“El mito es un relato para recordar lo fundamental dentro de una cultura”
Dentro del marco del Festival de Libros para Niños y Jóvenes el escritor y filósofo presentó Boca de Maguaré, su más reciente libro, el cual fue editado y publicado por Editorial Monigote, el viernes 28 de octubre, en la librería Casa Tomada.
Laura Valeria López Guzmán - @Lauravalerialo
Boca de maguaré cuenta la historia del abuelo Kïma Baijï, un curandero que tenía muy buena fama, pues sanaba a todo el que acudía a su maloca con alguna dolencia, hasta que un día, víctima de una brujería, cae enfermo. Con la barriga inflada, y sin encontrar cómo curarse a sí mismo, el abuelo deja su maloca y emprende camino para llevar un encargo a la cauchería donde trabaja su tribu, en lo profundo de la selva amazónica. Allí se encuentra con Tïzi, el Hombre-esqueleto, un temible y poderoso espíritu que, a cambio de un poco de mambe y ambil, lo cura y además le revela el secreto para una buena cacería. Entrando en sus sueños, Tïzi le advierte que no debe cazar más de cinco perdices cada noche; de lo contrario, al abuelo podría ocurrirle una desgracia.
En esta historia, basada en un relato de José García, uno de los más grandes sabedores del pueblo muinane, aflora el pensamiento indígena, sus costumbres, sus creencias y, con más énfasis, su relación con los espíritus de la naturaleza, de la cual depende el equilibrio de la vida. La historia tiene lugar en la época de las caucherías, cuyo sistema de explotación casi acabó con las etnias que habitan en la amazonia colombo-peruana, entre el río Caquetá y el río Putumayo. En entrevista para este medio, Fernando Urbina habló sobre cómo conoció la infancia del abuelo José García, cómo entiende el concepto de memoria y cómo el significado del mito se ha ido tergiversando con el tiempo.
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Este libro está basado en un relato del abuelo José García, ¿en qué contexto conoció esta historia y por qué llevarla a la literatura infantil?
Esta crónica, en que el abuelo don José García narra un episodio de su infancia, la reseñé en su maloca del Takana, quebradón que discurre cerca de Leticia, en el año de 1976. Había conocido dos años antes a este excepcional sabedor amazónico de la etnia féénemïnaa (muinane), en Bogotá, donde ocasionalmente él cumplía labores de informante en el Instituto Caro y Cuervo. Me hizo esperar ese tiempo para atender a mi interés de reseñar mitos de su copioso acervo; fue una forma de comprobar si el interés mío era legítimo o simplemente una ocurrencia momentánea. La ocasión puntual se dio cuando indagué por su infancia. Se hizo una obligada referencia a su ámbito familiar, ubicado en la Sabana, cabeceras del río Cahinarí, donde estaba la maloca de su abuelo materno, algo extraño pues la norma en esta etnia es patrilocal. Pero esa alteración se debía al desorden causado por las caucherías, práctica extractivista que trastocó tantas tradiciones: un ecocidio que corría parejo al etnocidio que redujo hasta un 90 % la población de buena parte de las comunidades indígenas de la región. Algo similar a lo ocurrido con la invasión europea a partir del s. XV en Abya-Yala, la Tierra-en plena-madurez, como llamaron los kunas del Darién a eso que alguien tuvo la ocurrencia de llamar “América”, sea o no refiriéndose a Amerigo (¿?) Vespucii.
Por otra parte, elaborar la crónica de tal manera que llegue a un público infantil y juvenil se debe a la necesidad de contribuir a que las tradiciones indígenas y las excelentes moralejas que guardan permeen la mente de las nuevas generaciones, desde bien temprano, en orden a crear una nación cuyas gentes se hagan cargo de las raíces indígenas que contribuyen a conformar nuestro ser. Somos un país multiétnico y pluricultural. Esto hay que tomarlo en serio y proceder en consecuencia.
Ahora, hablando de la importancia del patrimonio cultural material e inmaterial. ¿Qué significa esto para usted? y ¿Cómo la literatura es una herramienta para resguardarlo?
Asumir nuestra realidad impone compenetrarnos con esos dos aspectos de las culturas presentes en nuestro territorio: sus realizaciones materiales que hemos de rastrear desde sus inicios, valiéndonos de la arqueología; además, tenemos la inmensa fortuna de contar con gentes que conservan vivas tradiciones orales milenarias que hemos de recopilar con urgencia, por el riesgo que corren de perderse; pero que no han de dejarse como fósiles o simples piezas de museo: han de ser asimiladas y recreadas para que continúen cumpliendo la tarea de agrandar el mundo y el espíritu. Y es ahí donde entra eso de la estrategia literaria: narrar historias, hacer teatro, poesía, cuentos sobre cuentos, y desde luego extenderse a toda la gama de las artes: pintura, escultura, instalaciones, cine, documentales, música incidental; y sobre todo y ante todo, contar de viva voz, usando la escritura como apoyo para enriquecer la memoria aprendiéndose los relatos para que realmente nos habiten.
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En sus palabras, ¿cómo definiría el concepto de memoria?
A raíz de la pandemia y de las vacunas, muchas personas tuvimos problemas con la memoria, la capacidad de asimilar y recordar; adicional a ello, en mi caso, está el problema de los muchos años de vida. Lo cierto es que cuando me sometí a un examen médico, entre las cosas que el neurólogo les dijo a los estudiantes que lo acompañaban, en plan de instruirse, estuvo eso de “un profesor es alguien que tiene en la memoria, más que nadie, el fundamento de su actividad existencial; perderla es equivalente a morir”. Desde luego el asunto se extiende a todo ser vivo. Pero la especie que según parece es capaz de atesorar más recuerdos es la humana, al menos es lo que queremos creer. Entre otras cosas nuestra especie se centró en hacer perdurar sus experiencias. Fue inventando y enseñando formas de manejo del mundo y dejando testimonios. Con esas enseñanzas y testimonios hemos aprendido a superar problemas, a evitar errores, a vivir sabroso. Llamamos memoria cultural a todo ello, algo que partiendo del instinto ha podido llegar muy lejos, ampliando el tiempo de vida y permitiendo mayores posibilidades de realización integral. Es a fuerza de memoria cultural dinámica ‒es decir, que se vive complementando‒ que ya la humanidad puede darse el lujo de desviar un asteroide que bien podría causar un problema mayúsculo. Otro más grande, de impactarnos, podría acarrear la extinción masiva de muchas formas vivientes… entre otras, la humana. Desde luego que hay un lastre de estupidez corriendo a la par: guerras y contaminación extrema durante y luego de una pandemia de la cual, parece, no terminamos de aprender gran cosa.
¿Considera que es necesario regresar al origen, en este caso, volver al territorio ya habitado por sus antepasados, para reconectarse y resaltar de nuevo las costumbres y tradiciones ancestrales?
Un mito amazónico enseña que en el lugar de origen siempre queda algo que nos completa. Quizás, por eso, todos los ritos imponen un retorno, una vuelta al momento en que algo crucial en la vida de un pueblo fue instituido por primera vez. Además, hay culturas en las que algo íntimo de cada uno ‒el cordón umbilical‒ queda sembrado, y en ocasiones con él se planta un árbol… árboles que al florecer en pájaros nos mandan razones. Siempre es útil volver porque estando allí recuperamos recuerdos que se han desvanecido, sobre todo cuando damos con la gente que ha permanecido allí. Esos con los que fuimos. Pero el ser humano es nómada; lo experimentamos por miles de milenios. Lo seguimos siendo. Nos preparamos para colonizar otros planetas; el inmenso afuera nos llama, pero la nostalgia nos impone repetir donde vayamos los gestos del origen, esos gestos y maneras que nos permiten ser.
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Joseph Campbell señalaba que los mitos deben renovarse generacionalmente, adaptados a los nuevos cambios, ¿este libro es un eco de ello, o una urgente necesidad para enfrentar nuestra actual crisis en la que seguimos rechazando a las culturas indígenas?
Primero voy a plantear un asunto para tener mayor claridad. Diré algo sobre el mito. La palabra se viene manejando, incluso en el ámbito de la pseudoacademia, como equivalente a mentira, lo opuesto a verdad. Y nada más impreciso. Resulta que las palabras tienen historia. Alguien se las inventa para guardar en ella una experiencia, un hallazgo, la propone y la comunidad a la que pertenece el hablante la acepta o no. En ocasiones las palabras cambian de sentido, no siempre con fortuna. Y ahí es cuando resulta de gran utilidad recurrir a rastrear el origen de la palabra y recuperar su significación original. Es un camino lleno de deliciosas sorpresas. Una de las historias más sorprendentes es la de la palabra mito. Es de origen griego. Los filólogos han descubierto que tiene una raíz que da lugar en muchos idiomas (del tronco indoeuropeo) a palabras que significan, conocimiento, reflexión y, sobre todo, recuerdo. El mito es un relato para recordar lo fundamental dentro de una cultura. Y la palabra verdad en griego se dice aletheia que significa no olvidar. Así, los términos resultan complementarios y no opuestos. Por fortuna los colombianos tenemos un premio nobel que nos enseñó en su obra icónica ‒Cien años de soledad‒ que la peor de las pestes es la del olvido. El olvido equivale a la peor mentira.
Y ahora sí, Campbell. Algo esencial en el mito es la variación. La vida cambia y los relatos que sirven para estructurarla se van adaptando, enriqueciéndose mediante variaciones. Hay momentos en que quienes pretenden fijar definitivamente qué es verdad y qué es error, elaboran un dogma; esto es muy propio de las ideologías; por lo común toman un mito y los vuelven verdad absoluta… pero como la esencia de este es la variación, tan pronto se propone un dogma surgen herejías… variaciones del dogma.
Es útil tener en cuenta que el relato titulado Boca de maguaré es una crónica y, como es bien frecuente en las crónicas indígenas, estas echan mano de episodios míticos que las enriquecen, colaborando en hacerlas menos olvidadizas. Es el caso presente de Tïzi, el caníbal que lo fue hasta tal extremo que terminó devorándose a sí mismo. Ahora bien, hay otro factor bien interesante: las crónicas, con enseñanzas expresas y útiles, con el andar del tiempo (milenios) suelen transformarse en mitos. Los hechos referidos a un personaje real, con el andar del tiempo pueden ser magnificados y atribuidos a un héroe mítico o dar lugar a un personaje mítico. Lo que más importa es que el hecho ejemplar que este personaje conlleva no se olvide. Y aquí, en esta crónica del Abuelo José García, el hecho ejemplar es que debemos respetar los acuerdos con los dueños míticos de los animales, las plantas y los elementos. Estos dueños míticos son la personificación de la ecosofía: las normas del buen manejo de los entornos naturales a los que ha llegado una comunidad luego de milenarias experiencias. Y esa enseñanza ‒manejo equilibrado de los entornos naturales‒ la debemos asimilar todos los colombianos y todo el mundo si queremos salvar nuestro azul hogar planetario.
¿Por qué se considera que los rïama (hombres blancos) mitificaron las historias que relatan los diferentes pueblos originarios y no se apropiaron de ellas?
“Verdad es lo que yo opino y mito lo que opinan los otros que no son como yo”. Ese “no ser como yo” por pensar y actuar de modo diferente es lo que ha terminado por llevar a muchos a considerar a quienes son distintos como no humanos, o como tan simples y atrasados que merecen el calificativo de despreciables “primitivos”. Y si se piensa que lo son, pues es razón para no darle importancia a sus creencias, tradiciones y maneras de expresarlas. Asomarnos a la manera como se percibe y maneja el mundo desde otras culturas siempre termina por enriquecer nuestra mirada y nuestra forma de comportarnos. En eso consiste el fundamento del diálogo intercultural y es a fuerza de ese diálogo que vamos a poder responder de modo inteligente, concertado, a los retos que nos plantea el mundo actual.
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¿Por qué cree que las personas de occidente han dejado de lado la magia y, además, la hemos llegado a satanizar?, es decir, hemos pasado de la astrología a la astronomía, de la alquimia a la ciencia, olvidando así el misticismo.
Ateniéndome a las experiencias en los mundos de las culturas indígenas (y no hay uno en cada cultura sino varios), ocurre que son gentes que tienen una relación más estrecha con el entorno inmediato. Cuando la persona ha fabricado el utensilio, o presenciado su hechura ‒por ejemplo, la propia vivienda‒ termina por sentir que algo de sí mismo queda en ese objeto. Tanto más si quien enseña a hacerlo narra la forma en que se originó dicho artefacto, narración mítica que conlleva los conjuros para hacerlo eficiente. Es una manera de dotar de alma al utensilio. Y así la vida termina por transcurrir entre cosas que no son simples objetos sino historias impregnadas de mi propio ser. Y así con todo. Es una manera de permear de humanidad todas las cosas para hacerlas dialogantes. La sociedad consumista, pomposamente llamada “civilizada” vive dentro de un conjunto de cosas sin percibir en ella su alma… ese algo que nos conecta con ellas. Pero eso por fortuna está cambiando… Ya sabemos que la distancia entre los humanos y los animales se va reduciendo a medida que las ciencias cada vez más agudas nos entregan evidencias, obligándonos a cambiar el comportamiento hacia ellos. Y ya sabemos que las plantas se comunican entre sí, especialmente mediante tertulias químicas desde sus raíces; se sospecha que la tierra conspira para borrar de su faz esa enfermedad que llamamos humanidad, a menos que se matricule en la cordura… Y es la ciencia de mayor avanzada la que está estableciendo nuevas místicas al lado de quienes las han mantenido por insondables milenios y me refiero ante todo a quienes hacen arte. Es que un mundo sin misterios no resultaría interesante. Y la mística es ante todo eso: reconocer la presencia de lo misterioso y tratar de penetrar en ello.
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Boca de maguaré cuenta la historia del abuelo Kïma Baijï, un curandero que tenía muy buena fama, pues sanaba a todo el que acudía a su maloca con alguna dolencia, hasta que un día, víctima de una brujería, cae enfermo. Con la barriga inflada, y sin encontrar cómo curarse a sí mismo, el abuelo deja su maloca y emprende camino para llevar un encargo a la cauchería donde trabaja su tribu, en lo profundo de la selva amazónica. Allí se encuentra con Tïzi, el Hombre-esqueleto, un temible y poderoso espíritu que, a cambio de un poco de mambe y ambil, lo cura y además le revela el secreto para una buena cacería. Entrando en sus sueños, Tïzi le advierte que no debe cazar más de cinco perdices cada noche; de lo contrario, al abuelo podría ocurrirle una desgracia.
En esta historia, basada en un relato de José García, uno de los más grandes sabedores del pueblo muinane, aflora el pensamiento indígena, sus costumbres, sus creencias y, con más énfasis, su relación con los espíritus de la naturaleza, de la cual depende el equilibrio de la vida. La historia tiene lugar en la época de las caucherías, cuyo sistema de explotación casi acabó con las etnias que habitan en la amazonia colombo-peruana, entre el río Caquetá y el río Putumayo. En entrevista para este medio, Fernando Urbina habló sobre cómo conoció la infancia del abuelo José García, cómo entiende el concepto de memoria y cómo el significado del mito se ha ido tergiversando con el tiempo.
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Este libro está basado en un relato del abuelo José García, ¿en qué contexto conoció esta historia y por qué llevarla a la literatura infantil?
Esta crónica, en que el abuelo don José García narra un episodio de su infancia, la reseñé en su maloca del Takana, quebradón que discurre cerca de Leticia, en el año de 1976. Había conocido dos años antes a este excepcional sabedor amazónico de la etnia féénemïnaa (muinane), en Bogotá, donde ocasionalmente él cumplía labores de informante en el Instituto Caro y Cuervo. Me hizo esperar ese tiempo para atender a mi interés de reseñar mitos de su copioso acervo; fue una forma de comprobar si el interés mío era legítimo o simplemente una ocurrencia momentánea. La ocasión puntual se dio cuando indagué por su infancia. Se hizo una obligada referencia a su ámbito familiar, ubicado en la Sabana, cabeceras del río Cahinarí, donde estaba la maloca de su abuelo materno, algo extraño pues la norma en esta etnia es patrilocal. Pero esa alteración se debía al desorden causado por las caucherías, práctica extractivista que trastocó tantas tradiciones: un ecocidio que corría parejo al etnocidio que redujo hasta un 90 % la población de buena parte de las comunidades indígenas de la región. Algo similar a lo ocurrido con la invasión europea a partir del s. XV en Abya-Yala, la Tierra-en plena-madurez, como llamaron los kunas del Darién a eso que alguien tuvo la ocurrencia de llamar “América”, sea o no refiriéndose a Amerigo (¿?) Vespucii.
Por otra parte, elaborar la crónica de tal manera que llegue a un público infantil y juvenil se debe a la necesidad de contribuir a que las tradiciones indígenas y las excelentes moralejas que guardan permeen la mente de las nuevas generaciones, desde bien temprano, en orden a crear una nación cuyas gentes se hagan cargo de las raíces indígenas que contribuyen a conformar nuestro ser. Somos un país multiétnico y pluricultural. Esto hay que tomarlo en serio y proceder en consecuencia.
Ahora, hablando de la importancia del patrimonio cultural material e inmaterial. ¿Qué significa esto para usted? y ¿Cómo la literatura es una herramienta para resguardarlo?
Asumir nuestra realidad impone compenetrarnos con esos dos aspectos de las culturas presentes en nuestro territorio: sus realizaciones materiales que hemos de rastrear desde sus inicios, valiéndonos de la arqueología; además, tenemos la inmensa fortuna de contar con gentes que conservan vivas tradiciones orales milenarias que hemos de recopilar con urgencia, por el riesgo que corren de perderse; pero que no han de dejarse como fósiles o simples piezas de museo: han de ser asimiladas y recreadas para que continúen cumpliendo la tarea de agrandar el mundo y el espíritu. Y es ahí donde entra eso de la estrategia literaria: narrar historias, hacer teatro, poesía, cuentos sobre cuentos, y desde luego extenderse a toda la gama de las artes: pintura, escultura, instalaciones, cine, documentales, música incidental; y sobre todo y ante todo, contar de viva voz, usando la escritura como apoyo para enriquecer la memoria aprendiéndose los relatos para que realmente nos habiten.
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En sus palabras, ¿cómo definiría el concepto de memoria?
A raíz de la pandemia y de las vacunas, muchas personas tuvimos problemas con la memoria, la capacidad de asimilar y recordar; adicional a ello, en mi caso, está el problema de los muchos años de vida. Lo cierto es que cuando me sometí a un examen médico, entre las cosas que el neurólogo les dijo a los estudiantes que lo acompañaban, en plan de instruirse, estuvo eso de “un profesor es alguien que tiene en la memoria, más que nadie, el fundamento de su actividad existencial; perderla es equivalente a morir”. Desde luego el asunto se extiende a todo ser vivo. Pero la especie que según parece es capaz de atesorar más recuerdos es la humana, al menos es lo que queremos creer. Entre otras cosas nuestra especie se centró en hacer perdurar sus experiencias. Fue inventando y enseñando formas de manejo del mundo y dejando testimonios. Con esas enseñanzas y testimonios hemos aprendido a superar problemas, a evitar errores, a vivir sabroso. Llamamos memoria cultural a todo ello, algo que partiendo del instinto ha podido llegar muy lejos, ampliando el tiempo de vida y permitiendo mayores posibilidades de realización integral. Es a fuerza de memoria cultural dinámica ‒es decir, que se vive complementando‒ que ya la humanidad puede darse el lujo de desviar un asteroide que bien podría causar un problema mayúsculo. Otro más grande, de impactarnos, podría acarrear la extinción masiva de muchas formas vivientes… entre otras, la humana. Desde luego que hay un lastre de estupidez corriendo a la par: guerras y contaminación extrema durante y luego de una pandemia de la cual, parece, no terminamos de aprender gran cosa.
¿Considera que es necesario regresar al origen, en este caso, volver al territorio ya habitado por sus antepasados, para reconectarse y resaltar de nuevo las costumbres y tradiciones ancestrales?
Un mito amazónico enseña que en el lugar de origen siempre queda algo que nos completa. Quizás, por eso, todos los ritos imponen un retorno, una vuelta al momento en que algo crucial en la vida de un pueblo fue instituido por primera vez. Además, hay culturas en las que algo íntimo de cada uno ‒el cordón umbilical‒ queda sembrado, y en ocasiones con él se planta un árbol… árboles que al florecer en pájaros nos mandan razones. Siempre es útil volver porque estando allí recuperamos recuerdos que se han desvanecido, sobre todo cuando damos con la gente que ha permanecido allí. Esos con los que fuimos. Pero el ser humano es nómada; lo experimentamos por miles de milenios. Lo seguimos siendo. Nos preparamos para colonizar otros planetas; el inmenso afuera nos llama, pero la nostalgia nos impone repetir donde vayamos los gestos del origen, esos gestos y maneras que nos permiten ser.
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Joseph Campbell señalaba que los mitos deben renovarse generacionalmente, adaptados a los nuevos cambios, ¿este libro es un eco de ello, o una urgente necesidad para enfrentar nuestra actual crisis en la que seguimos rechazando a las culturas indígenas?
Primero voy a plantear un asunto para tener mayor claridad. Diré algo sobre el mito. La palabra se viene manejando, incluso en el ámbito de la pseudoacademia, como equivalente a mentira, lo opuesto a verdad. Y nada más impreciso. Resulta que las palabras tienen historia. Alguien se las inventa para guardar en ella una experiencia, un hallazgo, la propone y la comunidad a la que pertenece el hablante la acepta o no. En ocasiones las palabras cambian de sentido, no siempre con fortuna. Y ahí es cuando resulta de gran utilidad recurrir a rastrear el origen de la palabra y recuperar su significación original. Es un camino lleno de deliciosas sorpresas. Una de las historias más sorprendentes es la de la palabra mito. Es de origen griego. Los filólogos han descubierto que tiene una raíz que da lugar en muchos idiomas (del tronco indoeuropeo) a palabras que significan, conocimiento, reflexión y, sobre todo, recuerdo. El mito es un relato para recordar lo fundamental dentro de una cultura. Y la palabra verdad en griego se dice aletheia que significa no olvidar. Así, los términos resultan complementarios y no opuestos. Por fortuna los colombianos tenemos un premio nobel que nos enseñó en su obra icónica ‒Cien años de soledad‒ que la peor de las pestes es la del olvido. El olvido equivale a la peor mentira.
Y ahora sí, Campbell. Algo esencial en el mito es la variación. La vida cambia y los relatos que sirven para estructurarla se van adaptando, enriqueciéndose mediante variaciones. Hay momentos en que quienes pretenden fijar definitivamente qué es verdad y qué es error, elaboran un dogma; esto es muy propio de las ideologías; por lo común toman un mito y los vuelven verdad absoluta… pero como la esencia de este es la variación, tan pronto se propone un dogma surgen herejías… variaciones del dogma.
Es útil tener en cuenta que el relato titulado Boca de maguaré es una crónica y, como es bien frecuente en las crónicas indígenas, estas echan mano de episodios míticos que las enriquecen, colaborando en hacerlas menos olvidadizas. Es el caso presente de Tïzi, el caníbal que lo fue hasta tal extremo que terminó devorándose a sí mismo. Ahora bien, hay otro factor bien interesante: las crónicas, con enseñanzas expresas y útiles, con el andar del tiempo (milenios) suelen transformarse en mitos. Los hechos referidos a un personaje real, con el andar del tiempo pueden ser magnificados y atribuidos a un héroe mítico o dar lugar a un personaje mítico. Lo que más importa es que el hecho ejemplar que este personaje conlleva no se olvide. Y aquí, en esta crónica del Abuelo José García, el hecho ejemplar es que debemos respetar los acuerdos con los dueños míticos de los animales, las plantas y los elementos. Estos dueños míticos son la personificación de la ecosofía: las normas del buen manejo de los entornos naturales a los que ha llegado una comunidad luego de milenarias experiencias. Y esa enseñanza ‒manejo equilibrado de los entornos naturales‒ la debemos asimilar todos los colombianos y todo el mundo si queremos salvar nuestro azul hogar planetario.
¿Por qué se considera que los rïama (hombres blancos) mitificaron las historias que relatan los diferentes pueblos originarios y no se apropiaron de ellas?
“Verdad es lo que yo opino y mito lo que opinan los otros que no son como yo”. Ese “no ser como yo” por pensar y actuar de modo diferente es lo que ha terminado por llevar a muchos a considerar a quienes son distintos como no humanos, o como tan simples y atrasados que merecen el calificativo de despreciables “primitivos”. Y si se piensa que lo son, pues es razón para no darle importancia a sus creencias, tradiciones y maneras de expresarlas. Asomarnos a la manera como se percibe y maneja el mundo desde otras culturas siempre termina por enriquecer nuestra mirada y nuestra forma de comportarnos. En eso consiste el fundamento del diálogo intercultural y es a fuerza de ese diálogo que vamos a poder responder de modo inteligente, concertado, a los retos que nos plantea el mundo actual.
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Ateniéndome a las experiencias en los mundos de las culturas indígenas (y no hay uno en cada cultura sino varios), ocurre que son gentes que tienen una relación más estrecha con el entorno inmediato. Cuando la persona ha fabricado el utensilio, o presenciado su hechura ‒por ejemplo, la propia vivienda‒ termina por sentir que algo de sí mismo queda en ese objeto. Tanto más si quien enseña a hacerlo narra la forma en que se originó dicho artefacto, narración mítica que conlleva los conjuros para hacerlo eficiente. Es una manera de dotar de alma al utensilio. Y así la vida termina por transcurrir entre cosas que no son simples objetos sino historias impregnadas de mi propio ser. Y así con todo. Es una manera de permear de humanidad todas las cosas para hacerlas dialogantes. La sociedad consumista, pomposamente llamada “civilizada” vive dentro de un conjunto de cosas sin percibir en ella su alma… ese algo que nos conecta con ellas. Pero eso por fortuna está cambiando… Ya sabemos que la distancia entre los humanos y los animales se va reduciendo a medida que las ciencias cada vez más agudas nos entregan evidencias, obligándonos a cambiar el comportamiento hacia ellos. Y ya sabemos que las plantas se comunican entre sí, especialmente mediante tertulias químicas desde sus raíces; se sospecha que la tierra conspira para borrar de su faz esa enfermedad que llamamos humanidad, a menos que se matricule en la cordura… Y es la ciencia de mayor avanzada la que está estableciendo nuevas místicas al lado de quienes las han mantenido por insondables milenios y me refiero ante todo a quienes hacen arte. Es que un mundo sin misterios no resultaría interesante. Y la mística es ante todo eso: reconocer la presencia de lo misterioso y tratar de penetrar en ello.
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