El misterioso Apichatpong
Uno de los invitados especiales en esta edición del Festival de Cine de Cartagena es el director tailandés Apichatpong Weerasethakul, que presentará sus dos largometrajes “Cemetery of Splendour” y “Tropical Malady”.
Camila Builes / @CamilaLaBuiles
Apichatpong Weerasethakul se mueve por caminos misteriosos y desafía todas las expectativas que tengan hacia él o su trabajo. Cuando estrenó Cemetery of Splendour (2015) en Cannes, fue como si alguien abriera una ventana y dejara entrar un aire turbio al festival. La película fue relegada a Certain Regard, una sección de segundo nivel donde se han presentado obras transgresoras como Film Socialisme, de Jean-Luc Godard, o Les Salauds, de Claire Denis, y a pesar de eso la gente asistió a la muestra esperando que Weerasethakul hubiera seguido los pasos que lo llevaron a la Palma de Oro en 2010. Ofreciendo algo si no tan grande, al menos aún mayor, y si no tan extraño, al menos más extraño todavía. No fue así.
Se trata de una película pequeña y humilde, de hecho, la más reducida de sus películas. Cemetery of Splendour, más que trabajar la superficie de una historia, la superficie de un espacio y la superficie del drama y de la realidad, se sumerge en lo subterráneo. Sus locaciones, tan cargadas, son emblemáticas de la aproximación que ha emprendido la película: una escuela, utilizada como un hospital ocasionalmente, con una construcción que comienza en el exterior y que da lugar a otra encarnación. Más adelante nos enteramos de que los eones eran hace mucho tiempo un “cementerio de reyes”, en el que se libraron una serie de batallas por la supremacía de la ciudad de Khon Kaen en el noreste de Tailandia. Esta mezcla casual de nostalgia y este presentimiento de una superposición de las funciones de estos edificios discretos en el tiempo funcionan como una supresión auspiciada por los recesos oscuros de los sueños, las pesadillas y el mundo de sus fantasmas.
Mientras nuestra sustituta camina por la frágil superficie del mundo de Khon Kaen, tan permeable a lo que se esconde debajo, Weerasethakul dedica finalmente una película a su actriz de siempre, Jenira Phongas Widner, cuya historia con el cineasta se siente ahora inseparable, como la de Lee Kang-shen con Tsai Ming-liang. Jenira es una voluntaria en el hospital y es quien recibe los sueños y la imaginación de la vida diaria del tapiz que forma la superficie de Cemetery of Splendour. Debajo acechan los demonios: el hospital, de hecho, aloja a los soldados tailandeses aquejados de una irresoluble enfermedad del sueño, y de hecho las líneas entre sueño e historia, entre pesadilla y memoria, quedan sutilmente transgredidas por parte de la película y terminan por ser indistinguibles. Cuando los médicos se dan cuenta de que no pueden hacer nada para despertar a los soldados, optan por conectar sus cuerpos a unas máquinas brillantes que les ayudan “a dormir teniendo buenos sueños”. Si se necesitan esas máquinas, ¿qué tipo de sueños están teniendo? ¿Y qué es lo que ven cuando están despiertos?
Sus fortalezas cinematográficas son una audacia estructural que a menudo resulta en narrativas que se detienen en espacios muertos, cambian de personajes o se reformulan a sí mismos. Un estilo de ritmo lánguido y lírico. Y una investigación sin prisas de memoria y lugar. Es una combinación que —junto con un erotismo cinematográfico descarado— lo ha convertido en un elemento clave en los grandes festivales de cine internacionales.
Sin embargo, los largometrajes no son necesariamente su prioridad: Weerasethakul dedica gran parte de su tiempo a crear instalaciones y piezas de actuación con títulos como Un hombre que comió un árbol entero. Según él, hacer piezas que involucren la naturaleza es mucho más difícil después de su éxito en Cannes: “Nadie quiere financiar este tipo de películas: piezas pequeñas, sin estrellas. Todo está en gran escala ahora”, dijo para una entrevista en The Guardian.
En los últimos años, el tailandés ha dedicado gran parte de su trabajo a reflexionar sobre el tiempo. “Se trata de cómo funciona el tiempo en nuestras mentes y cómo el cine puede reflejarlo. Tiene que ver con la relación que tienes con la vida, que está formada por tiempo. Me gusta mucho la meditación porque te pone en contacto con todo eso. Mi trabajo va en esa dirección: cómo el cine puede expresar el tiempo”. En Cemetery of Splendour crea un universo lleno de alegorías entre la luz y los años: composiciones abstractas para llegar al fondo de un ser humano. En esto consiste la humilde pequeñez de la película, la sensación de una imaginación que se expande dentro de un espacio completamente confinado y la impresión de que son las conversaciones las que forman el núcleo emocional, fantástico y político de la cinta.
En las manos de Weerasethakul, la cultura tailandesa aparece a la vez como profunda y absurda, misteriosa y mundana, heroica y trivial. Su interés por la reencarnación en sus películas y sus personajes le da a su obra una distinción que le permite escenificar secuencias totalmente extrañas. “La gente cree en la magia, y ella conduce la forma en que ven la vida. El karma hace a la gente sumisa”.
Para Weerasethakul, ese tópico no es simplemente estético. Después del golpe militar en Tailandia en 2014, las creencias religiosas implantaron con más fuerza en la sociedad. “El ejército tiene su propia adivina”, cuenta, “el país está dirigido por la superstición”.
Weerasethakul está en una posición relativamente afortunada, en que sus películas arcanas no son exactamente populistas y no dependen de la industria cinematográfica tradicional de Tailandia para la financiación, pero se ha convertido en una voz significativa de la disidencia en un momento difícil. “Para que conste, Cemetery of Splendour no está censurado: me niego a someterlo a la junta de censura. No es que lo prohíban, sino el hecho de que prohíban otras cosas”.
Me gustaría afirmar que este cineasta hace piezas oscuras, sin embargo, todo su trabajo está hecho de luz. “Toda mi carrera como cineasta es una exploración de los diferentes tipos de luz y de tratar de encontrar su verdad. Quizá eso es más evidente en las instalaciones. Hay un ángulo político y otro que tiene que ver con los recuerdos y el proceso mental”.
Apichatpong Weerasethakul se mueve por caminos misteriosos y desafía todas las expectativas que tengan hacia él o su trabajo. Cuando estrenó Cemetery of Splendour (2015) en Cannes, fue como si alguien abriera una ventana y dejara entrar un aire turbio al festival. La película fue relegada a Certain Regard, una sección de segundo nivel donde se han presentado obras transgresoras como Film Socialisme, de Jean-Luc Godard, o Les Salauds, de Claire Denis, y a pesar de eso la gente asistió a la muestra esperando que Weerasethakul hubiera seguido los pasos que lo llevaron a la Palma de Oro en 2010. Ofreciendo algo si no tan grande, al menos aún mayor, y si no tan extraño, al menos más extraño todavía. No fue así.
Se trata de una película pequeña y humilde, de hecho, la más reducida de sus películas. Cemetery of Splendour, más que trabajar la superficie de una historia, la superficie de un espacio y la superficie del drama y de la realidad, se sumerge en lo subterráneo. Sus locaciones, tan cargadas, son emblemáticas de la aproximación que ha emprendido la película: una escuela, utilizada como un hospital ocasionalmente, con una construcción que comienza en el exterior y que da lugar a otra encarnación. Más adelante nos enteramos de que los eones eran hace mucho tiempo un “cementerio de reyes”, en el que se libraron una serie de batallas por la supremacía de la ciudad de Khon Kaen en el noreste de Tailandia. Esta mezcla casual de nostalgia y este presentimiento de una superposición de las funciones de estos edificios discretos en el tiempo funcionan como una supresión auspiciada por los recesos oscuros de los sueños, las pesadillas y el mundo de sus fantasmas.
Mientras nuestra sustituta camina por la frágil superficie del mundo de Khon Kaen, tan permeable a lo que se esconde debajo, Weerasethakul dedica finalmente una película a su actriz de siempre, Jenira Phongas Widner, cuya historia con el cineasta se siente ahora inseparable, como la de Lee Kang-shen con Tsai Ming-liang. Jenira es una voluntaria en el hospital y es quien recibe los sueños y la imaginación de la vida diaria del tapiz que forma la superficie de Cemetery of Splendour. Debajo acechan los demonios: el hospital, de hecho, aloja a los soldados tailandeses aquejados de una irresoluble enfermedad del sueño, y de hecho las líneas entre sueño e historia, entre pesadilla y memoria, quedan sutilmente transgredidas por parte de la película y terminan por ser indistinguibles. Cuando los médicos se dan cuenta de que no pueden hacer nada para despertar a los soldados, optan por conectar sus cuerpos a unas máquinas brillantes que les ayudan “a dormir teniendo buenos sueños”. Si se necesitan esas máquinas, ¿qué tipo de sueños están teniendo? ¿Y qué es lo que ven cuando están despiertos?
Sus fortalezas cinematográficas son una audacia estructural que a menudo resulta en narrativas que se detienen en espacios muertos, cambian de personajes o se reformulan a sí mismos. Un estilo de ritmo lánguido y lírico. Y una investigación sin prisas de memoria y lugar. Es una combinación que —junto con un erotismo cinematográfico descarado— lo ha convertido en un elemento clave en los grandes festivales de cine internacionales.
Sin embargo, los largometrajes no son necesariamente su prioridad: Weerasethakul dedica gran parte de su tiempo a crear instalaciones y piezas de actuación con títulos como Un hombre que comió un árbol entero. Según él, hacer piezas que involucren la naturaleza es mucho más difícil después de su éxito en Cannes: “Nadie quiere financiar este tipo de películas: piezas pequeñas, sin estrellas. Todo está en gran escala ahora”, dijo para una entrevista en The Guardian.
En los últimos años, el tailandés ha dedicado gran parte de su trabajo a reflexionar sobre el tiempo. “Se trata de cómo funciona el tiempo en nuestras mentes y cómo el cine puede reflejarlo. Tiene que ver con la relación que tienes con la vida, que está formada por tiempo. Me gusta mucho la meditación porque te pone en contacto con todo eso. Mi trabajo va en esa dirección: cómo el cine puede expresar el tiempo”. En Cemetery of Splendour crea un universo lleno de alegorías entre la luz y los años: composiciones abstractas para llegar al fondo de un ser humano. En esto consiste la humilde pequeñez de la película, la sensación de una imaginación que se expande dentro de un espacio completamente confinado y la impresión de que son las conversaciones las que forman el núcleo emocional, fantástico y político de la cinta.
En las manos de Weerasethakul, la cultura tailandesa aparece a la vez como profunda y absurda, misteriosa y mundana, heroica y trivial. Su interés por la reencarnación en sus películas y sus personajes le da a su obra una distinción que le permite escenificar secuencias totalmente extrañas. “La gente cree en la magia, y ella conduce la forma en que ven la vida. El karma hace a la gente sumisa”.
Para Weerasethakul, ese tópico no es simplemente estético. Después del golpe militar en Tailandia en 2014, las creencias religiosas implantaron con más fuerza en la sociedad. “El ejército tiene su propia adivina”, cuenta, “el país está dirigido por la superstición”.
Weerasethakul está en una posición relativamente afortunada, en que sus películas arcanas no son exactamente populistas y no dependen de la industria cinematográfica tradicional de Tailandia para la financiación, pero se ha convertido en una voz significativa de la disidencia en un momento difícil. “Para que conste, Cemetery of Splendour no está censurado: me niego a someterlo a la junta de censura. No es que lo prohíban, sino el hecho de que prohíban otras cosas”.
Me gustaría afirmar que este cineasta hace piezas oscuras, sin embargo, todo su trabajo está hecho de luz. “Toda mi carrera como cineasta es una exploración de los diferentes tipos de luz y de tratar de encontrar su verdad. Quizá eso es más evidente en las instalaciones. Hay un ángulo político y otro que tiene que ver con los recuerdos y el proceso mental”.