“El misterio de los misterios”: la respuesta de Darwin y Alfred Russell Wallace
Ninguna teoría científica ha tenido un impacto mayor sobre la concepción de la naturaleza humana que la explicación darwiniana del origen de las especies. Más allá de contradecir versiones bíblicas de la creación o señalar que los seres humanos somos animales descendientes de otros primates, su impacto más profundo y difícil de aceptar es que todas las formas de vida, incluyendo los humanos, somos el resultado de procesos accidentales de adaptación.
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En 1837, poco tiempo después de haber regresado a Inglaterra luego de su viaje en el Beagle alrededor del mundo, Charles Darwin registra estos garabatos y apuntes en su cuaderno de notas. En la parte superior de la página 36 leemos las palabras “I think” (yo creo) y en un simple dibujo consigna una de las ideas de mayor impacto en la historia de la ciencia.
La única imagen que se incluye 20 años más tarde en las primeras ediciones de El Origen de las especies es un famoso diagrama que ilustra un hipotético árbol de la evolución, en su esencia similar al mismo boceto de 1837. En gran parte, gracias a Darwin, el árbol que se ramifica como imagen de la historia de la vida en la tierra nos resulta bastante familiar y la encontramos de diversas formas en los textos de biología, pero cuando se publica en 1859, es una propuesta llena de dificultades.
El dibujo contiene elementos centrales de una teoría con consecuencias de las que, muy posiblemente, el mismo Darwin no era plenamente consciente en 1837. Para empezar, la imagen de un árbol supone que todas las formas de vida tienen su origen en un tronco común, pero su historia, lejos de ser lineal y progresiva, está marcada por rupturas y caminos divergentes. En el boceto vemos que la mayoría de las ramificaciones terminan con una línea perpendicular como señal de que su historia se detiene, es decir, formas de vida que dejaron de existir. También están las ramificaciones que no tienen esta línea perpendicular y que representan especies que sobreviven y que podrían continuar modificándose. La evidencia fósil ya había expuesto difíciles interrogantes para la teología y para la ciencia que no sabían cómo explicar formas de vida fallidas. El árbol y sus ramificaciones, además, toma distancia con una idea de la historia de la vida progresiva y se aleja de la posibilidad de que haya un orden jerárquico para los organismos.
De cierta manera, es una afrenta al antropocentrismo propio de las tradiciones monoteístas, como la de los cristianos, que entendemos a los seres humanos como creaturas a imagen y semejanza de su creador y, por lo mismo, de una naturaleza distinta y superior al resto de los animales. No parece haber en este boceto lugar para una creatura de tales características.
Más de dos décadas de arduo trabajo fueron necesarias para que Darwin decidiera publicar sus explicaciones sobre el origen de las especies. Una vez se entera de que su idea sobre la gradual transformación de las especies había sido pensada de manera casi idéntica por Alfred Rusell Wallace y preocupado por perder la prioridad del descubrimiento de su teoría, publica en 1859 su Origen de las especies. Aunque él mismo lo considera inconcluso, se trata de un largo argumento de más de 500 páginas dedicadas a mostrar la validez de su respuesta a lo que el mismo llama “el misterio de los misterios”.
En los más de 20 años que transcurrieron desde su regreso del viaje alrededor del mundo hasta la publicación de su gran libro, Darwin trabaja sin pausa en darle forma y sustento a sus argumentos. Recordemos algunos temas definitivos.
En septiembre de 1838 Darwin conoce el “Ensayo sobre el principio de la población” de Robert Malthus (1776-1834) cuyos argumentos sobre la tendencia natural de la población humana a crecer más rápido que los medios de subsistencia implica la necesidad de cierta selección de los individuos que sobreviven. Las teorías de Malthus llagan a Darwin en el momento oportuno. Encuentra que la tesis del economista es válida no solamente para la población humana, sino evidente en el mundo natural en el cual se puede corroborar que solo los más fuertes, los mejor adaptados a su entorno, sobreviven. Darwin tiene entonces una explicación plausible de la aparición de nuevas especies como un proceso de selección natural.
Sus polémicas ideas deben ser corroboradas con mejor evidencia, pero sin la posibilidad de emprender nuevas travesías a tierras lejanas, recurre a la experiencia local y a la recopilación de datos sobre el cultivo animales domésticos. Su posición en la sociedad le facilita acercarse a los expertos y sumar información sobre la crianza de palomas, caballos y otros animales. La selección humana de ciertas características en los animales domésticos es para Darwin un laboratorio que emula el comportamiento más lento de la naturaleza.
De manera conjunta, la tesis de Darwin y Wallace es presentada en la Sociedad Linneana de Londres en julio de 1858. Un breve resumen de la lógica de su teoría puede ser el siguiente: las poblaciones de los seres vivos tienen una tendencia a crecer de manera exponencial mientras los recursos para su supervivencia son limitados y, por lo tanto, se genera entre los organismos de un mismo grupo una lucha por la supervivencia. También es evidente que existen variaciones entre las distintas generaciones: los hijos muestran diferencias con sus padres y, en la lucha por la supervivencia, algunas de estas diferencias resultan ventajosas y otras no, lo cual produce lo que Darwin llama “selección natural”. Con el paso del tiempo, y de generación en generación, dicha selección natural es el mecanismo que explica un proceso de evolución, o mejor, de transformación y emergencia de nuevas especies.
Posiblemente, el aspecto más revolucionario y difícil de la teoría de selección natural darwiniana, no es que se contradiga la narración literal del Genesis bíblico, o que el hombre sea descendiente de otros primates, sino la falta de una explicación causal de las variaciones. Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829), y otros, defienden antes de Darwin una idea de evolución de las especies cuyos cambios se explican como respuestas a estímulos externos. La explicación de Darwin y Wallace se limita a decir que las variaciones ocurren de forma permanente y en múltiples direcciones, sin dar razón de los motivos o fines de dichas variaciones. Es decir que el cuello de la jirafa no llega a ser largo por la necesidad, o por el constante esfuerzo del animal por alcanzar ramas más altas, sino porque en condiciones particulares los animales de cuellos más largos tienen una mayor posibilidad de sobrevivir y dejar una descendencia más numerosa. Esta falta de finalidad en el devenir natural tiene consecuencias filosóficas mayores: las sorprendentes adaptaciones de la naturaleza deben ser entendidas más como improvisaciones recursivas que diseños premeditados. El gran arquitecto del universo parece más un hábil recolector de chatarra que logra mantener operando sus accidentales artilugios.
Con la revolución copernicana, los seres humanos dejan de ser el centro del universo, no obstante, la centralidad del hombre en la naturaleza propia del cristianismo se mantiene casi intacta hasta la irrupción de la teoría de evolución darwiniana, que invita a pensar todas las formas de vida, incluyendo la de los seres humanos como el resultado de procesos accidentales de adaptación. La selección natural tiene su propia belleza, pero después de siglos de una arraigada tradición teológica, incluso hoy, el silencio de Dios en la historia del universo resulta difícil de aceptar.
Lecturas recomendadas
Todos los materiales sobre Darwin están disponibles en: https://darwin-online.org.uk/. Sobre evolución recomendaría los trabajos de Stephen Jay Gould.