“El menú”, cuando el arte y el comercio entran en guerra
El nuevo filme del director inglés Mark Mylod presenta, entre el horror y la comedia, una crítica a la relación entre el arte y el poder.
Andrea Jaramillo Caro
Un bote lleva a 11 invitados a una isla en Estados Unidos, donde está el exclusivo restaurante Hawthorn, liderado por el chef Julian Slowik. Los comensales pagaron una gran suma de dinero por la experiencia que se les brindará en la isla, sin saber que estaban entrando en la boca del lobo. Bajo esta premisa comienza El menú, el largometraje que, con cada minuto que pasa, añade una capa de tensión sobre la audiencia.
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Un bote lleva a 11 invitados a una isla en Estados Unidos, donde está el exclusivo restaurante Hawthorn, liderado por el chef Julian Slowik. Los comensales pagaron una gran suma de dinero por la experiencia que se les brindará en la isla, sin saber que estaban entrando en la boca del lobo. Bajo esta premisa comienza El menú, el largometraje que, con cada minuto que pasa, añade una capa de tensión sobre la audiencia.
Cada ingrediente, cada plato, cada palabra, cada detalle de este día fueron meticulosamente planeados por el chef junto con su equipo de cocineros y asistentes. Hasta la lista de invitados fue creada con cuidado. Una reconocida crítica gastronómica y su editor, tres empresarios con negocios dudosos, una pareja acaudalada que se ha convertido en cliente regular del restaurante, una estrella de cine con una carrera en declive y su asistente se unen al admirador de Slowik, Tyler, y su acompañante Margot, el único cabo suelto con el que el chef no contaba, pues su admirador cambió de acompañante a última hora. Con poca información sobre la situación o los personajes, el público se sumerge en el exclusivo mundo de la gastronomía de Hawthorn.
Luego de un breve recorrido por la isla, los comensales son llevados a un complejo minimalista y moderno, con una puerta con detalles en madera que, al cerrar, emite una corriente de aire que traspasa la pantalla. Inmediatamente la tensión y presión aumentan, se empieza a sentir una rareza en el aire y con cada plato puesto sobre la mesa disminuyen las posibilidades de un escape.
Cada plato que el chef presenta es parte de un menú único con una teatralidad y narrativa tejida entre la comida presentada. Con cada uno de los tiempos servidos, el chef va revelando sus verdaderas intenciones. Bajo los procesos de marinado, cocción, ahumado y gelificación se esconde la verdadera trama de la historia. Esto no se trata de un servicio de cena en el que los comensales simplemente disfrutan de su comida, sino de un lento descenso dentro de la mente, las motivaciones y la resolución del chef, que arrastra con él a su equipo, sus clientes y la audiencia.
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En palabras de Mylod, esta película “es una sátira de los excesos y del matrimonio poco feliz entre el arte y el comercio. Por otra parte, es nuestra necesidad, como seres humanos, de pertenecer y de cómo el ego puede contaminar eso. Pero también es sobre esta joven que está en una encrucijada en su vida, y que se traba en una lucha de poder con este chef extraordinario y psicótico. Así que trata sobre muchas cosas y son cosas diferentes para diferentes públicos, pero lo que espero -y eso parece desprenderse de los comentarios de los públicos iniciales- es que sea una experiencia muy divertida”.
La comedia no es el plato principal, es apenas la entrada. El horror se presenta como el acompañamiento ideal y permanente de los temas que toman protagonismo en la cinta, los choques entre el personaje de Margot (interpretado por Anya Taylor-Joy) y Julian Slowick (encarnado por Ralph Fiennes) al ser ella una adición inesperada y la primera en cuestionar los métodos de su anfitrión, además del debate del papel que cumplen el dinero, el comercio y el poder en la realización del arte y el artista.
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Los conflictos entre el chef y Margot se incrementan con el desarrollo de la película, aunque el director reconoce que el personaje de Fiennes es un “psicótico”, afirma que “Margot ve al chef Slowik como alguien que sufre e intuye que él se siente visto, y esto es casi una novedad para él. No está acostumbrado a que lo vean. Es una calidez inesperada para él. Le hace sentir algo que había olvidado”.
Ese sentimiento que había olvidado se refiere a la pasión y verdadera alegría que alguna vez le produjo cocinar. Para Mylod su villano no es uno con una risa maníaca, sino un ser humano que “sufre y está consumido por el odio hacia sí mismo, luego de haber hecho un pacto faustiano con sus financistas en varios momentos de su carrera. Se dejó seducir y pervertir por el comercio y la exclusividad de la cocina de lujo hasta el punto en el que todo su arte se ha desnaturalizado. Se perdió a sí mismo y no puede encontrar el camino de regreso”.
La película plantea la pregunta frente a la ética y moral de un artista o creador intervenida por los lazos del dinero. Y la plantea a través de la historia de este chef que, en el camino del éxito, pierde de vista aquello que lo apasiona. El guion logra crear un crescendo para revelar no solo las intenciones, sino las motivaciones que llevan a Slowik a planear con minucia el evento que se desenvuelve en pantalla.
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Este largometraje guarda cierta similitud con El ángel exterminador, la película de Luis Buñuel de 1962, en la que un grupo de amigos adinerados se reúnen para cenar y al final de la noche una fuerza misteriosa impide su salida de la habitación. En El menú esa fuerza es encarnada por el chef Slowik, que más allá de enfrentar sus propios demonios, obliga a sus comensales a enfrentar la forma en la que ellos han contribuido a la perpetuación del sistema que él ve como un problema.
Entre la sátira y la crítica, El menú reflexiona sobre las diferencias entre dos poblaciones separadas por una barrera invisible en la cocina. Dos grupos de personas que Slowik también ve. “Los cocineros empleados del restaurante se unen alrededor de su líder, el chef Slowik, como en un culto, para ser parte de una familia porque estaban buscando pertenecer, ser parte de algo. Buscaban tener un propósito en la vida. Del otro lado de la barrera, en el comedor, en donde las cuentas de banco son muchísimo más abultadas, tienes a estos personajes que quieren pertenecer convirtiéndose en miembros de un club exclusivo. Que están buscando alimentar sus egos, reforzar sus defensas y su armadura en la vida a través de sentirse parte de una élite”.
El largometraje de Mark Mylod se esfuerza por poner en tela de juicio un concepto que no es foráneo en el mundo del arte: el patronazgo. “Para mí lo más interesante es el poder corrosivo del comercio sobre el arte. Lo que es esencialmente una relación simbiótica por necesidad -los grandes maestros siempre tuvieron sus benefactores, ¿no es cierto?- puede ser muy destructivo para el arte, por la propia naturaleza del comercio, y hacer que los artistas pierdan el rumbo. Se ve todo el tiempo: una banda tiene mucho éxito y se muestra que vendieron todas las entradas. En todos los aspectos del arte, el dinero puede ser el enemigo”.