“El mayor reto de las bibliotecas es la financiación”
Richard Ovenden, director de la prestigiosa Biblioteca Bodleian de Oxford, que en su ensayo “Quemar libros” repasa la destrucción del conocimiento durante 3.000 años, considera que los mayores retos a los que se enfrentan las bibliotecas son los de “la financiación y su lugar en la sociedad”.
Ovenden explica, en una entrevista que “los desafíos tecnológicos no son los más importantes a los que se enfrentan las bibliotecas y los archivos, sino que sus retos son la financiación y el lugar que ocupen en la sociedad en su conjunto”.
Piensa que son necesarios “gobiernos que tomen conciencia de la importancia de estas instituciones para sus ciudadanos y para sus comunidades” y, por el bien de la democracia, espera que “financien y apoyen a través de leyes y reglamentos el trabajo que realizan las bibliotecas y los archivos”.
Precisamente, Ovenden decidió escribir “Quemar libros” (Crítica) en 2018 al constatar que “las bibliotecas y los archivos eran ignorados por el discurso público, no tomados lo suficientemente en serio por las políticas públicas, especialmente en los campos de la democracia, los derechos humanos y la educación pública”.
La gota que colmó el vaso fue la decisión del gobierno conservador británico de endurecer en 2018 la ley de inmigración, que afectó a la “generación Windrush”.
Así, miles de personas que llegaron al Reino Unido entre 1948 y 1973, procedentes de países caribeños que participaron en la reconstrucción del país tras la II Guerra Mundial, fueron obligados a probar con documentos originales los años que habían vivido en Gran Bretaña y pasaron a ser inmigrantes ilegales tras décadas de residencia.
La decisión de Theresa May aún fue más controvertida y polémica cuando se reveló que “un archivo de pruebas documentales que hubiera ayudado a ‘la generación Windrush’ a defender su derecho a permanecer en el Reino Unido fue deliberadamente destruido por el mismo departamento gubernamental que instigó la política”.
“El caso Windrush -señala Ovenden- es un claro ejemplo de la necesidad de preservar los archivos, pero hay muchos otros casos recientes, como la destrucción de bibliotecas y archivos bosnios a cargo de las fuerzas serbias, reconocido como crimen de guerra, incluida la Biblioteca Nacional de Bosnia y Herzegovina en Sarajevo en 1992”.
Según Ovenden, libros, bibliotecas y archivos han sido siempre diana de los ataques de los gobiernos porque “son la expresión de ideas políticas, religiosas, sociales, científicas, que a veces personas poderosas quieren destruir, borrar o controlar” y, como dijo Orwell en “1984”: “El pasado fue borrado, lo borrado olvidado y la mentira se convirtió en verdad”.
El proceso violento contra las bibliotecas, destaca, no se inició en la Ilustración, sino en la antigüedad, cuando se crearon en Mesopotamia. “De hecho, la biblioteca del famoso rey Ashurbanipal se formó, en parte, con el saqueo de bibliotecas de sus enemigos y la incautación de tablillas de arcilla que contenían valiosos conocimientos”.
Tomando como punto de partida la infame quema de libros ‘no alemanes’ y judíos de 1933, que daba una idea bastante inequívoca sobre las intenciones de los nazis, Ovenden analiza algunas de las mayores pérdidas a lo largo de la historia.
“No sabemos qué había en la Gran Biblioteca de Alejandría, ya que no hay catálogo de su contenido, pero se sabe que era la más grande del mundo antiguo y su destrucción no fue por un incendio, lo más probable es que fue un largo proceso de decadencia y abandono a medida que la biblioteca dejó de ser prioridad para los gobernantes y dejó de recibir patrocinio y financiación reales”.
Otro caso dramático es el de la Biblioteca de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), “deliberadamentedestruida en agosto de 1914 por las tropas alemanas, y tras un esfuerzo internacional reconstruida y reabastecida, un proceso que se repitió tras la ocupación nazi en 1940 y el final de la II Guerra Mundial”.
En el libro, habla de dos ejemplos curiosos, por un lado, el de John Murray quemando las memorias de Lord Byron; por otro, Max Brod, desobedeciendo la voluntad de Kafka de destruir su obra: “Las decisiones que toman los individuos son clave para permitir que el trabajo de grandes escritores y otros sobreviva y circule; y siempre se ha de actuar para preservar en lugar de destruir el conocimiento”.
Al respecto, no cree Ovenden que Internet garantice que nuestro conocimiento esté a salvo para el futuro porque “no es un medio de conservación y, de hecho, hay estudios que confirman el carácter efímero de la red”.
Un estudio de 2011 sobre la página web del Tribunal Supremo de EE. UU., añade, mostró que “un 40 % de los enlaces no llevaban a ninguna parte y estaban rotos, eso en el país más poderoso del mundo”.
Asegura el bibliotecario de Oxford que la información circula en plataformas de las principales empresas de tecnología, que “no son bibliotecas ni archivos, sino que son organizaciones con fines lucrativos, sin compromiso con la preservación del conocimiento”.
En la misma línea de “Quemar libros”, su próxima obra tratará sobre bibliotecarios y archiveros, “héroes y heroínas anónimos que han dado forma al conocimiento en los últimos 2.000 años o más”, subraya Richard Ovenden.
Ovenden explica, en una entrevista que “los desafíos tecnológicos no son los más importantes a los que se enfrentan las bibliotecas y los archivos, sino que sus retos son la financiación y el lugar que ocupen en la sociedad en su conjunto”.
Piensa que son necesarios “gobiernos que tomen conciencia de la importancia de estas instituciones para sus ciudadanos y para sus comunidades” y, por el bien de la democracia, espera que “financien y apoyen a través de leyes y reglamentos el trabajo que realizan las bibliotecas y los archivos”.
Precisamente, Ovenden decidió escribir “Quemar libros” (Crítica) en 2018 al constatar que “las bibliotecas y los archivos eran ignorados por el discurso público, no tomados lo suficientemente en serio por las políticas públicas, especialmente en los campos de la democracia, los derechos humanos y la educación pública”.
La gota que colmó el vaso fue la decisión del gobierno conservador británico de endurecer en 2018 la ley de inmigración, que afectó a la “generación Windrush”.
Así, miles de personas que llegaron al Reino Unido entre 1948 y 1973, procedentes de países caribeños que participaron en la reconstrucción del país tras la II Guerra Mundial, fueron obligados a probar con documentos originales los años que habían vivido en Gran Bretaña y pasaron a ser inmigrantes ilegales tras décadas de residencia.
La decisión de Theresa May aún fue más controvertida y polémica cuando se reveló que “un archivo de pruebas documentales que hubiera ayudado a ‘la generación Windrush’ a defender su derecho a permanecer en el Reino Unido fue deliberadamente destruido por el mismo departamento gubernamental que instigó la política”.
“El caso Windrush -señala Ovenden- es un claro ejemplo de la necesidad de preservar los archivos, pero hay muchos otros casos recientes, como la destrucción de bibliotecas y archivos bosnios a cargo de las fuerzas serbias, reconocido como crimen de guerra, incluida la Biblioteca Nacional de Bosnia y Herzegovina en Sarajevo en 1992”.
Según Ovenden, libros, bibliotecas y archivos han sido siempre diana de los ataques de los gobiernos porque “son la expresión de ideas políticas, religiosas, sociales, científicas, que a veces personas poderosas quieren destruir, borrar o controlar” y, como dijo Orwell en “1984”: “El pasado fue borrado, lo borrado olvidado y la mentira se convirtió en verdad”.
El proceso violento contra las bibliotecas, destaca, no se inició en la Ilustración, sino en la antigüedad, cuando se crearon en Mesopotamia. “De hecho, la biblioteca del famoso rey Ashurbanipal se formó, en parte, con el saqueo de bibliotecas de sus enemigos y la incautación de tablillas de arcilla que contenían valiosos conocimientos”.
Tomando como punto de partida la infame quema de libros ‘no alemanes’ y judíos de 1933, que daba una idea bastante inequívoca sobre las intenciones de los nazis, Ovenden analiza algunas de las mayores pérdidas a lo largo de la historia.
“No sabemos qué había en la Gran Biblioteca de Alejandría, ya que no hay catálogo de su contenido, pero se sabe que era la más grande del mundo antiguo y su destrucción no fue por un incendio, lo más probable es que fue un largo proceso de decadencia y abandono a medida que la biblioteca dejó de ser prioridad para los gobernantes y dejó de recibir patrocinio y financiación reales”.
Otro caso dramático es el de la Biblioteca de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), “deliberadamentedestruida en agosto de 1914 por las tropas alemanas, y tras un esfuerzo internacional reconstruida y reabastecida, un proceso que se repitió tras la ocupación nazi en 1940 y el final de la II Guerra Mundial”.
En el libro, habla de dos ejemplos curiosos, por un lado, el de John Murray quemando las memorias de Lord Byron; por otro, Max Brod, desobedeciendo la voluntad de Kafka de destruir su obra: “Las decisiones que toman los individuos son clave para permitir que el trabajo de grandes escritores y otros sobreviva y circule; y siempre se ha de actuar para preservar en lugar de destruir el conocimiento”.
Al respecto, no cree Ovenden que Internet garantice que nuestro conocimiento esté a salvo para el futuro porque “no es un medio de conservación y, de hecho, hay estudios que confirman el carácter efímero de la red”.
Un estudio de 2011 sobre la página web del Tribunal Supremo de EE. UU., añade, mostró que “un 40 % de los enlaces no llevaban a ninguna parte y estaban rotos, eso en el país más poderoso del mundo”.
Asegura el bibliotecario de Oxford que la información circula en plataformas de las principales empresas de tecnología, que “no son bibliotecas ni archivos, sino que son organizaciones con fines lucrativos, sin compromiso con la preservación del conocimiento”.
En la misma línea de “Quemar libros”, su próxima obra tratará sobre bibliotecarios y archiveros, “héroes y heroínas anónimos que han dado forma al conocimiento en los últimos 2.000 años o más”, subraya Richard Ovenden.