejor maquillaje y peluquería por su trabajo simulando el proceso de envejecimiento de los personajes en La versión de mi vida (2010). Crear al protagonista de La ballena, nominada a tres premios de la Academia, fue “la pesadilla de cualquier artista prostético”, como afirmó el mismo Morot. Charlie está en casi todas las escenas. “Va a llenar la pantalla. Cualquier defecto se notará inmediatamente”, concluyó el diseñador.
La solución fue escanear el cuerpo de Fraser, crear un modelo digital de cómo se vería con el peso extra, imprimirlo en 3D y llenarlo de “perlas de agua gelatinosas”. “El nivel de detalle iba hasta el tamaño de los poros”, contó el actor, para quien el traje debería ser parte del museo Tate Modern de Londres. Usarlo requería un sistema de ventilado con tubos, paquetes de hielo, recesos, y cuando el director Darren Aronofsky le decía “has tocado techo”, se suspendía el rodaje hasta el día siguiente.
Al igual que removerlo, ponerle el traje y el maquillaje al actor de La momia tomaba cuatro horas, un proceso que requiere un intérprete paciente y remite a otros ejemplos en el cine, entre ellos El grinch. La primera vez que Jim Carrey se transformó en el icónico personaje verde que se roba la Navidad, el proceso tomó más de ocho horas. “Era como ser enterrado vivo”, afirmó en The Graham Norton Show. “Volví a mi trailer y atravesé la pared con mi pierna y le dije a Ron Howard que no podía hacer la película. Luego a Brian Grazer se le ocurrió una idea brillante: contratar a un hombre que les enseñe a los miembros de la CIA cómo soportar tortura”. Y así Carrey soportó que lo convirtieran en el grinch 100 veces más y la película ganó el Óscar a Mejor maquillaje.
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Como La ballena o El grinch hay múltiples ejemplos: Brad Pitt en El curioso caso de Benjamin Button, Robin Williams en Papá por siempre o Jennifer Lawrence como Mystique en X-Men. Sin embargo, a La ballena se agrega el peso como factor transversal. Christian Bale perdió 25 kilos para su rol en El maquinista. Matthew McConaughey hizo lo propio para personificar a un vaquero seropositivo en El club de los desahuciados. Aunque Fraser subió algo de peso para su papel, fue el traje el que le permitió encarnar a un personaje de más de 270 kilos.
Y esto último ha suscitado varios debates. Uno de ellos, sobre cómo la elección de Fraser y la necesidad de usar un fat-suit (traje de gordo) iría en contra de la representación de las personas obesas. Es decir, por qué no procurar que sea una persona con esas características la que encarne al personaje. Otro, acerca de la inclinación “gordofóbica” de la película. Por ejemplo, el mensaje de que el sobrepeso es producto del abandono o que las imágenes evoquen una sensación de desagrado y repulsión.
Fraser, quien se rehúsa a llamar su vestuario fat-suit, asegura que se preparó para el rol, entre otras cosas, viendo documentales y hablando con miembros del Obesity Action Coalition, una organización sin ánimo de lucro dedicada a dar voz a las personas afectadas por la enfermedad de la obesidad. Cuando se puso el traje por primera vez, Aronofsky le dijo: “Para el resto de tu vida”. “Lo tomé como: poséelo, acéptalo, eres este tipo, prescinde de tus nociones de belleza, deja eso a un lado y vive el papel, déjale ser un hombre”, cuenta el actor.
El director y el protagonista de su película concuerdan en un asunto: La ballena es un ejercicio de empatía. Tras el estreno de la película en el Festival de Cine de Venecia, Fraser recibió una ovación de pie que duró más de seis minutos. Esto le hizo creer que “el sentido de empatía que conlleva contar esa historia no se perdió”.
Charlie es un personaje al que lo está matando el exceso. Para él, que vio morir a su pareja por lo contrario, en el camino que transita a la redención hay demasiada comida, demasiado dolor, demasiada compasión. “Necesito saber que hice una cosa bien en mi vida”, se desgarra el personaje. “La obesidad es una de las normas aceptadas de prejuicio e intolerancia que tenemos en nuestra sociedad. Creo en el poder de la cultura cinematográfica para cambiar la conversación, de modo que la gente abra un poco más sus corazones y sus mentes”, concluye Fraser sobre su papel.
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